Arie ha estado enamorada de Andy desde el día en que lo conoció. Pero él nunca lo ha sabido. Para Andy, ella es su mejor amiga, su confidente, la persona en la que más confía. Y aunque su relación es demasiado cercana, demasiado íntima, Andy sigue amando a Evelin, la madre de su hija.
A pesar de que Evelin tiene otra pareja, sigue teniendo un poder sobre él que Arie no puede romper. Mientras tanto, Arie se ve atrapada en un amor que la consume, en la dulzura de Andy que solo la hiere más, y en el cariño de Charlotte, la pequeña niña que siente como suya, aunque nunca lo será.
Ser parte de la vida de Andy la hace feliz, pero también la destruye un poco más cada día. ¿Hasta cuándo podrá soportarlo? ¿Podrá seguir amando en silencio sin que su corazón termine roto en pedazos?
NovelToon tiene autorización de F10r para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capitulo 8
Narrado por Andy
Sentí un movimiento a mi lado, algo que interrumpió el calor reconfortante de la cama. Abrí los ojos lentamente, aún adormilado, y en la penumbra de la habitación vi a Arie.
Estaba despierta.
Y estaba llorando.
Me incorporé de inmediato, el sueño desapareciendo de golpe.
—¿Arie? —mi voz sonó preocupada, más de lo que esperaba.
Ella no respondió, solo se llevó una mano al rostro como si quisiera ocultarse de mí.
—Oye… —me acerqué más, intentando ver sus ojos—. ¿Qué pasa?
Nada.
Su silencio me inquietó aún más.
—Arie, dime algo.
Ella sollozó suavemente, y eso fue suficiente para que mi corazón se encogiera.
Sin pensarlo, tomé su rostro entre mis manos, obligándola a mirarme. Sus ojos estaban rojos y brillantes por las lágrimas, su nariz ligeramente enrojecida, y aunque se veía frágil en ese momento, para mí nunca había sido más hermosa.
—Sabes que somos mejores amigos —susurré con voz suave—. Puedes confiar en mí.
En cuanto dije esas palabras, sus lágrimas aumentaron.
La desesperación me invadió.
—Arie… —murmuré, sintiéndome completamente impotente.
Ella solo negó con la cabeza y escondió el rostro en mis manos.
No lo pensé más.
La rodeé con mis brazos y la atraje hacia mí, abrazándola con fuerza.
Sentí cómo su cuerpo temblaba contra el mío, cómo su respiración se entrecortaba. No sabía qué hacer, no sabía qué decir. Solo podía sostenerla, solo podía estar allí para ella, aunque no entendiera qué estaba pasando.
Me apoyé contra la cabecera de la cama y la acomodé en mi pecho, acariciando su espalda con calma.
—Shh… tranquila —susurré contra su cabello—. Estoy aquí.
Poco a poco, sentí cómo su llanto iba disminuyendo. Sus sollozos se volvieron más suaves, y su respiración empezó a calmarse.
No la solté, incluso cuando dejó de llorar.
Pasaron unos minutos antes de que ella hablara.
—Tuve un sueño feo —susurró contra mi pecho, con la voz temblorosa.
Bajé la mirada para encontrarme con sus ojos.
—¿Quieres contármelo?
Ella negó con la cabeza.
—No importa… ya pasó.
No insistí.
En cambio, pasé un dedo suavemente por su mejilla, limpiando el rastro de sus lágrimas.
—No quiero que llores, Arie. —Mi voz fue más suave de lo que pretendía.
Ella parpadeó y se quedó mirándome. Sus ojos todavía estaban vidriosos, pero había algo más en ellos. Algo que no supe descifrar.
Tragué saliva y aparté la mirada.
—Quédate en la cama —le dije, levantándome con cuidado—. Yo haré el desayuno.
—Andy…
—No te preocupes —sonreí, despeinándole el cabello suavemente—. Hoy te toca ser consentida.
Ella me miró con ternura, y por un momento, tuve la sensación de que quería decir algo más. Pero solo asintió.
Salí de la habitación con una extraña sensación en el pecho.
Todavía podía sentir sus lágrimas en mi piel.
Todavía podía sentir el peso de su cuerpo en mis brazos.
Y todavía podía escuchar su voz en mi cabeza.
"Tuve un sueño feo".
Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que no era del todo cierto?
Después de desayunar juntos, salimos rumbo al restaurante. No pude evitar mirarla de reojo varias veces mientras manejaba. Arie se veía más tranquila, pero aún tenía rastros de la madrugada en su rostro.
Quería preguntarle otra vez qué le pasaba, pero no quería presionarla. Solo esperaba que confiara en mí cuando estuviera lista.
Cuando llegamos al restaurante y entramos a la cocina, sentí que se me bajaba la sangre al ver a Carlos apoyado despreocupadamente en la encimera, como si fuera su casa.
No. Otra vez no.
Suspiré con irritación.
—Carlos… —dije con paciencia forzada—. ¿No tienes algo que hacer en tu casa? ¿Desempolvar muebles? ¿Lavar los trastes? ¿O tal vez atender a tus clientes en TU trabajo en lugar de estar metido en MI cocina?
Carlos sonrió de lado, claramente disfrutando de mi molestia.
—Vaya, alguien se despertó con el pie izquierdo hoy.
Arie me miró con el ceño fruncido, como si me pidiera que me calmara.
No podía.
Carlos estaba empezando a sacarme de mis casillas.
