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El Eco De Tu Nombre

El Eco De Tu Nombre

Status: En proceso
Genre:La Vida Después del Adiós / Reencuentro
Popularitas:4.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Tintared

Un giro inesperado en el destino de Elean, creía tener su vida resuelta, con amistades sólidas y un camino claro.
Sin embargo, el destino, caprichoso y enigmático estaba a punto de desvelar que redefiniria su existencia. Lo que parecían lazos inquebrantables de amistad pronto revelarian una fina línea difuminada con el amor, un cruce que Elean nunca anticipo.
La decisión de Elean de emprender un nuevo rumbo y transformar su vida desencadenó una serie de eventos que desenmascararon la fachada de su realidad.
Los celos, los engaños, las mentiras cuidadosamente guardadas y los secretos más profundos comenzaron a emerger de las sombras.
Cada paso hacia su nueva vida lo alejaba del espejismo en el que había vivido, acercándolo a una verdad demoledora que amenazaba con desmoronar todo lo que consideraba real.
El amor y la amistad, conceptos que una vez le parecieron tan claros, se entrelazan en una completa red de emociones y revelaciones.

NovelToon tiene autorización de Tintared para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Tensión palpable.

(...) ¡Vaya sorpresa! La voz de Nelly, aguda y melódica, irrumpió en el silencio, un eco de risas que, sin embargo, no alcanzaba a ocultar la punzante curiosidad en sus ojos.

"No sabía que estaban aquí", soltó, y en su tono dulzón se escondía una advertencia, una pregunta no formulada.

Carter giró la cabeza con tal presteza que mis labios, a punto de sellar un anhelado beso, apenas rozaron su mejilla. En ese instante fugaz, la burbuja mágica que nos envolvía se reventó con un estallido sordo, devolviéndonos a la cruda, incómoda realidad. ¿Cómo demonios habíamos pasado de un momento tan íntimo y etéreo a uno tan bochornoso en la fracción de un segundo?

La vergüenza me invadió, un calor que ascendía por mi cuello y teñía mis orejas.

Me recompuse con una torpeza que intenté disimular, ajustándome la camisa como si eso pudiera borrar el instante.

"Ya nos íbamos", respondí a Nelly, mi voz más áspera de lo que pretendía, agachándome para liberar la zapatilla de Carter, que se había enganchado de forma caprichosa.

Fue entonces cuando Nelly, con esa sonrisa que podía ser tan dulce como ácida, lanzó su siguiente estocada. "Está haciendo frío. Querida, ese vestido es un poco atrevido para una noche así, ¿no crees? Sin duda te hace ver espectacular, aunque para mi gusto te esforzaste mucho en parecer una mujer siendo tan joven", sentenció, su voz untada de una dulzura venenosa que dejaba un regusto amargo.

Sus palabras se clavaron en el aire, densas y cargadas de juicio.

Mientras mis dedos se afanaban en liberar la zapatilla, rozaron la pantorrilla de Carter. Una chispa recorrió mi piel, sutil y electrizante. Me giré discretamente, casi imperceptiblemente, para observar a Nelly, asegurándome de que Carter no se percatara de mi escrutinio. Nelly, inmersa en su propio juego, ni siquiera me miró, su atención fija en Carter.

Me levanté y me coloqué detrás de ella, una barrera invisible entre las dos mujeres.

"No lo encuentro atrevido. Temprano hacía calor, y es de esta temporada, así que está bien usarlo", replicó Carter con una calma que me sorprendió, su voz firme mientras subía al auto, un refugio contra la punzada de las palabras de Nelly.

"Deberíamos salir todos juntos la próxima vez", sugirió Nelly, su mirada, ahora cargada de una sonrisa burlona y una furia apenas contenida, se clavó en Carter. Sus ojos brillaban con una intensidad fría, una promesa de futuras batallas.

"Me encantaría. Avísame cuando tengas tiempo", respondió Carter, ajena, o quizás indiferente, a la tensión palpable que se respiraba, un aire denso que se podía cortar con un cuchillo.

Al presenciar la escena, un escalofrío de premonición me recorrió la espalda. Estas dos mujeres, tan dispares, tan opuestas, necesitaban conocerse mejor.

Nunca habíamos salido los tres juntos, y la idea de una salida, pensé con una ironía mordaz, podría ser, cuanto menos, "interesante".

Sus personalidades, tan distintas, tan únicas... e irremediablemente incompatibles.

