El Eco De Tu Nombre
Han pasado algunos años, y aquí me encuentro de nuevo, en este mismo lugar. Mis sueños, esos que con el tiempo se han vuelto más reales que la propia vigilia, me aseguran que fue aquí donde te conocí por primera vez.
Recuerdo la suavidad de tus labios, el sabor dulce de aquel beso que me dejó extasiado, con una sonrisa que se dibujó en mi rostro y que parecía no querer borrarse.
He vuelto, impulsado por una necesidad que roza la obsesión, solo para revivir esa experiencia, para sentir de nuevo el cosquilleo eléctrico que tus besos grabaron en mí. Sé que podría ser una locura, una pérdida de tiempo irrecuperable, pero el simple hecho de estar aquí, respirando el mismo aire que quizás tú respiraste, me da una extraña esperanza. Porque, a pesar del implacable paso de los días, las semanas, los años, no he logrado olvidarte. Tu presencia, o la idea de ella, se ha aferrado a cada fibra de mi ser, negándose a desaparecer.
Hay momentos en los que he llegado a pensar que la cordura me ha abandonado. Mi mente es un torbellino de preguntas sin respuesta. No tengo un recuerdo claro de ti, tu rostro es un lienzo en blanco en mi memoria. Lo único que me queda son esos sueños vívidos, tan intensos que me hacen dudar de la realidad misma.
¿Fuiste solo una ilusión, un espejismo de mi subconsciente, o realmente te conocí?
La línea entre el sueño y la realidad se ha vuelto difusa, casi imperceptible. Todo es confuso, un laberinto de anhelos y fantasmas que me persiguen en cada esquina de mi mente. Y aun así, sigo volviendo a este lugar, esperando que, de alguna manera, el eco de aquel beso me traiga de vuelta la verdad, o al menos, una pizca de claridad.
Pido una copa en la barra, y antes de que el líquido llegue a mis labios, el sabor de los tuyos se proyecta vívidamente en mi memoria, una dulce y persistente huella.
Instintivamente, mis dedos se elevan hasta mi boca, recorriendo el contorno donde una vez se encontraron nuestros besos. Un suspiro escapa de mi pecho, profundo y cargado, mientras le doy un buen trago a la bebida, buscando en ella un efímero alivio.
"¿Qué más da...?", susurro, casi inaudiblemente, una resignación que intenta disfrazar la melancolía.
Mi mirada recorre el lugar, un torbellino de recuerdos que se agitan en el aire. Este sitio, tan familiar y a la vez tan distinto, me transporta a una época en la que era casi un niño, un joven inexperto que frecuentaba estos pasillos. Ahora, a mis 24 años, la vida me ha sonreído.
Soy un hombre hecho, un profesional exitoso, y no tengo quejas. La fortuna me ha sido propicia, pero hay algo que ni el éxito ni el tiempo han logrado borrar.
Contemplo mi copa vacía, una sonrisa agridulce se dibuja en mis labios. El cristal cortado, los intrincados detalles que percibo en su diseño, me hacen pensar en la dedicación y el esmero de quien lo creó. En esa perfección silenciosa yace una extraña comodidad, un recordatorio de que incluso en la ausencia, la belleza y la intención persisten.
¡Qué ridiculez! ¿En qué estoy pensando? Me frustra la idea de ser como el vaso "perfecto", pero vacío.
Es una idea modesta, sí, pero real. He salido con tantas mujeres que siempre escucho las mismas palabras, recibo los mismos tratos.
Tengo la juventud de mi lado y, a decir verdad, soy bastante atractivo. Alto, encantador, con rasgos masculinos bien marcados que me dan un toque de misterio y sensualidad. Mi piel clara contrasta con mis ojos verdes, y mi cuerpo trabajado son solo algunas cosas que puedo presumir.
He vivido tanto tiempo rodeado de mujeres bellas que me he vuelto selectivo; con el paso del tiempo, descubrí que eso las vuelve locas, prácticamente pelean por llamar la atención.
Sonrío vanidosamente mientras pido una botella de brandy. No suelo beber temprano, pero supongo que hoy será una ocasión especial. ¿A quién engaño? En realidad, solo quiero obligar a mi mente a recordar, es tan excitante la idea de una mujer misteriosa.
Los últimos dos años han sido un torbellino de actividad, una carrera constante para evadir cada suceso desalentador que se cruzaba en mi camino.
Quizás sea la nostalgia de este regreso lo que me empuja a buscar más, a sumergirme en lo que yo mismo he aprendido a llamar egocentrismo. Es una presión que me acompaña día y noche, una sombra persistente de la que no puedo escapar.
