Sofía y Erick se conocieron cuando ella tenía seis años y él veinte. Ese mismo día la niña declaró que sería la novia de Erick en el futuro.
La confesión de la niña fue algo inocente, pero nadie imaginó que con el paso de los años aquella inocente declaración de la pequeña se volvería una realidad.
¿Podrá Erick aceptar los sentimientos de Sofia? ¿O se verá atrapado en el dilema de sus propios sentimientos?
NovelToon tiene autorización de @ngel@zul para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La decisión de Sofia.
Al día siguiente, Sofía despertó con la luz del sol filtrándose por la ventana, dándole un nuevo día, y una nueva oportunidad. Pero no era un despertar común; no era solo el comienzo de un día más, sino el primer paso hacia la transformación de un corazón herido en uno más fuerte. Los recuerdos de la noche anterior la golpeaban como ráfagas: la sonrisa forzada de Erick al llegar de la mano de Helena, su voz firme al presentarla como su "novia", y las miradas de sus amigas, llenas de admiración y envidia por la fortuna de Helena al estar con un hombre tan guapo y exitoso. Todo eso se entremezclaba con la emoción y la desilusión que se posaban en su pecho como un peso que le era difícil de llevar.
El eco de su conversación con Ian, cuando él la había llevado por tercera vez esa noche al interior de la casa, seguía resonando en su mente. Había sido un momento de franqueza, un punto de quiebre. Ian, su mejor amigo, el que la conocía como nadie, la había mirado con sus ojos serios y, a diferencia de todos los demás, no había evitado el dolor en su expresión.
—Sofía —le había dicho con voz grave—, tú tienes que decidir. No puedes seguir esperando que las cosas se arreglen solas, Erick ya sabe lo que sientes y aunque me duela decirlo, porque sé que estoy lastimándote más. Eres tú quién debe tomar una decisión. Y para mí lo mejor es dejarlo ir y seguir adelante.
Las palabras de Ian se clavaron en su mente como un recordatorio de la verdad que no quería admitir. No podía quedarse en la sombra de sus propios sueños, esperando que la vida la llevara a donde ella quería. No, necesitaba ser valiente, tomar el control y asumir su propio destino, sin importar cuánto le costara.
Así que von determinación, se levantó de la cama y se dirigió al espejo. Sus ojos se encontraron con su reflejo, su rostro todavía estaba marcado por la tristeza, pero con un destello de determinación que empezaba a encenderse. Podía sentirlo, esa chispa que le decía que era hora de dejar de ser la niña que soñaba con un príncipe y convertirse en la mujer que luchaba por su propia felicidad.
Se puso su bata, se ató el cabello en una coleta alta y respiró hondo. Era hora de hacer frente a sus sentimientos, de enfrentarse a todo y demostrar que había crecido. No importaba lo que pasara, lo que pensaran de ella o cuánto le costara enfrentarse a la verdad que ahora conocía.
Erick, tenía novia. Y no estaba interesado en sus sentimientos.
El reloj marcó las diez de la mañana y el ruido de la casa se fue llenando de vida. Mónica y Leonardo ya se encontraban en la cocina, preparando el desayuno. El aroma del café recién hecho y de las tostadas se mezclaba con el sonido de risas de Marco, y el bullicio de los gemelos que correteaban por la casa. Sofia se acercó a ellos con una sonrisa más firme, dispuesta a encarar lo que venía.
—Buenos días, mamá —dijo, abrazando a Mónica. La mujer la miró con ternura, percibiendo algo diferente en ella, algo que le daba esperanzas.
—Buenos días, cielo— respondió Mónica con una sonrisa, sin saber que esa niña que abrazaba en ese momento estaba en el umbral de convertirse en la mujer que tomaría su destino en sus manos.
La joven sabía que lo que había decidido hacer era un riesgo, pero también sabía que no podía permitir que el miedo y la incertidumbre la paralizaran. Si para Erick no importaba lo que ella sentía, entonces ella tomaría el mejor rbo para su vida y eso era suficiente para empezar.
Mientras la familia se reunía en la cocina para el desayuno, el ambiente estaba lleno de risas y el ruido de platos y tazas chocando. El aroma del café recién hecho y el pan tostado envolvía el espacio, creando una sensación cálida y familiar. Mónica, sentada junto a Leonardo, vertía leche en un tazón mientras miraba a su hija, que jugaba distraídamente con la cucharita en su tazón de cereal. La expresión de Sofia, a pesar de los intentos de disimularlo, no era del todo serena.
—Leo, ¿alguna vez Erick había mencionado que estaba saliendo con esa chica? —preguntó Mónica, sin dejar de revolver el café.
Leonardo levantó la vista de su periódico, frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No, nunca. No sabía nada de Helena. Tal vez se lo haya guardado para él —respondió, con un dejo de desconcierto en la voz.
Sofia, que había permanecido en silencio mientras escuchaba la conversación, levantó la mirada y sonrió de manera tenue, como si la pregunta de su madre no le afectara. Pero Diego, que en ese momento estaba persiguiendo a los gemelos por la cocina, se detuvo al oír el nombre de Erick. Al ver el semblante de su hija, tan inexpresivo como si la conversación fuera completamente ajena a ella, frunció el ceño y se acercó.
