Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 8 Revelación
Jonathan Fairfax estaba en su amplio despacho, rodeado de muebles oscuros y una decoración que proyectaba poder y éxito. Sentado frente a él estaba su jefe de imagen, un hombre de mirada astuta y traje perfectamente ajustado, quien no dudaba en decirle las cosas de manera directa.
—Congresista, la situación con el intento de secuestro a la señora Crawford ha hecho que la gente los vea con otros ojos —dijo el jefe de imagen, con tono casi satisfecho—. En este caso, su imagen ha ganado un lado más… humano.
Jonathan suspiró, se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, desde donde podía observar el bullicio de Nueva York. Se quedó mirando la ciudad por un momento, con los brazos cruzados, sopesando lo que su jefe le había dicho.
—Así que, en resumen, este intento de secuestro nos ha ayudado, ¿cierto? —preguntó, con un tono casi cínico.
El publicista asintió, ajustando sus lentes.
—Así es, congresista. Este tipo de eventos generan empatía. Les muestra a las personas que ustedes también enfrentan desafíos y, en última instancia, fortalece su imagen.
Antes de que pudieran continuar, la puerta se abrió y una joven de unos veinticinco años entró al despacho. Era Jessica, una mujer de porte elegante, con una energía vibrante que llenaba la habitación. Su cabello castaño oscuro caía en ondas sobre sus hombros, y llevaba un atuendo profesional que, sin embargo, no disimulaba su juventud y ambición. Jessica había estado trabajando en su carrera en el ámbito político, buscando un lugar en el círculo de influencia de Jonathan.
—Disculpe, congresista Fairfax —dijo con una sonrisa cortés.
Jonathan giró hacia ella, y su expresión se suavizó al verla.
—No hay problema, Jessica. —Miró a su publicista y le indicó con un gesto que la conversación estaba concluida—. Entonces, quedamos en eso.
El jefe de imagen asintió, recogiendo sus cosas rápidamente.
—Por supuesto, congresista. A su disposición —respondió antes de salir de la oficina.
Cuando quedaron solos, Jessica se acercó a Jonathan con una sonrisa, mostrándose relajada.
—¿Cómo se siente hoy, congresista? —preguntó, con un tono de interés que parecía genuino mientras avanzaba hacia él.
Jonathan la observó por un momento antes de suspirar y darle una mirada cansada. Sin decir una palabra, acercó una mano a su cintura, y ella no dudó en corresponder al gesto. En sus ojos brillaba un destello de complicidad que la hacía destacar de entre los fríos círculos de la política.
—A veces siento que todo esto es una maldita carga —murmuró Jonathan, esbozando una sonrisa amarga mientras sus dedos jugaban con la orilla de la falda de Jess—. Pero tú… tú eres lo único hermoso que he visto en todo el día.
Jessica le devolvió la sonrisa, se besaron y Jonathan la llevo al sofa.
Después de un rato, ella salió, cerrando la puerta con cuidado. Mientras avanzaba por el pasillo, se encontró con Hartford, quien estaba de pie cerca de la entrada de la oficina, vigilante como siempre. Jessica le dio una leve sonrisa y continuó caminando, mientras Hartford observaba en silencio.
***
Mientras tanto, en el edificio de Holdings Crawford Tecnológic, Aristoteles estaba en la oficina de James, el asistente de Alice. El ambiente en la oficina era ordenado, reflejando la precisión con la que James manejaba cada aspecto de la agenda de Alice. Las paredes estaban decoradas con cuadros de estilo minimalista, y el escritorio de James estaba impecable, con una tablet y algunos documentos bien dispuestos.
—La señora Crawford es muy rigurosa con sus horarios —decía James mientras le mostraba en una tablet una lista detallada de los compromisos y lugares que Alice frecuentaba—. Aquí tienes una lista de sus actividades regulares y de las ubicaciones que suele visitar para reuniones, eventos y citas personales. Es importante que conozcas estos lugares.
Aristoteles asintió, observando la lista con atención, tomando nota mental de cada detalle. La responsabilidad que implicaba proteger a Alice se hacía más tangible con cada dato que James compartía, y él sabía que no podía permitirse fallar en esta nueva tarea.
—Entiendo. Me aseguraré de familiarizarme con cada uno de estos sitios —respondió, manteniendo un tono profesional.
Sin embargo, mientras James continuaba explicando, la mirada de Aristoteles se desvió hacia la oficina de Alice, cuya puerta de cristal estaba entreabierta. A través de ella, podía ver a Alice sentada en su escritorio, hablando por teléfono. Observaba cómo sus dedos se movían con precisión sobre un pequeño dispositivo que traducía el texto en braille, permitiéndole manejar las llamadas y la información sin depender de nadie.
Alice, en ese instante, parecía completamente absorbida en su conversación, con una expresión de serenidad y concentración que no dejaba dudas sobre su capacidad de liderazgo. A pesar de su ceguera, cada gesto y cada palabra que decía denotaban una firmeza inquebrantable. Aristoteles se encontró fascinado, incapaz de apartar la mirada. Había algo en ella, algo poderoso y atrayente, que iba mucho más allá de su presencia física.
James notó hacia dónde dirigía la atención de Aristoteles y dejó escapar una leve sonrisa.
—La señora Crawford es… especial —comentó, captando el interés del guardaespaldas—. Ha logrado más de lo que muchos creen posible. Si hay alguien que puede manejar una situación de presión, es ella.
Aristoteles asintió, aún inmerso en sus pensamientos.
—Lo he notado —murmuró, sus palabras cargadas de respeto.
En ese instante, Alice giró ligeramente la cabeza, como si de alguna manera hubiera captado su mirada desde el otro lado del cristal. Aunque Aristoteles sabía que ella no podía verlo, sintió una conexión inusual en el momento, una especie de reconocimiento silencioso. Ella terminó la llamada y dejó el dispositivo sobre el escritorio, mientras él desviaba la vista de nuevo hacia James, disimulando el impacto que aquella mujer parecía tener sobre él.
Alice Crawford era, en efecto, alguien único.
Para no dar una calificación a medias , me abstendré de darla.