❄️En lo profundo de los bosques nevados de Noruega, oculto entre pinos milenarios y auroras heladas, existe un castillo blanco como la luna: silencioso, olvidado por el mundo, custodiado por un único dragón que ha vivido demasiado tiempo en soledad.
Sylarok Vemithor Frankford, un príncipe de sangre de dragón antiguo, parece un joven de veinticinco años... pero ha vivido más de dos siglos sin envejecer, sin amar, sin pertenecer. Su alma es fría como su aliento de hielo, su vida, una rutina congelada entre libros, armas y secretos.
Hasta que una muchacha cae inconsciente en su bosque, desmayada sobre la nieve como un copo a punto de morir.
Celeste, una nómada de mirada estrellada y corazón herido, huye de su pasado, de los bárbaros que arrasaron su familia, y del invierno que amenaza con consumirla.
Y Sylarok aprenderá que no hay armadura más frágil que el hielo cuando el calor del amor comienza a derretirlo.
NovelToon tiene autorización de Mckasse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Invitación Indeseada y propuesta.
El silencio de la biblioteca fue interrumpido por el golpe seco de una carta sobre la mesa de lectura. Ryujin la había dejado ahí con una expresión neutral, pero sus ojos brillaban con un dejo de diversión maliciosa. Sylarok, recostado en una de las tumbonas, apenas levantó la mirada.
—¿Qué es eso ahora? —gruñó sin emoción, hojeando distraídamente un libro de poesía humana que encontraba "interesantemente inútil".
—Una carta —respondió Ryujin, como si explicara el color del cielo—. De Lord Thorner. Baile de invierno. Es en un mes.
Sylarok soltó un suspiro largo, cansado, tan pesado que las cortinas de terciopelo parecieron estremecerse.
—Otra de esas orgías de perfumes, risitas forzadas y doncellas que me miran como si fuera un venado a punto de ser cazado.
—No seas dramático. —Ryujin cruzó los brazos, apoyado contra el marco de la puerta—. Eres un noble, finges ser humano. A los ojos de la sociedad, tienes que asistir… o se preguntarán por qué el joven Vemithor Frankford jamás envejece ni elige esposa.
—Podría decir que soy sacerdote.
—No puedes, usaste esa excusa en 1883. Y antes fuiste botánico. Luego coleccionista de gatos, doctor, filántropo, Ingeniero y por último abogado.
—¿Funcionó?
—Si, momentáneamente. Pero no tientes tu suerte.
Sylarok frunció el ceño, recordando vagamente aquellos días de maullidos interminables y una alergia que no tenía sentido biológico para un dragón cuando recibía gatos en su consultorio.
Ryujin sonrió, astuto.
—Pero hay una solución. Llévala a ella.
Sylarok parpadeó.
—¿Quién? ¿El lobo? ¿El búho?
—Celeste.
El dragón blanco se enderezó, inquieto.
—No seas absurdo. Es una humana. No sabe de bailes. Apenas entendía cómo usar el horno esta mañana.
—Por eso mismo. Nadie la conocerá, creerán que es una dama extranjera. No preguntarán. Y si bailas con ella toda la noche, evitarás a las cazadoras de títulos. O peores cosas… compromisos matrimoniales o un embarazo no deseado si llegan a emborracharte y a estar contigo en contra de tu voluntad.
Sylarok se quedó en silencio. Ryujin sabía dónde dar el golpe. Nada le fastidiaba más que esas insinuaciones de compromiso con mujeres humanas que lo invitaban a "tomar té con sus madres".
—No sabría cómo pedirle eso. —confesó entre dientes, bajando la mirada.
Ryujin lo observó con una ceja levantada, como un maestro harto de su alumno.
—Oh, lo siento. ¿El gran Sylarok Vemithor Frankford, señor de los glaciares, rompehielos de linaje milenario… tiene miedo de invitar a una chica humana y simple al baile?
—¡No tengo miedo! Solo… no quiero parecer… invasivo.
—Entonces dile que necesitas que finja ser tu prometida para evitar un enjambre de mujeres ricas y desocupadas. Sincero, pero humillante. Perfecto para ti.
—¿Donde está ella?
—No idea. Usa tu olfato.
Sylarok se levantó con un suspiro dramático y salió a buscar a Celeste. El suelo suena bajo sus pasos mientras pensaba, por primera vez, que sería más fácil enfrentar a un oso blanco que pedirle eso a una chica que apenas entendía lo que significaba "cortejo".
