A veces, el amor llega justo cuando uno ha dejado de esperarlo.
Después de una historia marcada por el engaño y la humillación, Ángela ha aprendido a sobrevivir entre silencios y rutinas. En el elegante hotel donde trabaja, todo parece tener un orden perfecto… hasta que conoce a David Silva, un futbolista reconocido que esconde tras su sonrisa el vacío de una vida que perdió sentido.
Ella busca olvidar.
Él intenta no rendirse.
Y en medio del ruido del mundo, descubren un espacio solo suyo, donde el tiempo se detiene y los corazones se atreven a sentir otra vez.
Pero no todos los amores son bienvenidos.
Entre la diferencia de edades, los juicios y los secretos, su historia se convierte en un susurro prohibido que amenaza con romperles el alma.
Porque hay amores que nacen donde no deberían…
NovelToon tiene autorización de Angela Cardona para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
tan cerca.
La noche caía sobre la ciudad y el hotel brillaba con ese aire elegante y bullicioso que siempre acompañaba.
Ángela llegaba justo al inicio de su turno, con el uniforme perfectamente ajustado. A pesar del cansancio acumulado, su semblante conservaba esa serenidad que la caracterizaba.
Mientras marcaba su entrada en el reloj digital, escuchó el murmullo creciente en la entrada principal.
Alzó la mirada y, entre los flashes de las cámaras y el ruido de los equipajes, reconoció a David y a varios de sus compañeros entrando al hotel. Venían del entrenamiento, algunos riendo, otros cansados, y él… él lucía más atractivo que nunca. Llevaba una chaqueta deportiva azul oscuro y una gorra que apenas disimulaba su sonrisa.
Por un instante, las miradas se cruzaron.
David la vio primero y sonrió de inmediato, con ese gesto que parecía tener un lenguaje propio.
Ángela, prudente pero sin poder evitarlo, le devolvió la sonrisa con discreción antes de apartar la vista.
El corazón le latía un poco más rápido, aunque trató de disimularlo mientras se dirigía a su puesto.
David, por su parte, siguió su camino junto a sus compañeros, pero su mente había quedado suspendida en aquella mirada corta e intensa.
Pasaron las horas. El hotel estaba a reventar esa noche; llegaban huéspedes, llamadas, pedidos del restaurante, reservaciones de último momento.
Ángela no tenía un segundo para respirar, pero en medio del caos, una pequeña pausa le permitió descansar un momento detrás del mostrador del 4 piso.
Suspiró, se recostó un poco y justo en ese instante su celular vibró.
Lo sacó con curiosidad. Era un número conocido.
David.
El mensaje decía:
“Hola, espero no molestarte. Te busqué en el restaurante, pero no estabas por ningún lado. Quiero que sepas que te ves muy linda cuando estás tan concentrada, y que se te ve muy bien el cabello recogido.”
Ángela soltó una sonrisa espontánea, pero al instante frunció el ceño, intrigada.
¿Cómo sabía que tenía el cabello recogido si apenas se habían cruzado a la distancia, cuando ella entró al hotel?
Miró hacia los costados, como si esperara descubrir una cámara oculta.
Fue en ese preciso momento cuando sintió un leve soplido detrás de su oreja, una brisa cálida que le erizó la piel.
Se giró con fuerza, sorprendida, y allí estaba David, tan cerca que casi podía sentir el roce de su respiración.
El tiempo pareció detenerse.
Por un instante, el ruido del hotel desapareció.
Él la miraba fijamente, y ella, sin poder evitarlo, bajó la vista hacia sus labios.
David pensó, en un segundo fugaz, que daría todo por probarlos.
Ángela reaccionó antes de que el impulso los venciera. Dio un paso hacia atrás, intentando recuperar el aire.
—¡David! —exclamó nerviosa, riendo por reflejo—. Me asustaste, no esperaba que estuvieras atrás mío.
David sonrió, intentando disimular su propia agitación.
—Tranquila —dijo con la voz entrecortada—. No era mi intención asustarte… solo quería decirte algo.
Ángela lo miró con curiosidad, todavía con el corazón desbocado.
David respiró profundo y, sin pensarlo demasiado, soltó:
—Eres hermosa.
La frase salió sin filtro, directa, sincera.
Y apenas la dijo, se dio cuenta de lo impulsivo que había sido.
Hubo un breve silencio entre ellos, uno de esos silencios que pesan y al mismo tiempo iluminan.
Ángela, para aligerar el momento, sonrió traviesa y respondió con tono burlón:
—Lo sé… —y soltó una risita suave—. Pero gracias por recordármelo.
David soltó una carcajada aliviado, agradecido de que ella lo tomara con humor.
—Lo digo en serio —respondió aún mirándola con ternura—. Eres muy hermosa, Ángela.
Ella desvió la mirada, sonrojada, intentando ocultar su sonrisa.
—Bueno, David —dijo retomando su tono profesional—, debo continuar trabajando. Y tú no vas a ayudar, ¿verdad? —añadió entre risas, tratando de escapar de la tensión que se respiraba entre los dos.
—Si me dejas, yo encantado —replicó él con picardía—. Sería un placer ayudarte… aunque no prometo ser muy eficiente.
Ambos se miraron fijamente por un instante.
Esa complicidad silenciosa, esa conexión invisible, se hacía cada vez más evidente.
—Me encantaría —respondió Ángela—, pero es imposible. Muy imposible. Además, hay mucha gente, no quiero que hablen de más.
David asintió, sin dejar de mirarla.
—Está bien —dijo en voz baja—. Entonces hablamos después.
Ángela comenzaba a alejarse cuando escuchó su voz otra vez, llamándola desde unos pasos atrás.
—¡Espera! —dijo él.
Ella se detuvo y volteó.
—¿Vas a ir al partido el domingo?
Ángela lo pensó por un momento.
—No sé todavía —contestó con un gesto de duda—. Creo que es lo más probable.
—Perfecto, entonces espero verte allí —dijo David con una sonrisa amplia.
Ella sonrió también, pero siguió caminando lentamente por el pasillo, despidiéndose con una mirada.
—¡Respóndeme los mensajes, no seas mala! —gritó él desde atrás, riendo.
Ángela levantó la mano sin mirar atrás, como una promesa silenciosa.
David la observó hasta que desapareció en el final del corredor.
Luego caminó hasta su habitación con la sonrisa aún dibujada, repasando una y otra vez el momento en que sus rostros habían estado tan cerca.
Pensó en lo fácil que habría sido robarle un beso… y en lo correcto que había sido no hacerlo.
Esa noche, mientras se recostaba en la cama del hotel, David cerró los ojos con una sensación extraña: mezcla de deseo, emoción y esperanza.
En otro rincón del edificio, Ángela seguía con sus labores, pero su mente se perdía en la misma imagen, en el mismo instante.
Los dos pensaban lo mismo, sin saberlo:
habían estado a un suspiro de algo que ninguno de los dos esperaba sentir otra vez.
Su apoyo me motiva muchísimo a seguir escribiendo y avanzando con esta historia. ¡Gracias de corazón por acompañarme en este camino! ✨