⚠️ Contiene suicidio, depresión, transtorno de estrés postraumático, dependencia emocional, violencia, abuso, rasgos de psicopatía, sadismo, contenido +18 (censurado) y una relación poliamorosa.
John, un omega que se ha cansado de vivir. Decide que ya no hay sentido alguno, se sumerge en el lago pinos susurrantes y allí deja escapar su vida. Tercer intento fallido, pero ahora todo es diferente. Al parecer en ese mundo nadie conoce a los omegas y la persona que más le hizo daño, ha muerto. John descubre en este mundo la delicadeza que las personas pueden tener pero que él nunca conoció en su antiguo mundo, el doctor Jeison. El Dr se muestra amable, atento y cuidadoso de una manera que John no ha experimentado. Lleno de cicatrices tanto en su cuerpo como en su corazón, ignora el hecho de que quien acaricia su nariz es un lobo disfrazado de oveja.
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¿Ha comido bien?
Jeison
Manuel entró a mi oficina con un café en sus manos. Sabía que yo no lo aceptaría, pero de igual manera lo traía y se lo terminaba tomando.
–Puedes tomártelo – dije, señalando el café que iba a poner en mi escritorio.
–Gracias, jefe – respondió sonriendo. –La directora se pregunta si el hospital podrá tener los analgésicos para este fin de semana y, por favor, no olvide los suplementos del señor Fisher. Además, los rusos han decidido hacer negocios con usted, están esperando una confirmación para reunirse – agregó.
–Dile que sí, que los analgésicos están listos para ser enviados, oh, también los antibióticos – aseguré. Había un acuerdo mutuo entre la directora y la Farmacéutica Grey; ambos ganábamos y los medicamentos eran de calidad. La directora compraba nuestra medicina y nosotros le proveeríamos. –Respecto a Fisher, necesito reunirme con él para aclarar cuentas. Contacta a los rusos, entre más rápido sea mejor – dije.
Una enfermera tocó la puerta y entró.
–Dr. Grey, lo necesitamos en urgencias – Me levanté del asiento y salí dejando a Manuel en mi oficina.
–¿Qué pasó? – pregunté.
– Paciente de 65 años, con antecedentes de hipertensión arterial y tabaquismo crónico, presentó dolor repentino e intenso en la parte media del abdomen. Además, se encuentra con una presión arterial muy baja. Se ha realizado una TC de urgencia y esta confirmó la presencia de un aneurisma aórtico de gran tamaño con signos de ruptura. Necesitamos ir a la sala de cirugía de inmediato, el paciente ya está listo para la operación Dr. –
Asentí. Con paso firme pero apresurado, me dirigí hacia la sala de operaciones. Al llegar allí, observé al paciente acostado en la camilla a través del vidrio. De inmediato, me coloqué el equipo quirúrgico y analicé los detalles de la TC que mostraba la extensión y ubicación del aneurisma.
Una vez en el quirófano, el equipo médico estaba listo y esperando. Sin perder un instante, dirigí el procedimiento. Localicé el aneurisma aórtico y comencé la reparación de la arteria. Cada movimiento era cuidadosamente calculado, cada sutura colocada con precisión milimétrica. Se necesitaba tener control para ello, y el control me gustaba. Sereno y enfocado en mi tarea, completé la reparación del aneurisma después de dos horas. El flujo sanguíneo volvía a circular de manera segura por la arteria aórtica. El paciente estaba estabilizado y el peligro inmediato ya había pasado.
–Como se esperaba del Dr. Grey, es excelente en su trabajo – comentó la enfermera en jefe.
–Muchas gracias –respondí.
Después de despojarme del equipo quirúrgico me dirigí de inmediato a mi oficina, pero antes de que tuviera la posibilidad de sentarme y descansar, Manuel que estaba esperando en su escritorio, entró conmigo.
– Sr., los Sokoluv se han comunicado conmigo. Llegarán a la capital el miércoles en la mañana y, mientras tanto, traté de contactar con Fisher. No me he podido comunicar. Si le soy sincero, hace tres días su secretaría me ha dicho lo mismo, que está ocupado, pero aun así tuvo el descaro de recordar el pedido – comentó Manuel mientras reía.
Sentí una punzada en mi cabeza. Bebí agua y me recosté en el sofá.
–Muy bien, visitaremos a Fisher, prepara el avión – ordené. Manuel no se atrevió a bromear esta vez, y era mejor que así fuera.
–Manuel, trae mi almuerzo – agregué. Él asintió y lo colocó en la mesita que había frente al sofá.
Al levantar la tapa, noté que no había arroz. Miré a Manuel con enfado.
–Saca esto de aquí y consigue otro proveedor. ¡Maldición!, quiero arroz – expresé con frustración.
Él hizo lo que se le ordenó. Me levanté y me senté en mi escritorio. Necesitaba ver a Esparta y a Dom. Aunque realmente nunca usaba las cámaras de seguridad para observarlos, y tampoco presionaba mi habitación para verlos, ellos nunca se encontraban allí cuando no estaba en casa. Aun así, con el nuevo cachorro, ellos podrían estar allí y, en efecto, estaban allí. En mi cama. John dormía en medio de ambos lobos. Acerqué la cámara y pude mirar detenidamente el cabello que cubría su mejilla. Tenía un libro en su mano. Si era de su estante, seguramente se le dificultaría leerlo.
