La banda del sur, un grupo criminal que somete a los habitantes de una región abandonada por el estado, hace de las suyas creyéndose los amos de este mundo.
sin embargo, ¡aparecieron un grupo de militares intentando liberar estas tierras! Desafiando la autoridad de la banda del sur comenzando una dualidad.
Máximo un chico común y normal, queda atrapado en medio de estas dos organizaciones, cayendo victima de la guerra por el control territorial. el deberá escoger con cuidado cada decisión que tome.
¿como Maximo resolverá su situación, podrá sobrevivir?
en este mundo, quien tome el poder controlara las vidas de los demás. Máximo es uno entre cien de los que intenta mejorar su vida, se vale usar todo tipo de estrategias para tener poder en este mundo.
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capitulo 9. prueba de paciencia
Cortina y Trinchera
En el ámbito del combate, la "cortina" es una táctica fundamental que se implementa cuando varias tropas se posicionan a una distancia de entre tres y cinco metros entre sí. Este despliegue permite a los soldados avanzar mientras disparan, o en su defecto, resistir un ataque enemigo. Durante una maniobra de "cortina", los soldados adoptan una postura baja, arrodillándose o desplomándose boca abajo sobre el suelo. La mirada, fija hacia el frente, y el cuerpo, tenso, mantienen una vigilia constante. Cada movimiento es calculado, cada respiración medida, pues esta disposición reduce considerablemente la probabilidad de ser alcanzados por el fuego enemigo. Es un acto de supervivencia y disciplina, donde la paciencia y la estrategia se imponen sobre la pura acción.
Por otro lado, la "trinchera" representa la estrategia de atrincherarse en el terreno. Buscar refugio tras una trinchera o cualquier otra cobertura similar es vital para proporcionar protección efectiva contra los ataques enemigos. Aunque la acción de atrincherarse comparte la misma intención defensiva que la cortina, se diferencia en su propósito: mientras que la cortina facilita el movimiento y la ofensiva bajo cobertura, la trinchera está destinada a consolidar posiciones defensivas. El soldado que se atrinchera, oculto tras un muro de tierra, un barranco o cualquier otra estructura, no solo se resguarda, sino que se prepara para detener a los invasores, convertido en una parte de la propia tierra que lo cubre.
Ambas tácticas, la cortina y la trinchera, son esenciales en la guerra moderna. Cada una ofrece su propio tipo de protección y ventaja, permitiendo a las fuerzas armadas maximizar su eficacia y supervivencia en el campo de batalla. Son más que técnicas; son respuestas instintivas a un entorno donde la vida y la muerte se encuentran a la distancia de un disparo.
La segunda prueba se desarrolla en un vasto campo, cubierto de hierbas altas y arbustos densos, un paisaje que parece tan tranquilo como engañoso. Raphael, con su tono autoritario, da las instrucciones a los concursantes, su voz clara y confiada, pero con un matiz de emoción contenida.
"¡Para esta prueba, ustedes no tendrán que hacer nada! Sí, nada. Solo deben acortinarse en puntos donde no sean visibles. Eso es todo." Respira profundamente, disfrutando de la expectante quietud que se extiende por el grupo.
Con una precisión meticulosa, Raphael distribuye a cada concursante en lugares estratégicos del monte, asegurándose de que las plantas y arbustos oculten sus siluetas. Aunque hay desconcierto en los rostros de los hombres, las órdenes son claras: deben permanecer inmóviles y en silencio absoluto. La amenaza de un castigo severo flota en el aire, como un peso invisible, presionando sobre todos.
"El que se deje ver entre los montes tendrá que pararse de pie, sin moverse, hasta que termine la prueba," dice, dejando escapar una sonrisa sutil, disfrutando de la angustia ajena. Su voz se adereza con una satisfacción casi palpable.
Raphael asigna a Cristóbal la tarea de vigilar, y mientras él y su amante se encargan de repartir el desayuno, aseguran que nadie se mueva ni un milímetro durante la prueba. La jornada comienza, y con ella, la “prueba de paciencia”.