Ni siquiera la distancia ha logrado borrar tu recuerdo. Despierto con una extraña sensación de satisfacción que me lleva a preguntarme una y otra vez si realmente existes. Podrías ser ese accidente que anhelo repetir, esa experiencia que quiero llevar a un nuevo nivel. Me burlo de mí mismo con sarcasmo: ¿cómo es posible que una pesadilla me haya tenido pensando en ella durante tantos años?
Mis relaciones siempre han sido fugaces y pasionales. Nos entregamos al placer sin reservas, disfrutando al máximo de las salidas, el sexo y todo lo que se nos presenta. Pero este es un juego en el que mi atención es el medidor: una vez que la magia se desvanece, mi interés decae y mis ojos se posan en alguien más. Así funciona este ciclo, siempre en busca de la siguiente chispa.
Mi existencia es una sinfonía de plenitud y despreocupación, una danza sublime sin las cadenas de compromisos o expectativas. Algunos me tildan de Casanova, pero yo no me reconozco en esa etiqueta; simplemente soy un hombre que saborea la vida en sus términos, libre de las ataduras que atan a otros. Mis gustos son, sin duda, exquisitos, y el mundo se me revela como un vasto jardín repleto de bellezas tentadoras. Son ellas, con su encanto irresistible, quienes me invitan a sus efímeros paraísos, y ¿quién soy yo para rechazar tal ofrecimiento?
En este juego de encuentros fugaces, la honestidad es mi única moneda. Jamás he pronunciado una mentira, ni he tejido promesas vacías. Lo que compartimos es un instante robado al tiempo, un espacio sagrado que no le pertenece a nadie más que a nosotros en ese preciso momento, un efímero momento que se disuelve en el olvido tan pronto como la bruma del presente se disipa.
No hay espacio para rencores, ni para el dolor que a menudo sigue a las despedidas. Las lágrimas y las discusiones son ajenas a mi mundo. A veces, un vago recuerdo persiste, como una melodía lejana, pero, a decir verdad, la mayoría de los nombres se desvanecen como el eco de un sueño.
La idea de una discusión, el drama inherente a las relaciones convencionales, me resulta profundamente repulsiva, prometernos cielos y tierras, un sinfín de fantasías que, en el fondo, ambos sabemos que nunca se materializarán.
Esas largas listas de promesas incumplidas son la antesala de un final anunciado, un epílogo predecible antes incluso de tachar la mitad de ellas.
Ni hablar de los juramentos y las palabras rebosantes de esperanza que, en última instancia, solo sirven para encadenar a las almas rotas a una terapia interminable tras la inevitable ruptura.
Yo, en cambio, me dedico a disfrutar y a ser feliz, sin más pretensiones; no hay tesoro más preciado que la libertad absoluta, no exijo nada a cambio, y mis entregas se limitan a lo que es justo y recíproco. De esa forma, cada encuentro se transforma en un carrusel de momentos maravillosos y deliciosos, desprovistos de expectativas y resentimientos. Soy un ave que vuela alto, un espíritu indomable que se niega a que su vuelo sea interrumpido por la trivialidad de las ataduras.
Sin embargo, en medio de esta perfecta armonía, ha surgido una inquietud, una sombra que amenaza con perturbar mi perfecta existencia.
He llegado a contemplar la posibilidad de una enfermedad, algo de gravedad, como una explicación lógica para esta incómoda persistencia. Sería una falsa esperanza, lo sé, pero ¿cómo más podría justificar este maldito sueño recurrente? Esa visión me asalta una o dos veces por semana, sin cesar, sin piedad, y no puedo sacarlo de mi cabeza. Es una discordancia en mi sinfonía de libertad, una melodía disonante que me persigue, y me pregunto, con creciente zozobra, ¿qué significa esta recurrente intromisión en mi perfecta realidad?
Tengo un don, o tal vez una maldición, para olvidar; el compromiso, para ser honesto, nunca ha sido lo mío, verme en esta situación atado a una mujer sin rostro, una figura recurrente en mis sueños que me persigue con la pregunta: "¿Por qué estoy soñando contigo, mujer fantasmal?".
No puedo volver a dejar todo en el aire, aunque parece que esa es mi naturaleza. Regresé a este lugar con un solo propósito: romper este hechizo. Debe haber una forma de aclarar mi mente y poner fin a esta serie de eventos que me persiguen.
Esperaba no volver a mirar atrás, sin embargo, volver aquí no es del todo malo. Aquí está ella, una chica real que capta mi atención de una manera impresionante.
Toda una vida de conocernos, y aún no consigo descifrar qué es lo que tienes, pero algo en ti me hace querer volver a escuchar tu voz.