Nelly, mi Nelly, es una mujer sumamente celosa y caprichosa. Una fuerza de la naturaleza, impredecible y apasionada. Nunca habíamos tenido problemas con las personas con las que salíamos; nos queremos como hermanos, un lazo inquebrantable forjado a través de años de complicidad.

Pero esta vez, el ambiente era espeso, tan denso que se podía palpar. Nelly nunca era grosera con mis "conquistas"; al contrario, solía ser encantadora, una anfitriona innata, aunque siempre con un toque de su picardía característica. Su molestia actual me desconcertó, me dejó desorientado. Quizás solo había tenido un mal día, me dije, tratando de racionalizar lo irracional.

Ambas mujeres se mantuvieron en un silencio cargado, sus miradas fijas la una en la otra, un duelo de voluntades sin palabras. Nelly parecía un animal salvaje a punto de atacar, sus músculos tensos, sus ojos centelleando con una rabia contenida. Carter, por su parte, con una calma asombrosa que parecía desafiar la atmósfera, se mostraba preparada para lo que viniera, una fortaleza inquebrantable.

La incomodidad era palpable, una disputa silenciosa y feroz que vibraba en el aire.

Me fascina la energía femenina, esa forma exquisita de luchar por la victoria sin ser evidentes, con sutileza, con el poder de la mirada y la palabra. Pero en este momento, no quería que Nelly causara problemas.

Carter es alguien importante para mí, un rayo de luz en mi vida, y no iba a permitir que este juego absurdo continuara, que esta tensión sin sentido las envenenara. Era hora de ponerle fin.

"Anelly, nos vemos después", me despedí, sin mirarla mientras subía al auto, mi voz cortante, un cierre abrupto a la confrontación.

Nelly no respondió. Pasó de largo sin emitir un sonido, su silencio más elocuente que cualquier palabra, un portazo invisible que resonó en el aire. Ambos sabíamos que este incidente jamás debió ocurrir.

Aunque Nelly es mi mejor amiga, mi cómplice en un sinfín de aventuras, eso no le daba derecho a incomodar o a inmiscuirse en mis asuntos, a tejer su red de celos alrededor de mi vida.

Sin duda, Nelly ha sido y es la chispa que incendia el ambiente en cada travesía: sexy, candente, una mujer que vive su sexualidad abiertamente, derrochando deseo en cada movimiento. Hemos sido confidentes y amigos desde hace tanto tiempo que no puedo imaginar una fiesta, una noche, sin ella, sin su risa contagiosa y su espíritu indomable.

Por otro lado está Carter. Ella es una chica con los pies en la tierra, la dulzura personificada, la luz al final del túnel en los momentos de oscuridad, tranquilidad y paz. Una mujer sensata, hermosa y muy sociable, con una elegancia innata que la hacía destacar.

En definitiva, Carter es esa mujer que solo se ve cada mil años en la tierra, una rareza preciosa. Lo tiene todo: belleza, inteligencia, carisma, pero sobre todo, un enorme corazón que irradia bondad.

Cada una tiene su encanto, entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. Carter y Nelly. Nelly y Carter... dos polos opuestos que, en mi vida, de algún modo, se atraían y repelían con la misma fuerza.

El viaje a casa:

Ya en el auto, el silencio se instaló, pesado y denso, solo roto por el suave zumbido del motor. "Parece que te lastimaste el tobillo", le dije a Carter, mi voz rompiendo el hechizo, notando cómo lo movía con una cautela que delataba el dolor.

"No es nada. Creo que estaba distraída y no me fijé por dónde caminaba", respondió ella, su voz algo apagada, como si la tensión anterior le hubiera robado el brillo.

"Pondré la calefacción. ¿Cómo te sientes?", pregunté, el aire frío de la noche colándose por las ventanillas, tratando de disipar la atmósfera pesada, de traer un poco de calidez, no solo física sino también emocional.

"Avergonzada. Tu amiga imaginó lo peor", confesó, su voz apenas un susurro que se perdió en el interior del coche, cargada de una vulnerabilidad que me tocó el alma.

"No tienes por qué sentirte así, fue mi culpa por no prestar atención y ponerte en riesgo", la tranquilicé, mis palabras un bálsamo para su evidente incomodidad.

