Solo En La Oscuridad

Esa noche, Miguel había llegado tan agotado de la universidad que apenas llegó se dirigió directo a la cocina. Allí encontró dos calderos con comida sobre la estufa, y los puso a calentar para no comerse la comida fría como siempre hacía. En ese momento, escuchó el timbre de su celular. Buscó dentro de su maletín para encontrarse con una llamada perdida de Natalia. Se acostó sobre el sofá de la sala y marcó su número. Bastó que timbrara dos veces para que ella le contestara (al parecer estaba esperando su llamada). Se conocían desde pequeños y hacía tiempo que se gustaban, pero ambos eran demasiado tímidos como para dar el primer paso. A pesar de eso, ambos solían fantasear mucho, imaginando una vida juntos. Muchas noches se encontraron hablando hasta la madrugada de cómo sería una vida si se convirtieran en pareja: qué tipo de casa comprarían, cuántos hijos tendrían, cosas así. Natalia le preguntó cómo le había ido en la universidad con ese examen para el que él no estaba preparado y Miguel respondió que no había estado mal. Cuando ella le preguntó qué comería, recordó la comida en la estufa. Se levantó de un brinco y corrió a la cocina. La comida se había calentado más de lo que quería. El pollo guisado ya no tenía guiso y el arroz que había en el otro caldero ahora olía a arroz ahumado. “Se me quemó, pero tocó así”, fue lo único que atinó a decir mientras Natalia se reía a carcajadas. “Te van a escuchar” le dijo Miguel, pero ella le explicó que estaba en la ventana de la sala mirándolo por la ventana de la cocina y que sus papás estaban en una fiesta en el parqueadero del edificio. Miguel abrió la ventana y en efecto, allí estaba aquella chica por la que sacrificaba horas de sueño cada noche. Siguieron charlando por unos minutos hasta que ella preguntó si no comería. Miguel respondió que la comida podía esperar, que no tenía tanta hambre. Ella riendo le dijo: “bueno, cuidado y se la come tu papá”. Miguel sonrió mientras le decía que no había problema con eso a lo que ella respondió: “bueno, cuidado y se la comen”. Miguel no le dio largas al asunto y prosiguió charlando con ella. Hablaron de salir a cine ese fin de semana y después ir a comer helado. Miguel había decidido dar el primer paso y esa salida sería el momento perfecto. Estaban planeando todo cuando Natalia le preguntó nuevamente: “¿en serio no vas a comer aún?”. Miguel, ya decidido a dar un paso más allá de la amistad, le dijo que prefería hablar con ella. Ella le respondió que la comida no iba a demorar mucho allí porque ya había visto al papá de Miguel caminar por detrás de él, de la sala a la cocina, varias veces. Miguel le respondió que eso no podía ser, porque estaba solo en el apartamento. Miguel escuchó primero una risa desde el otro lado y después a Natalia asegurarle: “a mi no me vas a asustar. Tu papá ha pasado varias veces detrás de ti así que no me vengas con ese cuento de que no está en la casa”. Miguel se sintió algo extrañado ya que no mentía, él estaba solo en casa esa noche. Natalia cortó la llamada e inmediatamente llegó un mensaje con una foto a su teléfono: “mira que no es mentira” y allí se podía ver como detrás de Miguel había una sombra de alguien que era mucho más alto, pero al que no se le veía muy bien la cara. En ese momento, Miguel sintió que las piernas le temblaban, que sus brazos le pesaban y que un frio extraño empezó a recorrerle el cuerpo mientras veía a Natalia que lo miraba a través de la ventana con cara extrañada. Todo esto, mientras él en silencio recitaba un Padre Nuestro…