NovelToon NovelToon
Yo Te Elegí.

Yo Te Elegí.

Status: En proceso
Genre:Amor a primera vista
Popularitas:3.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Mel G.

Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.

NovelToon tiene autorización de Mel G. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

UN RUFIAN.

...Romina:...

Habían pasado semanas. Semanas en las que no supe nada de él. Ningún mensaje, ninguna llamada, ni una señal. Como si se lo hubiera tragado la tierra… o como si todo lo que vivimos hubiera sido un maldito espejismo.

Estaba en mi oficina, sumergida entre líneas de código, informes y tazas de café a medio terminar. El silencio solo era interrumpido por el teclado y mi respiración.

Entonces sonó el teléfono. Número desconocido.

Fruncí el ceño, dudando si contestar. Pero algo en mi pecho se tensó. Como un presentimiento.

Deslicé el dedo sobre la pantalla y llevé el celular al oído.

—¿Romina? —la voz que escuché me dejó paralizada.

—¿Víctor?

—Mi amor… —su tono se suavizó, y una mezcla de alivio y cariño llenó sus palabras—. Dios, extrañaba tanto tu voz.

El corazón me dio un vuelco. Cerré los ojos un segundo. Quería decirle mil cosas. Reproches, suspiros, promesas rotas. Pero no me dio tiempo.

—Escúchame, no tengo mucho tiempo —continuó, con una urgencia que se coló como aguijón bajo mi piel—. Estoy con Paolo. Estamos en medio de una operación… necesito que hackees una red, la de uno de los tipos con los que estamos combatiendo. Sin eso, no podemos entrar. No puedo explicarte más. ¿Puedes hacerlo?

—¿Qué? ¿Ahora? —parpadeé, sentándome más recta. Mi corazón palpitaba con fuerza—. Víctor, no tengo los accesos, no sé qué tipo de red es, ni cuán protegida esté… podría tardar horas, días…

—Romina —interrumpió con firmeza, pero sin dureza—. Escúchame. Si no puedes, no cambia nada en lo que siento por ti. Te amo. Te amé antes de saber que eras una maldita genio, te amo ahora… y lo haré aunque falles. Pero yo sé que puedes. Confío en ti más que en nadie.

Tragué saliva. Sentí cómo una pequeña punzada se abría en mi pecho. Esa voz… esas palabras. ¿Cómo se supone que debía negarme?

—Está bien —dije, más rápido de lo que esperaba—. Pero necesitaré que me mandes los datos que tengas. Cualquier IP, puerta de enlace, rastros del servidor… lo que sea.

—Te los envío en dos segundos —dijo aliviado—. Te amo, Romina.

—Lo sé —murmuré, colgando.

Minutos después, su mensaje llegó. Respiré hondo, me até el cabello en un moño improvisado y me lancé al código. Comencé con fuerza, usando mis propios accesos y herramientas. Pero la red era más compleja de lo que imaginé. Intenté forzar una puerta trasera… fallé.

—¡Mierda! —golpeé la mesa.

Pero no me rendí. Volví a intentarlo. Cambié el enfoque, reescribí parte del algoritmo, busqué una vulnerabilidad distinta.

Y entonces…

Bum.

Acceso concedido.

Sonreí. Una sonrisa amplia, sincera, triunfante.

La llamada volvió a entrar. Contesté sin dudar.

—Estoy dentro —dije, como si no me temblaran las manos.

—Sabía que lo harías —su voz sonó cálida, orgullosa, viva—. Esa es mi esposa.

No pude evitar reír bajito.

—Tengo la mejor esposa del mundo —añadió—. Joder… eres una maldita maravilla, Romina.

—Lo sé —susurré, sonriendo aún más—. Pero no lo digas muy alto… podrías hacerme sonrojar.

—Espero hacerlo en persona muy pronto —dijo más bajo, casi como una promesa.

Y entonces colgó. Dejándome con una pantalla en verde, un sistema abierto… y el corazón latiéndome como si acabara de volver a la vida.

...****************...

Otra semana.

Otro maldito silencio.

Ya había dejado de mirar el celular cada cinco minutos. O al menos eso me repetía a mí misma. Pero bastaba un ruido parecido al de una notificación para que el corazón me diera un vuelco.

No sabía si estaba vivo, si se había ido por voluntad o por fuerza. Solo sabía que me había dejado con una promesa rota y mil preguntas sin responder.

Estaba sentada frente a la pantalla, revisando protocolos de seguridad para una consultoría sin importancia, cuando sonó el teléfono. Esta vez ni vibración tuvo. Solo una notificación sencilla, sin identificación. Número encriptado.

No de esos que se esconden. No. De los que no deberían existir.

Respondí sin pensarlo.

—¿Hola?

Un segundo de silencio.