Carter frotaba sus manos temblorosas, un tic nervioso que me delató su angustia. Sin pensarlo, sin premeditación, cubrí las suyas con las mías. Un escalofrío de sorpresa me recorrió al sentir su piel.

"¡Estás muy fría!", exclamé, la preocupación tiñendo mi voz.

Acerqué sus manos a mi boca y soplé aire caliente sobre ellas una y otra vez, un gesto instintivo, protector.

Observé sus dedos, tan delicados, tan cerca de mis labios, una proximidad que erizó mi piel, una extraña electricidad. Cerré los ojos por un instante, saboreando el momento, y sin pensarlo, sin poder contenerme, deposité un beso suave en sus manos. Mis ojos se abrieron de par en par ante mi propio acto, sorprendido por la audacia de mi gesto. Carter me miraba atenta, sus ojos, pozos profundos, me devolvían una mezcla de sorpresa y algo más que no pude descifrar.

"Bien, parece que estás mejor", dije, rompiendo el silencio, mi voz sonando extraña en mis propios oídos.

¿Qué demonios fue eso? pensé, mi mente un torbellino de emociones, una confusión que me invadía.

Comencé a buscar mi celular torpemente por todas partes, armando un pequeño espectáculo de nerviosismo, mis manos revolviendo los asientos, mis ojos buscando desesperadamente algo en lo que enfocarme. Carter tocó mi hombro con delicadeza y señaló el tacómetro.

"Con que aquí está. Por un momento pensé que se había caído", musité, sintiéndome aún más torpe, mis mejillas ardiendo.

Carter me miró seria por un momento, sus ojos escrutadores, para luego regalarme una sonrisa cálida que disipó parte de mi vergüenza, un rayo de sol después de la tormenta.

Recordé que, desde niño, siempre me habían cautivado sus ojos. Esos ojos tiernos, llenos de una inocencia que inmediatamente despertaba en mí el instinto de cuidarla, de protegerla. ¿En qué momento esa niña con la que compartía secretos y juegos se había transformado en esta bella mujer que ahora me desarmaba con una simple mirada?

Una extraña sensación de picor, casi como una corriente eléctrica, comenzó a recorrer mi cuerpo, seguida de una ola de calor que me subió por el pecho y se instaló en mi cara. Era una sensación nueva para mí, intensa, desconcertante. No sabía cómo controlarla, cómo manejar esa marea de emociones.

Le devolví la sonrisa, una sonrisa que nacía de un lugar profundo. Sus mejillas, enrojecidas por el frío o quizás por algo más, me hicieron sonreír aún más, contagiado por su dulzura.

Avancé lentamente y me incorporé a la carretera, el motor del auto ronroneando suavemente.

La temperatura dentro del auto era ahora agradable, envolvente, y Carter había dejado de temblar, su cuerpo relajándose, sus hombros cayendo. Se veía más cómoda, más tranquila. Decidí conducir despacio, estirando el tiempo lo más posible antes de llegar a su casa, deseando que el viaje durara una eternidad.

Mi corazón latía acelerado, un tamborileo constante en mis oídos, me sentía mareado a pesar de no haber bebido casi nada, una ebriedad sin alcohol.

Llevaba una playera debajo de la camisa, lo que me provocaba tanto calor que tuve que bajar la ventanilla para refrescarme, el aire fresco un contraste con el fuego en mi interior.

El sudor perlaba mi frente; estaba nervioso, incómodo, transpirando un poco más de lo normal, una mezcla de excitación y aprehensión.

"¿Te divertiste?", pregunté, intentando distraerme, rompiendo el silencio una vez más.

"La pasé bien, me hacía falta verte", confesó, su voz suave, una caricia para mis oídos.

"Podemos repetirlo en otra ocasión", dije, y la idea me gustó más de lo que quise admitir, un deseo que se encendía en mi interior.

"Podríamos salir al cine o a algún otro lugar", sugirió Carter, su voz llena de posibilidades.

"Me encantaría", respondí de inmediato, la idea de pasar más tiempo con ella una promesa dulce.

"¿Recuerdas cuando éramos niños todas las locuras que hacíamos?", su voz se llenó de nostalgia, evocando imágenes de un pasado lejano y feliz.

"Cómo olvidarlas, fueron los mejores años de mi vida. Solíamos ser felices con tan poco. Anhelábamos ser mayores para recorrer el mundo, conquistar la vida", recordé con una sonrisa, un velo de melancolía por los días que se fueron.

