Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 04. El sabor de mi arma.
Cuando Alonzo despertó, intentó moverse, pero sus manos estaban atadas detrás de su espalda, sus pies igualmente inmovilizados, su boca amordazada y sus ojos vendados. El pánico comenzó a apoderarse de él, mientras forcejeaba sin éxito contra sus ataduras. Intentó incorporarse nuevamente, y fue entonces cuando sintió el movimiento: al parecer, estaba en un automóvil. Estiró las piernas y golpeó el costado del vehículo, pero el ruido de las sirenas de las patrullas ahogaba cualquier otro sonido, imposibilitando que alguien lo escuchara fuera de la camioneta.
Se esforzó por liberarse, pero sus movimientos fueron en vano. En una curva brusca, su cuerpo fue lanzado contra la parte trasera de la camioneta, el dolor recorrió toda su espalda y lo obligó a apretar los labios para no gritar.
—Date prisa, me están pisando los talones —escuchó la voz de su captor desde el asiento del conductor.
Alonzo dejó de forcejear y se acurrucó en una esquina al oír los disparos y las balas impactar contra el blindaje del vehículo. Por suerte, la camioneta estaba protegida desde las llantas hasta el techo.
—¡Mierda! —gritó el conductor, pisando el acelerador —. Estoy en la cinco, por el lado sur —escuchó decir a su captor, con evidente frustración.
"Vamos para allá, jefe", respondió otra voz a través de lo que Alonzo reconoció como un radio de comunicación, el tono alterado de aquel hombre revelaba la gravedad de la situación.
El sonido de los disparos no cesaba; de hecho, parecía intensificarse. Alonzo apretaba las manos con fuerza, deseando que aquella pesadilla llegara a su fin. De repente, el ruido de más armas comenzó a resonar, y el hombre que lo había secuestrado soltó una carcajada mientras golpeaba el claxon con entusiasmo. El tiempo se volvió difuso para Alonzo, pero cuando la persecución mortal finalmente terminó, su miedo no desapareció, solo aumentó.
"Cerdo de la Interpol", recordaba que Vega había dicho. Pero, ¿cómo demonios lo habían confundido con un agente de la Interpol? Estaba completamente desconcertado. ¿Podría tratarse de un error? Tal vez sí, pero después de haber sido secuestrado, ¿lo dejarían ir con vida? Las preguntas giraban en su mente, sin descanso.
Sintió cómo el auto se detenía de golpe, y su corazón comenzó a latir frenéticamente. Contuvo la respiración, sin atreverse a moverse. Escuchó la puerta del conductor abrirse y cerrarse con rapidez. El silencio que siguió lo ponía aún más nervioso. Después de unos minutos, oyó el sonido de otros vehículos acercándose y estacionándose.
El silencio dentro de la camioneta se hacía insoportable. La incertidumbre lo carcomía. ¿Estaban planeando cómo deshacerse de su cuerpo? ¿Lanzarlo a un río o abandonarlo en un bosque para que los animales salvajes lo devoraran? Los pensamientos lo estremecieron, y su cuerpo comenzó a temblar de miedo. El sudor frío le cubría la frente, mientras las manos le temblaban incontrolablemente.
Unos minutos después, el sonido de más autos alejándose lo alteró aún más. Estaba acurrucado en la parte trasera de la camioneta cuando el repentino ruido de la cajuela abriéndose lo sobresaltó.
—Este es el bastardo —escuchó a Vega hablar con una voz que le infundía terror.
—¿Quiere que haga lo mismo que con los demás? —preguntó otra voz, tan fría como la anterior.
Al oír aquello, Alonzo entró en pánico, moviendo su cabeza de manera frenética. Balbuceó palabras ininteligibles debido a la mordaza que le impedía hablar. Desesperado, trató de quitársela, pero estaba demasiado bien atada, dificultándole incluso la respiración.
—No —respondió Vega, y por un breve instante, Alonzo sintió alivio. Sin embargo, las siguientes palabras lo hicieron estremecer de terror—. Yo mismo me encargaré de él.
—Bien.
La cajuela fue cerrada de golpe, y la camioneta se puso nuevamente en marcha. No supo cuánto tiempo pasó en esa oscuridad, podrían haber sido horas o solo minutos. La noción del tiempo se le escapaba, y el cansancio, junto con el hambre y la sed, comenzaban a hacerse insoportables. Finalmente, el vehículo se detuvo, y sintió cómo tiraban bruscamente de sus pies para arrastrarlo fuera.
—Te voy a quitar las ataduras de los pies. No intentes correr o mis hombres te llenarán de balas antes de que des dos pasos —le advirtió su captor.
Alonzo asintió rápidamente. Sabía que no era lo suficientemente estúpido como para intentar escapar. Apenas le quitaron las cuerdas de los pies, quiso estirarse, pero fue jalado de inmediato, cayendo pesadamente contra el frío pavimento. A pesar del dolor, no se quejó, simplemente lo soportó.
—Levántalo. Sabes a dónde llevarlo.
Dos hombres lo arrastraron sujetándolo de los brazos, y aunque tropezó varias veces, consiguió seguirles el paso. Después de caminar varios metros, lo sentaron en una silla y le ataron las manos y las piernas. Finalmente, le retiraron la venda de los ojos. La luz de una lámpara directamente sobre su cabeza lo cegó momentáneamente. Parpadeó varias veces antes de que su visión se ajustara, y entonces reconoció el rostro del hombre frente a él: su supuesto cliente.
—Alonzo, ¿es ese tu nombre? —preguntó el hombre, levantando una pistola y acariciando el frío metal con sus dedos.
Alonzo tragó saliva al ver el arma. Los ojos del hombre se clavaron en él, intimidantes y llenos de una frialdad mortal. Alonzo asintió con miedo.
—Eres el segundo maldito bastardo que los americanos envían por mí—dijo el hombre con voz amenazante.
Alonzo no entendía nada. Ni siquiera era americano, y mucho menos un agente especial. Solo era un simple asistente, con problemas amorosos y de salud.
—¿Vas a cooperar y decirme la verdad o... vas a morir como el anterior? —amenazó el hombre.
Alonzo negó rápidamente con la cabeza. Cuando el hombre repitió su pregunta, Alonzo asintió enérgicamente. Un gesto del captor, y uno de los secuaces le quitó la mordaza con brusquedad.
El alivio momentáneo de poder mover la boca fue reemplazado rápidamente por el miedo. Sus labios estaban resecos y cada músculo de su cuerpo dolía.
—Vas a decirme todo lo que sabes, y lo harás ahora —ordenó el hombre. La pistola fue colocada sobre la mesa y arrastrada hacia su mano derecha, el ruido del metal resonando en la habitación como una advertencia. Alonzo sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal—. Si me mientes o intentas ocultar información, cada parte de tu cuerpo probará el sabor de mi arma. ¿Entendido?
Alonzo, temblando, asintió sin dudar. No sabía qué iba a decir, o si el hombre le creería, pero sabía que su única oportunidad de sobrevivir dependía de lo que dijera en los próximos minutos.
cada episodio quedando en espera del siguiente,siempre en suspenso,,,