Tres reinos fueron la creación perfecta para mantener el equilibrio entre el bien y el mal.
Cielo, Tierra e Infierno vivieron en una armonía unánime durante millones de años resguardando la paz.
Pero una muerte inocente, fue suficiente para desatar el verdadero caos que amenazara por completo el equilibrio y, la existencia de todos los seres en el planeta.
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Fuego hasta las ruinas
Habían pasado unos meses desde que el general Liú había estado preparando a las tropas. Reclutó a todos, desde los grandes soldados imperiales hasta los jóvenes más escuálidos de la ciudad. Cualquier persona capaz de sostener una espada era bienvenida, y como si fuera una obligación cívica, instó a todos los habitantes de las tierras de WūYā a pelear. A sus ojos, todos eran simples pecadores que habían traicionado a su alteza real.
Liú Xīn proclamó que nunca perdonaría la hipocresía del vasto imperio. El odio por aquella traición y la imagen vivida de su alteza desangrándose entre sus brazos se grabaron profundamente en su alma.
Ahora, mirando a la gente frente a él, reafirmó las palabras grabadas en su ser: "¡Si hoy estás con vida, es gracias a su vida! Y hoy te toca luchar por su sacrificio". Fueron palabras imponentes y frías que salieron de su boca hacia aquellos que se negaban a luchar. Durante los meses siguientes, preparó arduamente a cada hombre, mujer y niño de la ciudad.
A pesar del llanto de las madres y los ruegos de los padres, Liú Xīn se volvió sordo y su conciencia se convirtió en una piedra demasiado dura de atravesar. Aquellos que se presentaban ante él, muchos sin experiencia, eran solo carne de cañón bajo los ideales de un corazón herido.
El general Liú estaba dispuesto a dar su vida en la batalla y la vida de cuantos fuesen necesarios. No le importaba que la mayor parte de su ejército fueran ciudadanos comunes, ancianos enfermos, mujeres que apenas alcanzaban la edad adulta o incluso eruditos que se habían escondido toda su vida tras un libro. La guerra es cruel, no perdona, y Liú Xīn se había convertido en la espada viva que solo brillaba en el campo de batalla.
Y así comenzó todo, así empezó el declive de la nación de WūYā. Con la hambruna tocando cada puerta, la guerra amenazando cada paso y los cielos dándoles la espalda.
La gran nación de WūYā estaba al borde del colapso, la imponente ciudad que una vez relució ahora era solo huesos y cáscaras. Nadie entendía cómo habían llegado a ese estado. Solo tres años después de la muerte del príncipe heredero, la nación había caído en un abismo total. Nadie comprendía la razón ni por qué estaban siendo castigados por los cielos. ¿Cómo podía ser posible? El príncipe ya estaba muerto, la profecía no podía haberse cumplido, su muerte ocurrió antes de alcanzar la edad adulta e incluso fue despedido sin una ceremonia real.
Pero no importa cuál fue la razón, la locura y el miedo son los peores enemigos de una nación. Mezclados con un hambre voraz que recorría las calles de WūYā y la pobreza, daban paso a un paisaje escalofriante. El general Liú, aún inmerso en el dolor, jamás se detuvo a ver la realidad ante sus ojos.
Cada calamidad en aquel lugar era un castigo merecido, pero en cierta parte de su corazón y su mente, había una batalla continua con sus fríos actos hacia aquellos seres que tenía bajo su mando.
¿Acaso no estaba dejando morir la nación de su Alteza? ¿No era lo mismo que dejarlos morir en la guerra? Los pensamientos eran tormentosos, pero el dolor en su corazón era veneno puro camuflado de falsa lealtad a su nación. El tormentoso recuerdo de aquel día lo seguía a cada paso, haciendo presencia en cada una de las caras de su pueblo.