"Es cierto", asintió Carter, sonriendo, sus ojos brillando con recuerdos compartidos. "Teníamos tanta prisa por crecer, y ahora que somos adultos nos hemos distanciado de todos, de esos sueños infantiles".

"Éramos imparables", sonreí, un orgullo infantil aún presente. "Todos se molestaban porque sabían que si tú y yo hacíamos equipo, ganaríamos en todo".

"Sí, jajaja, lo recuerdo bien...", su risa resonó, ligera y melodiosa, "… ¿Puedo preguntarte algo íntimo?", soltó de repente, la pregunta cayendo como una gota de agua fría en mi pecho.

"¿Íntimo?", mi mente se disparó, una explosión de pensamientos y posibilidades, algunas incómodas, otras… excitantes.

Nos miramos en silencio, la pregunta flotando en el aire. El calor en el auto, antes agradable, se volvió sofocante, asfixiante. Crucé los brazos, temeroso de algún mal olor, de cualquier imperfección que pudiera surgir en ese momento.

¿Íntimo? pensé de nuevo, la palabra rebotando en mi cabeza. ¿Por qué quiere preguntar algo así?

"Puedes preguntarme lo que quieras con total confianza", le aseguré, aunque mi voz no sonó tan segura como quería, un temblor apenas perceptible.

"Esto me avergüenza un poco...", dijo, desviando la mirada, un rubor tiñendo sus mejillas, aumentando mi intriga.

"¿Tienes alguna duda sobre algo en específico?", insistí, la curiosidad y la aprehensión luchando en mi interior, una batalla silenciosa.

"Sí... Aunque no sé cómo decirlo...", su voz se fue apagando, un hilo apenas audible.

Una molestia interna, parecida al enojo, comenzó a crecer en mí, un fuego que se encendía. ¿Qué está ocurriendo? ¿Acaso esa niña con la que jugaba hace ese tipo de cosas? ¡Es tan solo una niñita! ¿Cuántos años tiene? ¿Unos veinte? Quizás quiera preguntarme qué hacer. ¿Cómo cuidarse? ¡No! ¡No! ¡No! No. Solo somos amigos. Los amigos no hablan de estas cosas. Necesita con urgencia una hermana o un hermano. Yo no soy el indicado. No quiero saber nada. No estoy seguro de querer escuchar lo que tiene que decir... Un torbellino de pensamientos y negaciones se apoderó de mi mente, una barrera que se levantaba entre nosotros.

"¿Elean, estás bien?", la voz de Carter me sacó de mis pensamientos, su pregunta una bofetada a mi ensimismamiento.

"No, no estoy bien. Carter, no soy el indicado para que compartas cierta inform...", comencé a balbucear, mis palabras atropellándose, intentando poner distancia.

"¿Te parece atrevido mi vestido?", me interrumpió de repente, su voz cargada de una vulnerabilidad que desarmó mis defensas.

"¿Tu vestido?", pregunté, sorprendido, la pregunta tan inesperada que me dejó sin aliento.

"¿Parece vulgar?", insistió, su voz llena de incertidumbre, sus ojos buscando en los míos una respuesta, una validación.

"¿Te afectó lo que dijo Nelly?", comprendí al fin, una punzada de culpa atravesándome al darme cuenta de su angustia.

"Tal vez debí elegir algo mejor", dijo con un suspiro, su voz pequeña, casi inaudible.

"No vuelvas a decir algo así. Te ves bien. Ven acá", le dije con firmeza, mi voz un ancla en la tormenta de sus dudas.

Besé su frente, un gesto de consuelo, de protección. Ella me abrazó, recargando su cabeza en mi hombro como siempre lo hacía, un gesto que evocaba nuestra niñez, nuestra complicidad.

"Hueles tan rico...", susurró, aspirando mi cuello, su aliento cálido en mi piel, enviando escalofríos por mi cuerpo.

"Tú también", le respondí, mi voz más suave de lo que esperaba, una respuesta instintiva que reveló más de lo que quería.

Su cuerpo junto al mío encajaba a la perfección, una sintonía que iba más allá de lo físico. Tomé una de sus manos, jugando con sus dedos, sintiendo la suavidad de su piel. Sentí su respiración, el aroma de su cabello, una fragancia dulce y embriagadora, inundó mi nariz, adentrándose en mi ser. Acaricié su brazo sin darme cuenta de que su piel se erizaba bajo mi tacto, un escalofrío de placer mutuo.

