Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.
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Capítulo 7: La nueva amiga
Ninguno de los dos tenía una idea clara respecto a lo que iban a hacer luego de terminar de bajar las escaleras, qué actividad llevar a cabo. Ambos tenían un compañero de juego, y eso era todo lo que les importaba. En el último mes, Carolina solo pudo contar con sus primos, los cuales pocas veces estuvieron interesados en incluirla en sus diversiones; mientras que Germán ni siquiera eso tuvo durante más de una semana. Se habían empezado a caer bien mutuamente a una velocidad normal en un niño, por lo que harían uso juntos de toda esa energía acumulada en el último tiempo.
—Encontré una pelota de tenis —anunció Germán, exhibiendo el objeto.
Al ver la felicidad con la que Toby miraba esa pequeña pelota, y el deseo que dejaba ver por apropiarse de esta, ambos estuvieron de acuerdo en lo que debían hacer, sin necesidad de algún intercambio de palabras.
Durante los siguientes minutos se divirtieron lanzándole la pelota a su peludo acompañante, y pasándosela entre ellos, para aumentar su deseo por esta. Paulatinamente ocurrió lo que él varón del dúo predijo desde que el entretenimiento comenzó: el perro perdió interés en la actividad, aparentemente falto de energía, como en las otras ocasiones en las que jugaron los dos juntos. Según le explicó Argelia, era a causa de la edad, ya que antes era prácticamente incansable, con energía que parecía ilimitada. No obstante, el deseo de divertirse, hasta lo que sus fuerzas le permitían, seguía estando ahí.
—Siempre hace eso —le explicó a Carolina cuando ambos lo vieron entrar otra vez a la torre, y subir las escaleras, para volver a entrar al departamento de la abuela—. Ya se cansó. Vení conmigo, así podés ver cómo es todo acá.
Aquel sitio no tenía nada que justificara una visita guiada, pues el contenido de ese lugar se podía resumir en plantas genéricas, caminos de cemento, y por supuesto, torres. Pero tenía que seguir las indicaciones dadas por su padre, quien le dejó en claro que había que ser muy hospitalario con la chica nueva, y darle una cordial bienvenida.
Mientras tanto, pensaría en el mejor modo de pasar el tiempo con ella.
—La abuela ya me había hablado un poco de vos antes —comentó Germán, sin dejar de rebotar la pelotita verde a cada paso que daban—. La última vez me dijo que estabas viviendo con tus tíos ¿Te gustará más estar acá?
—Eso espero —respondió ella—. Me parece que sí, la abuela siempre es muy buena conmigo. Mis tíos y mis primos no me quieren más, ya no querían que siguiera viviendo con ellos, pero ¿por qué vos también le decís abuela?
—Ella me dijo que le diga así, que imagine que soy su nieto. Me quedo en su casa mientras mi papá se va a trabajar. También es muy buena conmigo, así que creo que vas a estar bien con ella.
—Ojalá no deje de quererme. Creo que ya no tengo adónde ir.
—¡Hey, esa es mi pelota! —gritó alguien, de repente.
Al voltearse los dos al uníso, se encontraron con una niña de pelo negro que no debía distar mucho de la edad que ellos tenían. Se acercó a ambos con la mano tendida y una expresión seria en el rostro.
—Es mía, en serio —repitió la nena con insistencia—. La dejé acá afuera ayer.
Optando por creerle, Germán obedeció la petición que aquella chica le hizo mediante gestos, arrojándole el objeto solicitado. Al no haber quedado rastros de la baba de Toby en este, los dos niños por separado decidieron no comentarle nada al respecto, imaginando que aquella nena podría molestarle el hecho de que un perro hubiera puesto sus colmillos sobre algo de su propiedad.
—No sabíamos que tenía dueño, la encontramos por allá —explicó Carolina, pensando únicamente en jugar y hacer amistades—. Me llamo Carolina y ahora voy a vivir acá también ¿Querés jugar con nosotros?
Sofía no ocultó el evidente interés que aquella invitación había despertado dentro suyo. Estaba aburrida de jugar sola, o con su mamá, casi todos los días, por lo que no desperdiciaría la oportunidad que se le presentaba.
