"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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Pateticos
Dahna estaba sentada en la cafetería, comiendo tranquilamente mientras las miradas de los demás se centraban en ella. Su cabello largo y negro caía por su espalda, y la despreocupación con la que comía contrastaba con la atención que recibía. Ella, en su mente, contaba ovejitas, tratando de mantener la calma para no hacer una locura frente a todos esos mirones que la seguían con los ojos, como si esperaran algún espectáculo.
En una mesa cercana, Cassandra observaba la escena con desdén, mordiéndose la lengua para no gritar lo que pensaba. La nueva apariencia de Amara no significaba nada para ella. "Aunque haya cambiado su ropa y maquillaje, sigue siendo la misma estúpida que odio," murmuró para sí misma antes de voltear a ver a sus compañeros. "Así que ustedes deben continuar con los ataques. No olviden lo perdedora que es."
Los chicos que la acompañaban asintieron de inmediato, intercambiando miradas cómplices. Eran los mismos que habían encerrado a Amara en su casillero el año anterior. El plan estaba en marcha.
Cuando Dahna terminó de comer, se dirigió a recoger sus libros de su casillero, notando que alguien la seguía. Sus labios se curvaron en una sonrisa burlona. "Corderitos al matadero," pensó. Sin apurarse, se desvió hacia el gimnasio, que estaba completamente vacío a esa hora.
Los chicos la siguieron, seguros de que tenían a la presa perfecta. Cuando entraron, no la vieron por ningún lado y comenzaron a buscarla entre las sombras del lugar.
Pero entonces, una voz fría y sarcástica se alzó detrás de ellos:
—¿Buscándome, niños? Pensé que ya habíamos pasado de la etapa del juego del escondite.
Dahna estaba apoyada contra la pared junto a la puerta, su figura delineada por la tenue luz que se filtraba desde el exterior. Llevaba un cigarrillo encendido entre los dedos, exhalando una nube de humo que flotaba alrededor de su rostro, mientras sus ojos brillaban con un peligroso destello de diversión.
—¿Qué pasa? —añadió con una sonrisa burlona, mirándolos con la cabeza ligeramente ladeada—. ¿Esperaban encontrar a la Amara de antes? ¿La que lloraba por cada insulto que le lanzaban? Lamento decepcionarlos, pero esa ya no está aquí. Ahora están conmigo.
Uno de los chicos dio un paso adelante, intentando mantener una actitud desafiante, aunque su voz traicionaba un leve temblor:
—No te creas tan especial, Amara. No tienes idea de con quién te estás metiendo.
Dahna soltó una carcajada baja y burlona, tomando una última calada del cigarrillo antes de arrojar la colilla al suelo y aplastarla con la punta de su bota.
—¿Con quién me estoy metiendo? —repitió, burlándose—. Ay, por favor, no me hagan reír. No son más que un grupo de perdedores que necesitan juntarse para sentirse poderosos. Pero déjenme aclararles algo: yo no soy la presa aquí... ustedes lo son.
La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. Los chicos intercambiaron miradas, antes de lanzarse contra ella, intentando intimidarla con su número. Pero Dahna estaba más que preparada.
El primer golpe lo esquivó con facilidad, moviéndose como una sombra. Agarró el brazo de uno de los chicos, girándolo con fuerza y estrellándolo contra el suelo, sacándole el aire con un solo movimiento. Otro intentó agarrarla por detrás, pero Dahna lo recibió con un codazo directo al estómago, dejándolo retorciéndose de dolor.
—¿Esto es todo lo que tienen? —preguntó Dahna, con un tono que rozaba la decepción mientras lanzaba una patada al tercero, que terminó estrellándose contra una de las colchonetas del gimnasio—. Yo esperaba un reto.
El último chico, desesperado, intentó sorprenderla con un golpe directo al rostro. Pero Dahna lo detuvo con facilidad, sujetándole la muñeca y torciéndola con una fuerza que él jamás habría imaginado que pudiera tener.
—A veces, para entender algo —susurró Dahna, inclinándose un poco para quedar a la altura de sus ojos mientras él gemía de dolor—, hace falta más que palabras. Y creo que ustedes necesitaban una lección práctica de lo que significa meterse con alguien como yo.
Dahna lo soltó con un empujón, y el chico cayó al suelo junto a sus compañeros, todos jadeando de dolor y humillación. Ella les lanzó una última mirada desdeñosa antes de dar media vuelta. Con una sonrisa macabra en los labios, salió del gimnasio, dejando a los cinco en el suelo, incapaces de comprender lo que acababa de suceder.
Mientras caminaba por el pasillo, se cruzó con un grupo de chicos que se dirigían al gimnasio para entrenar. La ignoraron, creyendo que no tenía nada que ver con ellos. Pero al entrar, encontraron a los otros cinco retorciéndose en el suelo, intentando recomponerse de su paliza.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó uno de los recién llegados, mirando la escena con incredulidad.
—Fue... fue un accidente —mintió uno de los chicos caídos, intentando mantener su dignidad—. Tuvimos un... problema con el equipo de entrenamiento.
Los demás intercambiaron miradas escépticas, dudando que aquella versión fuera cierta. Pero ninguno de ellos podía imaginar que una sola chica fuera la responsable de aquello.
Mientras tanto, Dahna se dirigía de regreso a su casillero, tarareando una melodía escalofriante:
"Los días oscuros vendrán, los gritos en la noche sonarán. Sombras que nunca verás, te arrastrarán sin piedad. Corre, corre sin mirar atrás, el fin se acerca y no escaparás..."
Con una sonrisa satisfecha, tomó sus cosas del casillero y continuó por los pasillos. Al cruzarse con Cassandra, Javier y el grupo de amigos de ambos, Dahna les dedicó una sonrisa soberbia y siguió su camino, disfrutando del desconcierto en los rostros de los demás.
—¿Qué le pasa a esta? —susurró Cassandra con el ceño fruncido, mirando a Javier—. Ayer lloraba porque la rechazaste y hoy, ¿quién se cree?
Uno de los amigos de Javier intervino con una sonrisa burlona:
—Quizás es su estrategia para llamar la atención de Javier.
Otro añadió, con un tono sarcástico:
—O simplemente ya pasó de él.
Las risas llenaron el aire, aunque algunos de los amigos de Cassandra lo miraron mal por su comentario, y él levantó las manos en un gesto de inocencia.
—Era solo una broma, chicos, cálmense.
El ambiente se tornó tenso, mientras el grupo seguía murmurando entre ellos. Pero Dahna ya no estaba para escuchar. Ella continuaba su camino, tarareando aquella melodía macabra que se volvía más fuerte en su mente, como un eco que prometía caos y venganza.