En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
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CAPÍTULO SEIS: EL CONSEJO DE LOS ELEGIDOS
Victoria se encontraba frente al espejo en su habitación, ajustándose el velo tradicional que las mujeres de su linaje usaban siempre. La habitación estaba iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de las cortinas de encaje, creando un ambiente de serenidad y melancolía. Su reflejo mostraba una figura pálida, envuelta en un vestido negro que se extendía hasta el suelo con una elegancia que contrastaba con el peso emocional que llevaba.Al salir de la habitación, no se dirigió al comedor como era habitual en la mansión, sino que tomó un camino diferente. El cementerio, detrás de la imponente casa, la llamaba con su tranquilidad sepulcral y sus recuerdos silenciosos. Allí yacía sepultada su madre, una presencia ausente pero siempre presente en sus pensamientos. Cada paso con el vestido rozando el suelo resonaba con la solemnidad del momento, como si cada paso fuera un eco de su profunda conexión con el pasado familiar.
Victoria se sentía extraña, inundada de una tristeza que parecía más profunda en cada aniversario que pasaba frente a la tumba de su madre. No tenía recuerdos propios de ella, solo historias contadas por otros y fotografías amarillentas que hablaban de un amor interrumpido demasiado pronto.
A medida que avanzaba por el camino cubierto de hierba y hojas secas, el entorno parecía transportarla a un espacio fuera del tiempo, donde los susurros del viento entre las ramas de los árboles y el suave crujir de sus pasos en el suelo se mezclaban en una sinfonía de recuerdo y duelo.
El cementerio apareció ante ella como un oasis de quietud en medio del bullicio de su vida cotidiana. Los árboles cubiertos de hiedra se mecían suavemente con la brisa, sus ramas extendiéndose como brazos protectores sobre las piedras sepulcrales.
El sol, oculto tras nubes grises, proyectaba sombras largas y profundas sobre el valle circundante, intensificando la sensación de estar en un lugar apartado del mundo exterior, donde solo la memoria y el alma podían encontrar consuelo. Murmullos de lamento resonaban en el aire, pero eran familiares y casi reconfortantes para Victoria. Eran los sonidos del duelo que acompañaban cada visita que hacía a la tumba de su madre en su cumpleaños.
Se detuvo frente al sepulcro, una figura solitaria en medio de un paisaje que parecía sacado de una escena de horror gótico. Con el velo cubriendo su rostro y su vestido negro ondeando suavemente con la brisa, Victoria parecía una imagen fantasmal en el ocaso, donde la única luz provenía de las antorchas que adornaban algunas tumbas cercanas, iluminando débilmente la escena.
Se agachó con cuidado entre las flores marchitas que adornaban la lápida de mármol blanco, cuyo nombre tallado con elegancia decía "Victoria Annabelle Lith". Con un pañuelo limpio, comenzó a retirar suavemente las hojas secas y la tierra que se acumulaba sobre el altar dedicado a su madre.
En su familia, sólo ella y su padre se encargaban de mantener la tumba limpia y adornada. Cuando su padre estaba ausente, lo cual ocurría a menudo debido a sus ocupaciones en la mansión, y Victoria no tenía permiso para salir de su habitación, a veces durante meses, la lápida quedaba descuidada, cubierta por flores marchitas y el polvo del tiempo. Este acto de limpieza se convirtió en un ritual personal para Victoria, una forma de honrar la memoria de su madre y de sentir su presencia aunque no estuviera físicamente con ella.
Cada pétalo retirado con cuidado era un gesto de amor y respeto, un intento de mantener viva la memoria de la mujer que había dado vida a Victoria pero que nunca había tenido la oportunidad de conocer en persona. Mientras trabajaba, los murmullos del viento a través de los árboles parecían susurrar historias antiguas de amor y pérdida, envolviéndola en una atmósfera de reverencia y nostalgia.
— Me hubiera gustado haberte conocido, madre. Papá es un buen padre, siempre me ha cuidado, a su manera, pero lo hace —dijo Victoria con una expresión de seriedad que siempre tenía en su rostro—. ¿Qué hubiera sucedido si no hubieras muerto, madre? ¿Es realmente mi culpa tú muerte como a veces suelo escuchar por los pasillos? Es aterrador pensar que si yo no hubiera nacido, posiblemente estarías con vida.
