PRIMERA PARTE DEL LIBRO TERMINADA. NO ESPEREN UNA NOVELA TIPICA, LAS MIAS DAN DOLORES DE CABEZA Y LOS HACE PENSAR MAS DE LO QUE DEBERIA!!!
ESCRIBO CON AMOR Y ESPERO RECIBIR LO MIMO DE USTEDES, SI SIENTEN QUE LA NOVELA ES LARGA Y TEDIOSA, LOS INVITO A ABANDONARLA. PERO, NO TOLERO INSULTOS NI FALTAS DE RESPETO...
LAS QUIERE...
JESS QUEEN
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CAP 17
Me di un último vistazo en el espejo después de arreglar mi cabello. Me veía bien, fresca, y lo más importante: me sentía cómoda. No tenía pensado salir de la mansión de Logan, así que me alegró profundamente no encontrarme usando un vestido formal o incómodo. El atuendo que Sasha y Mikeila habían elegido para mí era perfecto, algo que me permitió sentirme como yo misma, sin pretensiones ni protocolos.
Cuando las chicas salieron de la habitación llevándose mi ropa sucia, aproveché para dejar que el silencio me envolviera por un momento. Pero mi curiosidad era mayor, así que decidí salir para explorar la casa principal de la manada.
Los largos pasillos estaban impecablemente decorados, con alfombras suaves y paredes adornadas con cuadros que parecían antiguos, probablemente retratos de líderes o recuerdos de la historia de la manada. Cada paso resonaba levemente, y aunque no era mi intención llamar la atención, algunas de las criadas se cruzaron conmigo en el camino. Todas bajaban la cabeza en señal de respeto, un gesto que me hacía sentir ligeramente incómoda. Decidí asentirles y sonreír suavemente, intentando transmitir que no necesitaban ser tan formales conmigo.
Seguí caminando hasta que llegué al primer piso. Me detuve de inmediato cuando un gran ventanal capturó mi atención. La luz del sol de la mañana se filtraba a través del vidrio, iluminando un jardín absolutamente hermoso. Rosas rojas y blancas, perfectamente cuidadas, se extendían a lo largo del paisaje, formando un espectáculo que me dejó sin aliento.
No pude resistirme. Abrí las puertas que conectaban el interior con el exterior y salí al jardín. Una brisa fresca me envolvió, acariciando mi rostro y despeinando suavemente mi cabello. Cerré los ojos y dejé que mis sentidos se llenaran de la paz que el momento ofrecía.
El aroma dulce de las rosas se mezclaba con el de la tierra húmeda, creando una fragancia que parecía sacada de un sueño. El sol acariciaba mi piel, cálido, pero no abrumador, como si supiera exactamente lo que necesitaba.
Inhalé profundamente, sintiendo cómo mi corazón se relajaba y mi mente, tan atormentada en las últimas horas, finalmente encontraba un poco de calma. Allí, rodeada de naturaleza, todo se sentía bien, aunque fuera por un instante cerré los ojos y lo disfrute.
No había ruido, ni voces, ni conflictos. Solo yo, el jardín, y la certeza de que, a pesar de todo, había momentos en los que la vida podía ser hermosa y tranquila.
—¿Tú quién eres? —preguntó una voz detrás de mí, con un tono curioso pero firme.
Abrí los ojos lentamente, permitiendo que la calidez del sol se disipara mientras giraba para ver quién me hablaba.
Frente a mí estaba una niña de unos trece años, cargando cuidadosamente a un pequeño bebé de no más de un año y algunos meses. Ella era rubia, con unos intensos ojos celestes que parecían escudriñarme con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Su piel clara, tan delicada como la porcelana, contrastaba con las mejillas ligeramente sonrojadas por la brisa fresca de la mañana.
El bebé en sus brazos se acomodó contra ella, ajeno a todo, mientras la niña lo sujetaba con cuidado, mostrando una madurez que parecía superar su edad. La reconocí al instante, aunque por su expresión, estaba claro que ella no tenía ni idea de quién era yo.
—Tina —dije con una sonrisa tranquila mientras me acercaba, manteniendo suficiente distancia para no invadir su espacio personal. —¿No me recuerdas? Soy Karin, la mejor amiga de tu prima Amber.