El primer día transcurre lentamente. A pesar de la extrañeza de la situación, todos permanecen inmóviles, fundiéndose con el paisaje. Máximo siente la calma del entorno, los sonidos de la naturaleza lo rodean: el canto distante de las aves, el susurro suave del viento que acaricia las hojas. Por un instante, se olvida de la tensión, y la sensación de estar en armonía con la naturaleza lo envuelve.
Pero a medida que las horas se estiran, el calor del día cede paso a una noche fría que se cuela entre la maleza y el cuerpo cansado. La oscuridad parece devorar el campo, pero nadie se mueve, ni siquiera para calentarse. La incomodidad crece, el frío se clava en los huesos, y aunque no hay órdenes de levantarse, la necesidad de moverse se vuelve casi insoportable. Cristóbal, alerta como siempre, no cede, mientras que el sueño se convierte en el enemigo más cruel de todos. A la medianoche, Máximo siente cómo el cansancio lo arrastra, su cuerpo luchando contra el sueño hasta que finalmente, se deja vencer.
El segundo día, la rutina continúa. El desayuno llega y la inmovilidad persiste. El sol se alza, pero la tensión es más fuerte que nunca. La prueba parece extenderse en el tiempo, y los músculos de todos los concursantes gritan en silencio por alivio. El tercer día comienza con un dolor palpable en cada uno, una tortura lenta. El sol ya no es bienvenido, su luz solo intensifica la fatiga.
Un grito rompe la tensión del campo. "¡Esto es una mierda! Estoy cansado de esto. ¡Me duelen los brazos!" La voz resuena en el aire, mezclada con el crujido de los arbustos a su alrededor. La rebelión estalla, una chispa en medio de la calma opresiva.
Raphael no se inmutó. Su mirada, tan fría como el viento nocturno, se fija en el hombre que ha quebrado la disciplina. "¡Todos pueden levantarse!" Su voz resuena como un latigazo, severa y controlada. Se dirige al hombre rebelde, quien aún respira agitadamente. "¡Tu castigo es permanecer atrincherado, parado sin moverte y sin sentarte durante un día y una noche! Y si vuelves a rebelarte, serán tres días... tres noches."
El silencio cae de nuevo, pesado y denso, mientras los otros se preparan para enfrentar las consecuencias de la desobediencia. La prueba continúa, más allá de lo físico, más allá del hambre, se convierte en un testimonio de la voluntad.
La prueba de paciencia se repite, jornada tras jornada, y con cada nuevo amanecer, la desesperación se hace más palpable en el aire. El silencio se vuelve ensordecedor, un peso insoportable que empuja a los concursantes al límite. Los días se diluyen en un ciclo interminable de inmovilidad: el sol abrasador, la lluvia intermitente, el frío helado de la noche, y la constante presión de no moverse, de no romper la disciplina.
En medio de este tormento, uno de los concursantes cede. La desesperación lo consume y, al final, decide abandonar la prueba. Al enterarse, Raphael se enfurece, su rostro se endurece como piedra, y su voz, cargada de furia, corta el aire como una cuchilla.
"¡Cristóbal!" Su grito resuena en el campo. "Si alguien se mueve, tienes la orden de dispararle. Todos los que tienen armas deben hacer lo mismo." La furia en su tono es palpable, como un torrente que arrastra todo a su paso. Su autoridad, casi tangible, marca el curso de los acontecimientos.
Los concursantes se sienten atrapados en una prisión invisible, uno de los cuales acaba de romper la regla más sagrada. La tensión crece, y las mentes empiezan a tambalear bajo el peso de la constante incomodidad, la fatiga extrema y la hambre. Pero lo peor es el vacío emocional que empieza a desgastarles: la soledad, la impotencia, el silencio absoluto que parece penetrar en sus almas.
Máximo, completamente consciente de que esto es más que una prueba física, trata de mantener la calma. Sabe que es una batalla de voluntad. El cuerpo se resiente, pero la mente... la mente tiene que mantenerse firme. No puede ceder, no puede abandonar. La sensación de anhelo por estirarse es constante, una punzada dolorosa en sus músculos, pero la mente sigue luchando. Sabe que esto no es solo resistencia física, sino mental. Su mente debe dominar el dolor.