"Hemos llegado", anuncié, un nudo en la garganta, la realidad regresando para romper el momento.

"No quiero irme, me ha dado sueño", se quejó, su voz adormilada, como una niña pequeña que no quiere que la noche termine.

"Es tarde", le recordé, aunque mi corazón deseaba que el tiempo se detuviera.

"¿Irás a tu casa?", preguntó, sin moverse, su pregunta una tenue esperanza de que me quedara.

"Sí", respondí, la razón imponiéndose al deseo.

"De acuerdo", dijo, y sentí cómo se preparaba para bajar, la magia desvaneciéndose.

Al intentar salir del auto, su tobillo le impidió avanzar. Una mueca de dolor se dibujó claramente en su rostro, una punzada que me llegó al alma.

"Espera, te ayudaré. Déjame cargarte", me ofrecí, la oportunidad de prolongar nuestro contacto, de seguir siendo su protector.

"No es necesario, puedo caminar", protestó, su voz teñida de vergüenza.

"No has cambiado en nada", sonreí, un recuerdo de su terquedad infantil.

Ella se apoyó en mí, avergonzada. Quizás por el vestido, por la situación, prefería caminar, evitar el contacto físico que la delatara.

"Ven aquí", le dije, y sin esperar respuesta, la cargué cuidadosamente entre mis brazos. Carter me tomó del cuello, sus dedos suaves en mi piel, evadiendo mi mirada, sus mejillas encendidas.

Toqué la puerta, aún con Carter en mis brazos, su peso ligero, su presencia abrumadora.

"Gracias por todo y disculpa las molestias", dijo Carter, su voz apagada, un susurro de gratitud.

"Aún somos el mejor equipo...", le recordé, sonriendo, la frase un eco de nuestra niñez, una promesa para el futuro.

Carter sonrió, mirando hacia otro lado, una risa silenciosa que apenas se asomaba. De nuevo, parecía que no había nadie en casa, la oscuridad y el silencio reinaban.

"No han llegado", constató ella, una nota de preocupación en su voz.

"Dame la llave, no te dejaré aquí afuera", le dije, mi voz autoritaria, protectora.

Entré en la casa con ella en mis brazos, el aroma de su cabello, de su piel, envolviéndome.

"Aquí está bien", me dijo, pidiéndome que la bajara, su voz un murmullo.

"¿En serio te quedarás en la sala? ¿Cuál es tu habitación?", pregunté, sorprendido por su reticencia.

"La de allá", señaló, un gesto vago.

Abrí la puerta de su habitación y la dejé suavemente en la cama. Su habitación era acogedora y ordenada, un reflejo de su personalidad.

"¿Tienes un botiquín de primeros auxilios?", le pregunté, la urgencia de su tobillo una distracción bienvenida de mis propios pensamientos.

"Está en el cuarto de mis padres. ¿Me podrías pasar un pantalón de los que están allá?", respondió.

"¿Este está bien?", le mostré uno, mis ojos evaluando la tela, el color.

"Es perfecto", asintió, una leve sonrisa en sus labios.

Mientras buscaba el botiquín, Carter se puso un pantalón debajo de su vestido, una imagen que me hizo sonreír. Regresé y comencé a revisar su tobillo, concentrándome en la tarea.

"No sabía que eras un experto", comentó, su voz con un toque de humor.

"No lo soy, pero conozco algunos tipos de vendajes y lo básico de torceduras. Por lo que veo, no es grave, estarás bien", la tranquilicé, mis palabras un bálsamo para su preocupación.

"Gracias", susurró, sus ojos fijos en los míos.

Una vez que terminé, acaricié su cabeza, un gesto instintivo, tierno. Ella se encogió sonriendo, una reacción dulce. Di un paso a un lado, pisando accidentalmente la caja del botiquín. Perdí el equilibrio y caí sobre ella, un impacto suave, pero el susto y la sorpresa me hicieron golpear su cabeza ligeramente.

Carter no reaccionó de inmediato, sus ojos abiertos, el susto y el golpe la hicieron entrar en shock por un instante. Rápidamente me levanté, mi corazón martilleando en mi pecho.

"Perdóname, no sé qué sucedió", dije, aturdido, mis palabras atropelladas por la vergüenza.

"Estoy bien", respondió ella, recuperándose, una sonrisa temblorosa en sus labios.

