Por Siempre Mío.

Adrien miró a la secretaria, la cual seguía con la vista en la computadora, y luego dio un paso hacia ella. Su presencia imponente llenó el espacio a su alrededor, haciendo que la secretaria se sintiera aún más pequeña e intrascendente en comparación.

—A partir de hoy, cualquier cosa que requiera Carlo, debe pasar por mí primero y queda estrictamente prohibido que le dé cualquier información personal con respecto a mí o a mi amigo, ¿Está claro? —Su voz era firme y autoritaria, dejando en claro que no estaba dispuesto a aceptar ninguna otra respuesta que no fuera un "sí, señor".

—Sí, señor —tartamudeó ella mientras asentía eufóricamente, ansiosa por cumplir con la orden y evitar cualquier tipo de conflicto.

Después de darle una rápida mirada para asegurarse de que entendió, Adrien regresó a su oficina y cerró de un portazo, dejando atrás un aura de tensión y control. Cedric, que había observado la escena desde su lugar, se acercó con curiosidad.

—¿Qué ocurrió ahí afuera? —preguntó, notando la tensión en el ambiente.

—Nada importante —respondió Adrien con voz serena, aunque su mente estaba ocupada con otros pensamientos—. Tengo mucho trabajo pendiente, así que es mejor si nos vemos en la noche y hablamos de eso.

—De acuerdo —aceptó Cedric, acostumbrado a respetar los momentos de concentración de su amigo.

Después de despedirse, Cedric salió y se fue, dejando a Adrien a solas en su oficina. Se dejó caer en el sillón que había a un costado, recargando su espalda contra el respaldo y cubriendo sus ojos con una mano. La tensión acumulada se reflejaba en su rostro, revelando la carga emocional que llevaba consigo.

Las palabras de Carlo se repetían una y otra vez en su mente, martillando con un dolor agudo su pecho. Había decidido olvidarlo, pero los sentimientos que había mantenido unilateralmente por tantos años no podían extinguirse por arte de magia. Era una lucha interna constante entre su deseo de seguir adelante y la nostalgia del pasado.

Él era una persona que nunca se había enamorado. Ni una sola vez en la vida sintió las ganas de poseer a alguien. Ni una sola vez sintió el deseo de pertenecerle a nadie ni de aferrarse con tanta fuerza a un sentimiento. De alguna manera, la muerte de sus padres le dejó claro una sola cosa: nada es para siempre, y a quien más amas, es quien pronto te abandona. Era una lección dura que llevaba grabada en lo más profundo de su ser.

Adrien reflexionaba sobre sus acciones pasadas y las consecuencias que habían tenido en su relación con Carlo. Reconocía que su comportamiento posesivo y manipulador había dañado profundamente cualquier posibilidad de una conexión genuina y saludable entre ellos.

El recuerdo de haber mantenido a Carlo a su lado mediante amenazas le pesaba en el alma. Había actuado con crueldad, apartando a otras personas de la vida de Carlo sin considerar sus sentimientos ni su bienestar. Incluso había llegado al extremo de ejercer violencia física por celos, lo que provocó que Carlo le diera la espalda y aplicara la ley del hielo durante más de una semana.

A pesar de todo, Adrien seguía atrapado en un ciclo destructivo. Su deseo obsesivo por Carlo se había convertido en una carga emocional que lo consumía, llevándolo a actuar de forma impulsiva y egoísta una y otra vez.

Sin embargo, la voz de su hermano resonaba en su mente como un recordatorio doloroso de la realidad. La idea de que Carlo nunca sentiría atracción por él, debido a su identidad de género, lo golpeaba con una verdad ineludible. Aunque intentara conquistar a Carlo de todas las formas posibles, seguía siendo un hombre en un mundo donde Carlo buscaba una relación con una mujer.

El dolor y la frustración se entrelazaban en el corazón de Adrien mientras enfrentaba la verdad que había evitado durante tanto tiempo. Había construido castillos de ilusiones y deseos irreales, pero la realidad era más dura de lo que había querido aceptar.

Con un suspiro pesado, Adrien se prometió a sí mismo buscar la manera de liberarse de ese ciclo tóxico y encontrar la paz interior que tanto anhelaba. Sabía que no sería fácil, pero reconocer sus errores era el primer paso hacia la redención y la posibilidad de un futuro más sano y equilibrado.

