Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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Capítulo8: Sombras en la habitación
Lucien hizo una pausa, luego continuó:
—Hoy ella le dio algo de beber. No supe exactamente qué era, pero estoy seguro de que contenía hígado. Tal vez eso ayudó un poco, ya que tiene restos de sangre.
—¿Y sabes algo más de ellas? ¿Ya averiguaste?
—Sí, señor. La chica es madre soltera. Trabaja medio tiempo, pero hace dos meses tomó una segunda jornada. La niña estudia por la tarde y ella la recoge luego del trabajo. El padre de la niña casi no aparece. Tiene hermanos, aunque no quiere vivir con ellos. Prefiere hacerlo sola. A veces ayuda a su hermana, quien también tiene una hija. Su madre vive en otra ciudad. Todo limpio, señor.
—Está bien. Vámonos.
—Pero, señor...
—¡He dicho que nos vamos! Necesito sangre para recuperarme con rapidez.
—Entiendo, pero su herida aún no ha cerrado del todo. No creo que deba moverse... ¿por qué no beber de ella? ¿Y desaparecerlas como a las demás?
Un silencio denso se apoderó del ambiente antes de que Alan respondiera con voz firme:
—Ella no es como las demás. Es mamá. ¿No lo notas?
Lucien se quedó callado un momento antes de decir:
—¿Desde cuándo le importa eso, señor?
Alan frunció el ceño.
—No te incumbe... —murmuró Alan con esfuerzo, la voz baja pero firme—. Ayúdame a levantarme.
Lucien guardó silencio por un segundo, como si midiera las consecuencias. Luego se acercó un poco más, sus pasos silenciosos como un suspiro entre las sombras.
—¿Le puedo decir algo y no se enoja, señor? —preguntó con una sonrisa burlona apenas dibujada en el rostro.
Alan entrecerró los ojos, apenas sosteniéndose en sí mismo—. Habla.
—La chica lo cambió... y vio sus partes nobles —dijo Lucien con una risa interna contenida, disfrutando más de lo debido el momento.
Alan, por un instante, abrió los ojos completamente. En shock. La vergüenza y el desconcierto se mezclaron en su rostro demacrado.
—Te mataré, Lucien —susurró entre dientes.
Pero el momento fue interrumpido por una vocecita aguda que irrumpió en la habitación.
—¡Mami! ¿Dónde estás? ¡Alan, te despertaste!
Valentina bajó de un salto de su cama, corrió hacia él sin percatarse de la sombra que se escondía en una de las esquinas.
—¿Cómo te sientes, eh? Te ibas a ir, no puedes, estás sangrando.
Alan intentó sentarse, pero su cuerpo no cooperaba. —Sí, niña, ya me voy...
—¡No te vayas! —insistió con tono serio y los brazos cruzados—. Tienes que recuperarte. Puedes hacerte el dormido un poquito más, así mami te cuida más tiempo. Quédate una semana, ¿sí?
Él apenas pudo esbozar una sonrisa débil.
—No puedo...
—¿Tienes familia? ¿Un hijo que te espera?
—No... —respondió, pero dentro de su mente una imagen fugaz cruzó: la de una vida imposible, una que habría deseado tener… con ella. Pero fue rechazado.
Valentina se sentó a su lado con un suspiro, bajando la voz hasta convertirla en un susurro.
—Alan, te cuento algo... Yo estoy sufriendo desde hace muchos meses porque mi papá ya no quiere estar con nosotras. A veces quiero llorar, pero cuando veo a mi mami llorar todas las noches, me guardo lo mío. No quiero que esté más triste, y si tú estás en cama y no despiertas, ella pondrá atención en otra cosa… y no llorará tanto. No tienes nada urgente que hacer, ¿verdad?
Alan no respondió. No podía. Y no porque su cuerpo no se lo permitiera, sino porque aquellas palabras tan pequeñas, tan sinceras, se le clavaron como puñales dulces en el corazón.
Lucien, desde la sombra, observaba en silencio. Ya no había rastro de burla en sus ojos.