Pero aun en un debate entre la crueldad y la moral, el general Liú se centró en preparar las tropas en el limitado tiempo que tenían. Resguardando la idea de que en cualquier momento un río de sangre se desataría en WūYā, la batalla entre los dos reinos vecinos cada día empeoraba. Cada vez llegaban más bandidos refugiándose en la impasible capital, y muchos oportunistas aprovecharon el caos para hacer de las suyas.
Entre preparar las tropas para la inminente guerra y enfrentar la delincuencia que afloraba en el imperio, era poco lo que la corte lograba hacer. Los corazones corruptos de los ministros dejaban ver sus venenosos ideales, complicando aún más la situación y manteniéndolos acorralados. No pasó mucho tiempo hasta que la Gran Guerra alcanzó las fronteras de lo que fue la gran nación WūYā. Y con una bandera flamante y distante, se dio paso a un tratado que no logró ser pactado.
El emperador lo sabía en el fondo de su corazón: nada detendría esta guerra. Los dioses habían dado la espalda a WūYā, y él mismo había entregado a su único hijo esperando una paz que jamás obtuvo. Por ello, con las manos atadas, dio la orden y la guerra empezó, arrasando vorazmente las fronteras. Durante meses, los ríos de sangre no cesaron, en una lucha destinada al fracaso pero imposible de evitar.
...~○~...
—¡General!—
Una espada ensangrentada se detuvo a escasos milímetros de chocar con su armadura. El rostro del soldado que segundos antes había gritado estaba salpicado de sangre, un shock fugaz invadió al general Liú antes de agarrar firmemente la empuñadura de su espada y blandirla hacia aquel que había atravesado a uno de sus hombres. La cabeza del adversario se movió por reflejo, sus ojos abiertos desmesuradamente parecían a punto de salir de sus órbitas, sus manos aferradas a la espada ajena que no mostraban señales de soltarse, como si intentaran aferrarse a la vida que se desvanecía rápidamente.
Con un solo movimiento, Liú arrancó con fuerza su arma del cuello del enemigo. Los labios del agresor se movieron torpemente en un intento desesperado de pronunciar alguna palabra. Mientras tanto, el soldado interponiéndose entre los dos cuerpos se arrancaba la espada que se mantenía incrustada en su hombro. El general Liú cortó un pedazo de su propia capa y, sin decir una palabra, improvisó un torniquete para detener la hemorragia. Luego, palmoteó la espalda del soldado y agarró firmemente su espada para seguir luchando.
—Si no puedes continuar, entonces lárgate —dijo antes de avanzar hacia su siguiente víctima—. ¡General, no es por presumir, pero acabo de salvarte la vida!
El soldado sonrió con orgullo, sin la menor intención de abandonar el lugar. Agarró fuertemente su espada y corrió una vez más hacia la batalla, sin mostrar ni un indicio de dolor a pesar de la gravedad de su herida. —¡Está bien! ¡Así sea! —respondió el general Liú con una sonrisa. Apretó firmemente la empuñadura de su espada y se abalanzó sin vacilar sobre su adversario.
Así transcurrieron los días, las semanas y los meses. Innumerables pérdidas, altibajos constantes en medio de un interminable infierno. Ningún reino estaba dispuesto a ceder, hasta que, en el octavo mes de aquella batalla infernal, una carta desgarradora llegó a oídos de Liú Xīn mientras se preparaba estratégicamente para prevalecer en la guerra.
—¡General! ¡General! —un soldado maltrecho entró agitado en la tienda donde se encontraban el general y los líderes bajo su mando, planificando las estrategias de batalla. Todos miraron al hombre parado frente a ellos, colocando una mano en el pecho y haciendo una leve inclinación hacia el general Liú mientras su rostro palidecía lleno de preocupación—. ¡General! ¡Una carta directamente del emperador!
Extendió su mano y entregó el delgado pergamino, sin levantar la cabeza hasta escuchar la orden de descanso. Miró con ojos preocupados al general Liú y lamentó, sabiendo que nada bueno podría venir del palacio. "Puedes irte, te llamaré si necesito algo", dijo finalmente el general.
