Morir a los 23 años no estaba en sus planes.
Renacer… mucho menos.
Traicionada por el hombre que decía amarla y por la amiga que juró protegerla, Lin Yuwei perdió todo lo que era suyo.
Pero cuando abrió los ojos otra vez, descubrió que el destino le había dado una segunda oportunidad.
Esta vez no será ingenua.
Esta vez no caerá en sus trampas.
Y esta vez, usará todo el poder del único hombre que siempre estuvo a su lado: su tío adoptivo.
Frío. Peligroso. Celoso hasta la locura.
El único que la amó en silencio… y que ahora está dispuesto a convertirse en el arma de su venganza.
Entre secretos, engaños y un deseo prohibido que late más fuerte que el odio, Yuwei aprenderá que la venganza puede ser dulce…
Y que el amor oscuro de un hombre obsesivo puede ser lo único que la salve.
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Capítulo 7: Sorpresas nuevas.
POV: Yuwei
El silencio en el auto era espeso. Solo se escuchaba el ruido del motor y la respiración pesada de mi tío, que miraba fijo al frente como si no existiera nada más en el mundo. No me hablaba, pero la tensión en su mandíbula lo delataba: estaba ardiendo por dentro.
Yo lo conocía demasiado bien. Esa calma no era calma, era un volcán a punto de reventar.
Me incliné un poco hacia él, con el corazón acelerado.
—Tío… —susurré, probando su reacción.
Ni me miró. Siguió con la vista fija en la carretera.
“Ok, suficiente”, pensé. No iba a dejar que me ignorara como si nada.
Me moví rápido, antes de arrepentirme, y le robé un beso en los labios. Un roce suave, corto, pero cargado de intención.
Zhao Lian frenó apenas el auto, lo suficiente para que se sintiera el jalón en mi cuerpo. Giró la cabeza hacia mí, incrédulo, con los ojos oscuros y la respiración agitada.
—¿Qué… fue eso? —su voz salió grave, más áspera de lo normal.
Sonreí, jugando inocente.
—Un beso. ¿No se supone que sirve para calmar el enojo?
Su ceja se arqueó, y por un instante pensé que iba a gritarme, a soltarme una de esas frases que cortan el aire. Pero no lo hizo. Se quedó mirándome en silencio, con esa mezcla de rabia y deseo que lo hacía aún más peligroso.
Yo sostuve la mirada. No iba a agachar la cabeza, no otra vez.
Si quería poner en marcha mi venganza contra los que me habían matado en mi otra vida, necesitaba todos los recursos posibles. Y él… él era el más grande de todos. Tenía que confiar en mí. Tenía que volver a mirarme como lo que era: suya.
Me acomodé en el asiento, sonriendo como si no hubiera hecho nada.
—Deberías confiar más en mí, tío.
Él apretó el volante con fuerza, los nudillos blancos. Su mirada volvió al frente, pero no estaba tranquilo. Ni de cerca.
—Confianza no se pide, Yuwei —dijo, la voz baja y dura—. Se gana.
Me crucé de brazos, mirándolo con fastidio.
—Tú siempre haces lo mismo. Hablas como si yo tuviera que estar probándote algo todo el tiempo.
Sus ojos se desviaron hacia mí, oscuros, tensos.
—Porque siempre me fallaste, Yuwei. ¿O ya se te olvidó?
El aire se me atascó en los pulmones. Sí, se refería a mi vida pasada sin saberlo, a todas esas veces que lo decepcioné escapando con Yifan. Pero escucharlo en presente me ardía como si me lo lanzara en la cara.
Me enderecé en el asiento, indignada.
—No es justo. No tienes derecho a recordarme eso cada segundo.
Su mirada se endureció. Estaba a punto de abrir la boca para soltarme una de esas frases que me dejaban helada, cuando el celular vibró en la guantera.
Él contestó de inmediato, sin apartar la vista de la carretera.
—¿Qué pasó?
Era uno de sus subordinados. La voz sonaba nerviosa, incluso por el altavoz.
—Jefe, la empresa rival está ofreciendo un precio altísimo por el terreno de Donghai. La compañía dueña está dudando si aceptar nuestra propuesta o la de ellos.
Zhao Lian apretó la mandíbula.
—Sigan presionando. Ese terreno tiene que ser nuestro.
Mis dedos se crisparon sobre mis rodillas. Ese terreno. Lo recordaba perfectamente.