Con dificultad admito que sigo tan enganchado a ti como el día en que te vi por primera vez, cuando éramos niños. ¡Es una tontería! Ni siquiera debería estar pensando en esto ahora mismo.
Observo la botella casi vacía, debería parar de beber. Mi auto está aparcado afuera y no quiero tener que pedir un taxi por no poder manejar. Así que pido la cuenta y me levanto, no sin antes echar un vistazo a mi alrededor. Esa extraña sensación me recorre de nuevo, la misma que me atormenta desde hace nueve años. Mientras camino hacia mi auto, me siento en paz. Esta ciudad es acogedora. Quizás en unos días visite a algunos amigos.
Estaba a punto de meter la llave en el auto cuando, de pronto, sentí una mano sujetar mi hombro y otra cubrir mis ojos.
—Elean, no sabía que andabas por aquí. ¿Cuándo regresaste?
Como si de una pesadilla se tratara, mi cuerpo se puso rígido y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. ¡Esa voz! La reconocería en cualquier lugar del mundo. ¿Qué clase de brujería era esta? Toqué gentilmente sus manos, cálidas y suaves, y recuperé el aliento.
—¡Carter! —respondí.
Ella rio y me abrazó, su fresco aroma inundó mi nariz; ese exquisito perfume lo recordaba como si fuera la primera vez; impulsivamente, la abracé con una energía y un cariño que me sorprendieron.
—Ha pasado tanto tiempo —dijo Carter—. ¿Cuándo volviste?
—Regresé hoy. Quería tomar una copa, relajarme y ver la ciudad de noche.
—¡Qué gusto que hayas regresado! Te extrañé como no tienes idea.
Carter sonrió y volvió a abrazarme. Al sentir su frágil cuerpo, me fue imposible no sentirme atraído hacia ella. Carter siempre ha tenido el talento para embelesarme sin que yo pueda resistirme.
Caminamos juntos, poniéndonos al día sobre nuestras vidas y todo lo que habíamos hecho en esos dos años sin vernos. Carter es la única mujer, aparentemente viva, que habita en mi cabeza además del fantasma.
La conozco desde la infancia; la he visto crecer y madurar, y en verdad es muy bella.
Bajo el efecto del alcohol, sentí mi corazón palpitar acelerado, aunque no le presté demasiada atención y continué la conversación.
De repente, Carter se detuvo. Por primera vez al mirarla, me sentí intimidado.
—Elean, ¿estás bien? —preguntó ella.
—¿Por qué debería estar mal?
—Me estás mirando muy extraño, y no me estás prestando atención, ¿verdad?
—Tomé un poco, así que supongo que no estoy del todo consciente.
—Entonces debería llevarte a casa.
—Soy yo quien debe hacerlo.
—¿Lo harás?
—Por supuesto.
—Entonces, caminemos. Hace calor, así que toma mi chaqueta.
Carter sonrió, lanzándome su chaqueta, la atrapé con facilidad y la acerqué a mi nariz, efectivamente, seguía usando el mismo perfume que recordaba.
—¿Huele mal? —preguntó.
La miré perplejo; hice el movimiento sin pensar que ella me estaría observando. Al mirarla, ella se sonrojó avergonzada.
—Huele bien —respondí.
Carter bajó la mirada y observé sus largas y rizadas pestañas, sabía que al crecer, ese sería uno de sus grandes atractivos. No ha cambiado en nada; sigue siendo la misma niña que conozco, y yo sigo siendo el mismo chiquillo que no deja de mirarla.
Me acerqué a ella y tomé su barbilla. No esperaba que, al mirarla y sonreír, sus ojos me paralizaran, ella notó mi expresión y me empujó mientras echaba a correr.
—¡Elean, no te quedes atrás! —gritó Carter.
Di unos cuantos pasos hacia atrás mientras Carter tomaba ventaja. Me acomodé el cabello mirando a mi alrededor. ¿En serio iba a correr tras ella? La silueta de Carter, alejándose delante de mí, me impulsó a correr para alcanzarla. Ella volteó sonriendo, y al percatarse de que estaba a punto de alcanzarla, corrió aún más rápido.
Verla de esa forma despertó en mí el instinto de alcanzarla, qué ironía de la vida, correr detrás de ella podría marcar el inicio de una contienda, una carrera que no estoy dispuesto a perder.
Sin imaginarlo Carter dió el primer paso y con ello está inquietud por poseerla
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Comments
Dani Ela
desde el principio se nota que va a ver mucha acción ojalá no me equivoque
2025-07-09
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Booteliel Marian
Exelente trama 😍😍😍😍
2025-07-09
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