Loco Por Mi Asistente

Julián intentó hablar, pero Maximiliano lo empujó contra la pared como una sola mano. No lo golpeó, pero su fuerza era suficiente, para dejarlo sin aire.

-- Escúchame bien. -- Dijo con calma mortal. -- Si algo le pasa a Elena, si una sola lágrima más deja caer por tu culpa... te lo juro, que te arrepentirás. De haber nacido. --

Julián tragó saliva, temblando.

-- Se fue sola... no dijo nada... solo se marchó. --

Maximiliano lo soltó con un empujón final, tomando el bolso de la mesa salió del departamento sin mirar a la mujer que se escondía tras las sábanas.

Cuando llegó a la planta baja, salió a toda prisa. El guardia. Lo vió sorprendido.

-- ¿Vió a una mujer salir hace poco? -- Angustiada, supongo que llorando. --

El guardia asintió.

-- Hace unos diez minutos. Se veía muy mal, señor. Camino hacia la calle como si estuviera por desmayarse. --

Maximiliano no espero más.

Corrió.

Literalmente corrió.

La calle estaba casi vacía, las luces de los autos pasándo sobre el pavimento húmedo. Maximiliano miraba en todas direcciones, su corazón golpeando sus costillas como un martillo.

Y entonces la vio.

Apoyada contra la pared, con los brazos cruzado alrededor de su cuerpo, como si estuviera tratando de no desmoronarse.

Su cabello estaba suelto, desordenado por el viento las lágrimas contenidas.

Y sus ojos... estaban vacíos.

Sintió como algo dentro de él se rompía.

-- Elena...--

Elena levantó la vista. Sus ojos brillaron con lágrimas que insistían en caer.

-- ¿Qué haces aquí? -- preguntó con voz rota.

-- Te estaba buscando. -- respondió Maximiliano, sin pensarlo. Su voz sonaba más suave que nunca. -- No me contestabas. Sentí que algo pasaba.

Elena intentó sonreír, pero la risa se quebró como un cristal.

-- Ya lo viste. Pasó lo que tenía que pasar.

Maximiliano dio un paso más. luego otro hasta quedar frente a ella colocando su bolso en su hombro.

--No debió pasar. -- Dijo.

-- No sé qué decir. -- Elena parpadeó, las lágrimas cayeron finalmente. -- Me siento... ridícula. --

Sus manos temblaron, Maximiliano lo notó. Y sin pedir permiso, tomó una de ellas.

Elena se estremeció por el contacto, pero no se apartó.

-- No quiero que me veas así. -- susurro. -- No quiero que nadie me vea así. --

-- Yo sí. -- Dijo Maximiliano con una sinceridad cruda. -- Porque esto significa que confías lo suficiente, para no ocultarte. --

-- No sé qué hacer, Maximiliano. --

Maximiliano se acercó más, su presencia envolviéndola como un escudo.

-- Lo primero. -- Dijo. -- Es que no vas a estar sola. --

Elena tragó saliva.

-- No sé si puedo con esto. --

-- Puedes. -- Respondió Maximiliano. -- Porque estoy aquí. --

Elena. Lo miró, perdida, vulnerable, y Maximiliano la sostuvo con la mirada, fuerte, firme, como si quisiera decirle que él sería su ancla en medio del caos.

Entonces, lentamente, Elena apoyó la frente en el pecho de Maximiliano.

Y él solo cerró los ojos.

Puso una mano en su espalda.

Otra en su cabello.

Y la sostuvo.

Sin prisa.

Sin palabras innecesarias.

Sin ocultar lo que sentía.

Elena lloró en silencio.

Maximiliano respiro hondo. Cómo si absorber su dolor fuese posible.

Y en ese abrazo, bajo la noche fría. La historia entre ellos cambió, para siempre.

-- Vámonos. -- Murmuró Maximiliano con su respiración en calma. -- Te llevo a casa. --

Elena asintió.

No tenía fuerzas, para discutir.

Maximiliano le pasó un brazo por los hombros, protegiéndola del viento. Cómo sí fuese la cosa más natural del mundo.

La condujo hasta el auto, le ordenó a su chofer que él conduciría, abrió la puerta para ella, y se aseguró que estuviera cómoda antes de rodear el vehículo, para tomar el volante.

Antes de arrancar, la miró una vez más.

Con un cuidado que jamás había mostrado a nadie.

-- No voy a dejarte sola esta noche. -- Dijo.

Elena no respondió con palabras. Pero su mirada lo dijo todo.

Por primera vez en mucho tiempo, sentía salvo.

Y Maximiliano sintió una certeza profunda.

Haría lo que fuera necesario, para protegerlo.

A cualquier costo.

La noche era espesa, pesada de esas en las que el silencio parece amplificar el dolor. Para Maximiliano cada minuto de silencio, era inquietante. Elena, angustiada, temblorosa, destrozada. No emitía ni un solo ruido.

Cuando se detuvieron frente al departamento de Elena, la vio bajar.

Elena caminó como si no escuchara nada. Estaba shock. Traicionada. Había visto a su novio con otra mujer. Ese hombre en el. Que había confiado durante dos años. Enredado entre las sábanas con otra mujer. No con cualquier mujer, sino con la mujer que lo había visto junto en la cena de negocios.

-- Elena. -- La llamó Maximiliano, suave, cuidadoso. Como si ella fuera cristal quebradizo.

Elena se detuvo. No se giró. No sabía si quería hacerlo. Pero sus hombros temblaron, como si hubiera estado conteniendo para. No dejarse caer.

Maximiliano se acercó.

-- No quiero que estés sola esta noche. -- Dijo con una seriedad que lo sorprendió incluso a él mismo. -- No así... no después de lo que pasó.

Elana cerró los ojos. respirando temblorosamente.

Sabía que debería de decir que estaba bien, que no necesitaba compañía, que podía manejarlo. Pero las palabras no salieron. Solo podía sentir un hueco enorme en el pecho. Una mezcla de rabia, vergüenza, dolor y una tristeza que no terminaba de comprender.

Se giró lentamente. Maximiliano con una preocupación que ella nunca había visto en los ojos de ningún hombre. Eran intensos, protectores. Y en ese instante, Elena sintió que no quería estar sola. No esa noche. No con esa herida abierta.

-- No sé qué hacer. -- Susurró, con la voz quebrada.

Maximiliano no respondió con palabras. Simplemente extendió su mano, despacio, ofreciéndosela como una ancla.

Elena la tomó.

No lo pensó, no razonó, solo se aferró a esa mano fuerte, segura, calidad... y dejó que Maximiliano la guiara.

-- Ven conmigo. -- Dijo Maximiliano mientras abría la puerta de su automóvil, esta vez sin ninguna prisa, sin ninguna arrogancia ejecutiva, solo con una calma protectora que contrastaba con lo habitual de su presencia dominante.

Elena dudó un segundo antes de subir. Miró su edificio, el lugar donde había pasado tantas noches tranquilas, el lugar que ahora parecía demasiado vacío, demasiado, demasiado peligroso, para su mente herida.

Subió al auto.