Luego, su voz. Pero no como la recordaba.

—Romi…

Se me erizó la piel.

—¡Víctor! ¿Dónde carajos estás?

—Shhh… escúchame —su voz sonaba ronca, gastada, como si hablara entre dientes apretados—. No tengo mucho tiempo.

—¿Estás herido? —Mi pecho se encogió de inmediato.

—Sí… no es grave. No lo suficiente para detenerme, pero no puedo moverme mucho. Estoy oculto… me atacaron. Fue una emboscada. Murieron dos de los nuestros, Ferid está desaparecido.

Me levanté de la silla como si eso pudiera hacer algo, con el corazón martillando en mi garganta.

—¿Dónde estás? Voy por ti.

—No —fue tajante—. No, Romina. No te metas. Solo necesito que me ayudes con una cosa.

Me pasé la mano por la frente, intentando pensar con claridad.

—Dímelo.

—Necesito enviarle un mensaje a Paolo. Pero no por los canales normales. Alguien en su círculo está filtrando información… hay un traidor, Romi. Uno que está muy cerca. No puedo confiar en nadie más. Solo en ti.

Me senté otra vez, como si el peso de sus palabras me hubiera cortado las piernas.

—¿Qué necesitas exactamente?

—Una red fantasma. Que tomes el mensaje que te voy a mandar y lo repliques desde otro país, como si viniera de Europa. Que nadie pueda rastrear que fui yo. Solo Paolo debe leerlo.

Me quedé unos segundos en silencio, procesando.

Él esperó. Como si supiera que lo haría, aunque dudara.

—Estás loco —murmuré—. ¿Sabes cuántas capas de cifrado tendría que burlar? ¿Cuántas VPNs falsas, cuántas señales redireccionadas? ¿Sabes cuántos errores puedo cometer si me tiembla una sola tecla?

—Sí —su voz bajó, más suave—. Y aún así, confío más en ti que en cualquier cabrón armado a mi lado.

Eres la única que puede hacerlo. Eres mi esposa, Romi. Y no solo en nombre… tú eres mi mejor arma. Siempre lo has sido.

Me mordí el labio. Sentía un nudo en el estómago. El miedo. La adrenalina. Pero también esa maldita calidez en el pecho que solo él sabía despertar.

—Mándame el mensaje —dije al fin—. Dame diez minutos.

—Te amo —murmuró con un suspiro casi imperceptible—. Pase lo que pase… gracias.

Colgó.

No había tiempo para llorar. Ni para preguntarme por qué, después de todo, seguía confiando en mí.

Encendí mis herramientas. Abrí mis redes. Empecé a construir el canal, capa por capa.

No podía fallar.

Y no lo hice.

...****************...

Las manos me temblaban, pero no me detuve.

Capa tras capa, tejí la red como una telaraña perfecta: invisible, letal y fuera del radar. Usé puntos en Ucrania, Holanda, Corea. Lo envolví todo en un código que parecía basura digital. Pero era su mensaje. Su advertencia. Su voz entre líneas.

Tardé ocho minutos con cuarenta segundos exactos.

Cuando lo envié, recosté la espalda contra el respaldo de la silla y por primera vez en días… respiré.

No sabía si él estaba bien.

No sabía si lo recibiría Paolo.

Pero lo hice.

Y apenas dos minutos después, volvió a sonar el teléfono.

La misma línea fantasma.

Contesté sin decir palabra.

—¿Romi? —su voz sonaba diferente esta vez. Más clara, aunque aún ronca. Pero con algo que no había escuchado en días: alivio.

—¿Te llegó confirmación? —pregunté, sin siquiera saludar.

—Paolo lo recibió —dijo—. Él ya lo sabe. Se moverán antes de que el traidor tenga tiempo de reaccionar. Lo hiciste, joder. Lo hiciste perfecto.

No respondí. Cerré los ojos y me dejé caer un poco hacia adelante, sosteniéndome la frente con una mano. Todo el peso de la tensión empezó a disolverse… lento.

—Sabía que lo harías —añadió, más suave—. Siempre he tenido la mejor.

—¿La mejor qué? —susurré, fingiendo ironía. Pero sonreía.

—La mejor esposa del jodido planeta —soltó, con esa voz grave que me revolvía el estómago—. Inteligente, valiente, hermosa… y encima, no me manda al carajo por desaparecer.

—Dame un minuto… estoy pensando si mandarte al carajo ahora —respondí, conteniendo la risa.

Él rió también. Sincero.

Y por un momento, fue como si estuviéramos otra vez en aquel cuarto, entre sábanas, entre secretos.

—¿Dónde estás? —pregunté entonces, ya más seria—. Necesito verte, Víctor. Necesito saber que estás bien.

—Estoy en un lugar seguro… por ahora. Pero en cuanto todo esto pase… iré por ti.