Liú Xīn observó cómo todos aguardaban expectantes por la nota. Bufó con desdén y miró fríamente al grupo de hombres que permanecía en la carpa. "Lo que tenía que decirse, se ha dicho. ¿Por qué aún los veo aquí parados, perdiendo el tiempo?", exclamó con impaciencia.
Después de eso, todos dentro del lugar se dispersaron rápidamente. Liú Xīn sostuvo el pergamino sellado y con una pequeña cuchilla cortó lentamente la cinta que rodeaba el sello. Por un momento, apretó fuertemente el papel entre sus manos, leyendo una y otra vez las palabras escritas. Sus ojos se abrieron expectantes ante la información, sus manos temblaron en un desconcierto aterrador y su corazón volvió a unirse en desesperación.
Liú Xīn aplastó la nota entre sus manos y la estampó en la mesa con un golpe retumbante. Salió rápidamente sin decir palabra, solo una orden salió de su boca. Preparó su caballo incluso con la luna en lo más alto del cielo.
Los soldados, desconcertados, solo pudieron asentir y, a pesar de sus dudas, obedecieron la orden mientras él tomaba las riendas de su caballo. "¡General! ¿Pasó algo? ¿El emperador está bien? ¿Volverá a la capital? ¿Necesitamos preparar hombres para usted? ¡General...!" exclamaron preocupados los soldados.
En la penumbra de la noche, sin dar una sola respuesta a las preguntas de aquellos soldados, Liú Xīn cabalgó en la abrumadora soledad iluminada únicamente por la luna. Corrió desesperadamente, aferrándose con fuerza a su caballo, avanzando sin dar aviso ni señal. Ni una sola palabra fue pronunciada y, ante tal acto, los líderes bajo su mando entraron en la pequeña tienda en busca de respuestas. Al poner sus ojos en aquel pequeño papel, temblaron ante las palabras escritas. Incluso en un arranque de ira, discutieron los actos, mirando fijamente a su alrededor. Cada soldado herido, cada pérdida, sintieron ira en sus corazones y proclamaron que ni siquiera los cielos podrían vencerlos. Con total esperanza de que su general se encargaría de tal hazaña aberrante, se mantuvieron firmes hasta el regreso de su superior. Juraron, incluso si no era en esta vida, hacer temblar los cielos en venganza.
Dos noches fue lo que tardó el general Liú en llegar a la capital. Cabalgó sin descanso, atravesando el mal clima. Su cuerpo fatigado y las heridas de la pelea eran demasiado profundas, pero aún así encontró fuerzas para avanzar en ese estado. Se mantuvo firme hasta llegar a las puertas del palacio. Nada frenó su paso, la ira consumía su corazón envenenado. Paso a paso marcó su destino hasta estar parado allí, justo a los pies de las tumbas reales. Dejó caer su cuerpo cansado del caballo y caminó lentamente hacia el gran salón donde suponía que descansaba su Alteza real. Sin embargo, al llegar a los pies de aquella cripta dorada, no encontró nada.
Solo había palabras grabadas en las grandes paredes, palabras que solo resonaban en su cabeza. El cuerpo de Liú Xīn tembló ferozmente, un dolor punzante atravesó su corazón y, ante la ira y la desesperación, con una fuerza inconmensurable, levantó la cripta dorada que mantenía sellada la tumba de su Alteza. La cripta se partió en dos, revelando una pequeña flor de loto cristalizada en el lugar donde debería estar el cuerpo sagrado de su señor.
Su mano temblorosa actuó impulsada por la locura, sus actos guiados por la desesperación. Guió sus dedos hacia aquellos traslúcidos pétalos y una luz cegadora lo envolvió antes de que la habitación quedara sumida en completa oscuridad.
En las paredes, se podía leer claramente la carta oculta de quien provocó tal acto aberrante. Fue así como su corazón comprendió el porqué de todo. Incluso los cielos se corrompen, incluso aquellos que llenan sus corazones de veneno ante el poder.