—No es eso —bufé, cruzándome de brazos—. Es que en serio, Carlos, ¿qué demonios haces aquí todo el tiempo?
—Me gusta el ambiente —respondió con un encogimiento de hombros—. Además, la compañía es buena. —Dirigió una mirada rápida a Arie, lo que me hizo apretar la mandíbula.
Respiré hondo.
Ya era suficiente.
—Carlos, necesito hablar contigo. Ahora.
Él alzó una ceja, sorprendido por mi tono serio, pero asintió.
Lo llevé fuera de la cocina, lejos del personal y de Arie.
—A ver, dime qué pasa —dijo, cruzándose de brazos.
Lo miré fijamente.
—Me gusta, Carlos.
Él parpadeó, confundido.
—¿Qué?
Rodé los ojos.
—No seas idiota. Me refiero a que me gusta Arie.
Carlos se quedó en silencio, como si procesara mis palabras.
—Espera, espera… ¿tú? ¿El hombre de hielo? ¿El tipo que no muestra emociones? ¿Estás enamorado de Arie?
—Sí.
—¿Desde cuándo?
Solté una risa amarga.
—Desde siempre.
Carlos se pasó una mano por el cabello y soltó un silbido bajo.
—Vaya. No lo vi venir.
—Ahora lo sabes. Y también sabes por qué me molesta verte aquí metido todo el tiempo. No sé cuáles sean tus intenciones, pero ella no es un juego para mí.
Carlos me miró por un momento antes de soltar una carcajada.
—Relájate, Andy. No tengo ninguna intención con Arie. Solo disfruto molestarte.
Apreté los puños.
—Pues deja de hacerlo.
—Lo pensaré. —Me guiñó un ojo y se alejó, riendo.
Lo observé irse con un suspiro pesado.
No sabía si había logrado algo con esa conversación, pero al menos ahora Carlos entendía la situación.
Lo que no entendía era por qué, después de todo este tiempo, aún no me atrevía a decirle a Arie la verdad.
Regresé a la cocina con la mente dando vueltas. Sentí una mezcla de alivio y frustración. Alivio porque Carlos al menos ya sabía lo que sentía por Arie, pero frustración porque seguía sin hacer nada al respecto.
Arie estaba concentrada en su estación de trabajo, con la mirada fija en los ingredientes, moviéndose con la precisión y gracia que siempre me dejaban sin aliento. Se veía hermosa.
Siempre se veía hermosa.
—¿Todo bien? —me preguntó sin apartar la vista de lo que hacía.
Asentí, aunque sabía que no me estaba mirando.
—Sí. Solo tenía que aclarar unas cosas con Carlos.
Ella suspiró, como si ya estuviera acostumbrada a nuestras discusiones.
—No sé por qué te molesta tanto que venga.
Porque no quiero que nadie más se acerque a ti.
Porque me muero de celos.
Porque te amo.
Pero no dije nada de eso.
—Solo… es molesto.
Ella sonrió de lado y me miró por un breve instante.
—¿Molesto o celoso?
Su pregunta me tomó desprevenido, pero logré mantener mi expresión neutral.
—¿Celoso? ¿Yo? No digas tonterías.
Arie soltó una risa suave y negó con la cabeza antes de seguir cocinando.
Pero mi pecho se apretó.
Ella lo sospechaba.
Y yo ya no podía seguir pretendiendo que no pasaba nada.
Pasé el resto del día trabajando con una ansiedad silenciosa, observando a Arie cuando ella no miraba, sintiendo que mi paciencia llegaba a su límite.
Cuando terminamos la jornada y nos preparamos para salir, noté que Arie estaba más callada de lo habitual.
—¿Todo bien? —pregunté, repitiendo sus mismas palabras de hace unas horas.
Ella asintió.
—Sí, solo estoy cansada.
Pero algo en su voz me dijo que no era solo eso.
No insistí. Solo la seguí hasta el auto y manejé en silencio hasta su casa.
Cuando llegamos, Arie dejó escapar un suspiro largo antes de apoyarse contra el respaldo del asiento.
—¿Quieres quedarte? —preguntó suavemente.
No había un solo día en el que no lo hiciera.
—Siempre.
Subimos juntos a su apartamento, y ella se dejó caer en el sofá mientras yo iba a la cocina por un poco de agua.
Al regresar, la vi con la mirada perdida en algún punto de la pared.
—Arie… —Me senté a su lado y toqué su mano. Ella parpadeó y me miró, como si apenas se diera cuenta de mi presencia.
—¿En qué piensas?
Ella sonrió, pero fue una sonrisa triste.
—En nada.
No me lo creí.
—Arie… —Me acerqué más, sosteniendo su mirada—. Sabes que puedes decirme lo que sea, ¿verdad?
Ella me observó en silencio durante varios segundos. Luego bajó la vista y respiró hondo.
—Andy…
Su voz era apenas un susurro.
—¿Sí?
—Olvídalo.
Suspiré.
Quería insistir.
Quería obligarla a decirme lo que pasaba por su cabeza.
Pero también sabía que Arie solo hablaba cuando estaba lista.
Así que, en lugar de presionarla, simplemente me incliné y apoyé mi frente contra la suya, cerrando los ojos por un momento.
La sentí contener la respiración.
—Estoy aquí —murmuré—. Siempre.
Arie no dijo nada. Pero su mano se aferró a la mía con fuerza.
Y en ese silencio, entendí que ella también estaba luchando contra algo. Algo que, tarde o temprano, tendría que salir a la luz.