En mi otra vida. Zhao Lian invirtió fortunas y tiempo en esa licitación, convencido de que era clave. Pero después resultó ser un agujero negro: problemas legales con las tierras, sobornos escondidos, permisos fraudulentos. Una ruina.
Y lo peor: durante todo ese tiempo, otra empresa había ofrecido un terreno distinto. Más pequeño, menos llamativo, pero con el tiempo se convirtió en la mejor inversión que cualquiera pudo haber hecho.
Apreté los labios. No podía quedarme callada.
—Tío… —dije despacio, fingiendo indiferencia—. ¿De verdad vale la pena pelear por un terreno que está tan lleno de problemas?
Su mirada se desvió hacia mí, rápida, afilada.
—¿Qué problemas?
—No sé… —encogí los hombros, jugando inocente—. Tal vez me equivoco, pero… no me suena estable. Hay demasiada competencia, ¿no? Quizás deberías mirar otras opciones menos obvias.
Se quedó en silencio unos segundos. No respondió, solo regresó la vista al frente. Su perfil se veía serio, analítico, como si mis palabras se hubieran colado en su cabeza aunque no quisiera admitirlo.
Yo disimulé, mirando por la ventana.
“Tranquila, Yuwei. No puedes mostrar que sabes más de lo que deberías.”
Lo único que sentía era una chispa de satisfacción. En mi vida pasada había estado ciega. Esta vez, no iba a dejar que él cayera en el mismo error.
El silencio se extendió en el auto después de lo que dije. No me miraba, pero podía ver cómo su mandíbula se tensaba, cómo sus dedos apretaban el volante.
Por un segundo pensé que me iba a callar de golpe, que soltaría una de esas frases que no admitían réplica. Pero no.
Se llevó el teléfono de nuevo al oído.
—Cambia el enfoque —ordenó con voz firme—. Quiero que investiguen si hay otra empresa ofreciendo terrenos similares. Y si la hay, ofrézcanle una cantidad superior de inmediato.
Hubo un silencio breve al otro lado de la línea.
—¿Está seguro, jefe? —preguntó el subordinado.
—Haz lo que te digo. Y me lo informas antes del mediodía. —Cortó la llamada sin esperar respuesta.
Volvió a guardar el celular en la guantera. Su rostro no mostraba nada, pero yo sabía que mis palabras le habían quedado dando vueltas.
Me mordí el labio para no sonreír.
“Bien, Yuwei. Un paso menos hacia el desastre que fue tu vida anterior.”
—No deberías opinar de lo que no entiendes —dijo él de pronto, con voz seca, sin mirarme.
Me giré hacia él, indignada.
—¿Entonces por qué lo hiciste?
No respondió. Solo me lanzó una mirada rápida, cargada de advertencia.
Me acomodé en el asiento, cruzando los brazos. Sabía perfectamente que no iba a reconocerlo.
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Zhao Lian dejó a Yuwei en la mansión sin una palabra más. Apenas la vio cruzar la entrada principal, se subió de nuevo al auto y ordenó al chofer que lo llevara al club.
Esa noche no tenía reuniones oficiales. Solo un encuentro privado con los pocos hombres a los que podía llamar amigos.
El club no era un lugar abierto al público. Un piso entero reservado solo para ellos, con acceso restringido, música tenue, luces cálidas y un servicio discreto que jamás hacía preguntas.
Cuando abrió la puerta de la sala VIP, el aire estaba cargado de humo de habano y el aroma de licores caros. Sobre la mesa central se alineaban botellas de whisky escocés, coñac francés y copas a medio llenar.
Los hombres ya estaban ahí.
Tres de ellos, trajeados, algunos con la corbata floja y las mangas arremangadas, otros aún impecables. Eran distintos entre sí, pero compartían la misma aura: esa calma peligrosa de quienes han vivido lo suficiente para saber que todo puede cambiar con una decisión.
—Mira quién decidió aparecer —dijo uno de ellos, un hombre robusto de barba corta, levantando su copa—. El mismísimo Zhao Lian.
Él se dejó caer en uno de los sillones de cuero sin quitarse el saco. No sonrió. Solo tomó la copa más cercana y la giró entre los dedos.
—No digas tonterías —replicó con calma—. Sabías que vendría.
El otro hombre rió bajo, encendiendo un cigarro.
Las conversaciones se mezclaban, como siempre:
Uno hablaba de la subida en el mercado de valores y cómo algunas empresas militares estaban moviendo piezas tras bambalinas. Otro mencionaba, casi con indiferencia, la modelo con la que había pasado la semana. Un tercero se quejaba del costo absurdo de mantener un jet privado en Shanghái.
