En una pequeña sala oscura, un joven se encuentra cara a cara con Madame Mey, una narradora enigmática cuyas historias parecen más reales de lo que deberían ser. Con cada palabra, Madame Mey teje relatos llenos de misterio y venganza, llevando al joven por un sendero donde el pasado y el presente se entrelazan de formas inquietantes.
Obsesionado por la primera historia que escucha, el joven se ve atraído una y otra vez hacia esa sala, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentan. Pero mientras Madame Mey continúa relatando vidas marcadas por traiciones, cambios de identidad, y venganzas sangrientas, el joven comienza a preguntarse si está descubriendo secretos ajenos... o si está atrapado en un relato del que no podrá escapar.
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Visitando el pueblo
Robert dudó por un momento, su mirada se oscureció ligeramente antes de contestar.
—Sí, ¿por qué no?
—Bien, gracias, voy a cambiarme. – Dijo con una sonrisa.
Se levanto rápido y se fue a cambiar, después de tanto tiempo de estar encerrada al fin va a salir.
Ancipiti estaba tan feliz, sus ojos se iluminaban, estaba esperando a Robert en la entrada de la casa.
—Estoy listo, vamos.
—Bien.
A pesar de su respuesta afirmativa, una sombra de preocupación cruzó el rostro de Robert. Ancipiti notó el cambio en su expresión, pero decidió no mencionarlo. Mientras caminaban hacia el pueblo, ambos mantenían un extraño silencio, como si una barrera invisible hubiera surgido entre ellos.
Caminaron un rato, hasta que vieron las primeras casas del pueblo, este no estaba lejos, la verdad era muy cerca. Después de un tiempo de caminar llegaron al centro del pueblo, esta tenía una fuente.
—¿Qué quieres hacer?
—Mmm, solo dar una vuelta y conocer el lugar, oh y comprar pan recién horneado.
—Está bien -Dijo mientras acariciaba su cabeza.
Mientras caminaban por el centro del pueblo, Ancipiti no podía dejar de sonreír. El aire fresco y el bullicio de la gente la llenaban de energía. Robert la observaba con cariño, disfrutando de su felicidad.
—Mira, allí hay una panadería -dijo Ancipiti, señalando un pequeño local con una fachada acogedora.
Entraron y el aroma a pan recién horneado los envolvió. Ancipiti se acercó al mostrador y eligió algunos panes.
—¿Te gustaría probar algo más? -preguntó Robert.
—Sí, ¿qué tal unos pasteles? -respondió ella con entusiasmo.
Después de comprar los panes y pasteles, salieron de la panadería y continuaron su paseo. Se detuvieron en un banco cerca de la fuente y comenzaron a disfrutar de sus compras.
—Este lugar es maravilloso -dijo Ancipiti, mirando a su alrededor.
—Me alegra que te guste -respondió Robert, tomando su mano.
Pasaron el resto de la tarde explorando el pueblo, descubriendo pequeños rincones encantadores y disfrutando de la compañía mutua. Ancipiti se sentía libre y feliz, y sabía que este día sería uno de sus recuerdos más preciados.
Después de un rato, decidieron seguir explorando. Pasaron por una pequeña tienda de artesanías donde Ancipiti se detuvo a admirar unos collares hechos a mano.
—¿Te gusta alguno? -preguntó Robert.
—Sí, este es precioso -dijo ella, señalando un collar con un colgante en forma de hoja.
Robert sonrió y lo compró para ella. Ancipiti se lo puso de inmediato, sintiéndose aún más feliz.
—Gracias, es hermoso -dijo, dándole un abrazo.
Continuaron caminando hasta llegar a un parque con un pequeño lago. Se sentaron en la orilla, disfrutando de la tranquilidad del lugar.
—¿Sabes? Este es uno de los días más felices que he tenido en mucho tiempo -dijo Ancipiti, mirando el reflejo del sol en el agua.
—Me alegra escucharlo. Mereces ser feliz -respondió Robert, acariciando su mejilla.
Pasaron el resto de la tarde en el parque, hablando y riendo. Cuando el sol comenzó a ponerse, decidieron regresar a casa.
—Ha sido un día maravilloso -dijo Ancipiti mientras caminaban de regreso.
—Sí, lo ha sido -respondió Robert, sonriendo.
Al llegar a casa compartieron los pastelillos juntos, con un buen té, mientras contemplaban las estrellas en el balcón de su habitación. Después de pasar un agradable tiempo juntos fueron a descansar, no paso mucho hasta que Robert callera dormido.
Ancipiti se levantó con cuidado, asegurándose de no despertar a Robert, y salió silenciosamente de la habitación. Su destino era el oscuro cuarto donde mantenía a las chicas cautivas. Llevaba consigo un trozo de pastel y unos panes. A pesar de su locura, había en ella un retorcido sentido de hospitalidad.
El silencio de la casa era casi tangible mientras Ancipiti recorría los pasillos. El contraste entre la paz aparente y el horror que se ocultaba tras las puertas cerradas era evidente. Finalmente, llegó a su destino: el cuarto donde las jóvenes, sucias y aterrorizadas, aguardaban su destino.
-Hola señoritas, miren los que les traigo. – Dijo mientas esperaba una respuesta – Jajaja error mío, les quitare esos trapos de la boca pero si gritan no dudare en cortarles la lengua. - Ancipiti se acercó y quito las vendas de sus bocas.
—¿Qué quieres? -Sus miradas hacían que un escalofrió recorriera el cuerpo, una mezcla de odio y desesperación se reflejaban en ellos.
—Solo les venía a traer pastel y unos ricos panes, ¿Qué pasa porque me miran así? -Dijo mientras colocaba el pan cerca de ellas.
—No queremos eso, vete.
—No es mi problema si quieren o no, se los dejare aquí si es que más adelante les da hambre. -Dijo mientras las miraba con una sonrisa.
—Bien has lo que quieras.
—Tampoco es como que tengan de otra que aceptar, bueno aunque por esto no fue a lo que vine.
—¿Entonces?
—Bueno, tengo un pequeño trato para ustedes, si quieren salir de aquí, ¿Les interesa?
—¿Qué es? – Dijo una.
—Pues, verán quiero que ustedes hablen y elijan entre ustedes quien va a entretenerme esta vez, la otra quedara viva y la dejare en paz.
— ¿Qué mierda estás hablando?
—Lo que escucharon, tienen cinco minutos, si no eligen las dos van a morir.
—Está bien -Dijo una.
— ¡No! ¿Qué está loca? – Renegó la otra.
Comenzaron a discutir, Ancipiti veía tremendo espectáculo, mientras las miraba fijamente, se había dado cuenta que la voz de la chica que había estado de acuerdo le gustaba mucho.
—Bien, como ninguna quiere nada, supongo que las dos quieren morir.
— ¡Espera, espera! Yo la elijo a ella, no es suficiente con que una elija. -Dijo desesperadamente.
—Está bien, me gusta tu determinación, la verdad me da igual cuál de las dos sea.
— ¡Es injusto, no puedes estar de acuerdo así de fácil!
—¿Y, quién dijo que esto sería justo? -Dijo mientras agarraba el cuchillo.
Ancipiti, se acercó, le susurro en el oído “dulces sueños querida” y clavo el cuchillo en su pecho.
ya muero por leerla 👀😌