Cuando terminó, Victoria se quedó unos momentos más frente a la lápida, perdida en sus pensamientos.
—Siempre he sentido que en cada rincón de la mansión hay un eco de lo que podría haber sido —continuó Victoria, sus palabras resonando en la quietud del lugar—. Las historias que me contaba papá, las fotos viejas, las cartas que nunca llegaron a ser leídas… Todo parece girar en torno a un vacío que nunca supe llenar.
Victoria miró por última vez la lápida de su madre y caminó de regreso hacia la mansión, que seguía envuelta en su habitual atmósfera de silencio y soledad. El camino de regreso parecía más largo y sombrío bajo la luz crepuscular. Cada paso resonaba en el silencio del cementerio, interrumpido solo por el susurro del viento entre los árboles cubiertos de hiedra.
Al llegar al comedor, donde todos ya estaban reunidos, Victoria sintió un peso adicional en el corazón. Esta vez, la cena no sería como las demás. Se sentó junto a Samara, quien había sido acogida en la familia, siendo la esposa del tío segundo. En la disposición de la mesa, Victoria recordó que si su madre aún estuviera viva, estaría ocupando el lugar que ahora correspondía a Samara.
La cena empezó, todos comieron en silencio. Victoria buscaba a su padre con la mirada, pero él no estaba por ninguna parte, lo cual le pareció sospechoso, ya que solía estar presente durante la cena para no dejarla sola. A pesar de esto, siguió cenando.
Cuando terminaron, los platos desaparecieron y en su lugar aparecieron pliegos de pergamino con los nombres de los presentes. En el de Victoria se encontraba un hombre.
Siendo la única mujer nacida en la familia, siempre había sentido la presión de las expectativas que recaían sobre ella. Aquella noche, al ver el pergamino con su nombre, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era una costumbre familiar recibir misiones importantes mediante estos mensajes escritos en pergamino, un ritual ancestral. Con las manos temblando, desenrolló el pergamino y comenzó a leer el mensaje con atención.
"Victoria Elizabeth Lith, heredera de nuestra estirpe ancestral, te convocamos al Consejo de los Elegidos. Tu presencia es requerida en la noche del próximo eclipse lunar en el antiguo templo de los Nueve Espejos. Allí deberás enfrentar las pruebas que determinarán tu destino y el futuro de nuestra familia. No faltes."
El mensaje era claro y directo, lleno de solemnidad y misterio. Victoria sintió un nudo en la garganta al pensar en las implicaciones de lo que acababa de leer.
El Consejo de los Elegidos era una asamblea reservada solo para los miembros más destacados y prometedores de la familia Lith, donde se discutían y tomaban decisiones trascendentales para el linaje. Ella sabía que en algún momento el pergamino llegaría. Miró a su alrededor, buscando señales de comprensión o apoyo en los rostros de los demás comensales. Samara, a su lado, le lanzó una mirada de complicidad y aliento silencioso. Sin embargo, su padre seguía ausente, lo cual le pareció aún más inquietante. ¿Por qué no estaba él presente en esta cena crucial?
— Victoria, el próximo eclipse lunar es mañana —dijo su abuelo —. Debes estar preparada para cualquiera de las tareas que se te sean asignadas. No lo arruines.
Victoria escuchó las palabras de su abuelo con atención.
— Estaré lista, abuelo —respondió Victoria con voz firme, aunque su corazón latía con intensidad—. ¿Puede adelantarme algo más sobre la tarea?
El abuelo de Victoria le dirigió una mirada seria antes de responder.
— Pronto lo sabrás, Victoria. Pero por ahora, prepárate mentalmente.
Con esas palabras, el abuelo dejó el comedor, dejando a Victoria con pensamientos turbulentos. Ella se levantó y regresó a su habitación con el pergamino en mano, sabiendo que el próximo eclipse lunar traería consigo un desafío que cambiaría su vida para siempre.
Estaba nerviosa, no sabía qué sería lo que se le encomendaría. A su padre se le encomendó algo que ella no sabía, al igual que a todos los hombres de la familia.
Se sentó en la cama y tomó el cofre de cristal donde guardaba muchos de sus objetos personales. Miró el pergamino por última vez, el cual tenía su nombre en grande, en letra cursiva y de un rojo igual de intenso que el de sus ojos. Se recostó en la cama, mirando al frío techo que estaba adornado con símbolos que ella conocía muy bien, ya que su padre le había explicado cada uno cuando era más pequeña.
