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Mí Dulce Debilidad.

Mí Dulce Debilidad.

Status: Terminada
Genre:Romance / Mafia / Amor a primera vista / Completas
Popularitas:12.1k
Nilai: 5
nombre de autor: GiseFR

Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.

Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.

NovelToon tiene autorización de GiseFR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 8

La tarde cayó sobre la ciudad, envolviéndola en tonos dorados y naranjas.

Frente a la librería, Rafael apoyaba una mano contra la verja de hierro, su abrigo oscuro ondeando ligeramente con el viento.

Había pasado el día en reuniones, solucionando problemas de su negocio y recibiendo informes de sus hombres, pero en su mente sólo había una imagen: Lucía.

No era algo que hubiera planeado, ni algo que pudiera justificar de manera lógica.

Simplemente era.

Cuando la vio salir para acomodar una pequeña caja de libros en la vitrina exterior, se acercó sin dudarlo.

Ella giro la vista, sonriendo con naturalidad al reconocerlo.

—Hola, Rafael —saludó con una calidez genuina.

Él se inclinó levemente hacia ella, esa pequeña sonrisa casi imperceptible en sus labios.

—Hola, Lucía.

Hubo un pequeño silencio, cómodo.

Rafael lo rompió, directo pero suave:

—¿Tienes unos minutos libres?

Lucía parpadeó, sorprendida.

—¿Ahora?

Él asintió.

—Vi un café pequeño en la esquina —dijo, señalando con la cabeza hacia la avenida—. Me preguntaba si aceptarías acompañarme.

Por un instante, la vieja Lucía, la reservada, la desconfiada, pensó en decir que estaba ocupada.

Pero algo en la forma en que Rafael la miraba, sin presión, sin máscaras, hizo que se relajara.

—Claro —aceptó, cerrando la caja y limpiándose las manos en el delantal.

Caminaron juntos hacia el pequeño café, cruzando calles atestadas de gente, pero sin perderse el uno al otro.

Cuando entraron, el lugar olía a café tostado y a vainilla.

Pequeñas luces cálidas colgaban del techo, y la música era apenas un susurro.

Eligieron una mesa en un rincón apartado.

Rafael dejó que ella pidiera primero: un café con leche y un croissant de almendras.

Él simplemente pidió lo mismo, como si le bastara con seguir su elección.

Cuando estuvieron sentados frente a frente, hubo un momento breve donde se miraron en silencio.

Y fue Lucía quien, inesperadamente, habló primero.

—¿A qué te dedicas realmente, Rafael?

La pregunta salió sin malicia, solo con esa curiosidad honesta que ella llevaba en el alma.

Él se tomó un momento para responder, girando su taza entre las manos.

—Negocios —dijo finalmente, una sombra de verdad mezclada con una ligera omisión—.

Importación, exportación... cosas aburridas, en realidad.

Lucía arqueó una ceja, divertida.

—¿Siempre tan misterioso?

Rafael soltó una carcajada baja, genuina.

—Quizá un poco.

Ella se rió también, y por un instante pareció olvidar la tensión que últimamente colgaba en el aire.

Se pusieron a hablar de cosas pequeñas: De lugares que les gustaría visitar. De los pequeños placeres de la vida que muchos olvidaban apreciar.

Lucía le confesó que le encantaba perderse en librerías de segunda mano durante horas, buscando tesoros olvidados.

Rafael, en cambio, admitió que, aunque su mundo era de reglas y estrategias, a veces soñaba con simplemente conducir sin rumbo durante días, lejos de todo.

La conversación fluía de forma tan natural que ambos se sorprendieron cuando notaron que había pasado más de una hora.

Había algo en ella —su risa ligera, la manera en que apoyaba el mentón en la mano mientras escuchaba, la honestidad cruda en sus ojos— que desarmaba a Rafael de maneras que no habría creído posibles.

Y había algo en él —esa intensidad controlada, esa cortesía antigua mezclada con un peligro latente— que fascinaba a Lucía mucho más de lo que admitiría en voz alta.

Cuando finalmente se pusieron de pie para regresar, Rafael le sostuvo la puerta abierta, un gesto pequeño pero lleno de significado.

Caminaron juntos de regreso a la librería, sus pasos en sincronía, como si hubieran compartido cientos de caminatas antes.

Antes de que Lucía pudiera agradecerle, Rafael se inclinó ligeramente hacia ella:

—Gracias por acompañarme —dijo en voz baja.

Ella sonrió, sujetando el borde de su abrigo.

—Gracias a ti.

Fue en ese instante.

Una fracción de segundo.

Rafael sintió la vibración en su bolsillo: un mensaje codificado.

Alerta. Movimiento sospechoso. Zona activa.

Su mirada cambió, endureciéndose en un parpadeo.

No había tiempo para advertencias dulces.

Justo al final de la calle, dos figuras encapuchadas emergieron de entre los autos estacionados, avanzando rápido, demasiado rápido.

Rafael se movió por instinto.

Sujetó a Lucía de la cintura y la apartó con un movimiento ágil, empujándola hacia la entrada de la librería, protegiéndola con su propio cuerpo.

—¡Qué...! —Lucía empezó a protestar, sorprendida, pero Rafael apenas la dejó hablar.

—Quédate detrás de mí —ordenó en un susurro firme, autoritario.