Pero el odio que creció aquel día al enterarse de la verdad fue mucho más allá de lo que cualquier ser existente podía especular. Jamás el cielo debió dar la espalda y mirarle con desprecio. El dolor y la desesperación por la pérdida pueden ser el poder más abrazador que uno pueda experimentar, y para aquel que ha perdido todo, no hay miedo que le evite caer en la locura.
Fue un juego sucio de los cielos proclamar y mantener un poder que no les fue otorgado. La muerte de su Alteza fue solo el comienzo, un evento que marcaría para siempre el curso de la existencia. Una muerte inocente a manos de cobardes que mancharon sus manos con la única sangre que podría darles redención.
Liú Xīn no dejó caer su espada. Tomándola firmemente entre sus manos, se marchó en silencio al campo de batalla, donde pondría su propia vida para salvar a la nación y honrar el sacrificio de su Alteza.
Pero aquel día, WūYā cayó por completo. Las tropas enemigas atacaron durante la noche de su partida, incendiando las carpas de los soldados mientras dormían. Los pocos sobrevivientes lucharon valientemente para mantenerse en pie, pero sin la presencia de su general, la derrota era inevitable. Cuando Liú Xīn finalmente llegó a las fronteras, solo encontró cenizas. De sus hombres más fieles, solo quedaba el polvo de sus huesos. En un acto de deshonra hacia aquellos guerreros que lucharon hasta el último segundo, los enemigos incrustaron las cabezas de sus líderes en estacas, burlándose de la inminente derrota. A pesar de los esfuerzos de Liú Xīn por recuperarlos, la cordura y la razón resultaron inútiles.
Su propio deseo se había consumido por el odio, oscureciendo su corazón. Se quitó la capa y, entre el barro, las cenizas y la sangre, hundió sus manos en la tierra y la llenó con los restos de aquellos hombres. Tomó suavemente las cabezas de aquellos empalados en la lanza, las envolvió con el máximo respeto y cerró aquel paño rojo, mirando al vacío. En ese día, el corazón de Liú Xīn se convirtió en polvo y hielo al mismo tiempo. Desapareció como un fantasma errante, llevando consigo los restos de los únicos que lucharon por su redención. Muchos afirmaron que había muerto, otros lo llamaron el desertor que mordió la mano de su propio emperador, pero esas calumnias y rumores tenían poca importancia. WūYā dejó de existir lentamente.
La nación fue conquistada por reinos vecinos. Su gente fue masacrada, esclavizada y torturada. Nada quedó del antiguo imperio. Las tierras de WūYā fueron invadidas en cuestión de días. El emperador de WūYā murió junto a su esposa, sentados en el frío trono, víctimas de un veneno autoinfligido.
Allí, en las frías paredes del antiguo palacio supremo que una vez había sido un símbolo imponente de poder, yacían los cuerpos sin vida de esas dos almas, mientras el imperio se desmoronaba a su alrededor. Los gritos desgarradores y los ríos de sangre se convirtieron en la decoración más persistente de aquella nación, recordándoles a todos que WūYā fue masacrada bajo la ira de los dioses.
"La gente de WūYā mató a su propio príncipe por codicia, y ahora los cielos han dejado caer su ira sobre esta nación".
Pero, ¿quién podría haber adivinado los hechos? Aquellos mortales solo eran peones en un juego de Go, fichas desechables moviéndose a merced de los grandes. ¿Cómo podrían saber que se enredaban cada vez más en el mar de sus telarañas? Los cielos mismos estaban más oscuros que el mismísimo Dì Yù.
Blandir: Agitar o mover con fuerza
Torniquete: Dispositivo o método utilizado para detener la hemorragia aplicando presión en una herida.
Palmotear: Dar golpecitos o golpear suavemente con la palma de la mano.
Polvo y hielo: Metáfora para referirse a un corazón frío y sin vida.
Autoinfligido: Provocado o causado por uno mismo.
Dì Yù: En chino simplificado: 地狱; chino tradicional: 地獄; "prisión de la tierra" es el reino de los muertos o "infierno" en la mitología china.