—No tardes. Porque si lo haces, iré yo —le advertí—. Y no responderé por lo que te haga si te encuentro con otra herida.

—Lo espero con ansias —murmuró.

Hubo un silencio breve. Cómodo. Doloroso.

—Te amo, Romina.

Cerré los ojos.

—Lo sé… pero no te lo digo hasta que estés frente a mí. Vivo.

—Entonces tendré que sobrevivir, aunque sea por eso.

Y colgó.

Esta vez, con una promesa en el aire.

...****************...

Llevaba minutos bajo el agua caliente, dejando que el vapor y el agua me arrastraran lejos del miedo y la tensión de los últimos días. La ducha era mi refugio, el único momento en que podía sentirme realmente tranquila. Solo ahí podía fingir que el mundo no era tan peligroso, que mi pecho no se apretaba por su ausencia.

Terminé de enjabonarme cuando, sin aviso, escuché la puerta abrirse con un clic familiar pero inesperado. Me congelé.

Ese sonido… era real.

Mi corazón se aceleró de inmediato.

Me envolví con la toalla a toda prisa, como pude, y salí al pasillo con el cuerpo aún húmedo, goteando. Escuché ruidos en la cocina, como si alguien buscara algo con torpeza.

Mi respiración se volvió errática. ¿Un intruso? ¿En este lugar?

Me acerqué a la sala a tientas, con el corazón latiendo con fuerza. Mi mano tropezó con un jarrón de cerámica pesada y lo levanté con ambas manos, sin pensar.

Los pasos se acercaban.

Esperé. Y cuando vi la silueta cruzar el pasillo, lo lancé con toda la fuerza que me permitieron mis brazos temblorosos.

—¡Mierda! ¡Romina! —rugió una voz masculina que me sacudió hasta los huesos.

Mi estómago se encogió al instante. Esa voz…

—¡¿Víctor?!

—¿¡Me estás matando a jarronazos ahora o qué demonios te pa…?!

—¡Pensé que eras un rufián! —grité, llevándome las manos a la boca, con el pecho agitado—. No te esperaba…

Él se quedó inmóvil, mirándome desde la penumbra. La barba más crecida, el cabello desordenado, ojeras marcando su rostro… y esos ojos, intensos, fijos en mí. Pero no dijo una palabra.

Solo me miraba.

No. Me devoraba con la mirada.

Lo noté cuando sus ojos descendieron lentamente, como si su mente no pudiera procesar lo que tenía delante. Tragó saliva.

Yo también bajé la vista… y sentí un nudo apretarse en mi pecho.

La toalla.

Había caído al suelo.

Estaba completamente desnuda. Bajo su mirada.

—Ah… —susurré, dando un paso atrás, con las mejillas encendidas.

Pero su expresión cambió. Lo vi. Lo sentí. Su mirada se volvió oscura, hambrienta. Su voz brotó grave, profunda, como si viniera de lo más hondo de su pecho.

—¿Así duermes ahora… sola?

Tragué saliva, aunque por dentro, algo en mí ardía. Me sentía vulnerable, sí… pero no con miedo. No con él.

—¿Y qué si sí?

Una sonrisa peligrosa, cargada de deseo, curvó sus labios.

—Entonces… verás lo que este rufián puede hacerte.

Mi respiración se aceleró como si acabara de correr. Mis piernas temblaron, no de miedo, sino de pura anticipación.

—Víctor… —intenté decir algo, advertirle, contenernos. Pero era inútil.

Se acercó. Lento. Seguro. La intensidad en sus ojos me mantenía inmóvil.

Cuando estuvo frente a mí, sus dedos rozaron mi cintura con una delicadeza que contrastaba con la tensión que emanaba de su cuerpo. Su aliento caliente me acarició el cuello, y su voz ronca me estremeció hasta la médula.

—Espero que estés lista para pagarme cada segundo que estuve lejos…

Y entonces su boca atrapó la mía.

Fue como una detonación.

Me besó con una mezcla de rabia y necesidad, como si con cada roce de sus labios intentara recuperar todo lo que se había perdido. Sus manos recorrieron mi espalda con firmeza, presionándome contra su cuerpo, como si necesitara asegurarse de que era real, de que estaba ahí.

Yo también lo deseaba. Lo había extrañado de una forma que dolía.

Gemí contra su boca cuando su mano descendió por mi espalda hasta tomarme por la cadera, y me alzó con facilidad. Mis piernas se aferraron a su cintura, mis dedos se hundieron en su cabello mientras él caminaba por el pasillo conmigo entre sus brazos.

—No tienes idea de cómo he deseado esto —murmuró contra mi cuello.

— Ni yo sabía cuánto lo deseaba hasta ahora. —susurré, ya sin aliento, entregándome por completo a él.

1
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play