El castillo de Sylarok Vemithor Frankford era una mole de piedra y silencio, escondido entre las montañas de Noruega, tan apartado del mundo como él mismo. Celeste Lysell llevaba días limpiando cada rincón con dedicación, convirtiendo la frialdad del lugar en un refugio más cálido, más humano. Bueno, tan humano como podía ser viviendo con un noble que tenía la expresión emocional de una losa de mármol.
Aquel día, su jornada de limpieza la llevó al ala este. Los pasillos estaban llenos de retratos polvorientos, tapices antiguos y ventanas que crujían con el viento helado. Con una escoba en la mano y el cabello trenzado a la carrera, Celeste se aventuró hasta una puerta más grande que el resto. Era elegante, con tallas en madera negra y una cerradura oxidada. Empujó con fuerza, y la puerta se abrió con un lamento quejumbroso.
La habitación que se reveló parecía sacada de un cuento que jamás le habían contado: una cama inmensa, cortinas que rozaban el suelo como nubes grises, y estanterías repletas de libros. Pero lo que llamó su atención fue una pequeña puerta, baja y sin pomo, con un marco de hueso blanco. Algo en ella la atraía.
—¿Qué será esto? —murmuró, y estiró una mano para tocarla.
—No se pone la mano ahí.
La voz fue como una espada lanzada al aire. Celeste dio un salto, soltando un chillido ahogado. Se giró y encontró a Sylarok en el umbral. Su figura era imponente incluso sin proponérselo, su cabello platinado cayendo como nieve sobre sus hombros, ojos grises que cortaban como cuchillas.
—¡S-Santo cielo! ¡Me asustó! —dijo ella, llevándose la mano al pecho.
—¿Qué haces en mi habitación?
—Limpiaba… no sabía que era suya. Pensé que estaba deshabitada. Todo estaba lleno de polvo y, bueno, huele un poco a encierro y… ¿incienso con menta?
Sylarok alzó una ceja, pero no dijo nada.
—Además, no sabía que había una puerta de hueso. Eso sí que es nuevo —añadió, como si no hubiera estado a punto de ser devorada por el suelo.
El dragón disfrazado de noble la miró durante unos segundos interminables. Luego, como si recordara algo, se irguió más.
—Aún no sé tu nombre correctamente.
—¿Eh? Pero si ya te dije mi nombre.
—No lo escuché muy bien.
—Soy Celeste Lysell. Gracias por… ya sabe, no dejarme morir en la nieve. Y por darme trabajo.
—Oficialmente estas contratada por mi mayordomo, agradece a él, no a mí. Eres muy funcional. —Por un instante, ¿le brillaron los ojos?—. Pero escucha, Celeste. Si realmente quieres agradecerme, necesito tu ayuda.
Ella frunció el ceño. —¿Quiere que le limpie las botas? ¿Cepille al lobo? ¿O es algo más turbio? Porque si tiene que ver con cuerdas o cadenas, le advierto que soy buena mordiendo.
Él parpadeó. Dos veces. ¿Acaso estaba… sorprendido?
—Tengo que asistir a un baile en el pueblo. Una obligación. Es para mantener ciertas… apariencias.
—¿Y quiere que lo acompañe? —preguntó ella, antes de que él pudiera explicarse—. ¿Yo, con esta cara de "me perdí en el bosque y como higos porque no se casar"?
Sylarok entrecerró los ojos.
—Si me acompañas, evitaré ser rodeado por damas deseosas de comprometerse. Además, la presencia de una mujer a mi lado frenará las preguntas. Y tú… tienes carácter. Eso disuade a cualquiera.
—¡¿Es eso un cumplido o una amenaza?!
—Una descripción objetiva.
Celeste cruzó los brazos. —No sé comportarme como una dama. Lo único que sé bailar es sobre la nieve para no congelarme los dedos.
—Ryujin te enseñará lo necesario. A cambio, puedes quedarte aquí. Indefinidamente. Sin condiciones.
Por primera vez, Sylarok la miró directamente. No como una carga, no como una extraña… como algo más. Su corazón de hielo, endurecido por siglos de soledad, se estremeció. Algo en esa mirada limpia, desafiante y viva de Celeste Lysell lo golpeó con fuerza.