MATE

Siempre había sido una persona de mente activa, y no soportaba la idea de quedarme sin hacer nada mientras mi vida seguía en pausa.

Me recogí el cabello en un moño rápido, agarré mi mochila y salí por la puerta. El aire frío golpeó mi rostro al instante, despertándome por completo. Me detuve por un momento, mirando el horizonte. El sol apenas se asomaba sobre las montañas, y el paisaje era tan impresionante como siempre. Pero incluso con toda esa belleza, había algo en el aire, algo que me hacía sentir inquieta.

Con un suspiro, comencé a caminar hacia el sendero que llevaba al pueblo. Tenía que mantener mi mente ocupada. Tal vez, solo tal vez, ese día encontraría algo que me ayudara a empezar de nuevo. Algo que me ayudara a dejar atrás todo este desastre.

Llegué al pueblo con las botas llenas de barro y los pulmones ardiendo por el frío aire matutino, pero no me importaba. Había algo revitalizante en la caminata desde la cabaña. Era como si cada paso me ayudara a desprenderme del peso de los últimos meses, aunque fuera solo un poco. Me detuve un momento al borde del camino, dejando que mis ojos recorrieran el lugar que solía conocer tan bien.

El pueblo había cambiado. No era sorprendente, habían pasado años desde la última vez que estuve aquí. Los edificios parecían más modernos, algunas calles estaban pavimentadas, y había señales de progreso en todas partes.

Aun así, seguía sintiéndose como casa. Había algo en el aire, en la forma en que las montañas abrazaban el horizonte, que me hacía sentir como si nunca me hubiera ido.

Decidí que mi primera parada sería la tienda de la señora Helen. Helen había sido como una tía para mí cuando era niña. Siempre me dejaba entrar a su pequeña tienda y comer dulces mientras jugaba con su hija, Sarah. Las tardes en ese lugar eran cálidas y llenas de risas. Era un refugio, y después de todo lo que había pasado, necesitaba esa familiaridad.

Cuando empujé la puerta de la tienda, una campanita sonó, llenando el pequeño espacio con un tintineo alegre. La vista era casi la misma: estantes llenos de todo, desde comida enlatada hasta juguetes de madera, con un mostrador de madera desgastada al fondo. Helen estaba detrás del mostrador, organizando algo, y cuando levantó la vista, su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y alegría.

—¡Emma! —exclamó, dejando lo que estaba haciendo para rodear el mostrador.

Antes de que pudiera responder, me envolvió en un abrazo cálido y apretado.

—Mírate, mírate… ¡Cuánto tiempo ha pasado! —dijo, alejándose un poco para examinarme de arriba abajo—. Pero sigues siendo la misma niña que venía a robarme galletas.

Me reí, sintiéndome envuelta en una calidez que no había sentido en meses.

—He vuelto por un tiempo. Necesitaba un descanso de todo.

—¿De Nueva York? —preguntó con una ceja levantada, como si ya supiera que había algo detrás de mi regreso.

Asentí, pero antes de que pudiera entrar en detalles, me interrumpió con otro abrazo y un par de besos en las mejillas.

—Bueno, no importa cuál ha sido la razón, me alegra que estés aquí. Siempre tendrás un lugar en este pueblo.

Seguimos hablando un rato, poniéndonos al día. Le conté un poco de mis problemas, aunque suavicé los detalles más oscuros. No quería arruinar el momento con mis traumas. Ella me escuchó con paciencia, ofreciendo palabras de apoyo que me hicieron sentir menos sola.

En medio de nuestra conversación, la puerta de la tienda se abrió y entró un hombre. Al principio no le presté atención, pero pronto sentí su mirada. Era intensa, demasiado fija en mí, como si me estuviera desnudando con los ojos. Traté de ignorarlo, enfocándome en Helen, pero la incomodidad se instaló en mi pecho como una piedra.

Cuando terminé de hablar con Helen, fui a los pasillos para buscar algunas cosas que necesitaba. El lugar no había cambiado mucho, lo cual agradecí. Me perdí un momento en los recuerdos mientras recorría los estantes, hasta que sentí una presencia detrás de mí.

—¿Eres nueva por aquí? —preguntó una voz masculina.

Me giré y vi al hombre que había entrado. Era alto y robusto, con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos. Decidí ser amable, aunque algo en él me puso en alerta.

—No, solo estoy de regreso por un tiempo.

Él pareció tomar eso como una invitación. Se acercó más, bloqueándome el camino.

—Entonces eres soltera —dijo, con una mirada que me hizo sentir como si fuera un objeto en venta.

Suspiré, tratando de mantener la calma.

—Recién salgo de una relación.

Pensé que eso lo detendría, pero en lugar de eso, su sonrisa se ensanchó de una manera que me hizo querer salir corriendo.

—Eso significa que estás libre. Podríamos pasar un buen rato juntos.

Antes de que pudiera reaccionar, puso una mano en mi cintura. Me congelé por un segundo, y luego traté de apartarlo, pero él no se movió.

—Por favor, suéltame —dije, mi voz temblando más de lo que quería.

Él solo se río y se inclinó hacia mí, claramente decidido a besarme. Los recuerdos de mi jefe intentándolo en su oficina pasaron por mi mente, y el miedo se apoderó de mí. Grité, esperando que alguien me escuchara.

De repente, el peso del hombre desapareció. Abrí los ojos y vi una espalda ancha frente a mí, cubriendo todo mi campo de visión.

Era Andrew.

—¿Estás bien? —preguntó, sin girarse hacia mí. Su voz era baja y controlada, pero había una amenaza latente en su tono.

El hombre que me había acosado estaba ahora en el suelo, con la mirada aterrorizada, mientras Andrew lo mantenía allí con una sola mano.

—No quería… —comenzó a decir el hombre, pero Andrew lo cortó con una mirada que habría hecho temblar a cualquiera.

—Lárgate. Y si vuelves a tocarla, te arrepentirás.

El hombre salió corriendo de la tienda sin mirar atrás. Andrew se giró hacia mí, sus ojos llenos de preocupación.

—¿Te hizo daño?

Negué con la cabeza, aunque mi cuerpo aún temblaba. Andrew extendió una mano, y aunque no dije nada, la tomé. Su toque era sorprendentemente cálido y reconfortante.

—Estás a salvo ahora —dijo, su voz suave, casi un susurro.

Por alguna razón, esas palabras hicieron que mi pecho se sintiera menos pesado.