En Tokio, Shiro, un joven de 18 años, se muda a un pequeño café con un pasado misterioso. Al involucrarse en la vida del café y sus peculiares empleados, incluyendo al enigmático barista Haru, Shiro comienza a descubrir secretos ocultos que desafían su comprensión del amor y la identidad. A medida que desentraña estos misterios, Shiro se enfrenta a sus propios sentimientos reprimidos, aprendiendo que el verdadero desafío es aceptar quién es realmente. En esta emotiva travesía, el mayor secreto que descubre es el que lleva dentro.
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Capítulo 9: El Reflejo de lo Desconocido
La brisa fría de la noche parecía tener un peso distinto mientras Shiro y los demás se adentraban de nuevo en el café. Ninguno de ellos habló mientras cruzaban el umbral hacia el lugar que, a pesar de su calidez usual, ahora parecía extraño, casi hostil, como si el silencio de la cripta hubiera seguido a la superficie. Las luces suaves y los aromas familiares del café no lograban disipar la tensión que los envolvía.
Haru se detuvo junto al mostrador, depositando el libro sobre la mesa con una expresión de profundo desconcierto.
—Debemos estudiar esto —dijo en voz baja, casi para sí mismo—. Hay algo más en todo esto, algo que no está escrito en el libro. Lo que sea que estaba allá abajo… nos estaba observando.
Shiro sintió el eco de aquellas palabras en su mente. Recordaba vívidamente el contacto que casi había hecho con la figura oscura. Aunque no podía explicarlo, había sentido una conexión extraña, como si esa sombra supiera algo sobre él que ni siquiera él mismo comprendía.
—Haru, debemos ser más cuidadosos —intervino Aiko, acercándose al libro con recelo—. No sabemos con qué estamos jugando aquí. Esto va más allá de cualquier cosa que hubiéramos imaginado.
Hikaru, que había permanecido en silencio durante gran parte del descenso y la salida de la cripta, finalmente rompió su mutismo.
—¿Y si lo dejamos? —sugirió—. Tal vez lo que está allá abajo debería quedarse enterrado. Podríamos vender el café y olvidarnos de todo esto. No vale la pena el riesgo.
Haru levantó la mirada, sorprendido por la sugerencia de Hikaru.
—¿Y rendirnos ahora, cuando estamos tan cerca de descubrir la verdad? —preguntó, su voz llena de incredulidad—. No podemos simplemente dejarlo. Esto es mucho más grande que nosotros.
Shiro, que había estado observando el intercambio en silencio, sintió que algo dentro de él se removía. Era como si una parte de él supiera que no podían alejarse de este misterio, que estaba destinado a continuar, sin importar el costo.
—No es solo una cuestión de descubrir la verdad —dijo finalmente—. Hay algo más allá abajo, algo que está conectado con nosotros. Lo sentí cuando casi toqué esa figura. No sé qué es, pero está esperando algo… de nosotros.
Haru lo miró intensamente, como si las palabras de Shiro confirmaran algo que él ya sospechaba.
—Lo sabía —murmuró—. Todo esto está vinculado de alguna manera. Este café, los Nakamura… y ahora nosotros. No es una coincidencia que estemos aquí.
—¿Y qué quieres hacer? —preguntó Aiko, cruzando los brazos—. ¿Seguir descendiendo hasta que algo nos atrape? Porque, sinceramente, no tengo ningún interés en ser parte de eso.
Shiro reflexionó por un momento. Había una urgencia en el aire, una sensación de que el tiempo se agotaba, aunque no supiera exactamente por qué. Pero algo en su interior le decía que no podían detenerse ahora.
—Tal vez debamos volver —sugirió, mirando a Haru—. Pero no sin estar mejor preparados. Necesitamos entender lo que está en este libro antes de hacer cualquier cosa más. Si esos símbolos realmente nos están llamando, debemos saber a qué nos enfrentamos.
Hikaru asintió, aunque con cierta reticencia.
—No me gusta, pero tiene sentido. No podemos lanzarnos a ciegas otra vez.
Haru suspiró, aliviado de que al menos la conversación estuviera tomando un rumbo más razonable.
—De acuerdo —dijo—. Vamos a estudiar el libro. Quizá haya algo que hayamos pasado por alto, algo que nos dé una ventaja.
Shiro asintió, pero no pudo ignorar la creciente sensación de inquietud en su pecho. Sabía que la oscuridad de la cripta no los había dejado realmente. Aunque estuvieran en la superficie, las sombras seguían con ellos, observando, esperando.
Los días siguientes fueron una mezcla de tensión y estudio exhaustivo. Haru pasaba horas encerrado en su habitación, analizando el libro bajo la luz tenue de una lámpara, mientras Shiro, Aiko y Hikaru intentaban continuar con las tareas diarias del café, aunque la normalidad parecía cada vez más distante. La sensación de que algo los vigilaba se hacía más fuerte con cada hora que pasaba.
Una noche, mientras Shiro cerraba el café, escuchó un suave susurro a su alrededor. Se detuvo en seco, sintiendo el frío subir por su espalda. Miró a su alrededor, pero no había nadie. Sin embargo, el susurro continuaba, como un eco lejano que no lograba desvanecerse.
—Shiro…
El joven giró bruscamente, buscando la fuente de la voz, pero no vio nada. El café estaba vacío, las sillas apiladas y las luces parcialmente apagadas. Solo el suave resplandor de la luna filtrándose por las ventanas iluminaba el espacio.
—Shiro… —repitió la voz, esta vez más clara, casi como si viniera de dentro de su propia mente.
Sintió que el miedo lo envolvía, pero algo en la voz no era del todo hostil. Era más bien una llamada, una invitación. Con cautela, caminó hacia el mostrador, donde había dejado la llave que los había llevado a la cripta por primera vez. La tomó entre sus dedos y sintió un leve pulso, como si estuviera viva.
—Shiro… ven…
Era como si el café mismo susurrara su nombre. Un frío invadió la habitación, y de pronto las sombras alrededor parecieron alargarse, danzando de manera sutil pero inquietante.
Shiro apretó la llave en su mano. Sabía que estaba jugando con fuego, pero también entendía que no podía escapar de lo que estaba sucediendo. No había vuelta atrás. Con la respiración agitada, guardó la llave en su bolsillo y se dirigió hacia las escaleras que llevaban al sótano.
Mientras descendía nuevamente por los escalones, con la linterna en una mano y el corazón palpitando con fuerza, una idea le atravesó la mente: ¿Y si lo que estaban buscando no era una amenaza, sino una respuesta?
Cuando llegó al final de las escaleras, el eco de los pasos se desvaneció y la cripta apareció ante él, tan misteriosa como la última vez. Pero ahora, algo había cambiado. En el centro de la sala, justo frente al altar, una figura humana lo esperaba, cubierta de sombras pero inconfundiblemente allí.
—Te he estado esperando, Shiro —dijo la figura, su voz suave como un susurro pero cargada de una gravedad profunda—. Sabes quién soy.
Shiro tragó saliva, con la mente inundada de preguntas. ¿Quién era esa figura? ¿Por qué lo llamaba? Pero más importante aún: ¿por qué sentía que la conocía desde siempre?