"Debo irme", balbuceé, sintiendo un rubor subir por mi cuello, el calor de la vergüenza quemándome.

Tomé las llaves de mi auto y salí a toda prisa de su casa, la imagen de su rostro, el golpe, la cercanía, la oportunidad perdida, todo se mezclaba en mi mente. Me miré en el retrovisor. Mi cara estaba completamente roja de la vergüenza, un tomate viviente.

¡Maldición!

Nada en este día me había salido como quería. Me froté la frente confundido, un ligero dolor punzante comenzó a latir en mi cabeza. En dos ocasiones estuve cerca de besarla y no lo hice. ¿Por qué carajo no pude hacerlo? Pude haber aprovechado el accidente para besarla; después de todo, estábamos solos en su habitación. En cualquier otra circunstancia, ese accidente me habría beneficiado. Dos veces, dos veces, y no hice absolutamente nada, solo arruinar la oportunidad.

La Noche Me Persigue: Un Huracán de Emociones

Llegué a casa y me recibió, como de costumbre, Don Genaro, el vigilante, con una gran sonrisa y amabilidad.

Su presencia, siempre constante, un ancla en la noche.

"Buenas noches, joven. ¿Ya regresando a casa a descansar?", preguntó, su voz ronca y familiar.

"Así es, Don Genaro, buenas noches", le respondí, mi voz aún teñida de la confusión del día.

"Que pase buenas noches, joven, descanse", dijo con su habitual cortesía, su sonrisa cálida.

Estacioné el auto, mis movimientos mecánicos. Este dolor de cabeza se había incrementado, pulsando con fuerza en mis sienes. Necesitaba alguna pastilla, pero no tenía ninguna a mano. Quizás debería volver y preguntarle a Don Genaro. Si este dolor continuaba, definitivamente lo buscaría.

Entré a la casa y Doña Meche, una señora de unos escasos 50 años, ahora encargada de la cocina, se acercó a mí, su figura amable en el umbral.

"Buenas noches, joven. La cena está lista, ¿gusta que le sirva de una vez?", preguntó, su voz suave y atenta.

"No, muchas gracias, solo quiero un poco de té negro", le respondí, tocándome la sien, el dolor latiendo.

"¿Quiere que lo lleve a su habitación o prefiere tomarlo en el comedor?", insistió amablemente, su preocupación evidente.

"En mi recámara está bien, por favor", le dije, mi voz apenas un murmullo.

"Sí, joven, de inmediato", respondió, su voz reconfortante.

Subí las escaleras, cada escalón un recordatorio del día agitado. Entré a mi habitación, la oscuridad un alivio. Este dolor no me permitía pensar con claridad, solo sentir el punzante latido. Quizás una buena ducha me calmaría, me aclararía la mente.

Entré al jacuzzi con la intención de relajarme, de disipar la tensión acumulada. El agua se sentía más caliente de lo que me gustaba, casi hirviendo, un contraste con la frialdad que sentía en mi interior. Recargué la cabeza en el borde mientras cerraba los ojos, buscando un poco de paz. De pronto, la imagen de los labios púrpura de Carter vino a mi mente, una visión nítida que me asaltó.

Qué descuidado soy... Pudo haberse resfriado por mi culpa, por mi inacción, por mi torpeza.

Recordé su cuerpo entre mis brazos, esa caída… un escalofrío de placer y culpa me recorrió.

Golpeé la pared del jacuzzi con frustración. ¿Por qué estoy pensando en ella? ¿Por qué esta mujer se ha apoderado de mis pensamientos de esta manera?

Me sumergí en la tina hasta cubrir mi cara con el agua, buscando ahogar esos pensamientos, esa imagen que me perseguía, mientras seguía recordando cada detalle: desde el brillo de su cabello, la dulzura de su sonrisa, hasta su forma de mirar, que me cautivaba sin remedio.

"¡Aj!", un ligero grito escapó de mi boca, un sonido de sorpresa y frustración al mismo tiempo.

¡No puedo creerlo! Tengo tantas ganas de robarle un beso.

Estuvimos tan cerca de hacerlo, ¡estuve a nada de sus labios! Después de todo, no estaba escrito que sucediera, que se consumara.

Me sentía molesto, una rabia sorda burbujeando en mi interior. Era mi oportunidad y la eché a perder, por mi torpeza, por mi inexperiencia.