Sus ojos se abrieron ligeramente, como si mi nombre despertara algo en su memoria. Me observó con atención, entrecerrando los ojos por un momento, hasta que de repente me reconoció. Su expresión se transformó en una sonrisa brillante que iluminó su rostro infantil.
—¡Oh, Karin! Lo siento, no te reconocí. Te ves algo diferente desde la última vez que te vi.
Asentí suavemente, acercándome un poco más mientras inclinaba la cabeza hacia un lado con una sonrisa afectuosa.
—Tú también te ves diferente, Tina. Estás más grande y te ves preciosa.
Ella se sonrojó un poco ante el cumplido, mientras ajustaba la posición del bebé en sus brazos. Su mirada, antes penetrante, ahora era cálida y amigable, como si el reconocimiento hubiera eliminado cualquier duda.
—Gracias —murmuró con una tímida sonrisa—. Han pasado tantos años. Amber siempre hablaba de ti… soy una tonta, solo tú tienes ese olor en los ojos, el lila brillante que solo te he visto a ti. Tendría que haberte reconocido de inmediato.
Antes de que pudiera responder, el bebé en sus brazos comenzó a moverse, balbuceando algo incomprensible pero adorable. Ambos lo miramos, y no pude evitar sonreír.
—¿Quién es este pequeñito? —pregunté con curiosidad, inclinándome un poco para observar al bebé más de cerca. Es precioso, cabello castaño, mejillas rosadas y regordetas y sus ojitos verdes me miraban con curiosidad al no conocerme.
—Es Alec, el pequeño cachorro de mi prima y la Beta de la manada. Ella te está buscando en este momento.
Alec, serie. Esta muy cambiado, lo conocí por fotos, pero tenía apenas unos meses. Esta muy grande y precioso.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
Hola, Alec —susurré, inclinándome un poco más para hacer contacto visual con él. El pequeño soltó una risita burbujeante y levantó una de sus manitas hacia mi rostro. —Soy tu tía, Karin. Al fin te conozco personalmente, pequeño bebe.
Tina rio suavemente, relajándose un poco más en mi presencia.
—Creo que le agradas —dijo con una sonrisa más amplia.
—Eso espero —respondí con un guiño, disfrutando del momento. — Porque yo ya lo amaba desde antes de que naciera.
El jardín, el sol, Tina, y el pequeño Alec... todo se sentía extrañamente perfecto, como si este pequeño encuentro fuera un respiro de normalidad en medio de toda la tormenta que había rodeado mi vida últimamente. Y aunque sabía que las responsabilidades y los problemas no desaparecerían, por ahora, decidí disfrutar de este instante de calma.
—Hola, bebé, qué bello eres. ¿Dónde está tu mami? ¿Dónde está? —Canturreé mientras le hacía unas cosquillas en la barriguita, provocando una explosión de risas que iluminó su pequeño rostro. No había nada más dulce y reconfortante que el sonido de la risa de un niño.
Alec se movía felizmente en los brazos de Tina, sus manitas pequeñas agitándose en el aire mientras trataba de atrapar mis dedos. Su risa era pura, inocente, y por un instante, todo lo demás quedó en un segundo plano. Mi corazón se llenó de calidez al verlo tan feliz, tan despreocupado, como si el mundo entero estuviera resumido en ese momento de juego.
—Su madre te estaba buscando por toda la mansión como una idiota, sospechando de que habías vuelto a huir de mí.
La voz familiar de Amber nos hizo girarnos a Tina y a mí casi al mismo tiempo. Incluso Alec, que hasta entonces había estado completamente concentrado en reírse, detuvo su juego al escucharla. Su reacción fue inmediata: extendió sus manitas hacia ella, soltando un balbuceo emocionado que claramente significaba "mami".
Amber se acercó con paso firme, pero sin prisa, su figura irradiaba tranquilidad y un control natural que siempre la caracterizaba. Llevaba un vestido sencillo pero elegante que realzaba su porte, y en su rostro había una mezcla de cansancio y alegría al vernos allí, juntas.
Tina, que seguía sosteniendo a Alec, se apresuró a extenderle al pequeño. Amber lo recibió con una destreza que sólo las madres tienen, acunándolo contra su pecho con movimientos seguros. Alec inmediatamente se acomodó, hundiendo su carita en el cuello de su madre mientras emitía suaves ruiditos de satisfacción.
