EL TRONO DE CENIZAS

Kael la miraba fijamente, sin soltar su mano. El silencio entre ellos pesaba más que cualquier palabra. Pero Lyra no sabía cómo decirle que en su visión lo había visto morir… por su culpa.

—Solo fue una pesadilla —murmuró al fin, evitando su mirada.

Kael no le creyó, pero no insistió. Se puso de pie y le ofreció la mano.

—Ven. Theryn quiere hablar contigo.

Cuando entraron a la sala de estrategia, Theryn ya los esperaba frente a un mapa del Bastión. Había marcas nuevas, zonas debilitadas, símbolos antiguos rotos. Pero lo que más inquietaba eran las señales fuera del mapa… aquellas que se dirigían hacia Aeloria Central.

—Están movilizándose —dijo Theryn—. Quien sea que esté tras este ataque, sabe lo que hace. No fue solo una incursión… fue una advertencia.

Kael asintió, serio.

—¿Y sobre el traidor?

Theryn giró la cabeza hacia Lyra.

—La visión que tuviste, ¿te mostró algo más?

Lyra tragó saliva. Recordó el rostro del traidor que se desvanecía en la oscuridad. Un símbolo marcado en su cuello. Un ojo que ardía.

—No… solo confusión —mintió.

Pero el fuego en su interior no mentía. Sabía que esa marca era real. Y lo peor: ella también la tenía. Oculta, quemada bajo su piel desde otra vida.

—Entonces iremos a las ruinas del Ojo —dijo Kael, firme—. Si esa marca regresó, tenemos que saber qué despierta con ella.

—Eso es una locura —gruñó Theryn—. ¡Esa región está maldita! ¡Ni siquiera tus guardianes se atreven a entrar!

—Ella tiene que recordar —respondió Kael, mirando a Lyra—. Y yo estaré con ella.

Lyra no habló. Sentía que el suelo se movía bajo sus pies. Pero algo dentro de ella, más antiguo que su miedo, quería volver a ese lugar.

Quería respuestas.

Y las cenizas… siempre esconden secretos.

El viaje comenzó al amanecer. Kael, Lyra y Theryn cabalgaban a través de los caminos ocultos del reino, lejos de las rutas principales. Los árboles parecían susurrar nombres antiguos, y la niebla no se levantaba del todo, como si algo quisiera mantenerlos fuera de aquel destino.

A medio día, cruzaron un puente de piedra negra, tallado con símbolos prohibidos. Aquel lugar ya no estaba en ningún mapa. Nadie osaba nombrarlo.

Las Ruinas del Ojo.

—Hace siglos —explicó Kael, sin bajar la voz—, aquí fue donde comenzó la Guerra de los Sellos. Una hechicera rompió las barreras entre los mundos… y lo que cruzó no volvió a irse.

Lyra sintió un escalofrío. Algo en ese lugar le era familiar. Demasiado. Como si cada piedra susurrara su nombre.

Theryn levantó la lanza con fuerza.

—¿Escucharon eso?

Un aullido lejano… luego dos. Criaturas deformes surgieron entre los árboles. Tenían ojos brillantes y cuerpos retorcidos por la magia corrupta.

—¡Son vigilantes! ¡Antiguas bestias de sangre! —gritó Kael, desenvainando su espada.

Lyra alzó las manos sin pensar. El viento estalló, envolviéndola. Una criatura se lanzó sobre ella, pero fue quemada por una ráfaga de fuego que no controló… ni convocó a propósito.

La oscuridad dentro de ella estaba actuando sola.

Kael decapitó a otra bestia y corrió hacia Lyra.

—¿Estás bien?

Ella lo miró con los ojos encendidos en ámbar. Por un momento, no parecía ella.

—Sí… creo que sí —dijo con la voz temblorosa.

Avanzaron hasta el corazón de las ruinas. Y allí, en el centro, estaba la marca.

Un círculo de piedra. Una inscripción ardía débilmente. El mismo símbolo de su visión.

Lyra dio un paso adelante. Y cuando lo hizo, el mundo se quebró.

Todo desapareció.

Kael gritó su nombre, pero ella ya no estaba.

---

Lyra cayó al suelo… en otra época. La ciudad estaba viva. El trono aún no era de cenizas. Y frente a ella, en todo su esplendor, estaba ella misma, con fuego en las manos… coronando a Kael.

—Esto… ya pasó —susurró.

Pero algo no encajaba.

En esta versión, Lyra le ofrecía el trono… y luego lo apuñalaba.