Brendam Thompson era el tipo de hombre que nadie se atrevía a mirar directo a los ojos. No solo por el brillo verde olivo de su mirada, que parecía atravesar voluntades, sino porque detrás de su elegancia de CEO y su cuerpo tallado como una estatua griega, se escondía el jefe más temido del bajo mundo europeo: el líder de la mafia alemana. Dueño de una cadena internacional de hoteles de lujo, movía millones con una frialdad quirúrgica. Amaba el control, el poder... y la sumisión femenina. Para él, las emociones eran debilidades, los sentimientos, obstáculos. Nunca creyó que nada ni nadie pudiera quebrar su imperio de hielo.
Hasta que la vio a ella.
Dakota Adams no era como las otras. De curvas pronunciadas y tatuajes que hablaban de rebeldía, ojos celestes como el invierno y una sonrisa que desafiaba al mundo
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Capítulo 7: Secretos bajo la piel
El amanecer en Berlín se filtraba por los ventanales del Thalassia, pero Brendan Thompson no había dormido. Pasó la noche revisando contratos que no leyó y agendas que no recordaba. Cada línea se desdibujaba bajo el peso del mismo pensamiento: Dakota Adams.
La necesitaba fuera de su cabeza, pero en vez de lograrlo, cada minuto la hundía más en él. Desde la forma en que lo miró sin miedo, hasta la cadencia de su voz, todo en ella era una provocación hecha a medida para un hombre que odiaba perder el control.
A las ocho en punto, su asistente anunció la llegada de Viktor. Brendan apenas levantó la vista, pero su cuerpo entero se tensó. Era la señal que esperaba.
—Decime que tenés buenas noticias —dijo, sin quitar los ojos del ventanal.
Viktor dejó una carpeta gruesa sobre el escritorio y se cruzó de brazos.
—Buenas, malas… depende cómo lo tomes. Todo lo que pediste está ahí.
Brendan se dio vuelta despacio. Caminó hasta el escritorio, abrió la carpeta y empezó a leer con la precisión fría de quien está acostumbrado a diseccionar vidas ajenas.
Nombre completo: Dakota Eleanor Adams.
Edad: 29 años.
Formación: Administración, Arte Contemporáneo, Filantropía.
Residencias previas: Nueva York, París, Marrakech, Barcelona.
Cuentas personales: Limpias. Independientes.
Hasta ahí, nada que no supiera. Pero las siguientes páginas empezaron a pintar otro retrato.
“Expediente policial en Marruecos, sellado por influencia familiar”, leyó, arqueando una ceja. Interesante. No era un simple altercado: la anotación mencionaba “conexión con red de contrabando de arte”. No había cargos, pero sí rumores. Brendan sonrió para sí. Dakota no era la princesa que todos creían. Tenía sombras. Y las sombras lo atraían.
Siguió leyendo. Viajes, movimientos bancarios, nombres de amigos que no encajaban con la élite. Activistas, artistas, incluso un tatuador vinculado a pandillas en Marsella. Cada dato era una pieza más en un rompecabezas que lo fascinaba.
Pero entonces llegó la bomba.
“Relación cercana con Viktor Krüger (fallecido), alias El Cuervo.”
Brendan se congeló. Su mandíbula se endureció y el aire en la sala pareció volverse denso.
El Cuervo había sido uno de los hombres más temidos de Europa Oriental. Un traficante de armas que durante años operó bajo la sombra… hasta que Brendan lo eliminó. No con sus propias manos, pero sí con una orden que selló su destino. El Cuervo era un problema para su imperio y, cuando llegó el momento, desapareció. Así de simple.
Y ahora, Dakota aparecía en su vida con ese nombre tatuado en su pasado.
—¿Qué tan cercana era la relación? —preguntó Brendan, sin apartar la mirada del informe.
Viktor dudó un segundo, incómodo.
—No hay pruebas concretas, pero… fotos viejas los muestran juntos. Marrakech, 2018. Estaban… muy cerca.
Brendan apoyó ambas manos sobre el escritorio, inclinándose hacia adelante. Cerró los ojos un instante, conteniendo la oleada que lo atravesó. ¿Había estado con El Cuervo? ¿Lo amó? ¿O solo jugaba en ese mundo oscuro porque le gustaba el peligro?
—¿Ella sabe que yo lo borré del mapa? —preguntó con voz grave.
—Imposible saberlo. Pero si lo sabe, no lo demostró ayer.
Brendan soltó una carcajada baja, oscura. Aquello dejaba de ser un simple interés. Dakota no era solo una mujer hermosa y desafiante. Era un misterio enredado con su propio pasado. Una pieza que podía encajar… o hacerlo explotar todo.
Se dejó caer en la silla y hojeó las fotos. Dakota, con el cabello más largo, una campera de cuero, fumando mientras El Cuervo la abrazaba por la cintura. Sonreía, pero no como lo había hecho con él. Era otra sonrisa: salvaje, cruda, sin máscaras. Esa imagen lo perforó.
La idea de que alguna vez perteneció a otro lo irritó como fuego en las venas. Y no a cualquier hombre. A uno como Krüger. Un criminal al que Brendan despreciaba, un hombre que no merecía tocar a una mujer como ella.
“¿Qué viste en él, Dakota?”, pensó. “¿Qué buscabas que no encontraste?”
Viktor carraspeó, sacándolo de su trance.
—¿Querés que siga investigando? ¿Que hable con gente que la conoció en esa época?
Brendan levantó la mirada, y en sus ojos verdes había algo peligroso.
—No. Déjalo por ahora. Pero quiero que me consigas algo mejor. —Se inclinó hacia él—. Un acceso directo a ella. Una razón para que venga a mí sin sospechar.
—¿Negocios?
Brendan sonrió, torcido.
—Negocios… y algo más.
Cuando Viktor salió, Brendan quedó solo con las fotos. Pasó los dedos por la imagen como si pudiera tocarla. Sintió una punzada en el pecho. No era simple deseo. Era una obsesión que empezaba a consumirlo. Dakota Adams no era un capricho. Era un acertijo. Y él nunca había podido resistirse a los acertijos.
Apagó el cigarro que no recordaba haber encendido y se sirvió otro whisky.
—Jugaste con fuego antes, Dakota —murmuró—. Pero esta vez… te vas a quemar conmigo.