Manuel entró a la oficina, en una bandeja traía mi almuerzo.
–Me aseguré de que esta vez tuviera arroz, se me olvida que si no comes lo que quieres haces pataleta – dijo Manuel mientras se burlaba.
Las burlas de Manuel nunca me ofendieron; el hombre era demasiado cómico y el alma de la fiesta, además sabía que no había odio en sus palabras. Desde mi adolescencia, era el único miembro de la familia que no quería asesinar. Su sonrisa estúpida, su cobardía para mostrar su poder y el hecho de que era homosexual hicieron que lo excluyeran de la familia. Siempre le recordé lo malditamente saludable que había sido eso.
Sí, en efecto, ahí estaba el arroz. Mi boca se hizo agua y comí el primer bocado. Una vez lo había tragado, dije a Manuel que jugaba con su celular.
–Compra libros, novelas, cuentos, lo que sea que lean los jóvenes y envíalos a casa. Que saquen los libros de mi escritorio y que pongan los nuevos– indiqué.
–¿Puedo hacer algunas recomendaciones? – preguntó Manuel.
Asentí y seguí comiendo.
…
Cuando mi turno había terminado, ya había oscurecido. Tomé el teléfono y llamé a Stiv.
–¿Sr.? – preguntó al otro lado de la línea.
–No volveré esta noche, tengo que hacer un viaje de negocios–
–Muy bien Sr., si me lo permite, le avisaré al Sr. John. Ha preguntado todo el día por usted–
–Sí, hazlo. –
–Muy bien Sr. ¿Necesita algo más? –
–¿Ha comido bien? –
–¿El Sr. John? Sí, en el almuerzo, no pudo comer todo, pero se ha tomado su refrigerio y ya ha cenado. –
–Muy bien, eso es todo– Dije y terminé la llamada.
Vigilé la cámara de mi habitación. Él seguía leyendo el libro. Sus piernas estaban descubiertas; tenía una gran camisa de pijama que solo cubría sus brazos, pecho y entrepierna. Sus piernas eran delgadas pero bonitas. Jamás había visto a un hombre con unos pies tan pequeños; seguramente calzaba un 5 o 6. Sentí mi entrepierna emocionarse, me solté el cinturón y me consentí una y otra vez hasta que la excitación me llevó al límite. Ver las piernas de mi nueva mascota me excitaba demasiado. Me limpié con servilletas y cerré mi cremallera. Entré al baño de la oficina, lavé mis manos y me miré al espejo. Arreglé mi cabello y luego me dirigí hacia la puerta. Entre más rápido terminara mis negocios, más rápido podía jugar con él.
–El auto ya nos está esperando Sr. – habló Manuel.
–Muy bien–
Cuando íbamos a voltear para llegar a las escaleras, Natalí apareció con el ceño fruncido. Sabía que estaría enojada y era un fastidio encontrarla cuando quería terminar mis asuntos.
–Dr. Grey, su secretario me ha informado que mañana solo podrá estar en el hospital hasta después del mediodía–
Asentí sin parar de caminar.
–Vamos Natalí, tengo negocios que atender– dije con fastidio en mi voz.
–¿Como el muchacho que te llevaste sin autorización? –preguntó.
Paré de inmediato y me volteé antes de poder bajar las escaleras. La enfermera que había cuidado al cachorro cuando estaba internado se encontraba detrás de Natalí. Así que ha conseguido un ascenso…
–No te metas en mis negocios– dije.
–No quiero hacerlo, pero tu padre te envió aquí porque necesitas buenas referencias de ti y si se enteran de que desapareciste a un paciente, no conseguirás eso–
–Muy bien, solo dime quién te lo ha dicho para encargarme de ello– respondí.
–No todo se arregla desapareciendo gente Grey…– aconsejó.
Manuel se rió y su hermana lo miró con enfado.
–Tú no puedes decir eso Dra. – comentó Manuel.
–Tengo negocios Natalí, encárgate del resto por mí – Volteé y bajé las escaleras.
Manuel aún se reía.
–¿Sabes qué es lo que más amo de mi empleo jefe? –preguntó. Estúpido.
–No me interesa saberlo– advertí.
–Pues aún así lo sabrás. Amo cuando le bajas los humos a la directora y ella queda sin palabras jajaja no sabes cuánto disfruto verlo, verla avergonzada y humillada –
Natalí era una mujer dominante; entre sus hermanos, ella había heredado el hospital, era fuerte e inteligente. Siempre estaba preparado por si su necesidad de poder la hacía demasiado codiciosa. Salimos del hospital; el carro, como ya había dicho Manuel, nos estaba esperando. Al subir, le dije a Manuel:
–¿Viste la enfermera que estaba detrás de la directora? – Miré a Manuel y este asintió.
–Quiero que la vigiles–
–Muy bien, Sr. ¿Quiere detenerse en un restaurante o comer en el avión? – preguntó.
–Avión– respondí.
Necesitaba hacerme cargo de los negocios y volver rápido a casa. Fisher tendría que pagar el inconveniente que había causado.
*Dom y Esparta. Imágen de IA*