La Boutique De La Marquesa

El crepúsculo teñía el cielo de un rojo intenso, un presagio de los oscuros acontecimientos que estaban por desarrollarse. Mientras la ciudad comenzaba a sumirse en la quietud de la noche, Geoffrey contemplaba la escena desde su estudio con una mirada sombría. Los últimos intentos por sabotear la boutique de Isabella habían fracasado, pero la derrota solo había avivado su determinación. Estaba decidido a destruir todo lo que ella había construido, sin importar el costo.

La obsesión de Geoffrey por arruinar la vida de Isabella había crecido desde el día en que ella lo había dejado, quitándole no solo su posición, sino también su dignidad. Había subestimado a Isabella, creyendo que la tenía bajo control, pero su audacia al pedir el divorcio y reclamar la mayoría de sus bienes lo había dejado furioso. Desde entonces, se había convertido en una sombra acechante, siempre buscando la oportunidad perfecta para vengarse.

En su escritorio, Geoffrey tenía una serie de cartas que había recibido en las últimas semanas. Eran informes de los espías y matones a sueldo que había contratado para vigilar a Isabella y socavar sus negocios. Pero hasta ahora, sus esfuerzos habían sido infructuosos. Isabella había demostrado ser más resiliente de lo que había anticipado, y su boutique no solo sobrevivía, sino que prosperaba.

Geoffrey se levantó de su asiento y comenzó a pasearse por la habitación, sus pensamientos giraban en torno a cómo podría finalmente doblegar a Isabella. Sabía que debía actuar con más precisión y crueldad. Era momento de llevar a cabo un plan más elaborado, uno que no solo afectara su negocio, sino también su reputación y su vida personal.

Al salir de su estudio, Geoffrey descendió a la bodega donde lo esperaba un hombre de aspecto sombrío, uno de sus contactos más confiables en el submundo criminal. El hombre, conocido solo como "El Cuervo", era un experto en extorsiones, chantajes y, cuando era necesario, en causar "accidentes" mortales.

—Cuervo, hemos fracasado antes, pero ahora es hora de intensificar nuestros esfuerzos. Isabella no solo debe perder su negocio, sino también su lugar en la sociedad. Quiero que todo lo que ha construido se derrumbe a su alrededor. —Geoffrey habló con frialdad, con voz cargada de rencor.

El Cuervo asintió con una sonrisa torcida, sus ojos brillaban con malicia.

—Tengo algunos métodos en mente, mi señor. Podríamos comenzar por desacreditarla en la alta sociedad. Una mujer con una reputación manchada no puede sostener un negocio, por muy exitoso que sea. —sugirió el Cuervo, su tono estaba cargado de intenciones siniestras.

Geoffrey asintió lentamente, considerando la propuesta. Sabía que, en la sociedad en la que vivían, la reputación era lo más valioso que una persona podía poseer. Una vez que se sembrara la duda sobre el carácter de Isabella, su posición comenzaría a desmoronarse.

—¿Cómo planeas hacerlo? —preguntó Geoffrey, interesado.

—Es sencillo. Conocemos sus conexiones en la nobleza. Si hacemos circular rumores sobre su carácter, sobre posibles escándalos amorosos o incluso sobre prácticas ilegales en su negocio, la sociedad se volverá en su contra. Nadie querrá ser visto apoyando a una mujer desacreditada. —respondió el Cuervo con una sonrisa cruel.

Geoffrey meditó la idea por un momento y luego asintió, satisfecho.

—Haz lo necesario. Que se difundan rumores en las casas de los nobles, en los mercados, en todas partes. Y asegúrate de que parezca creíble. Si es necesario, falsifica documentos, inventa testigos. No debe haber ninguna duda sobre su veracidad. —ordenó Geoffrey, con tono implacable.

El Cuervo se inclinó respetuosamente y salió de la habitación, listo para comenzar su trabajo. Geoffrey lo observó irse, sintiéndose satisfecho con el plan que habían ideado. Pero mientras regresaba a su estudio, su mente seguía inquieta. Sabía que para asegurarse de la caída de Isabella, necesitaba cubrir todas las posibles contingencias.