—Yo me llamo Sofía —se presentó dejando nuevamente su pelota abandonada a un lado—. Juguemos a La Mancha.
—Creo que ya te vi antes —recordó Germán al mirar con más atención a la última en hablar—. Vivís en la torre 7, ¿no? Ah, y me llamo Germán.
—¿Eh? Sí, vivo con mi mamá en la torre 7, en la planta baja. Yo también te vi algunas veces, vos vivís con tu papá en la torre 5.
Carolina no pudo ignorar el detalle de que ambos vivieran en el mismo complejo de torres, viéndose el uno al otro de vez en cuando, sin haberse conocido o intercambiado palabra alguna hasta ese momento. Llamó su atención y despertó más de una duda. Sin embargo, al expresarlas a sus dos acompañantes, estos no supieron resolverlas, ya que ninguno podía dar una explicación satisfactoria al respecto. Simplemente no se habían encontrado nunca.
—Bueno, no importa —le restó importancia a la niña nueva del lugar—. Yo también quiero jugar a La Mancha. Vamos.
Germán no tenía pensado incluir a alguien más, pero al ver que su nueva amiga no quería que fuera de otra manera, y llegando a la conclusión de que la diversión aumentaría al incluir a Sofía, no se opuso a esto. Pospuso la idea de invitar a Carolina a su casa para disfrutar juntos del internet ahí.
—Yo voy primero —se ofreció esta última, deseosa de empezar a divertirse.
Dio inicio entonces aquel divertido juego, consistente en correr prácticamente sin parar. No hizo falta repasar las reglas del mismo, pues los tres las conocían a la perfección: no debían dejar que la persona asignada como la mancha los tocase, ya que eso pasaría aquel cargo a quien fue tocado, y este a su vez tenía que hacer lo mismo, en un ciclo sin fin.
Los tres se divirtieron como no lo hacían desde hacía bastante tiempo. Imposible es dar con el número exacto de veces en las que el cargo cambió de dueño en tan solo unos cuantos minutos. Igualmente, como a cualquier niño, a ninguno se le pasó por la cabeza llevar el conteo de algo como eso. Aunque lo hubieran intentado, la emoción del momento no les habría permitido prestar atención a ese detalle por mucho tiempo. Fue esa misma emoción la que evitó que los tres niños se percataran de que habían estado siendo observados por Reyna durante el primer medio minuto de su actividad.
Solo necesitó asomarse, y mirar a través de la esquina de la ventana que no estaba cubriendo la persiana, para tener el panorama completo ante ella. Pensó en la posibilidad de cubrirse con su bata y salir a llamar a su hija con alguna excusa. No obstante, no fue capaz de privar a su hija de aquel entretenimiento. Ni siquiera podía explicar el porqué de la existencia de aquel recelo que optó por ignorar.
Luego de que la persiana volviera a estar cerrada por completo, decidió que dedicaría los siguientes minutos a ocuparse de ella misma. Sentada en su silla, enfrente del televisor apagado, y observando con atención el video que había descargado con su celular el día anterior, el recorrido de su mano fue detenido de manera abrupta por aquel reproche que ya llevaba un tiempo sin hacerse presente.
Quería creer que estaba consiguiendo demostrar que su madre se había equivocado en lo que afirmó tan tajantemente, pero no podía ser así. Tenía que cumplir con sus palabras si quería lo mejor para su hija. Pero el último hombre en su vida fue poco antes de la finalización de las clases, el año anterior. Desde entonces no se preocupó en continuar con la búsqueda, lo cual la tenía sin cuidado hasta ese preciso momento en el que tuvo unos minutos de soledad para perderlos en unas cuantas meditaciones. Pero logró consolarse rápidamente diciéndose que no era su culpa. Para continuar, lo mejor era esperar a que las clases comenzaran una vez más, pues Sofía no debía enterarse de nada hasta que ella consiguiera algo serio, y no contaba con algún sitio al cual enviar a la niña el tiempo necesario. Aferrada a este pensamiento, Reyna olvidó temporalmente el asunto, y dio rienda suelta a su deseo de satisfacerse a sí misma.