Valeria Intriago y Esteban Miller son una pareja que parece perfecta, pero todo se derrumba cuando ella descubre que él la engaña con su mejor amiga, Camila García. Devastada, Valeria decide vengarse y comienza un juego peligroso de seducción con el hermano de Esteban, quien también tiene sus propios secretos oscuros.
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Decisiones y Celos
Damián se alejó de la casa de Valeria con el corazón latiéndole en el pecho. ¿Qué estaba haciendo?
Había entrado en este juego con la intención de acercarse a Valeria, pero ahora se encontraba atrapado en algo mucho más profundo. No era solo deseo, no era solo el reto de conquistarla. Era ella.
Se dejó caer en una banca del parque más cercano, respirando hondo mientras intentaba poner en orden sus pensamientos. La brisa nocturna acariciaba su rostro, pero su mente estaba en otro lugar.
Cada vez que veía a Valeria, su cuerpo reaccionaba como un loco. La quería besar, abrazar, hacerla suya. Pero ella era terca, orgullosa, difícil. Nunca se rendía cuando algo se le metía en la cabeza.
Pero eso no iba a detenerlo.
Él tampoco se rendiría.
La iba a conquistar.
Durante los siguientes días, Damián se dedicó a demostrarle a Valeria que iba en serio.
Le enviaba flores a su casa, chocolates, hasta llegó a organizar una serenata bajo su ventana. Todo un clásico romántico.
Pero Valeria no era una mujer fácil de impresionar.
La noche de la serenata, en lugar de derretirse por el gesto, salió furiosa de su casa, con los brazos cruzados y una mirada de pocos amigos.
—¡Damián! ¿Qué demonios crees que estás haciendo? espetó, fulminándolo con la mirada.
Damián, lejos de intimidarse, sonrió con picardía.
—Cantándote una hermosa canción, para la mujer más hermosa del mundo.
—¡Te voy a soltar los perros! amenazó Valeria, su ceño fruncido y las manos en la cintura.
Él soltó una carcajada divertida.
—Pero Valeria, tú no tienes perros.
Ella levantó la barbilla con una sonrisa desafiante.
—Ah, eso crees. Ahora tengo dos. Te presento a Tito y Tita, dos rottweilers para espantar a personas indeseables pero eran dos cachorros apenas. Así que vete con tu música a otro lado… O mejor, llévasela a tu amiguita. ¿Cómo era que se llamaba? Ah, sí. Gloria.
Damián alzó las cejas, divertido por su actitud.
—¿Celosa, Valeria?
—¡Ja! En tus sueños.
Y con eso, le cerró la puerta en la cara.
Pero él no se rindió.
Pasaron varios días, y aunque Valeria fingía no verse afectada, en el fondo comenzaba a disfrutar la insistencia de Damián. Algo en su interior le decía que él era diferente, que con él… quizás podía volver a sentir ese sentimiento que le llamamos amor.
Y finalmente, después de tanto insistir, después de tantos intentos, Valeria aceptó salir con él a cenar.
Damián, satisfecho con su victoria, eligió el mejor restaurante de la ciudad. Quería que fuera una noche perfecta, una noche en la que Valeria entendiera que su interés era real.
Pero la noche no salió como esperaba.
Apenas habían pedido la cena cuando, al otro lado del restaurante, Valeria vio algo que hizo que su buen humor se evaporara.
Esteban.
Y no estaba solo.
Camila, con su sonrisa presumida y su actitud de mujer perfecta, estaba sentada a su lado, tomándolo del brazo con posesión.
Pero lo que más irritó a Valeria no fue la presencia de Camila. Fue la mirada de Esteban.
Él la había visto.
Y no la veía con indiferencia.
La estaba devorando con los ojos.
Valeria sintió satisfacción. Perfecto. Ahora que la veía con su hermano, seguro se moría de celos.
Damián notó la incomodidad en su expresión y se giró sutilmente para ver qué había captado su atención.
Su mandíbula se tensó al reconocer a Esteban.
Y entonces, todo cambió.
Esteban dejó de disimular y se puso de pie. Con pasos seguros y una sonrisa tensa en los labios, caminó hasta su mesa.
—Vaya, vaya… Qué sorpresa encontrarlos aquí.
Valeria alzó una ceja, fingiendo desinterés.
—¿Lo es? No es raro que nos encontremos en los mismos lugares.
Esteban ignoró su tono desafiante y miró a Damián.
—Hermano, parece que has estado muy ocupado últimamente.
Damián se mantuvo impasible.
—Solo estoy disfrutando de una buena compañía, Esteban.
Esteban soltó una risa baja.
—Vaya… Me alegra que alguien valore lo que yo desperdicié.
Las palabras eran para Valeria.
Y eso la enfureció.
—Lo desperdiciaste dices yo no soy una basura para que me hables así y la gran basura eres tú porque fuiste un grandísimo imbécil.
Damián colocó una mano sobre la de Valeria, intentando calmarla, pero Esteban no se movió ni un centímetro.
—No lo niego. Su mirada se clavó en la de ella, intensa, retadora. Pero ahora entiendo lo que perdí.
El corazón de Valeria se aceleró, pero no lo demostraría.
—Lástima que ya sea tarde.
Esteban sonrió, inclinado sobre la mesa.
—Eso ya lo veremos.
Y con esas palabras, se retiró, dejando tras de sí una carga eléctrica imposible de ignorar.
Damián apretó los labios, su mirada fija en su hermano.
Esteban no se quedaría quieto.