De vuelta en su escritorio, Geoffrey tomó una pluma y comenzó a redactar cartas a algunos de sus contactos en la alta sociedad, individuos a los que había favorecido en el pasado y que le debían favores. En estas cartas, insinuaba sutilmente la necesidad de "investigar" a Isabella, de cuestionar su éxito repentino y de su comportamiento reciente. A medida que escribía, Geoffrey no pudo evitar sonreír. Sabía que los rumores, una vez esparcidos, eran casi imposibles de detener.

Mientras tanto, en la boutique, Isabella seguía trabajando incansablemente, ajena a las maquinaciones que Geoffrey había puesto en marcha. Había tenido un día productivo y, a pesar de la tranquilidad que había experimentado durante su retiro en el campo, no podía dejar de sentir que algo ominoso se cernía sobre ella. A menudo se encontraba mirando por la ventana, como si esperara que alguien apareciera para traerle malas noticias.

Anne, quien siempre estaba atenta a las emociones de Isabella, notó su preocupación.

—Milady, ¿se encuentra bien? Parece que algo la inquieta. —preguntó Anne, llena de preocupación genuina.

Isabella sonrió débilmente, tratando de disipar la ansiedad que sentía.

—Estoy bien, Anne. Solo tengo una extraña sensación, como si algo malo estuviera a punto de suceder. Pero quizás solo sea el cansancio. —respondió Isabella, tratando de convencerse a sí misma tanto como a Anne.

Anne asintió, aunque no parecía del todo convencida.

—Si necesita algo, estaré aquí para ayudarla, milady. —dijo Anne con una sonrisa reconfortante.

Isabella le agradeció y decidió que lo mejor sería descansar. Pero esa noche, su sueño fue intranquilo, plagado de sueños inquietantes en los que la gente susurraba a sus espaldas, señalándola con desprecio, mientras su boutique se derrumbaba como un castillo de naipes.

Al día siguiente, los primeros rumores comenzaron a circular. En los salones de las casas nobles, las damas susurraban sobre Isabella, cuestionando cómo una mujer que había sido humillada por su esposo había logrado levantarse tan rápidamente. Se preguntaban si había utilizado medios poco éticos para obtener su riqueza y su éxito. Incluso algunos insinuaban que había encontrado consuelo en los brazos de un amante poderoso, un marqués tal vez, lo que explicaría su reciente cercanía con Alexander.

Los rumores crecieron como una bola de nieve, y pronto llegaron a oídos de aquellos que solían ser clientes habituales de la boutique. Al principio, pocos creyeron en estas calumnias, pero a medida que las historias se repetían y se hacían más elaboradas, comenzaron a surgir dudas. Algunas damas de la alta sociedad dejaron de visitar la boutique, temiendo verse involucradas en el supuesto escándalo.

Isabella notó un cambio en el comportamiento de sus clientes, en las miradas que le lanzaban cuando entraban a la tienda. Incluso algunos de sus proveedores comenzaron a actuar con cautela, insinuando que tal vez no podrían cumplir con los plazos de entrega debido a problemas "imprevistos". La situación comenzaba a afectarla, aunque no podía entender por qué. No había hecho nada malo, y sin embargo, sentía que el mundo a su alrededor empezaba a volverse en su contra.

Fue Anne quien finalmente le trajo la noticia de lo que estaba sucediendo.

—Milady, he oído cosas en el mercado, cosas que la involucran... —dijo Anne con nerviosismo, sin saber cómo abordar el tema.

—¿Qué cosas, Anne? —preguntó Isabella, con su corazón latiendo con fuerza.

—Rumores, milady. Dicen que usted... que tal vez su éxito no es legítimo, que ha recurrido a métodos indebidos para lograrlo... incluso se habla de un amante. —dijo Anne, sus palabras salian apresuradamente, como si quisiera quitárselas de encima.

Isabella se quedó sin aliento por un momento, sintiendo cómo el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Sabía que Geoffrey estaba detrás de esto, pero no había anticipado que sería tan despiadado.

—Geoffrey... —susurró, apretando los puños.

Sabía que debía actuar rápido para detener estos rumores antes de que destruyeran todo por lo que había trabajado. Pero también sabía que no podía enfrentarse a esto sola.