En simultáneo, tres hombres —los suyos— surgieron de las sombras, bloqueando la calle de manera discreta pero efectiva.

Uno de los encapuchados sacó algo brillante de su chaqueta —¿un arma? ¿un cuchillo?— pero no llegó a usarlo.

—¡Ahora! —gruñó Rafael, y sus hombres se lanzaron al ataque.

La pelea fue rápida y sucia.

Puños, bloqueos, el crujido seco de un hueso roto.

No hubo disparos: todo se manejó cuerpo a cuerpo para evitar atraer a la policía.

Uno de los atacantes logró retroceder, tirando una granada de humo improvisada —una cortina improvisada que llenó el aire de una neblina amarga.

—¡Retirada! —gritó alguien.

Los enemigos se dispersaron, perdiéndose entre la confusión de la calle.

Rafael no los siguió.

Se giró de inmediato hacia Lucía, que lo miraba con los ojos enormes, la espalda pegada a la puerta cerrada de la librería.

—¿Estás bien? —preguntó él, sin aliento, su mano aún en su brazo.

Lucía asintió, incapaz de encontrar palabras.

Fue entonces cuando Rafael bajó la voz, esa voz baja y grave que ella ya empezaba a reconocer como su ancla en el caos:

—Te prometí que no te pasaría nada.

Y no voy a romper esa promesa.

A unos metros, uno de los guardaespaldas, Víctor, se acercó corriendo.

—Se escaparon —informó, respirando agitado—. Pero tenemos imágenes. Vamos a rastrearlos.

Rafael asintió.

—No bajen la guardia.

Estarán buscando otro ángulo.

Mientras los hombres se reorganizaban, Lucía aún temblaba ligeramente, el shock apenas cediendo.

Rafael volvió a mirarla, su expresión ahora más controlada pero igual de intensa.

Ellos creen que ella es su debilidad, pensó.

Qué error tan grande.

Lucía no era su debilidad.

Era su fortaleza.

La razón por la que sería aún más letal si se atrevían a tocarla.

Apretó la mandíbula.

Esto no había terminado.

No hasta asegurarse de que nadie, absolutamente nadie, volviera a amenazarla.

No hasta que todo aquel que hubiera osado acercarse a ella... pagara el precio.

---

En otro punto de la ciudad, en una oficina clandestina al fondo de un restaurante abandonado, el ambiente era opresivo.

El humo de un cigarro llenaba el aire, espeso, cargado de furia contenida.

Detrás de un escritorio robusto, adornado con una copa de whisky medio vacía, estaba Marcelo Rivetti.

Un hombre de rostro curtido, pelo entrecano y una mirada tan filosa que parecía capaz de atravesar el acero.

Enfrente de él, de pie y con el rostro tenso, estaba el traidor: Franco Leone.

Rivetti aplastó la colilla del cigarro en el cenicero con un movimiento brusco, su ceño fruncido en una mueca de desaprobación absoluta.

—¿Me puedes explicar —gruñó, su voz grave cargada de veneno— cómo demonios lograste fallar otra vez?

Franco tragó saliva, sabiendo que su vida pendía de un hilo.

Intentó mantener la calma.

—Tenían seguridad reforzada —se defendió—. Murray movió a sus hombres más rápido de lo esperado. Todo fue improvisado...

—¡Improvisado! —Rivetti golpeó el escritorio con la palma abierta, haciendo temblar los vasos sobre la superficie—. ¡Tienes el lujo de improvisar cuando trabajas con amateurs, no con Murray!

¿O acaso crees que estás jugando con un novato?

Franco bajó la mirada, tenso.

—Esto... no cambia el plan. Encontraremos otra oportunidad.

Rivetti se incorporó lentamente, rodeando el escritorio con pasos calculados, depredadores.

Se detuvo frente a Franco, tan cerca que casi podía sentir su aliento.

—No quiero más promesas vacías —susurró—.

La próxima vez... o terminas el trabajo.

O serás tú quien necesite un ataúd cerrado.

Franco asintió rígidamente, incapaz de replicar.

—Te daré una última oportunidad —continuó Rivetti, su voz un susurro mortal—. Pero escucha bien, Leone: esta vez, sin errores.

Quiero a Murray...

Quiero a esa maldita chica...

Y quiero su mundo ardiendo.

Rivetti retrocedió finalmente, retomando su copa de whisky con gesto despreocupado.

—Vete.

Y no vuelvas hasta que tengas resultados.

Franco se retiró, la mandíbula apretada, mientras su mente ya elaboraba un nuevo plan más arriesgado.

Uno que no solo atacaría a Rafael Murray...

Sino también a todo lo que le importaba.

1
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya apareció el peine 😤
Aura Rosa Alvarez Amaya
Hey verdad!
Éste hombre no duerme?
Caramba!!!
bruja de la imaginación 👿😇
muy bella está historia , muy diferente me encantó
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya valió!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?
Adelina Lázaro
que hermosa novela 👏👏
Flor De Maria Paredes
porque no sigue la novela la dejan en lo más interesante que hay que hacer para seguir leyendo ñorfa
Flor De Maria Paredes
de todas las novelas que he leído está es la mejor muy tierna felicidad a la escritora
Tere.s
está mujer se muere ahí
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