Soy Anabella Estrada, única y amada hija de Ezequiel y Lorena Estrada. Estoy enamorada de Agustín Linares, un hombre que viene de una familia tan adinerada como la mía y que pronto será mi esposo.
Mi vida es un cuento de hadas donde los problemas no existen y todo era un idilio... Hasta que Máximo Santana entró en escena volviendo mi vida un infierno y revelando los más oscuros secretos de mi familia.
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Capitulo I El espejismo de la perfección
...¡Hola, mis queridos lectores!...
...He comenzado esta nueva historia con muchísima ilusión. Espero de corazón que sea de su agrado y que, si disfrutan del viaje, me acompañen con sus votos y comentarios. Los estaré leyendo con mucha atención. ¡De antemano, mil gracias por su apoyo!...
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Punto de vista de Anabella
Me miré en el espejo, mis ojos color miel brillaban con la luz de la mañana. Veinte años. Soy Anabella Estrada, una castaña de tez blanca y estatura promedio, pero sobre todo, soy una soñadora sin remedio que cree en el amor verdadero y el "felices para siempre".
Conocí a mi novio Agustín Linares hace un año, y desde entonces sueño con ser su esposa. Lo amo y quiero pasar mi vida a su lado. Él es tan considerado que entendió que nuestra primera vez tenía que ser la noche de nuestra boda. Esa deferencia me confirmó que él era el príncipe de mi cuento.
—Ana, hija, es hora de irnos al almuerzo con los Martínez —la voz de mi madre me sacó de mis pensamientos.
Di una última mirada al espejo, retocando un poco mi cabello.
—Estoy lista. No podemos hacer esperar a los principales benefactores de nuestra fundación.
Tomé mi bolso y salimos de mi habitación. En la sala de estar ya nos esperaba mi padre. Un hombre frío y distante para el mundo, pero esa fachada se borraba apenas llegaba a nuestra casa.
—Aquí llegan las mujeres más hermosas del mundo —aduló mi padre, mostrando una sonrisa sincera.
—No seas tan modesto, sabes que somos las mujeres más bellas del universo —respondió mi mamá besando suavemente los labios de mi padre.
Ellos eran mi modelo a seguir; verlos tan enamorados me hacía querer tener un amor así.
Llegamos al restaurante donde nos veríamos con los Martínez. Era un matrimonio acaudalado, aunque algo mayores, que se dedicaron a favorecer a los menos afortunados, ya que no habían tenido hijos.
—Señores Martínez, disculpen si los hicimos esperar —saludó mi padre con respeto.
—Nosotros también acabamos de llegar. Señora Estrada, señorita. Por favor, tomen asiento.
El señor Martínez era un hombre regordete de unos sesenta años, cabello canoso y buen semblante. Su esposa era un poco más joven; sus ojos transmitían dulzura, aunque se veían tristes. Pensé que era por el hecho de no haber podido tener hijos propios.
Después de saludar, llegó el mesero para tomar la orden. El almuerzo fue muy ameno y las condiciones que ellos ponían para invertir en nuestra fundación fueron realmente accesibles, por lo que el trato se cerró en ese mismo instante. El matrimonio Martínez era una prueba más de que el amor lo puede vencer todo.
—Debo ir un momento al tocador, permiso —dije de manera cordial.
—Lo siento, señor, no fue mi intención —murmuré, levantando la vista para disculparme.
Su mirada penetrante me hizo estremecer; era como si estuviera escudriñando lo más profundo de mi ser. Una inquietud extraña nació en mi pecho, algo que nunca antes había experimentado.
—Debe tener más cuidado, señorita —su voz era profunda y estaba cargada de frialdad—. Una disculpa no es suficiente para reparar el daño a mi traje —continuó, visiblemente irritado.
Sabía que yo me había equivocado, sin embargo, mi orgullo no me permitió dejar que me hablara de esa manera.
—Le daré mi tarjeta para que me envíe la factura por la limpieza —respondí. Ni yo misma reconocí mi tono de voz; nunca me había dirigido así a nadie.
—Ni su tarjeta y mucho menos su dinero me interesan. Lo mejor que puede hacer es no salir a la calle para no perturbar la paz de nadie más.
—Es usted un...
El insolente sujeto se alejó dejándome con la palabra en la boca. Era un engreído sin educación alguna; bien dicen que el dinero no compra la clase ni la amabilidad.
No quise darle más importancia al asunto y continué hacia el tocador. Ya me había demorado demasiado y mis padres seguramente estarían ansiosos. Al volver a la mesa, los señores Martínez ya se habían marchado, lo que me molestó aún más; quería despedirme de personas tan amables.
—Tardaste mucho, hija —comentó mi madre.
—Fue culpa de un idiota que se me atravesó en el camino, pero no tiene importancia. Mejor vayamos a casa. Recuerden que esta noche nos visitará Agustín y quiero que todo sea perfecto.
Estaba emocionada. Agustín iría hoy a casa para pedir mi mano y formalizar finalmente nuestra relación. Mi padre no estaba muy convencido; decía que Agustín no le daba "buena espina", pero mi mamá estaba encantada con lo caballeroso y comprensivo que era conmigo. Para ella, lo único importante era mi felicidad.
El resto del día lo pasé preparando todo para recibir a mi futuro esposo y a sus padres, quienes me han recibido siempre como a una hija más. Al llegar la noche, los nervios aumentaron; sentía un nudo en el estómago de solo pensar que vería al amor de mi vida.
Bajé a la sala donde mis padres ya me esperaban, impecables como siempre. Aunque mi padre no estaba muy feliz con la idea de la boda, trataba de mantenerse neutral, desbordando la clase que solo el apellido Estrada podía lucir.
—¡Wow! Tal parece que son ustedes los que van a comprometerse. ¡Se ven geniales!
—No exageres, aquí la única que se ve espectacular eres tú, hija. Pareces una princesa —señaló mi madre.
—Eres muy hermosa, Ana —añadió mi padre con tono serio—. Solo espero que ese muchacho esté a tu altura.
Sabía que a mi padre noble gustaba mi prometido, sin embargo, era mi elección y sería yo quien pasaría el resto de su vida al lado de Agustín, tenía la esperanza que mi padre lo aceptaría y que terminaría queriéndolo como a un hijo.