Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.
NovelToon tiene autorización de Edgar Romero para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 8
Marcela llamó una y otra vez a Humberto Colca para advertirle que su vida estaba corriendo serio peligro, sin embargo él no contestó jamás pese a sus reiteradas insistencias. Le mandó muchos mensajes de texto, también, pero igual no habían respuestas, siquiera llegaban las alertas. Nada. Eso era extraño porque él estaba siempre pendiente de sus comunicaciones. Ella decidió buscarlo entonces en su casa desafiando a los sicarios que seguramente la estaban buscando después de haber desafiado a Telma, escapando del edificio.
Cuando ella llegó y estuvo frente al domicilio de Colca, en un paraje desierto de La Molina, rodeado de muchos árboles donde no se cansaban de piar los miles de pájaros que pululaban en la zona, reconoció a los tres hombres que salían tranquilamente, cargando bolsas, de la casa Humberto. A ellos los había visto muchas veces en la oficina de Telma Ruiz y sabía que eran los asesinos de los infelices a quienes mandaba ejecutar su jefa y que luego ellos mismos se dedicaban de limpiar las huellas y las evidencias y dejar incólume los escenarios de sus horrendos crímenes. El corazón de ella se le atragantó en medio de la garganta y sintió sus piernas flaquear. Sus cabellos se erizaron presa del pavor y Marcela tambaleó, tiritando de miedo. Sabía que Telma había ordenado, también eliminarla. Por instinto tomó varias fotos con el celular y luego se agachó. Inclinada fue gateando hacia su auto y sin meditar nada, se marchó de inmediato del lugar, tratando de no llamar la atención de esos hombres que reían y hacían bromas como si eliminarse del cuerpo de un infeliz fuera lo más natural del mundo.
-Gisela, mataron a Humberto-, llamó de inmediato Marcela a su amiga mientras conducía de retorno al centro de la ciudad.
-No sé, dijo ella, tranquilízate, no es el estilo de Telma-
A Marcela se le hizo extraña la voz de Gisela, como si fuera disfrazada, forzada igual si calculando las frases y subrayando las palabras una a una. Por instinto tiró su celular a la pista. Los otros autos que venían de prisa por la avenida, hicieron polvo el móvil.
Pero Marcela cometió un gravísimo error. Olvidó que allí tenía las fotos de los sujetos que mataron a Colca. Lo único que hizo fue darse cabezazos con el timón por su gran torpeza.
-Cortó-, le informó Gisela a Telma Ruiz.
-Truenos-, no más pudo rezongar Telma.
*****
Al teniente Tudela se le hizo extraño que en las cenizas de aquel infortunado sujeto hecho carbón, hubiera un anillo. Y aunque era difícil reconocerlo porque el fuego prácticamente lo había calcinado y chamuscado, sin embargo resultaba indudable, a la vista, que era un aro de compromiso. Él había visto muchos a lo largo de su vida.
-Ese pobre diablo se iba a casar-, le dijo por su celular a Corzo. El capitán le suplicó que le dijera a los forenses que pudieran salvar el anillo., a como de lugar -Es la única pista que tenemos. Es el cuarto crimen este año de la misma forma, idéntico modus operandi-, le recordó.
Pero no hubo fortuna, tampoco para reconocer el anillo. Cuando llegó el informe de los forenses a la computadora de Tudela, la respuesta era lapidaria: calcinado totalmente, irreconocible.
Tudela sugirió buscar en municipios solicitudes de matrimonio reciente. -No son muchos distritos en Lima. Quizás sean pocos los que van a casarse en, digamos, un mes-, le dijo optimista a Corzo, tratando de encender una lucecita de esperanza.
El capitán sonrió, sin embargo, con pesimismo. -Será como buscar en una aguja en un pajar, un pobre diablo que se iba a casar en éste mes de inflación y recesión-, se molestó, bostezando incredulidad.
La causa del accidente que descifraron los especialistas luego de analizar las pocas evidencias encontradas en el lugar del crimen, había sido el mismo, como bien había dicho Corzo: el sujeto iba a toda velocidad en su auto, derrapó y cayó a un vacío. El carro se incendió, explotó y el tipejo quedó completamente achicharrado. -Parece una mafia bien organizada que sabe lo que hace y cómo eliminar a sus víctimas sin dejar rastro alguno, los dejan chamuscarse hasta que no queda más polvo sobre polvo-, dijo Tudela.
-Pero ¿qué consiguen achicharrando a esa gente, qué es lo que están buscando, en realidad? No tiene sentido matarlos de esa manera tan horrible. Si son sicarios bastaría con meterles un balazo en la nuca a sus víctimas-, se extrañó Corzo meciéndose en su silla, tratando de hallar luces a sus dudas.
*****
En la oficina de Telma Ruiz se trabajaba con celeridad. Las cuentas de Humberto Colca fueron vaciados de inmediato y gracias al contrato de matrimonio conseguido por Marcela, lograron vender, en un santiamén, las propiedades que tenía, consiguiendo una abultada cantidad de dólares más de lo que habían obtenido con sus anteriores víctimas. Luego los sicarios destruyeron todas las pruebas. Incluso Gisela ingresó a la red de la oficina de identificación y desapareció por completo la información de Colca de los servidores electrónicos.
-No hubo ninguna sospecha, dijo Gisela, nadie preguntó nada-
Pero Telma Ruiz estaba fastidiada y molesta. -Hay un cabo suelto: Marcela-, le recordó a su fiel empleada.
-En todo caso, si Marcela habla con la policía también la incriminarán a ella. Marcela fue quien consiguió el contrato de matrimonio con Colca y la que finalmente le tendió la trampa-, subrayó Gisela.
Era cierto. Sin embargo, Telma Ruiz no estaba del nada confiada en su ahora ex empleada. -Nunca debí confiar en esa mujer, siempre me dio mala espina con su carita de tonta-, precisó malhumorada.
Marcela solo había conseguido dos contratos. El primero, con un sujeto ochentón apellidado Márquez, y que fue una tarea simple, de rutina. El hombre estaba achacoso, vencido por el cáncer y con pocos días ya de vida. Vio en Marcela la última oportunidad de ser feliz y decidió firmar el contrato de matrimonio que le solicitó Marcela, apenas conociéndola, con tan solo un par de semanas de romance.
En el contrato, le dejó todo al nombre de ella. Marcela se lo comunicó a Telma Ruiz que mandó de inmediato a sus esbirros a eliminarlo.
Hicieron, como siempre, un trabajo limpio. Lo ahogaron con la almohada cuando tomaba una siesta en su domicilio en Santa Patricia. Limpiaron con acetona todo lo que pudo haber tocado la chica, se llevaron al finado y cambiaron la sábana de la cama y la funda de la almohada. Pasaron lejía en el piso y también desinfectando borrando huellas y restos de barro porque había llovido mucho ese día. Luego, y como siempre, todo quedó en silencio.
Una semana después la casa estaba vendida, tenía otros propietarios y del tal Márquez no se acordó nadie, absolutamente nadie.
Pero Marcela tenía pesadillas. Sabía que le había tendido una trampa al anciano y lo que era peor, aceptaba que era cómplice en su crimen. Había pensado en renunciar pero, justo, le salió el caso de Colca. Ella aceptó pensando que iba a ser el último trabajo que haría, sin embargo terminó enamorada de Humberto.
-Hay que matarla-, ordenó Telma Ruiz con resolución.
Gisela arrugó la boca y no supo qué decir.
-Debemos empezar golpeándola dónde más le duele, eso la hará salir de su escondrijo como la cucaracha que es-, volvió a insistir Telma, riendo en forma enigmática.