—Hola, Amber —dije con una sonrisa, aliviada al notar que su tono era ligero, sin rastro de reproche o molestia.
—Karin —respondió con una sonrisa cálida mientras acariciaba la cabecita de Alec. Sus ojos se posaron en mí con familiaridad y algo de curiosidad—. Me alegra verte aquí, disfrutando del jardín.
—No pude resistirme —confesé, mirando a mi alrededor. La brisa fresca, el aroma de las rosas y la risa de Alec habían creado un momento de paz que no quería dejar pasar—. Todo aquí es tan hermoso y tranquilo, era justo lo que necesitaba.
Amber asintió, su sonrisa se amplió un poco mientras besaba la frente de Alec, quien seguía abrazándola como si no quisiera soltarla jamás.
Tina se quedó a un lado, observando la escena con una leve sonrisa en los labios. No parecía molesta, pero había algo en su expresión, una mezcla de admiración y respeto hacia su prima. Alec, en tanto, decidió volver a reír, haciendo sonidos burbujeantes mientras estiraba una manita para jugar con el cabello de Amber.
—¿Te ha causado problemas, Tina? —preguntó Amber, su tono era suave, casi divertido, como si ya conociera la respuesta.
Tina negó rápidamente con la cabeza, su rubor apenas perceptible.
—En absoluto. Alec estaba feliz aquí con Karin. Parece que le gusta.
—Bueno, eso es fácil de entender —dijo Amber, mirándome directamente con una mezcla de cariño y burla—. Alec siempre tiene buen ojo para las personas, ¿verdad, pequeño? Pero ya no vuelvas a dirigirte a nuestra luna por su nombre de pila. Está prohibido, y debemos mostrarle nuestro respeto. Claro que eso no aplica a mí, porque soy como su hermana, y ella es una ingrata que no puede exigirme que la trate como el protocolo indica.
El bebé soltó un chillido feliz, agitándose en brazos de Amber como si entendiera perfectamente lo que su madre decía. Sus manitas rechonchas se movían con entusiasmo, y sus ojos brillaban de alegría, arrancándome una sonrisa.
Tina se disculpó con nosotras al mirar la hora en su reloj de pulsera. Mencionó que debía prepararse para ir a entrenar, ya que hoy el alfa Logan supervisaría a los más jóvenes, y estaba visiblemente emocionada por ello. Nos dejó solas, y Amber me tomó de la mano con la suya que ahora estaba libre.
Amber se veía espectacular. No había rastro en su cuerpo de su reciente maternidad. Como siempre, su figura destacaba: delgada, con una cintura estrecha y largas piernas tonificadas que parecían sacadas de una portada de revista. Caminamos un poco hasta detenernos en una banca bajo la sombra de un enorme roble, donde la brisa fresca parecía calmar el calor del día.
—Ahora cuéntame todo. Desde el principio y sin omitir nada. Además, de más está decirte que sé cuándo mientes —dijo Amber con un tono firme, aunque sus ojos reflejaban comprensión.
Asentí, pero dudé un poco antes de comenzar.
Amber arqueó una ceja, claramente instándome a hablar. Entonces, reuní el valor necesario y empecé a contarle todo, desde mucho antes de que nos conociéramos.
—Mi madre era la hija del alfa de la manada Luna de Plata. En un viaje con mi abuelo a esta manada, ella conoció a mi padre en el bosque. Resultó que estaban destinados a estar juntos.
Amber asintió ligeramente, pero permaneció en silencio, dándome espacio para continuar.
—Mis padres tenían un conflicto, el más extraño y problemático de todos. Él era un príncipe, pero también era un vampiro, y mi madre una licántropa. A pesar de las diferencias, hablaron con mi abuelo, el alfa de Luna de Plata. Él, aunque con mucho dolor, aceptó la unión de mi madre con un vampiro, respetando la decisión de la Diosa Luna al emparejarlos. Sin embargo, no podían quedarse en su manada, así que les dio su bendición y ellos se mudaron al reino de mi tío Aston, el hermano mayor de mi padre.