Durante toda la noche, Victoria no pudo conciliar el sueño por estar pensando en lo que sucedería al día siguiente. Decir que estaba nerviosa era poco; tenía miedo, mucho miedo de lo que sucedería en ese lugar. Se levantó y comenzó a escribir en su pequeña libreta. Victoria tenía suerte de que su padre le enseñara todo, porque de no ser así, sería analfabeta, sin saber leer ni escribir.
Siendo una mujer Lith, no tenía permitido tener contacto con el resto del mundo, a diferencia de los hombres. Era extraño, dado que las mujeres eran quienes mandaban dentro de esa gran mansión, pero había cosas en las que los hombres habían dominado durante generaciones, y una de esas era el control sobre las mujeres nacidas en su familia.
La noche avanzaba lenta y Victoria sentía el peso de la tradición y las expectativas sobre sus hombros. Recordaba las historias que le contaba su padre, historias de valentía y sacrificio, de sombras y demonios, de las luchas secretas que su familia había llevado a cabo durante siglos. Se preguntaba qué tan preparada estaba para enfrentar lo que venía, y si sería capaz de estar a la altura de su legado.
Finalmente, cuando el primer rayo de sol se asomó por la ventana, Victoria dejó la libreta a un lado y se preparó para lo que estaba por venir. Se vistió con ropa cómoda pero adecuada para cualquier eventualidad, y guardó el pergamino en un pequeño bolso que llevaría consigo. Bajó al comedor, donde encontró a su abuelo esperándola.
— Es hora, Victoria —dijo su abuelo con voz grave, pero con una chispa de orgullo en sus ojos—. El eclipse comenzará pronto. Vamos.
Victoria asintió y siguió a su abuelo a través de los pasillos de la mansión, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. Llegaron a una puerta que nunca antes había visto abierta. Su abuelo la empujó y ambos entraron en una habitación oscura, iluminada solo por la luz de las antorchas que colgaban de las paredes. En el centro, un círculo de símbolos antiguos estaba tallado en el suelo, rodeado de velas negras.
— Ponte en el centro del círculo, Victoria —indicó su abuelo—. Y recuerda, sea cual sea la tarea que se te encomiende, tienes la fuerza y la sabiduría de todas las mujeres Lith antes que tú.
Victoria obedeció, sintiendo la energía del lugar envolviéndola. Cerró los ojos y respiró profundamente, preparándose para enfrentar su destino. El círculo se incendió, envolviéndola en una llama mística que la transportó instantáneamente a la entrada del antiguo templo de los Nueve Espejos, donde se encontraba su padre.
Al cruzar la entrada del templo, fue recibida por un murmullo de voces y un ambiente cargado de solemnidad. Todos los miembros de su familia estaban presentes, incluso aquellos a quienes nunca había conocido porque vivían en otros países. Su padre se alejó de ella, dejándola sola en la entrada antes de tomar asiento a la izquierda de su propio padre, el abuelo de Victoria.
Victoria tomó una gran bocanada de aire, tratando de calmar sus nervios mientras caminaba hacia el centro del lugar. Allí, su abuela la esperaba junto a un grupo de personas que ella no reconocía, probablemente ancestros de la familia. La abuela, una figura imponente con ojos llenos de sabiduría y severidad, la observaba con una mezcla de orgullo y expectativa.
—Victoria, hija de la casa Lith, hoy te encomendarás a la tarea más sagrada y peligrosa de nuestra familia —dijo la abuela con voz firme y resonante—. El eclipse marca el comienzo de una nueva vida. Debes estar preparada para esto.
Victoria se arrodilló frente a su abuela, aceptando el pergamino que le ofrecía. El pergamino contenía las instrucciones detalladas de su tarea. Al abrirlo, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al leer las antiguas palabras que describían el ritual que debía llevar a cabo. Sus manos temblaban ligeramente, pero se obligó a mantener la compostura. Levantó la mirada hacia las personas que estaban junto a su abuela, quienes sostenían algo en sus manos. Al enfocarse en el objeto, su corazón dio un vuelco. Era una caja antigua, de apariencia ominosa y cubierta de símbolos arcanos. Victoria comenzó a negar con la cabeza, su mente inundada de temor. No quería aquello, le aterrorizaba la idea de cuidar de esa caja.
