Mi nombre es Isabel del Castillo y, a la edad de dieciocho años, mi vida experimentó un cambio radical. Me vi obligada a contraer matrimonio con Alejandro Williams , un hombre enigmático y de gran poder, lo que me llevó a quedar atrapada en una relación desprovista de amor, llena de secretos y sombras. Alejandro, quien quedó paralítico debido a un accidente automovilístico, es reconocido por su frialdad y su aguda inteligencia. Sin embargo, tras esa fachada aparentemente impenetrable, descubrí a un hombre que lucha con sus propios demonios.
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Sin sentimientos de por medio
༺Narra: Alejandro ༻
Mientras ella se sumergía en la lectura, era evidente la determinación que brillaba en sus ojos mientras examinaba minuciosamente cada uno de los puntos expuestos. Tras un rato, alzó la vista y me dirigió una mirada intensa y fija.
—Tengo algunas condiciones que me gustaría agregar —declaró con resoluteza.
—Adelante, estoy escuchando —contesté, cruzando los brazos y preparándome mentalmente para lo que estaba a punto de expresar.
—En primer lugar, quiero que se redacte un contrato adicional que especifique que cumplirás con todas las condiciones que hemos acordado. Necesito tener garantías legales —empezó, con un tono diáfano y decidido.
—No te preocupes, eso no será un inconveniente. Prepararemos un contrato adicional que incluya todas las cláusulas necesarias para garantizar nuestras obligaciones —respondí, asintiendo con la cabeza para mostrar mi conformidad.
—En segundo lugar, requiero acceso completo a los libros contables y financieros de tu empresa. Es crucial para mí asegurarme de que todo esté en orden y de que no haya sorpresas ocultas que puedan afectar nuestra colaboración —prosiguió ella con firmeza, sin mostrar ningún signo de duda.
—Entiendo, y estoy de acuerdo. Tendrás acceso total a toda la información financiera que necesites —respondí, manteniendo una expresión seria y neutral, sin dejar traslucir mis emociones.
—En tercer lugar, me gustaría que se estableciera un fondo de emergencia para la empresa de mi padre, destinado a cubrir cualquier contratiempo o problema inesperado que pueda surgir. Este fondo debe ser considerable y tener disponibilidad inmediata en cualquier momento —prosiguió, mirándome con una seriedad que no pasaba desapercibida.
Me sorprendió profundamente que ella estuviera al tanto de estas cuestiones. Pensé que me había equivocado al juzgarla, si que estoy impresionado por su conocimiento y su capacidad de anticiparse a las necesidades.
—Eso se puede hacer sin problema. Nos encargaremos de crear un fondo de emergencia que cumpla con tus espectativas —respondí, adoptando un tono firme y seguro.
—Y ahora, quisiera hablar sobre mis condiciones personales —dijo, tomando un profundo respiro antes de proseguir—. Cuando nos casemos, quiero que cada uno de nosotros duerma en habitaciones separadas.
—Eso no será un problema para mí —respondí, asintiendo con la cabeza de manera comprensiva.
—No quiero que te involucres en mis asuntos personales. Necesito mi propio espacio y tiempo a solas —continuó, sin dudar en ningún momento.
—De acuerdo, respeto tu necesidad de privacidad —dije, con una expresión neutral en mi rostro.
—Por ninguna circunstancia se te ocurra tocarme —añadió, aumentando la firmeza en su voz, en un tono que dificultaba cualquier posible malentendido.
—Entendido. No habrá ningún tipo de contacto físico.... A menos que sea necesario —respondí, manteniendo mi voz serena.
—Y lo más importante... No te enamores de mí —concluyó ella, mirándome a los ojos con una seriedad inquebrantable—. No quiero complicaciones emocionales.
Al escuchar su última advertencia, una leve sonrisa se formó en mis labios, casi involuntariamente.
—De eso, ni pensarlo —replicé, adoptando un tono seguro y firme—. Tú tranquila, no eres precisamente mi tipo.
—Eso espero —respondió ella, asintiendo con una leve sonrisa—. Bueno, si es así, estoy de acuerdo.
Isabel estiró su mano en mi dirección, y yo la observé durante un instante antes de extender la mía para sellar el acuerdo que habíamos discutido.
—Dado que esto es todo lo que tenemos que tratar, me voy —anunció, levantándose y comenzando a prepararse para marcharse.
—¿Vas a dejar esto aquí? —la llamé justo antes de que pudiera salir por la puerta.
—¿Te refieres al regalo?... No me considero una persona tan… materialista. Creo que te has equivocado de mujer —respondió, esbozando una ligera sonrisa antes de abandonar la habitación.
Mientras Isabel se marchaba, Oliver hacía su entrada en la oficina. Él se despidió de ella con un ligero movimiento de cabeza, un gesto que ella correspondió antes de abandonar completamente el lugar. Oliver caminó hacia mí, situándose a una distancia cercana, mientras yo continuaba observando fijamente la puerta por donde Isabel había desaparecido.
—¿Qué opinas, Oliver? —le pregunté, sin desviar mi atención de la puerta.
Oliver me lanzó una mirada y, luego, desvió su vista hacia la pequeña caja que reposaba sobre el escritorio.
—¿De verdad se lo devolvió? —comentó, visiblemente sorprendido.
Asentí lentamente, dirigiendo mi mirada hacia la caja que reposaba sobre la mesa. Con cautela, la tomé entre mis manos y abrí su tapa, revelando el collar que había en su interior. Era una pieza impresionante, que brillaba con destellos de luz.
—Ofrecí $55 millones por este collar y, a pesar de eso, ella simplemente lo rechazó —dije, con un tono de incredulidad, mientras examinaba cada detalle del collar con una atención minuciosa—. Cualquier otra mujer lo habría aceptado sin titubear.
Oliver, que estaba cerca de mí, se inclinó ligeramente, como si quisiera acercarse más a la conversación.
—Quizás ella no sea como las demás mujeres, señor —comentó, su voz sonando reflexiva y llena de matices.
Una leve sonrisa apareció en mis labios, casi como si un brillo de esperanza se asomara a través de la situación.
—Ya veremos —contesté de manera cautelosa, mientras colocaba el collar de nuevo dentro de la caja, asegurándome de que quedara bien protegido.
Oliver permaneció en silencio durante un instante, sus ojos fijos en mí, analizando cada matiz de mi expresión y el significado detrás de mis acciones.
—¿Qué planeas hacer ahora? —preguntó al fin, rompiendo el silencio que nos rodeaba.
—Voy a continuar con el plan —respondí con decisión—. Isabel es más astuta de lo que había creído, y esa podría convertirse en una ventaja para nosotros. Al terminar de hablar, cerré la caja con un chasquido, reafirmando mi determinación en ese momento crucial.
Oliver se detuvo por un instante, sumido en sus pensamientos, antes de retomar la conversación.
—¿Y qué pasaría si eventualmente empieza a sentir algo por ella? —inquirió, mostrando cierta precaución en su tono —Podría pasar.
Yo respondí con seguridad, tratando de despejar cualquier duda.
—No hay sentimientos en juego. Esto se trata únicamente de un acuerdo comercial, eso es todo —afirmé, con determinación en mi voz.