El Límite De La Tentación.

«Su genio» ¿Por qué su genio será el que me enloquece y me esclaviza a cumplir una promesa que no estoy seguro de seguir?

Ya una semana luego de la promesa que le realicé a Esme y me siento como un puto imbécil frustrado por no pobrar una pizca de droga; solo quiero hacer las cosas bien, para que así no se avergüence de mí.

—Señor, tiene visita — espero en el sofá a la visita de la que me habla la sirvienta; Jan, el primo adoptivo de Esme.

—Buenas tardes, Sr. Leonardi. Esme no pudo venir para darle las noticias de la mercancía que compartieron para vender a Rusia, por lo que aquí estoy en su lugar.

—La esperaba a ella personalmente, pero adelante, siéntese. Por contactos supe que la mercancía fué distribuida en punto estratégicos — prendo un cigarrillo a medida en la que voy hablando —. Felicidades, hizo un buen trabajo.

—Soy bueno en los negocios, después de todo, fuí el encargado de enseñarle a Esme todo lo que sabe ahora.

—¿Ah, sí?

—Aún así, sigue siendo ingenua cuando de hombres se trata; espero y no se aproveche de eso.

—¿Dónde quiere llegar?

—A las verdaderas intenciones que usted tiene hacia Esme. Ella no está sola, siempre me tendrá para defenderla.

—Creo que esta conversación está tomando un camino del que no debería pasar. ¿Acaso intenta amenazarme?

—No — sonríe —, solo es advertencia indirecta. No le mentire, me encanta Esme. Pero sé que ella jamás me verá como algo más que su "primo". Esme merece algo mejor, y puedo asegurar que alguien como usted jamás podrá darle la felicidad que se merece — sacude su traje, tomando una distancia —. Hasta pronto, Sr. Leonardi.

Aprieto mi mano para no estallar; sin embargo, termino desquitandome con las cosas de la mesa, estrellandolas en la pared.

—Señor, ¿se siente bien? — uno de mis hombres de confianza se atreve a preguntar, y con las escasas ganas que tengo de hablar, solo suelto una orden.

—Siganlo, y denle una lección — odio que me prohíban las cosas, nadie me dirá que hacer.

—Resolver las cosas con violencia no es bueno — la suave voz de Daphne la escucho a unos metros, le doy una ojeada, pero la ignoro —. Si está dispuesto a enamorarla, no necesita mandar a lastimar a quienes la rodean.

—No sé de qué hablas, niña, regresa a tu habitación si no quiere que me desquite contigo.

—Ella se enterará de esto, y ahí estará en graves problemas.

—¿Tú quién eres para darme consejos que no necesito?

—Nadie, yo no soy nadie en este mundo; pero sé darme cuenta de las cosas que pasan a mi alrededor, muy diferente es callarme — sonríe, ladeando su cabeza —. Le gusta, ¿no es así?

—Vete a tu habitación, luego me encargo de tí — agacha su cabeza.

—Sí, señor.

Han pasado dos horas desde que les di una orden a mis hombres para que lastimen a Jan, pero sigo sin informacioned. Cité a Esme para otra "sesión", y ahora solo la veo entrar a mi despacho.

—En la llamada no me explicaste que tenías, ¿me dirás qué te sucede?

Cierro la puerta con seguro, aproximándome a Esme.

—Estoy estresado, tengo problemas. Se trata de una mujer a la que me prohibieron, pero ya me conoces como soy de maldito terco. ¿Qué me recomiendas hacer?

—Todo depende de las intenciones que tengas, Dusan.

—No son malas, ¿o sí? ¿Dejarme llevar por la tentación está mal?

—¿Enserio me llamaste solo para hablar de una mujer y de tus ganas de cogertela? Solo soy tu psicóloga, ¿lo recuerdas?

—¿Podrías dejar la palabra «psicóloga» a un lado?

—En la psicóloga hay una regla: No encariñarse con un cliente.

—¿Qué carajos?

—¿Por qué no vas al punto, Dusan? ¿Qué quieres? — se nota impaciente, será mejor no desatar la ira del demonio.

—Estoy estresado — me siento en el sofá, dándole la espalda —. No tengo amigos y creí que tú...

—¿Creés que soy tu amiga? — sus tacones se escuchan detrás de mí —. Vine con intenciones de escucharte como tu psicóloga, pero sé cambiar rápidamente de actitud — le brinda un repentino masaje a mis hombro que en lugar de calmarme, me tensan.

Su cabello que hace minutos estaba agarrado en una coleta, cae sobre mi pecho ya suelto.

Una de sus manos desabotonan los tres primeros botones de mi camisa, mientras que la otra continúa con un placentero masaje de hombros. Acaricia por debajo de mi camisa, hasta deslizarse sola por mi cinturón; alguien ha despertado, ella lo sabe porque mira fijamente mi pantalón. La mano no le tiembla cuando me tortura con un apretón por encima del pantalón.

—Por si acaso, ¿esa mujer soy yo, Dusan?