—¿Sofi? —preguntó Diego, en voz baja, sin poder evitar que su preocupación se filtrara en su tono—. ¿Todo bien?
Ella asintió, sin dejar de mantener esa apariencia de calma. Su padre la observó unos segundos más, tratando de leer entre las líneas de su comportamiento, pero decidió no hacer más preguntas. Diego no era tonto, y había notado que la mención de Erick había hecho que la joven se retirara un poco, como si intentara protegerse de algo que solo ella entendía.
—Todo bien, papá —respondió ella, con una sonrisa más firme y una chispa de valentía que, aunque mínima, no pasaba desapercibida para su madre.
Mónica se volvió a Leonardo y le lanzó una mirada preocupada. El silencio de Sofi no le inspiraba tranquilidad, y su instinto maternal le decía que debía estar atenta. Los problemas de la niña y sus secretos no eran algo que pudiera ignorar. Pero, por ahora, decidió que dejaría que fuera Sofia quien hablara cuando estuviera lista.
El desayuno continuó entre risas y charlas casuales. A pesar de que el tema de Erick y Helena seguía flotando en el aire, Sofi estaba decidida a mantener una apariencia de normalidad. Al fin y al cabo, su vida ya no era solo esperar a que Erick la mirara de la manera en que ella lo hacía; era hora de que ella también tomara el control y dejara de depender de lo que él hiciera o dejara de hacer.
Cuando la charla fue interrumpida por uno de los gemelos, que corrió hacia la cocina exclamando que quería más jugo, Sofia aprovechó el momento para tomar aire y captar la atención de su familia. Mónica, con una sonrisa radiante y los ojos brillando de anticipación, miró a su hija.
—Quisiera contarles algo —dijo, su voz se oía firme pero temblorosa. Los tres adultos la miraron, expectantes y curiosos. Diego dejó de jugar con los gemelos y se acercó a la barra, mientras Leonardo puso su taza de café sobre la mesa y levantó la vista de su periódico.
Mónica aplaudió con alegría y entusiasmo, rompiendo el silencio que se había instalado en la cocina.
—¡Vamos, Sofia! Dinos, te escuchamos—exclamó, contagiando a todos con su emoción.
Sofi sonrió y sintió que la incertidumbre se alejaba un poco. Estaba tomando una decisión que la haría feliz, sin importar los obstáculos. El momento había llegado.
—He decidido estudiar artes y fotografía —anunció, levantando la cabeza con orgullo mientras la noticia se asentaba en el aire. Leonardo y Diego intercambiaron miradas de sorpresa, pero pronto se unieron a Mónica en un aplauso sincero. La alegría era evidente en sus rostros, y aunque cada uno tenía sus reservas, sabían que el arte era la pasión de Sofía desde pequeña. Estaban felices de que ella por fin se atreviera a seguir su verdadera vocación.
—¡Eso es maravilloso, hija! —dijo Diego, abrazándola con fuerza—. Sabía que algún día seguirías tu corazón.
Mónica se acercó y le dio un beso en la frente, con los ojos húmedos de emoción. Leo, con una sonrisa orgullosa, asintió y comentó:
—Estoy seguro de que te irá increíblemente bien. Tienes ese don, Sofía, y es tiempo de que lo dejes brillar.
Sin embargo, la alegría del momento se tornó en desconcierto cuando Sofia, con una expresión resuelta, continuó:
—Pero hay algo más... He decidido que me voy a Europa a estudiar con Ian. Él también quiere estudiar allí y, después de pensarlo mucho, hemos decidido hacerlo juntos.
El aire se llenó de un silencio incómodo, roto solo por el sonido de los gemelos que seguían jugando y riendo. Mónica, sorprendida, se quedó mirando a Sofia, procesando lo que acababa de escuchar. Leonardo frunció el ceño, sin saber qué decir, y Diego se quedó de pie, con una expresión entre preocupada y perpleja.
—¿Europa? —preguntó Mónica, tratando de sonar calmada—. ¿Es algo que has pensado bien, Sofi? Es... un gran paso.
Ella asintió, su sonrisa era tenue pero decidida.
—Sí, mamá. He pensado en ello, y creo que es lo mejor para mí. No solo quiero estudiar, sino también crecer y descubrir más sobre mí misma.
Diego miró a Leonardo, quien seguía sin hablar, y luego a Mónica, que trataba de asimilar la noticia. La idea de que su hija se marchara tan lejos, sola, le llenaba el corazón de una mezcla de orgullo y miedo. Pero a la vez, reconocía que Sofia era valiente y sabía lo que quería.
—Te apoyamos, cariño—dijo Diego finalmente, con una voz firme pero llena de amor—. Si eso es lo que te hace feliz, entonces ve por ello.
Mónica, aunque aún con un nudo en el estómago, asintió.
—Tienes todo nuestro apoyo, hija. Pero, por favor, prométenos que será una experiencia segura y que nos mantendrás al tanto de todo.
Sofia asintió, agradecida por el respaldo de su familia. El camino que había decidido seguir no iba a ser fácil, pero por primera vez, sentía que estaba tomando las riendas de su vida. Y, aunque la distancia y el cambio le traían una mezcla de emoción y ansiedad, sabía que estaba lista para dar ese salto.