La primera regla de la amistad era clara: no tocar al hermano. Y mucho menos si ese hermano era Ethan, el heredero silencioso, la figura sombría que se movía como una sombra en la mansión de mi mejor amiga, Clara.
Yo estaba allí como refugio, huyendo de mi propia vida, buscando en Clara la certeza que había perdido. Pero cada visita a su casa me acercaba más a él.
Ethan no hablaba, pero su presencia era un lenguaje. Podías sentir la frustración acumulada bajo su piel, el resentimiento hacia el mundo que su familia le obligaba a soportar. Y, de alguna forma, ese silencio me llamó.
Sucedió una noche, con Clara durmiendo en el piso de arriba. Me encontró en el pasillo. Su mirada, siempre distante, se clavó en la mía, y supe que la línea entre la lealtad y el deseo se había borrado. Me tomó la cara con brusquedad. Fue un beso robado, cargado de una rabia helada y una necesidad desesperada.
No fue un acto de amor. Fue un acto de traición.
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Capitulo VI Desobediencia
El amanecer en la mansión Hawthorne se sentía diferente. Ya no era un simple refugio, sino el cuartel general de una operación secreta. La culpa no se había ido, pero ahora estaba mezclada con una dosis de propósito y una excitación aterradora. Había cruzado la línea y, sorprendentemente, me sentía más anclada que nunca.
Me desperté antes que Clara. Me vestí con unos jeans y una camiseta simple, una protesta silenciosa contra la formalidad de la casa. Mi primer objetivo era obtener información, y mi única fuente era la hermana que me había jurado "nunca dejar que me silenciaran."
Encontré a Clara en la terraza, sorbiendo un té y mirando los inmaculados jardines con una expresión de resignación.
—Buenos días —dije, acercándome a ella.
—Liv. Qué bien que despiertas. Necesito un escape. Mi madre ya está planeando la ubicación de la mesa de regalos. Es como si ya estuvieran vendiendo mi alma.
Me senté a su lado. —Hablemos de Alexander.
Clara suspiró, revolviendo su té con desgana. —Es... un buen chico. Muy inteligente. Y por supuesto, apuesto. Es lo que se espera de mí.
—¿Lo amas?
La pregunta era tan directa que Clara se sobresaltó, mirando a los lados para asegurarse de que nadie escuchaba.
—¿Estás loca? No, no lo amo. Lo respeto. El amor no es una variable en esta ecuación, Liv. Es una transacción. Él me trae estabilidad social y la fusión de la empresa. Yo le doy el apellido Hawthorne y la fachada de una vida perfecta. Es lo que mi padre llama una "asociación estratégica".
—Y tú no quieres ser una "asociación estratégica" —afirmé.
—Quiero ser libre. Quiero tener la opción de elegir algo que no esté pre-aprobado por el comité de finanzas de mi padre. Pero es demasiado tarde, Liv. Ya estoy hasta el cuello en este vestido de novia.
La desesperación en su voz me confirmó mi misión. No podía decirle la verdad sobre Alexander (todavía no), ni mucho menos sobre Ethan. Necesitaba que Clara misma viera la grieta en la fachada de su prometido.
—¿Están los dos enamorados? —pregunté, sintiéndome como una detective.
—Alexander dice que está feliz con el arreglo. Pero no, no está enamorado. Nunca hablamos de nada personal. Solo de eventos, viajes de negocios, y del futuro de la empresa. Es exasperante. Siento que mi única conexión humana en esta casa es...
Se detuvo abruptamente.
—¿Es quién? —la animé.
Clara se encogió de hombros, con una expresión de extraña melancolía. —Es Ethan. Él es el único que me ve, Liv. El único que sabe que odio todo esto.
La revelación me golpeó con la fuerza de un rayo. El Hermano Silencioso. El que parecía tan distante. Él era su verdadero ancla emocional, y no yo, su mejor amiga.
—Pero, ¿siempre están peleando, no? —pregunté, tratando de sonar casual.
—Peleamos, sí. Porque él es un amargado y yo soy una rebelde fallida. Pero es la única persona en esta casa que no intenta venderme algo. Él me dice que soy estúpida por no luchar, pero al menos me dice la verdad.
Me levanté, mi mente ya funcionando en modo "cómplice". Clara tenía que luchar por sí misma, pero yo podía darle el empujón.
—Bien. Olvídate del salón Olympus y de las flores. Concentrémonos en el prometido. Necesito saber todo sobre él. ¿Tiene una oficina aquí? ¿Archivos?
Clara me miró, la primera chispa de malicia en sus ojos desde que llegué. —Tiene una suite de invitados y una oficina que usa cuando está en la ciudad. Está en el ala este, lejos de todos. Es muy... privado.