La sala estaba cargada de humo de cigarro, risas y copas tintineando. Las mujeres que se movían entre ellos eran “compañías” que el club seleccionaba con cuidado: jóvenes, hermosas, entrenadas para agradar.
Una de ellas ya estaba en el regazo de uno de sus amigos, riendo con descaro mientras él le susurraba algo al oído. Otra se inclinaba sobre la mesa, sirviendo whisky y dejando que su escote rozara el brazo de otro.
A Zhao Lian también lo rodeaban. Una se había sentado demasiado cerca, apoyando su mano sobre su muslo. Otra intentó servirle la copa como si fuera un ritual íntimo, sus dedos rozándole los suyos.
Él ni se inmutó. Bebió un sorbo, dejó la copa sobre la mesa y se levantó como si nada, ignorando la risa fingida de las chicas. Su sola presencia imponía tanto que ninguna se atrevió a seguirlo.
Con la copa en mano, cruzó la sala y abrió la puerta que daba al balcón. El aire fresco lo golpeó, limpiándole un poco la pesadez del humo y el perfume barato.
Se apoyó en la baranda, mirando las luces de la ciudad. El reflejo de los rascacielos titilaba en sus ojos, pero su mente estaba en otro lado. Siempre en otro lado.
Unos pasos firmes sonaron detrás de él.
—Siempre igual —dijo una voz grave. Era Shen Rui, el más serio del grupo. Mientras los demás se divertían sin pudor, él era el único que mantenía cierta distancia de las mujeres, siempre con ese aire ordenado que lo hacía parecer un juez más que un amigo.
Se puso a su lado, sosteniendo también una copa. Dio un sorbo y se quedó en silencio unos segundos, como si buscara las palabras exactas.
—No vine aquí a escuchar sermones —gruñó Zhao Lian, sin mirarlo.
—Tampoco vine a dártelo —replicó Rui con calma—. Así que vamos directo: ¿qué pasa con tu sobrina?
El silencio se volvió más pesado que la música detrás de ellos. Zhao Lian tensó la mandíbula, apretando la copa entre sus dedos.
Rui lo miró de reojo.
—Te conozco demasiado, Lian. No tienes que decir nada para que yo vea lo obvio. Ella está cambiando cosas en ti. Y eso… no sé si es bueno o peligroso.
Zhao Lian soltó una risa seca, sin humor.
—No hables de lo que no entiendes.
—Entiendo más de lo que crees —contestó Rui, esta vez más serio, girando hacia él—. Esa chica no es como las demás. Y tú no eres el mismo cuando se trata de ella.
Zhao Lian lo miró al fin. Su mirada era fría, pero en el fondo había una chispa oscura que no podía negar.
—Ella es mía.
No fue una confesión romántica. Fue una sentencia.
Rui sostuvo su mirada, sin retroceder.
—Y ese es exactamente el problema.
Shen Rui bebió un trago más y entrecerró los ojos. Su tono cambió, volviéndose más serio.
—Lian… ¿ya le contaste a tu sobrina lo de la prometida que tu abuelo te consiguió?
El aire se congeló.
Zhao Lian no respondió de inmediato. Se llevó el cigarrillo a los labios, aspiró con calma y exhaló el humo hacia la ciudad, como si la pregunta no lo hubiera tocado.
—Eso no te incumbe —respondió al fin, con voz grave, cortante.
Rui lo miró en silencio, sin molestarse por la respuesta. Su sonrisa apenas se curvó, como si ya hubiera esperado esa reacción.
—No me incumbe, pero sé lo suficiente. Y sé que ella… —señaló con la copa en dirección al vacío, refiriéndose a Yuwei— …no va a encajar en ese papel de “sobrina obediente” por mucho tiempo.
Los ojos de Zhao Lian brillaron con una oscuridad peligrosa.
—Te dije que no te metas en mis asuntos.
El silencio volvió a caer, pesado, solo interrumpido por el eco lejano de las risas y la música dentro de la sala VIP.
Rui terminó su copa y se apartó un paso, dándole la espalda a la ciudad.
—Como quieras. Pero tarde o temprano tendrás que elegir.
Zhao Lian no contestó. Solo volvió a aspirar el cigarrillo, su expresión fría, impenetrable. Pero en el fondo, la chispa de rabia que ardía en sus ojos decía más de lo que sus labios jamás iban a admitir.
Zhao Lian