El templo comenzó a resonar con una fuerza impresionante, como si se fuera a partir en dos. La atmósfera se tornó densa, y un murmullo de preocupación surgió entre los presentes.
—Esta es la caja del demonio —dijo una figura imponente de nombre Beren Lith, su voz resonando con autoridad—. Aquí están encerrados miles de demonios que jamás deben ver la luz del sol, o eso traería catástrofes para el mundo. Es ahora tu responsabilidad, Victoria Lith, cuidar de que estos demonios permanezcan en la caja o tu cabeza estará en juego.
Las palabras de Beren Lith eran pesadas. Victoria sintió una presión inmensa sobre sus hombros. Sabía que no podía rechazar esta misión, pero el miedo la consumía. La caja parecía emanar una energía oscura, pulsante, que parecía atraerla y repelerla al mismo tiempo. Sus dedos temblaban mientras extendía la mano para tocarla, sintiendo la fría superficie bajo su piel.
Alejo rápidamente sus dedos antes de tocarla y dirigió la mirada hacia su padre quien la miraba sin expresión alguna. Ella tomó un fuerte respiro y tomó la caja en sus manos. Esta comenzó a moverse de un lado al otro, como si lo que estuviera adentro quisiera escapar.
—Pero... ¿por qué yo? —murmuró, casi para sí misma, aunque sabía que todos podían oírla.
—Porque eres la primera mujer Lith en generaciones, y esta tarea requiere una fuerza y una pureza de espíritu que sólo tú posees —respondió su abuela, su voz firme pero llena de un extraño cariño—. Debes mantener esta caja sellada. Jamás la abras. Los demonios son entidades que en muchos casos no son malos, pero los que están encerrados en esta caja son la peor creación del mundo. Fueron ángeles que, por su inalcanzable avaricia, alcanzaron el nivel máximo de maldad.
Victoria miró la caja con una mezcla de temor y determinación. La energía oscura que emanaba de ella era palpable, como si miles de voces susurraran promesas y amenazas al unísono. Sentía el peso de la historia familiar sobre sus hombros, una responsabilidad que no podía eludir.
— Nuestra familia ha sido encargada de cuidar de esta casa durante siglos y nunca nadie la ha abierto, espero que siga así, Victoria Lith.
—Haré lo que deba hacer para mantenerlos encerrados.
—Recuerda siempre —añadió Beren Lith, su voz profunda y serena—, la clave para mantenerlos bajo control reside en tu espíritu. Mantén tu corazón puro y fuerte, y ellos nunca podrán romper el sello.
Sus palabras parecían reverberar en el aire, impregnando el espacio con un peso casi tangible. El consejo no era una simple advertencia, sino una verdad profunda que resonaba en lo más hondo de su ser. Sin embargo, una duda se filtró en su mente, una preocupación que no pudo evitar expresar.
—¿Y solo se puede abrir de esa manera? —preguntó, su voz traicionando una mezcla de temor y confusión—. ¿Tengo que mantenerme pura por siempre?
La pregunta quedó suspendida en el aire, como una confesión silenciosa de las dudas y temores que acechaban en su interior. La idea de una pureza eterna, de una vigilancia constante sobre su espíritu, se presentaba como una carga inmensa, un desafío que amenazaba con abrumarla. ¿Era eso lo que realmente significaba su destino? ¿Una vida de constante vigilancia y sacrificio para proteger el sello que contenía a esas fuerzas oscuras? La incertidumbre de lo que el futuro le deparaba pesaba sobre ella, haciendo que las palabras de Beren Lith se grabaran aún más profundamente en su mente.
—Nadie nunca debe tocar tu cuerpo de una manera lasciva, y la caja nunca debe tocar el suelo —dijo con voz firme, sus palabras cargadas de una advertencia que no admitía excepciones—. Está en los escritos de la caja.
El silencio que siguió a sus palabras era pesado, como si el aire mismo se hubiera densificado bajo el peso de esa declaración. Había algo casi sagrado en esa regla, una ley inquebrantable que parecía estar grabada en el destino de quien portaba la caja. La seriedad en su tono dejaba claro que no se trataba simplemente de una precaución, sino de una directriz vital, una línea que jamás debía cruzarse.