—Perfecto. Necesito que me mantengas ocupada con "tareas de dama de honor" en el ala oeste todo el día.
Pasé la mañana sumida en la farsa, revisando listas de invitados interminables y coordinando pruebas de centros de mesa con una planificadora de bodas excesivamente entusiasta. Mi mente, sin embargo, solo pensaba en la noche y en la biblioteca.
A media tarde, mientras estaba en el comedor principal, escuché la voz de Felicia, la madre de Clara, hablando con Alexander.
—...y por favor, Alexander, mantén tus asuntos financieros fuera de esta casa. No necesitamos que la boda se retrase por tus 'reestructuraciones'. Tu futuro cuñado, Ethan, ya está bastante nervioso.
—No se preocupe, Felicia —respondió Alexander con su voz melosa—. Ethan solo está preocupado por el control. Me aseguraré de que no tenga nada de qué preocuparse.
Mi corazón dio un vuelco. Ethan tenía razón. Alexander sabía que estaba siendo investigado por él, y lo estaba subestimando.
Un momento después, Felicia y Alexander se dirigieron a la sala de estar. Me moví rápidamente. Esta era mi oportunidad.
Me dirigí al ala este. Era un pasillo más moderno y minimalista, con menos arte y más seguridad. La oficina de Alexander tenía una cerradura digital. Imposible. Me acerqué a la suite de invitados. La puerta estaba abierta solo un resquicio.
Entré sin llamar. La suite estaba inmaculada, con una sensación impersonal. Sobre una mesa de cristal, vi lo que buscaba: un maletín de cuero.
Me acerqué. No tenía cerradura. Estaba a punto de abrirlo cuando la puerta de la suite se cerró con un golpe seco a mis espaldas.
Me giré. Ethan estaba allí. Con el mismo traje oscuro, pero con un aire de absoluta frustración. Había presenciado mi incursión.
—¿Qué demonios estás haciendo, Liv? —Su voz era baja, pero cargada de una furia peligrosa.
—Buscando pruebas —respondí a la defensiva, retrocediendo hacia el maletín—. Si no se las das tú a Clara, lo haré yo.
—No. No puedes. Alexander no es estúpido. Si algo falta, sabrá que fuimos nosotros. Y lo usará en tu contra, o peor, en contra de Clara.
—¡Pero tú me dijiste que él es un peligro!
—Lo es, y voy a destruirlo legalmente. Pero no así. No poniendo en riesgo tu reputación, o la de Clara. —Dio un paso adelante. Yo retrocedí hasta que el borde de la mesa de cristal me golpeó la cadera.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté, notando que su ira era tan intensa que casi me quemaba.
—Te estaba buscando. Sabía que no obedecerías. —Ethan me acorraló contra la mesa, su cuerpo a centímetros del mío, pero sin tocarme. Era una tortura psicológica.
—¿Y ahora qué? ¿Me das otro ultimátum? —lo desafié.
—Ahora te pido que te quedes fuera de esta área. Yo me encargo de Alexander. Tú te encargas de ser el ancla de Clara. ¿Entendido, cómplice?
Sus ojos me taladraron, su aliento rozaba mi frente. La tensión entre la necesidad de obedecer y el deseo de tocarlo era insoportable.
—¿Qué encontraste en la cena? —pregunté, forzando el tema de la investigación para desviar la atracción física.
—Encontré que sus "reestructuraciones" son un encubrimiento. Necesito una coartada sólida para actuar. Y no me la vas a dar espiando sus maletines.
Ethan se inclinó más, y por un momento, pensé que iba a besarme de nuevo. Pero en lugar de eso, susurró al lado de mi oído, la voz llena de advertencia:
—Te estoy dando una oportunidad para salir de esto ilesa, Liv. Si te descubren aquí, eres la amiga, la desconocida. Te despedirán, y Clara estará triste. Si me descubren a mí... pierdo mi empresa. ¿Quieres pagar ese precio por un trozo de papel?
Asentí, mi garganta seca. El riesgo era demasiado alto. Él tenía razón. Mi impulsividad era una amenaza.
Ethan se alejó, creando de nuevo la distancia que nos separaba. Él recogió mi coraje destrozado y lo volvió a poner en su sitio con su frialdad.
—Vuelve con Clara. Y mantente en el ala oeste. No te necesito en esta parte de la casa. Te necesito en la cabeza de mi hermana.
Me fui sin mirar atrás. Etham me había salvado de mí misma, y con cada rescate, me sentía más y más atada a él. La lealtad que le debía a Clara era la única cosa que mantenía mi relación con Ethan en el peligroso terreno del cálculo y no en el de la pasión. Pero cada vez era más difícil diferenciar la una de la otra.