Promesas De Hielo Y Fuego

El cuarto día desde que Valentina había decidido no rendirse, a pesar de que su cuerpo y mente le pedían descanso, amaneció cubierto de nubes grises. Cada intento de escapar había terminado en fracaso. Los guardias, implacables y obedientes a Bill, la encontraban antes de que pudiera llegar más allá de los terrenos de la mansión. Pero ese día, mientras se asomaba por la ventana de su habitación, Valentina sintió una punzada de esperanza al ver la niebla espesa que cubría el bosque. Tal vez esta vez tendría éxito.

Con cuidado, esperó hasta la noche. Sabía que la nieve era traicionera, pero también sabía que no podía seguir así. Durante los últimos días, había sentido una presión constante en el pecho y un dolor punzante al respirar. El frío comenzaba a apoderarse de su cuerpo, pero estaba convencida de que la libertad valía cualquier sacrificio. Cuando finalmente salió de la mansión, logró escabullirse por un rincón del jardín que no estaba iluminado. Las cámaras estaban enfocadas hacia el camino principal, y Valentina pensó que la niebla sería su aliada.

Corrió con todas sus fuerzas, ignorando el ardor en su garganta y el escozor del viento en su piel. La nieve le llegaba casi a las rodillas, dificultando cada paso. Pero su mente estaba fija en un solo objetivo: alejarse de Bill y esa mansión que sentía como una prisión.

Pasaron apenas unos minutos antes de que la alarma interna de la mansión se activara. Una luz roja comenzó a parpadear en el interior, iluminando las ventanas. Valentina sabía lo que eso significaba: la habían detectado otra vez. A lo lejos escuchó voces, pero no podía distinguirlas por el viento. Tropezó y cayó al suelo frío, golpeando sus manos desnudas contra la nieve. Estaba agotada, pero no se permitió detenerse.

La buscaron durante horas. Cuando finalmente la encontraron cerca del borde del bosque, estaba demasiado débil para protestar. Los guardias la llevaron de regreso, su cuerpo temblando de pies a cabeza, su piel pálida y sus labios casi morados. No habló cuando la dejaron frente a Bill, quien la esperaba en la entrada con el ceño fruncido.

Sin embargo, esta vez Bill no le gritó. Su rostro reflejaba algo más que frustración: preocupación. Valentina no podía mantener la mirada en él; apenas podía mantenerse en pie. Bill ordenó que la llevaran directamente a su habitación y que le trajeran té caliente y una doctora de inmediato.

El quinto día llegó con un silencio inquietante. Valentina se despertó sintiéndose peor que nunca. Su cuerpo estaba débil, su respiración era superficial y cada tos sacudía su pecho con fuerza. Intentó levantarse, pero apenas pudo caminar hasta la ventana antes de que sus piernas cedieran. Cuando miró afuera, vio a los guardias patrullando con más intensidad. Las cámaras que antes eran un obstáculo ocasional ahora cubrían cada rincón del terreno. Sus intentos de escapar ya no serían posibles.

Cuando la doctora llegó para examinarla, Valentina protestó débilmente, pero su estado no le permitía más que un par de palabras. Bill permaneció en la habitación durante toda la consulta, con los brazos cruzados y una expresión severa. La doctora confirmó lo que él temía: Valentina estaba desarrollando una neumonía grave. Necesitaba reposo absoluto y un tratamiento inmediato.

—Esto es tu culpa —susurró Valentina con voz ronca cuando la doctora salió de la habitación.

—Mi culpa es haber sido demasiado indulgente contigo —respondió Bill con frialdad, aunque su voz estaba teñida de preocupación.

Valentina quiso gritarle, pero no tenía fuerzas. En cambio, se dejó caer en la cama y cerró los ojos, deseando que todo fuera un mal sueño. Durante el resto del día, Bill no se apartó de su lado. Ordenó que le trajeran sopas calientes, mantas adicionales y un humidificador para que pudiera respirar mejor. Pero aunque sus acciones parecían las de alguien que se preocupaba, Valentina solo veía a un hombre que la había llevado a ese punto.

Cuando finalmente cayó la noche, la mansión quedó en silencio otra vez. Valentina, cubierta de sudor frío y apenas consciente, soñó con la libertad. Pero incluso en sus sueños, las sombras de la mansión la perseguían, recordándole que su lucha por escapar había llegado a su fin.