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El ambiente del atardecer envolvía el entorno, pintando el cielo con tonalidades doradas y rosadas que contrastaban con la oscura nube de emociones que llenaba el corazón de Adrien. Mientras se disponía a salir del edificio, una sensación de ira lo invadió al ver a la persona que consideraba su mayor rival, parada en el estacionamiento.

Sus cejas se fruncieron con rabia y su mirada se cargó de odio, como si pudiera fulminarla con la fuerza de su enojo. Por un instante, sus instintos posesivos lo llevaron a dar un paso hacia ella, pero antes de que pudiera avanzar, un ligero empujón en su hombro lo detuvo en seco. Miró con indignación a la persona que lo había detenido, pero no pudo articular palabra alguna para justificar su reacción.

Un sentimiento de tristeza lo embargó al presenciar cómo Carlo se acercaba a la chica y la abrazaba, guiándola hacia su auto con ternura. Adrien se sintió impotente, frustrado consigo mismo por permitir que los celos y la ira controlaran sus acciones.

Con pasos pesados, se alejó en dirección contraria sin importarle que su auto estuviera en la dirección opuesta. Caminó por varias cuadras hasta que decidió pedir un auto, momento en el que su celular vibró en su bolsillo. Al revisar el mensaje, se encontró con una fotografía recién tomada de él mismo. Buscó con la mirada y encontró a Cedric esperándolo en un auto cercano.

Sin decir palabra alguna, Adrien se acercó y entró al vehículo, dejando que la complicidad y la conexión que compartían hablaran por ellos. No necesitaban palabras para entenderse, pues su comunicación era mucho más profunda y estaba arraigada en una conexión mental que los unía más allá de las palabras.

—¿Por qué estamos aquí? —Adrien miró hacia su derecha y vio un local con el letrero de "se renta o se vende" colgado en la entrada principal. El barrio donde estaban era un lugar lleno de locales de diferente tipo.

—Quiero mostrarte algo.

Cedric bajó del auto y Adrien hizo lo mismo, ambos caminaron hacia el local y un hombre de traje salió a recibirlos.

—Señores, buenas tardes. —Saludó amablemente mientras les indicaba con un gesto de mano que entraran.

El par de amigos entró y Adrien miró por doquier. El lugar estaba vacío y se podía ver que era espacioso. Giró su mirada hacia Cedric y, sin hacer la pregunta, fue respondida, como si su amigo pudiera leer su mente.

—Recuerdo que cuando eras joven querías una cafetería. Dijiste: "Tendré la cafetería más grande del país y prepararé el mejor café del mundo para que mamá sea feliz en los días de invierno y después de trabajar durante todo el día". —Los ojos de Adrien se agrandaron pero no emitió ni una palabra dejando que su amigo continuará—. Planeo construir una cafetería en nombre de tu madre, por supuesto, si me lo permites.

Adrien se quedó estupefacto al escuchar tremenda declaración. Habían pasado años, y aunque él no había olvidado esa idea, no esperaba que Cedric la recordara tan claramente.

Su madre era una amante del café en cualquier tipo de presentación y le había enseñado a preparar algunos, al principio lo odiaba porque se había quemado un par de veces, pero después le tomó un poco de amor al arte del café. Sin embargo, cuando por fin había logrado preparar casi a la perfección el café favorito de su madre, esas personas se la arrebataron de su vida.

Desde ese momento había aborrecido cualquier tipo de máquina de café y nunca volvió a preparar uno, hasta el día en que Carlo lo llevó a su departamento y quiso tomar un poco de café. En ese momento, aunque sus ojos se pusieron borrosos y su garganta se apretó logró preparar un aromático y delicioso café.

Sacudió su cabeza y bajó la mirada. No era el momento de recordar a esa persona.

—Muchas gracias, amigo.

Adrien se lanzó contra él y lo abrazó con fuerza. Cedric no dudó ni un solo segundo en corresponder el afectuoso abrazo. Adrien derramó algunas lágrimas y se aferró con fuerza a la espalda de su amigo. Cedric sabía que esa sorpresa le traería recuerdos, pero también sabía que era algo que Adrien había anhelado desde hacía mucho, pero por miedo nunca lo había hecho y si él pudiera darle esa pequeña felicidad, tal vez entraría en los pensamientos de Adrien como algo más que amigo.

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Nota del autor:

Lamento mucho la tardanza, he estado demasiado ocupada con el trabajo y proyectos laborales que no tengo tiempo de escribir, pero seguiré publicando la historia y espero que, si gustan, sigan leyendo.