Estaba tan sumergido en mis pensamientos, en ese torbellino de emociones, cuando escuché unos golpecitos en la puerta de mi recámara.

Toc-Toc

"¡Adelante!", grité desde el jacuzzi, mi voz resonando en la habitación.

Pude escuchar a Doña Meche dejar la bandeja en el buró, el tintineo de la porcelana, y cerrar la puerta al salir, su presencia discreta.

Terminé de ducharme con calma, el agua caliente un bálsamo para mi cuerpo, pero no para mi mente. Me coloqué unos pantalones cortos, sintiéndome aún acalorado, la piel tensa, y una camiseta sin mangas, buscando alivio. Salí del baño con algunas molestias persistentes, el dolor de cabeza aún latiendo. Me acerqué para tomar mi té y, a un lado, encontré dos tabletas para el dolor de cabeza. Mis ojos se iluminaron, un oasis en mi malestar. ¡Justo lo que necesitaba!

Me tomé las pastillas, sintiendo cómo el alivio comenzaba a extenderse por mi cuerpo, y me senté en la cama, rascándome una oreja, un gesto pensativo. Mañana le agradecería a Doña Meche por haberme "salvado". Bostecé un par de veces, el cansancio finalmente apoderándose de mí. Debía dejar de darle vueltas al asunto. Esto simplemente no podía ser.

El dolor había disminuido, una tregua en la batalla. Comenzaba a sentirme mejor, más en paz.

Se veía tan hermosa... Su imagen se apoderó de mi mente una vez más.

Me recosté, cerrando los ojos, buscando el tan anhelado sueño. Estaba seguro de que la mujer sin rostro, esa figura de mis sueños recurrentes, me visitaría esa noche, pero esta vez, quizás, tendría el rostro de Carter.

Mi chaqueta, colgando en la silla, tenía tan impregnado el perfume de Carter, su fragancia delicada y dulce. Lo recordaba desde mi adolescencia, ese aroma que siempre me recordaba a ella, a su presencia, a su esencia. Aun cuando me encontraba lejos, distintas cosas me hacían recordarte, Carter. Veo que tus gustos no han cambiado, que sigues siendo la misma, y a la vez, tan diferente.

Una sonrisa se dibujó en mi cara, una sonrisa de satisfacción y añoranza. Abracé mi almohada, su suavidad un consuelo, preparándome para dormir. En este momento, aquí, en la privacidad y comodidad de mi habitación, encontré la paz que tanto había buscado durante el día.

Sé que esto es imposible, una fantasía, pero parece que en verdad me atraes. Una revelación silenciosa que me dejó sin aliento.

Comencé a soñar y desperté de un salto, mi corazón latiendo con fuerza, el recuerdo vívido y perturbador de mi boca mordiendo su hombro se había hecho presente en mis sueños, una imagen que me dejó sin aliento.

"¿Qué demonios me está pasando?", musité al vacío de mi habitación, la pregunta resonando en la oscuridad, sin respuesta, solo la certeza de que algo profundo y transformador estaba sucediendo dentro de mí.

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Gabriel García
buena novela muy bien escrita
Kio Hernández
autora por favor suba más capítulos 🥺
Angélica Hernandez
se va con otras para olvidar a la que ama
Dani Ela
los celos siempre hechan a perder las amistades
Kio Hernández
me preguntó si no estará realmente enamorado de Nelly porque del amor al odió
Kio Hernández
que diálogo tan intenso me encanta
Secreto M
tenía que ser hombre tiene miedo al amor verdadero
Secreto M
la chica celosa es bien tóxica
Alexxa Ela
pobrecito prefiere una aventura al verdadero amor 😔
Shi Shin Garcia
me gusta mucho la novela por qué habla de valores que hoy en día se han perdido
Shi Shin Garcia
con ésas amigas para que queremos enemigas
Alexxa Ela
me está gustando mucho
Dani Ela
celos maldetos celos jajaja
Dani Hernández
no nacimos para echar raíces me encanta la villana es tan divertida
Dani Hernández
que emoción ya que pasé algo entré ellos
Michael Porta
me está gustando la trama
Dani Ela
con cada capítulo más me enamoro de Elan
Dani Ela
que barbaridad como pudieron hacerle eso a Cárter lo bueno es que Elan la salva
Dani Ela
ojalá no tarde en subir los capítulos como en otras novelas
Dani Ela
desde el principio se nota que va a ver mucha acción ojalá no me equivoque
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