En 1957, en Buenos Aires, una explosión en una fábrica liberó una sustancia que contaminó el aire.
Aquello no solo envenenó la ciudad, sino que comenzó a transformar a los seres humanos en monstruos.
Los que sobrevivieron descubrieron un patrón: primero venía la fiebre, luego la falta de aire, los delirios, el dolor interno inexplicable, y después un estado helado, como si el cuerpo hubiera muerto. El último paso era el más cruel: un dolor físico insoportable al terminar de convertirse en aquello que ya no era humano.
NovelToon tiene autorización de Candela Leppes para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 7: La fortaleza oculta
Después de días caminando entre árboles interminables y noches en las que apenas lograban descansar por el miedo a ser descubiertos, Tania y Leo llegaron a un claro distinto. Allí, cubierto por maleza espesa y ramas que parecían haber crecido a propósito para ocultarlo, se encontraba un acceso de hierro oxidado semienterrado bajo rocas y raíces. A simple vista parecía parte del bosque, pero Tania se detuvo y lo observó con detenimiento.
—Esto no es natural… —susurró, apartando con el machete algunas ramas.
Con esfuerzo lograron mover una piedra suelta, revelando una escotilla con un símbolo casi borrado por el tiempo. Leo la abrió con cautela, y un olor húmedo y metálico escapó del interior.
—Un búnker —dijo Tania, con una mezcla de sorpresa y esperanza—. Podría servirnos de refugio.
La escalera de hierro descendía en la oscuridad. Bajaron lentamente, sus linternas alumbrando paredes cubiertas de óxido y polvo. El aire era pesado, como si siglos hubieran pasado sin movimiento alguno. Dentro encontraron estanterías vacías, un par de camas metálicas oxidadas y restos de utensilios viejos. Todo indicaba que alguien había usado ese lugar en los primeros días de la infección, aunque hacía mucho tiempo que lo habían abandonado.
El eco de sus pasos se mezcló con un sonido extraño. Algo se movía en la penumbra. Tania levantó su arma de inmediato, y Leo la imitó, tensando el cuerpo.
De entre las sombras surgió una figura humana. Delgado, con barba desprolija y ropa en harapos, levantó las manos temblorosas.
—¡Quietos! —exclamó con voz ronca—. No busquen pelea… yo solo quiero un lugar seguro.
Tania no bajó el arma. Su mirada evaluaba cada gesto del desconocido. La enseñanza de Karen seguía viva en su mente: confiar podía significar la diferencia entre vivir o morir.
—¿Quién eres? —preguntó con frialdad.
—Me llamo Andrés —respondió—. Escapé de una colonia hace meses… ellos… ellos me dejaron atrás.
Leo intercambió una mirada rápida con Tania, como preguntándole qué hacer. Ella respiró hondo y bajó el arma apenas unos centímetros.
—Está bien —dijo finalmente—. Puedes quedarte… pero si intentas algo, no dudaré en defenderme.
Andrés asintió, agradecido, aunque la desconfianza en sus ojos demostraba que había vivido demasiadas traiciones.
Durante los días siguientes, los tres se organizaron para limpiar el búnker. Quitar maleza de la entrada, reforzar la escotilla y revisar las provisiones que todavía podían servir. Entre los objetos oxidados, Tania encontró un viejo mapa de la región, manchado y rasgado, pero útil. Se sentó durante horas, observándolo a la luz de una linterna, marcando posibles rutas de escape, puntos de agua y los lugares donde podrían existir asentamientos ocultos.
—Este lugar puede ser más que un escondite —murmuró, mientras trazaba líneas con carbón—. Puede ser una base, un punto de partida para algo más grande.
Leo y Andrés la observaban en silencio. La joven que apenas días atrás había perdido a su abuela ahora mostraba una convicción inquebrantable. Esa fortaleza subterránea, fría y húmeda, se convirtió no solo en un refugio temporal, sino en el símbolo de que Tania estaba lista para asumir el papel de líder.
Cada noche, antes de dormir, miraba el techo de concreto y pensaba en Karen. “No estoy sola”, se repetía. “Tus enseñanzas viven en mí”. Y así, el búnker no solo los protegía de los monstruos, sino también del miedo que amenazaba con consumirlos.