El CEO Y La Divorciada

Capítulo siete

Rocío decidió dedicar tiempo a sus hijas. A pesar del dolor y la incomprensión, se esforzó por ofrecerles seguridad y tranquilidad en medio de la incertidumbre que las abrumaba con la idea de tener a sus padres separados. Algo que nadie había imaginado hasta el momento. Intentó acercarse a Andrea, su hija mayor, pero su reacción de rechazo la golpeó aún más. Sentía que su familia se desmoronaba y que sus decisiones habían causado más dolor aún.

Por otro lado, Victoria, la menor, buscaba comprender y encontrar consuelo en su madre. Rocío hizo todo lo posible por mantener la calma y asegurarles que, pese a la separación, su amor y apoyo para con sus hijas sería incondicional, al igual que el de su padre.

Marta, quien había estado a su lado, se mantuvo firme. Buscaba darle fuerzas en medio de la tormenta emocional en la que se encontraba inmersa su amiga.

—Rocío, esto es difícil para ellas, pero con el tiempo comprenderán que lo que haces es por su bienestar, también —aseguró Marta apoyando la decisión de la mujer—. Eres valiente por enfrentar todo esto y asegurarte de proteger a tus hijas, recuerda eso siempre. A ti no te gustaría que ellas estén con un hombre que no las valora y las engaña. ¿Cierto?

Las palabras de Marta hicieron que Rocío se diera cuenta de que se había pospuesto por demasiado tiempo. Ella no era una chica así, siempre había sido una gran emprendedora. Incluso había estudiado dos carreras a la vez mientras estaba en la universidad, pero su relación con Marcelo había llegado en un momento inesperado. Rocío estaba en la fiesta de fin de semestre de la universidad. Las luces parpadeantes creaban una atmósfera de diversión mientras la música llenaba el lugar. Entre la multitud, divisó a Marcelo, su ahora esposo, quien la miraba desde el otro lado de la pista de baile, sonriendo.

Él se acercó con confianza, llevándola a un rincón más tranquilo. Rocío notó la expresión ansiosa en su rostro, algo que no le gustaba mucho. Marcelo le susurró al oído algo sobre querer hablar en privado, pero ella sintió un escalofrío recorrer su espalda. Hacía poco que salían y él había estado insistiendo en que empezaran a intimar. Algo que ella no quería por el momento, ya que, aunque no sería su primera relación. Hacía solo un mes que se conocían.

—Marcelo, ¿por qué no podemos hablar aquí? —preguntó Rocío, intentando no mostrar su incomodidad.

—Solo es un rato, cariño. Necesito decirte algo importante —insistió él, tomando su mano y guiándola hacia un lugar más apartado.

Rocío titubeó. No se sentía segura. La forma en que Marcelo la miraba no le daba buen presentimiento. Pero no quería parecer paranoica frente a él, así que siguió, aunque con precaución.

En el rincón oscuro, Marcelo se acercó más de lo que ella estaba dispuesta a tolerar. Hablaba sobre planes futuros, sobre lo mucho que significaba para él su relación. Pero algo en su tono no era convincente. Rocío sentía que había algo más detrás de sus palabras.

—Marcelo, en serio, ¿qué pasa? —preguntó ella, intentando mantener la calma.

Él intentó besarla, pero Rocío se apartó.

—No, Marcelo. No me siento cómoda. ¿Por qué estamos aquí? —susurró, con la voz temblorosa.

La expresión de Marcelo cambió, la tensión se reflejaba en sus ojos. Parecía frustrado por no conseguir lo que quería en ese momento.

—Está bien, está bien. No te preocupes, entiendo que tu ex es más especial para ti que yo —dijo él, un tanto molesto, alejándose y dejándola sola en ese rincón.

—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué sales con eso ahora? —preguntó Rocío siguiéndolo.

—Nada —indicó él, aunque parecía ofendido.

En ese momento le pasó un trago y le pidió que no tomara en serio su comentario. Sin embargo, si lo había dicho era por algo. Él quería que ella se quedara pensando en eso. Cuando salieron del local, ella esperaba tomar un taxi para volver a casa, pero él, que aún vivía con sus padres, le pidió que lo acompañara al departamento de un amigo a buscar algo que le había prestado.

—Me parece que es tarde —dijo ella más ebria de lo que esperaba, ya que no había bebido tanto.

—Debiste comer antes de beber —le reclamó él y Rocío sonrió.

—Y tú debiste hablar con tu amigo antes —espetó ella apoyándose en él.

Al llegar a la casa de su amigo, Marcelo abrió la puerta, al parecer tenía llave. Entraron y la dejó sentada en el sofá. Ella cerró los ojos por un instante y al despertar notó que él estaba sobre ella.

—¿Qué haces? —le preguntó al darse cuenta que estaban desnudos en una cama.

—Solo quiero que me ames —dijo él besándola en los labios.

—¿No es pronto para eso? —preguntó ella con la poca lucidez que le quedaba.

—Vamos, Ro. Hace años que te deseo. Cuando salías con ese inútil me preguntaba cuando terminarían para poder estar contigo de una vez por todas —indicó él rozando su entrepierna—. ¿Aún te mojas al pensar en él? Se fue a estudiar al extranjero, no te amaba, no como yo.

Rocío despertó con dolor de cabeza, había dormido una siesta y después de hacerlo aún seguía inquieta. ¿Por qué había soñado con su esposo en esa situación? ¿Qué tenía ese recuerdo de importante?

Ni bien llegó la noche, su esposo la llamó para preguntarle por qué no había regresado al hospital para cuidarlo. Reclamándole y tratando de hacerla sentir mal, como hacía siempre que quería conseguir algo de ella.

—Te dije que vamos a separarnos, envié a alguien para que te cuide —le respondió ella mientras miraba en internet algún puesto de trabajo que fuera acorde con sus capacidades.

—Tú eres mi esposa, es tu deber estar aquí. Ya eché a esa persona, ven aquí urgente —exigió Marcelo y Rocío se dio cuenta de que había pasado por tantas cosas horribles al lado de ese hombre, y que se había mantenido al margen por no pelear, por criar bien a sus hijas, por ser la mujer que se suponía que los demás esperaban que fuera.

Autora: Osaku