Esos escritos, antiguos y llenos de un poder arcano, habían sido transmitidos a lo largo de generaciones, advirtiendo sobre las terribles consecuencias de desobedecer. La idea de que alguien pudiera tocar su cuerpo de manera inapropiada, o que la caja pudiera caer al suelo, estaba impregnada de un peligro tan grande que no se podía subestimar.
Estas normas, aunque aparentemente simples, eran el pilar de la protección que debía ofrecerse a la caja y a quien la custodiaba. Cualquier desviación podría desencadenar un desastre inimaginable, liberando fuerzas que nadie podría controlar.
—Si deseas tener un acto carnal, primero debes casarte —afirmó con seriedad, sus ojos fijos en los de su interlocutor, como si quisiera asegurarse de que comprendiera la gravedad de lo que estaba diciendo.
La frase, sencilla pero cargada de significado, no era solo un consejo, sino una regla que debía seguirse sin excepción. En esa sociedad, el acto carnal era algo sagrado, reservado únicamente para aquellos que habían sellado su unión bajo las bendiciones del matrimonio. Este principio no solo tenía una connotación moral, sino que estaba profundamente entrelazado con las tradiciones y creencias que regían su mundo. El matrimonio, más que un simple contrato social, era visto como un vínculo espiritual, un compromiso que unía no sólo los cuerpos, sino también las almas. Solo bajo esta unión bendecida se permitía la consumación física, garantizando que el acto carnal fuera una expresión pura de amor y devoción, y no simplemente un impulso pasajero.
— Está bien. Haré todo lo posible para cuidar de la caja.
La caja del demonio había pasado de generación en generación en la enigmática familia Lith, siendo hace cien años la última vez que se compartió, quedando envuelta en el misterio desde entonces. Esta reliquia ancestral, adornada con letras inscritas en cada uno de sus lados, contaba una historia tan antigua como el tiempo mismo. Los grabados, en un idioma arcano y olvidado, relataban la terrible verdad que se oculta en su interior: la caja albergaba a miles de demonios de la más alta maldad, demonios que alguna vez fueron ángeles. Estos ángeles caídos, en un tiempo remoto, se rebelaron contra las leyes divinas y alcanzaron un nivel de maldad tan imperdonable que incluso sus propios hermanos celestiales no tuvieron más opción que encarcelarlos.
Los ángeles forjaron esta caja dorada, cerrándola con hechizos poderosos y complejos para contener a estas entidades malévolas. Durante siglos, la caja ha sido custodiada por la familia Lith, quienes asumieron la sagrada responsabilidad de mantenerla cerrada y alejada del mundo.
La caja, de un color dorado brillante, parecía inofensiva a simple vista. Su resplandor engañoso ocultaba el oscuro y aterrador poder que residía en su interior. Nadie, salvo los Lith, sabía que el verdadero propósito de la caja era servir como una prisión para estos demonios astutos y llenos de malicia, que aguardaban pacientemente, ansiosos por ser liberados.
Se contaban historias en los pueblos sobre las noches en que la caja resonaba con susurros y lamentos, como si las almas condenadas en su interior intentaran comunicarse con el mundo exterior. Aquellos que alguna vez se atrevieron a acercarse demasiado a la caja, aseguraban haber sentido una presencia fría y opresiva, un mal que parecía emanar desde su centro y penetrar en los corazones de los incautos.
La familia Lith había enfrentado muchas dificultades a lo largo de los siglos, protegiendo la caja y asegurándose de que nunca cayera en manos equivocadas. Sus miembros más antiguos siempre advertían a los más jóvenes sobre los peligros que acechaban si la caja se abría, relatando las antiguas profecías que hablaban del caos y la destrucción que estos demonios desatarían sobre el mundo.
Esa caja, aunque aparentemente insignificante en su tamaño, cargaba con el destino de la humanidad. Los demonios en su interior, con sus ojos llenos de odio y sus corazones rebosantes de maldad, aguardaban impacientes por el momento en que pudieran liberarse de su prisión dorada. El equilibrio entre el bien y el mal pendía de un hilo, y la caja del demonio era el frágil sello que mantenía a raya las fuerzas oscuras que amenazaban con sumir al mundo en una era de terror y desesperación.