"Fueron muchos años de maltratos y humillaciones, pero ya no más, hoy, voy a ser todo lo que yo quiera ser".
Viviana es una chica abandonada por su madre, y en quien su padre descarga todas sus frustraciones. Pero un ángel dará luz a su vida y le ayudará a cruzar las más densas tinieblas.
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Reencuentro maternal.
Salimos del lugar, la confirmación de que si éramos sus hijos, nos dejó a los tres muy decepcionados, pero a la vez nos generó un alivio, pues siendo cierto, a él le dolería en el alma por lo que nos hizo.
— Hijos, yo sé que solo soy un viejo que tampoco supo cómo ser un abuelo para uds, pero de corazón les pido, que no se dejen llevar por el dolor y el rencor, precisamente ese sentimiento es que convirtió a su padre en eso que uds tuvieron que sufrir. El odio y la amargura no dejan nada bueno para quienes deciden abrazarlos, únicamente destruyen a la persona y todo a su alrededor. Su padre tuvo todo para ser feliz, una buena esposa y unos hijos maravillosos, pero lo destruyó todo y de paso a sí mismo.
El abuelo nos aconsejaba, y obviamente, al menos yo, no deseaba seguir ese camino, era testigo presencial y víctima de lo que provoca el odio, así que no pensaba perpetuar tal cosa.
Los tres estábamos muy afectados, pues no fue fácil lo que enfrentamos toda nuestra vida, ahora solo teníamos un objetivo, encontrar a nuestros hermanos y a nuestra madre.
— No se preocupe, nosotros no queremos parecernos en nada a ese señor. Pero si necesitamos de su ayuda, por favor, ayúdenos a encontrar a nuestros hermanos y también a nuestra mamá, después de saber todo esto, nos queda claro que ella solo fue la más grande víctima aquí.
— No tienen ni que pedírmelo, todo lo que yo tengo es de uds, y está a su disposición para lo que necesiten. Vamos a encontrar a mis nietos y también encontraré a su madre.
Después de eso regresamos a la casa, la verdad no sabíamos a donde se había ido Rafael, solo esperábamos que no cometiera una locura, yo, como hermano mayor, tenía que cuidar de mis hermanos, desde ahora empezaría a hacerlo.
El viaje no era tan largo, solo unas cuatro horas, así que sobre el mediodía llegamos a la casa, y justo en la entrada vimos a una mujer, ella se puso de pie inmediatamente vio la camioneta. Mis ojos se clavaron en ella, porque mientras más la detallaba, más convencido estaba de que era ella.
Hacía muchísimo tiempo no me sentía así, una emoción se alojó en mi estómago, y como si fuera un niño descendí del auto y corrí a su encuentro, solo repetía una y otra vez la palabra, mamá.
Cuando estuve frente a ella, fue imposible que mis lágrimas no cayeran, solo allí me di cuenta de que llevaba años guardándome todo, que la había extrañado tanto y que ahora solo quería abrazarla y que nunca más me volviera a dejar solo.
— Ronald, mi niño.
La escuché llamarme así, y entonces me derrumbé, ya tenía 25 años, y en mi caso cualquiera diría que me veía ridículo, o que exageraba, pero nadie sabe lo que yo sentía. Mi madre era la única persona en el mundo que nos había tratado con amor, ella a pesar de mi sentimiento de rabia al verla tan frágil siendo maltratada, era la única que siempre nos hizo felices.
Yo me arroje a los brazos de mi madre, llore a mares junto a ella, tenía demasiado apretado el pecho, y solo en sus brazos me podía desahogar. Siempre me mostré fuerte, pues no podía dejar que mis hermanos me vieran vulnerable, según me decía mi papá, yo tenía que dar el ejemplo del tipo rudo, del inquebrantable, así los demás seguirían mis pasos, pero resulta que ahora nada de eso me importaba, solo quería sentirme mejor, solo quería que ese peso en mi pecho se fuera.
Los tres ya estábamos grandes, pero nos metimos en sus brazos y lloramos desconsoladamente, en lo personal las palabras ni me salían, solo sollozos amargos por lo vivido, y a la vez de alivio de saberla cerca, eran los que salían de mí. Nos tomó mucho tiempo desahogar el dolor, no hubo palabras solo llanto imparable, al parecer nuestra madre lo sabía todo, ella no necesito que le contemos nada, solo estuvo allí abrazándonos y acariciando nuestras espaldas, sus palabras solo eran de amor.
Ella nos había esperado todo este tiempo, había aguantado todo sola, sin saber si algún día volveríamos a ella. Y ahí estábamos, reunidos de nuevo, llorando juntos pero con la certeza de que nunca más nos separaríamos.
Mi madre nos abrazaba con fuerza, como si quisiera protegernos de todo lo malo que nos rodeaba. Y en ese momento, comprendí el valor del amor de una madre, que es capaz de sanar todas las heridas, de dar fuerzas para seguir adelante y de darnos la seguridad de que siempre habrá alguien que nos ame incondicionalmente.
Nos quedamos un largo rato así, abrazados y llorando, hasta que poco a poco fuimos recuperando la calma. Mi madre nos miraba con una ternura infinita, y nos dijo con voz temblorosa pero llena de amor:
— Mis amores, sé que todo esto ha sido difícil y doloroso para ustedes, pero quiero que sepan que siempre estaré aquí para ustedes, para cuidarlos, para amarlos y para apoyarlos en todo lo que necesiten. Ahora somos una familia de nuevo, y juntos superaremos cualquier adversidad que se nos presente.
— ¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Por qué te fuiste así sin decirnos nada?
— Les voy a explicar todo, les juro que les diré toda la verdad. Solo díganme... ¿Dónde están Vicente y Viviana?
Allí estaba el interrogante.
— Ellos se fueron de la casa, se cansaron de tanto maltrato y huyeron. Pero ya los estamos buscando y los vamos a encontrar.
En su cara se evidenció preocupación y por supuesto que no era para más, nosotros mismos estábamos preocupados por ellos. Mi mamá quería que fuéramos de una vez a buscarlos, pero no sé podía. La invitamos a entrar a la casa, pero ella no quiso, dijo que ese lugar le traía muy malos recuerdos y que prefería no hacerlo.
La entendimos y la acompañamos al hotel donde se quedaba, allí en esa habitación hablamos con ella, nos contó su experiencia con nuestro padre, también de como la amenazó y la echo, y lo más triste fue lo afectada que estuvo mentalmente, ella nos mostró fotos de cuando estuvo interna, y exámenes que le practicaron. Fue muy duro darnos cuenta de lo mucho que tuvo que pasar sola. Nosotros también le contamos todo lo que sucedió después de que ella se fue, y también lo último, que Rafael ya sabía que era nuestro padre real, que todos esos años vivió en un engaño que solito se forjó.
Quedamos con un propósito que era buscar a nuestros hermanitos y así poder estar todos juntos de nuevo, seríamos felices por fin.