Finalmente, después de lo que parecen semanas, Raphael, con una sonrisa casi cruel, da la orden de que la prueba ha llegado a su fin. Los concursantes, demacrados y al borde de la locura, se levantan. Los músculos les arden, el cansancio les pesa, pero la felicidad de moverse nuevamente es indescriptible. El alivio es tan profundo que ni siquiera la fatiga extrema puede opacarlo.
"El entrenamiento debe ser tan duro," dice Raphael, su voz grave y satisfecha, "que la guerra parecerá un descanso."
Aunque agotados, los concursantes no tienen tiempo para relajarse. Tras este desafío, se les concede un día de descanso, pero pronto llega la noticia que cambia el ambiente. El desertor ha sido capturado. Theron, Eulalia y Elowen lo traen ante el grupo, sus rostros serios y sin misericordia. El hombre que intentó escapar está ahora frente a ellos, una sombra de sí mismo, su rostro marcado por la derrota.
Theron se adelanta, su mirada fría y calculadora, como un juez imparcial. "Este es su compañero. Intentó desertar, pero lo capturamos antes de que lograra escapar." La gravedad de sus palabras cala en los corazones de los demás, y el silencio que sigue es tan denso que casi se puede tocar. "Por eso, hemos decidido ajusticiarlo por traición a nuestra organización, según lo que dicta el reglamento."
Las palabras de Theron caen como un veredicto, y la atmósfera se vuelve más pesada aún. No hay lugar para el arrepentimiento, ni para la compasión en este entorno. Los ojos de los demás concursantes siguen al desertor, y las sombras de la disciplina y el castigo se alzan sobre todos. Nadie osa mover un músculo.
Raphael inclina la cabeza con lentitud, sus labios se curvan en una mueca de aprobación mientras sus ojos se mantienen fríos, sin revelar ni el más mínimo atisbo de remordimiento.
Eulalia, al notar cómo el rostro de Máximo se oscurecía y sus manos temblaban levemente, se acerca despacio. Con la voz suave pero llena de inquietud, pregunta:
—¿Te encuentras bien, Máximo? Te noto diferente...
Aunque una sonrisa forzada se dibuja en sus labios, los ojos de Máximo delatan un vacío que nada tiene que ver con su intento de mostrarse sereno. Con un tono entrecortado y cargado de melancolía, responde:
—Estoy bien, pero dime, ¿hasta cuándo tendré que permanecer aquí?
La tristeza en su voz se cuela en el ambiente, y Eulalia la percibe en el ligero encorvamiento de sus hombros y en el brillo apagado de sus pupilas. Con un esfuerzo por transmitir calma, Eulalia se inclina un poco más hacia él y murmura:
—Tranquilo, ya falta poco para que el curso básico acabe.
Pero la tensión en las manos de Eulalia y el leve temblor que se asoma en su voz delatan que, en el fondo, ella también siente que algo no marcha bien.
Con la voz quebrada por el peso de la desesperación, Máximo baja la mirada y, casi en un susurro, confiesa:
—Eulalia, quiero que me saques de aquí...
La súplica se desliza entre sus palabras como un grito ahogado, una manifestación sincera de la desesperación que le consume.
Sintiendo la urgencia de aliviar ese tormento, Eulalia aprieta ligeramente sus manos, como intentando recolectar el valor que brota de ella, y responde con determinación:
—Aguanta un poco más. Pronto estaremos en el campamento nuevamente. ¿Puedes aguantar unos días más?
En ese preciso instante, Máximo se transforma en algo mucho más que un concursante. Se vuelve un ancla en el torbellino de emociones de Eulalia, un rayo de esperanza en medio de aquel desolador infierno, aunque ella aún no se da cuenta de lo valioso que ha llegado a ser para ella.
Con voz ronca y una mirada que mezcla dolor y esperanza, Máximo asiente y dice:
—Sí, aguantaré un poco más. No te olvides de mí, Eulalia.
Cada palabra pronunciada es un suspiro de anhelo, una promesa silenciosa de resistencia, mientras en sus ojos se refleja la única luz que lo impulsa a seguir: la certeza de que, si Eulalia lo saca de ese lugar, encontrará la salvación en medio de la adversidad.