Un Nuevo Amor

El sol se filtraba por las cortinas del pequeño apartamento de Ángela. Era su día de descanso y, como cada domingo libre, lo dedicaba por completo a sus hijos. Desde temprano preparó un desayuno especial con chocolate caliente, pan recién hecho y arepas con queso. Dana y Joshua la ayudaban emocionados, riendo mientras la cocina se llenaba de ese aroma casero que tanto les gustaba.

—¿Hoy sí vamos al parque, mami? —preguntó Dana, con esa impaciencia tan suya.

—Claro que sí, mi amor —respondió Ángela sonriendo—. Hoy el día es solo para ustedes.

El sol de la tarde iluminaba el parque mientras los niños jugaban entre risas. Ángela los observaba desde una banca, tranquila, disfrutando ese momento sencillo. Sin embargo, entre el bullicio de los juegos y los gritos de los niños, su mente regresaba una y otra vez a él… a David. Aquella mirada, su tono de voz, su forma de observarla con atención disimulada.

Trató de sacarlo de sus pensamientos, pero al llegar la tarde y encender el televisor, el destino parecía empeñado en recordárselo. En la pantalla, el canal deportivo transmitía el clásico entre Fuerza Azul y Atlético Verde. Dana y Joshua gritaban con emoción, y en la sala también estaban su hermana Claudia, su cuñado y sus sobrinos, todos pendientes del partido.

—Mira, mamá, ¡ahí está el capitán! —gritó Dana señalando la pantalla.

Ángela lo miró en silencio. David, con el brazalete azul, lideraba a su equipo con esa seguridad que lo hacía destacar. Cada movimiento suyo desprendía energía, pasión y disciplina.

Claudia la observó con una sonrisa traviesa.

—¿Y tú por qué tan callada? —preguntó con picardía.

Ángela sonrió apenas—. Solo veo el partido, nada más.

Pero en su interior sabía que no era cierto. Lo admiraba sin querer admitirlo.

Mientras tanto, a kilómetros de allí, David se preparaba junto a sus compañeros en el camerino. El ambiente era tenso, pero él mantenía la calma. Su voz firme resonó entre los jugadores.

—Hoy es más que un partido, muchachos. Es orgullo, es familia, es historia. Vamos a salir a ganar.

Como capitán, era el primero en levantar el ánimo y el último en rendirse. Durante los noventa minutos, jugó con el alma, liderando con fuerza y precisión. Al final, Fuerza Azul ganó el clásico por un gol, y David fue una de las figuras del encuentro.

Horas después, mientras Ángela acomodaba a sus hijos para dormir, pensaba en lo mucho que aquel hombre representaba esfuerzo y disciplina.

David, por su parte, pensaba en ella. Mientras el bus del equipo regresaba al hotel, su mente volvía a la misma imagen: sus ojos, su serenidad, su forma de hablarle sin buscar impresionar.

Al llegar al hotel, la noche ya había caído. Los pasillos estaban tranquilos y solo se escuchaban los pasos de los empleados nocturnos. David descendió del bus junto a Andrés y Leo, dos de sus compañeros más cercanos. Llevaban aún la adrenalina del triunfo.

—Buen partido, capitán —dijo Andrés dándole una palmada en la espalda.

—Sí, hoy se jugó bien —contestó David con una sonrisa cansada.

A medida que caminaban por el lobby, David dejó que su mirada recorriera cada rincón. Buscaba algo, o más bien, a alguien. No la veía, pero esperaba que, como en otras noches, estuviera allí cumpliendo su turno.

Andrés lo notó y soltó con tono burlón:

—No la busques, no está.

David giró hacia él con el ceño fruncido.

—¿De quién hablas?

—De la camarera bonita, la de los ojos grandes. Pregunté hace rato, hoy no le tocó turno —respondió Andrés con una sonrisa confiada.

Leo, curioso, intervino:

—¿Y quién es esa chica de la que hablan?

Pero antes de que alguien respondiera, se les acercó Daniela con dos compañeras más. Vestían el uniforme del hotel y se notaba que habían estado esperando ese momento.

—Buenas noches, chicos —dijo Daniela con tono coqueto—. Si necesitan algo, estamos a su disposición.

Andrés rió divertido, aceptando el juego. Leo saludó con educación, pero David solo asintió con una leve sonrisa.

—Gracias, chicas. Buen trabajo —respondió con voz seca.

Sin más, siguió su camino hacia el ascensor. La puerta se cerró lentamente, reflejando en el espejo su expresión pensativa. Le incomodaba la ligereza de Andrés, la forma en que mencionó a Ángela, como si fuera una más.

Ella no era “una más”.

Esa noche, al llegar a su habitación, se dejó caer sobre la cama, agotado pero con la mente despierta. Pensó en el partido, en sus hijos, en su vida… pero, sobre todo, en ella.

Por primera vez en mucho tiempo, algo diferente lo inquietaba. Y aunque no entendía del todo qué era, tenía claro que Ángela se había convertido, sin proponérselo, en su pensamiento más constante.