Hice una pausa y bajé la mirada hacia mis manos, que jugueteaban nerviosamente con un hilo suelto de mi blusa. Fue entonces cuando noté que no estaba mirándola. Alcé la vista y allí estaba Amber, poniendo atención en cada una de mis palabras, mientras Alec dormía plácidamente en su pecho.
—Tómate tu tiempo, cariño. Sé que no es fácil para ti hablar de esto —dijo con suavidad.
La cálida mano de Amber acarició mi mejilla, llevándose con sus dedos una lágrima solitaria que rodaba sin que lo notara. Hablar de mis padres siempre me ponía muy sentimental, y aunque habían pasado más de ocho años desde su partida, el dolor seguía siendo igual de intenso.
—Si quieres dejar el resto de la historia para después, puedes hacerlo. Llevamos mucho tiempo aquí afuera y ni siquiera desayunaste. ¿Quieres ir a la cocina? A esta hora siempre hay café recién hecho para los ayudantes de la mansión —me sugirió con una sonrisa comprensiva.
Negué con la cabeza. Si no soltaba todo en ese momento, dudaba que pudiera reunir el valor de nuevo.
—No, tengo que decirte todo ahora. Luego volveré a cerrarme, y me costará demasiado continuar.
—Entonces continúa, pero tómate tu tiempo. Estoy aquí para ti, Karin —me animó, apretando ligeramente mi mano.
Respiré hondo y retomé mi relato.
—Poco después de que mi padre construyera la mansión en el territorio de los vampiros, justo en los límites con esta manada, comenzaron los problemas. Mi abuelo, previendo lo que podría pasar, hizo un trato con los padres de Logan. Por la amistad que tenían con mi abuelo, acordaron que si mi madre alguna vez tenía problemas con los vampiros, siempre podría refugiarse aquí, en la manada Stormraven, y sería bienvenida.
Amber inclinó ligeramente la cabeza, escuchando con atención mientras acariciaba el cabello de Alec, que seguía profundamente dormido.
—Al principio, todo eran rumores. Los clanes vampíricos, al enterarse de la peculiar pareja, comenzaron a esparcir la noticia por todo el país. Lo que al inicio eran simples murmullos se convirtió en comentarios despectivos. Luego, en amenazas. Especialmente hacia mi madre, cuando mi padre estaba cumpliendo sus funciones en el castillo y ella se quedaba sola en la mansión.
Mis manos temblaron ligeramente al recordar todo lo que había escuchado de pequeña. Amber notó mi incomodidad, pero no dijo nada. Sólo me miró con esa paciencia que siempre me había inspirado confianza.
—El miedo comenzó a apoderarse de ella. Aunque mi madre siempre fue valiente, estaba sola, lejos de su familia, en un territorio que no era el suyo. Así que, en sus ratos libres, decidió construir un cuarto secreto dentro de la mansión. Un espacio lo suficientemente seguro como para que no pudieran olerla ni rastrearla, en caso de que alguien intentara atacarla.
Tomé una pausa más, intentando estabilizar mi respiración. Amber no me apuró, y eso me ayudó a seguir.
—Lo que mis padres temían, eventualmente se hizo realidad. Su descendencia había llegado. Mi nacimiento... cambió todo. Los rumores comenzaron a tornarse más oscuros. Los clanes decían que yo era la prueba viviente de una vieja profecía, una que había sido olvidada por la mayoría, pero que aún permanecía latente en los rincones más profundos de la historia de nuestras razas.
Amber frunció ligeramente el ceño, visiblemente intrigada.
—Según esa profecía —continué, tragando saliva—, un híbrido lobo-vampiro controlaría ambas razas y traería consigo un cambio irreversible. Las guerras entre vampiros y licántropos llegarían a su fin. Pero no porque los conflictos se resolvieran, sino porque las diosas de ambas especies, la Diosa Luna y la Diosa Oscura, se fusionarían para crear una nueva raza. Una raza que dominaría el mundo.
Amber inhaló profundamente, pero permaneció en silencio, procesando lo que acababa de escuchar.
—Mis padres sabían que la profecía era sólo un mito para muchos, pero la posibilidad de que otros la tomaran en serio era suficiente para poner sus vidas en peligro... y la mía también.