El Sacrificio De Meskhenet

Me acompañaron el resto de la tarde, el pesar que mi corazón sentía no disminuyó, sin embargo, poco a poco mi razón y mi corazón lograron llegar a un acuerdo, necesitaba un respiro de todo y de todos, por lo que estaba lista para volver a casa. Messalina y Luzige me acompañaron a pesar de que yo insistía en poder marcharme por mi cuenta, de alguna manera, parte del encargo de Vlad consistía en que ellos se debían asegurar de que yo llegara a salvo a casa, y en el fondo de mi corazón lo agradecí. Ya frente al portón de mi casa, me dieron sus números de celular y el de Vlad, yo por supuesto correspondí el gesto dándoles el mío, ese ritual de intercambio me ayudo a sentirme menos sola y estar más dispuesta a confrontar lo que fuera a suceder después.

Adentro ya me esperaba mi tía, era el otro gran pilar de mi vida, se había hecho cargo de mí después de la muerte de mis padres, dejando muchas cosas de lado, incluyendo a su novio de esa época, ella siempre insistió en que yo no tenía la culpa de su rompimiento, pero yo sabía que no era verdad, ya que había escuchado su última discusión, en la cual él le pidió elegir entre su relación y yo, ya que desde un principio, él quería que ella me dejara al cuidado de alguna institución, para así, poder continuar con sus vidas como hasta ese momento lo habían venido haciendo, pero mi tía me eligió a mí, y debido a ello, por mucho tiempo fuimos sólo nosotras contra el mundo, hasta que ella volvió a darse la oportunidad de amar, lo cual me pareció más que necesario para su propia felicidad.

Y por eso, justo ahora, para ella era difícil ponerme la misma atención que me ponía antes, con un matrimonio tan reciente y un bebé en camino, era lógico que una adolescente a punto de cumplir su mayoría de edad no debía ser su prioridad, aún así se esforzaba mucho, y a pesar de mis intentos por actuar como si nada, ella de inmediato notó que las cosas no estaban bien; no me presionó a contarle lo que estaba ocurriendo, y eso se lo agradecí, ella me hizo saber que confiaba en mí y en mis decisiones, aún así, y a pesar de voto de confianza, no le dije nada de lo sucedido, no quise mortificarla, ya que ella sabía la gran importancia que tenía Meskhenet en mi vida.

Por eso preferí hacer el esfuerzo de seguir asistiendo a clases una semana más, pero cada día las cosas se volvían un poco más insoportables. “¿Cómo podía recuperar a mi amiga? ¿Cómo hacer que todo ese miedo al mundo, inculcado tan cuidadosamente desde que iniciamos nuestra educación, desapareciera de las mentes y corazones de mis compañeras?” Sin importar cuanto traté de explicarles que las cosas no son blanco y negro, que el mundo esta lleno de matices y color, que es imposible juzgar a un libro por su portada. Sin importar cuanto apelé a la famosa tolerancia y amor al prójimo que nos solían predicar, los prejuicios tan férreamente inculcados en ellas ya estaban completamente enraizados, hasta convertirse en un dogma de fe incuestionable. Nadie quiso escuchar, y yo me cansé de intentarlo, así que poco a poco dejé de lado esa parte de mi mundo, pero el ostracismo es doloroso y difícil de llevar, así que a la siguiente semana fingí estar enferma; estaba decidida a no regresar a esa pesadilla.

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Mi tía solapó por una semana mi desgano y la negativa de seguir asistiendo a clases, hasta que la Hermana Clara comenzó a llamar a casa; insistiendo en que quería saber cómo me encontraba, y ante las respuestas evasivas de mi tía, que siempre había considerado a la monja como una extremista religiosa, la Hermana pidió permiso para hacer una visita. No hizo falta que le pidiera a mi tía que no lo permitiera, ninguno de los miembros de mi familia se sentía inclinado a la religión, y mucho menos nos entusiasmaba la visita de un miembro eclesiástico dentro de nuestro hogar, listo para emitir algún tipo de juicio de valor, así que mi tía le puso una gran variedad de pretextos, incluyendo una especie de cuarentena, pero no logramos nada: la monja siguió insistiendo.

Cuando la Hermana Clara llegó a casa, antes de preguntar cómo me encontraba, y haciendo a un lado las normas sociales, le pidió a mi tía unos momentos para advertirle sobre mis no muy favorables amistades, y el riesgo que corría de ser corrompida por aquellos “discípulos del maligno”; eso en sus propias palabras. Mi tía, que nunca fue muy religiosa, y en su juventud fue una mezcla extraña entre hippie y metalera, no se sentía particularmente conmovida por sus palabras. Y si a eso le agregábamos la difícil experiencia de haber perdido a su hermano de una forma tan inexplicable, y en consecuencia tener que convertirse en la madre sustituta de su sobrina, cuando ella misma prácticamente todavía era una adolescente, y que su esposo era ateo. Era más que obvio que la Hermana había cometido un error al elegir el tema y la forma de abordarlo, ya que mis tíos, al escuchar tal fanatismo irracional, consideraron con seriedad el motivo por el cual yo había terminado en un colegio católico, y la posibilidad de haber cometido un error al respecto, sin importar que la institución tuviera el mejor nivel académico de la zona, pues era evidente que no tenían el mejor ambiente.

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Gracias a mi tía, obtuve la libertad que necesitaba. El arreglo era simple, los exámenes serían en unas semanas y yo sólo tendría que asistir a ellos, mi promedio era alto así que no necesitaría una calificación muy elevada, los profesores me harían llegar una lista de temas y trabajos que debía realizar para conservar mi derecho a examen, a cambio todos guardaríamos silencio sobre el hostigamiento que había sufrido por parte de alumnas y la Hermana Clara. Al principio mis tíos no estaban muy de acuerdo con el trato, pero era lo mejor, yo no me sentía capaz de seguir asistiendo, y ya faltaba tan poco para terminar la preparatoria que no tenía caso hacer algo más.

En mis días ociosos comencé a intercambiar mensajes con los tres dueños dela salón de Tatuajes Inmortals, porque resultaba que era una sociedad, y cada uno era un gran artista que tenía alguna especialidad. Después de algunos días encerrada, y de haber terminado la mayoría de mi trabajo escolar, decidía aceptar por fin la invitación para visitarlos y así empecé a frecuentar el salón de tatuajes; encontrando ahí un mundo al que parecía pertenecer, ya que Luzige y Messalina se convirtieron en una mezcla agradable de amigos y hermanos mayores, ayudándome a expandir mi cerrado mundo y mostrándome la gran diversidad que podía encontrar afuera de mi burbuja. Nunca me había sentido tan cómoda como en ese lugar; ni siquiera en mi propia casa.