Dios le ha encomendado una misión especial a Nikolas Claus, más conocido por todos como Santa Claus: formar una familia.
En otra parte del mundo, Aila, una arquitecta con un talento impresionante, siente que algo le falta en su vida. Durante años, se ha dedicado por completo a su trabajo.
Dos mundos completamente distintos están a punto de colisionar. La misión de Nikolas lo lleva a cruzarse con Aila.Para ambos, el camino no será fácil. Nikolas deberá aprender a conectarse con su lado más humano y a mostrar vulnerabilidad, mientras que Aila enfrentará sus propios miedos y encontrará en Nikolas una oportunidad para redescubrir la magia, no solo de la Navidad, sino de la vida misma.
Este encuentro entre la magia y la realidad promete transformar no solo sus vidas, sino también la esencia misma de lo que significa el amor y la familia.
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Parte 12
Aila
Había decidido partir hoy mismo. Rodolfo aceptó mi propuesta de usar magia para acelerar el trabajo. Si duplicábamos los esfuerzos, podríamos terminar en solo diez días. La idea de volver más pronto me daba algo de consuelo, aunque no podía ignorar el peso extraño que se asentaba en mi pecho.
—Bien, entonces empaca lo que creas necesario —dijo Rodolfo mientras caminábamos hacia la entrada de la villa—. Aunque tengo la sensación de que Claus se va a morir si te tomas demasiado tiempo.
Intenté reírme, pero el sonido salió más nervioso que divertido.
—¿Quién sabe? Apenas nos conocemos —respondí con una indiferencia fingida, pero Rodolfo me miró de una forma que me incomodó.
—Nosotros somos diferentes a ustedes, humana —comenzó, su tono solemne—. Solo nos entregamos a una persona en toda nuestra vida. Por eso seguimos el camino de Dios. Puede que nos tome un siglo o más, pero siempre esperamos a nuestra alma gemela.
Sus palabras se quedaron flotando en el aire, y yo fruncí el ceño, tratando de entender el peso de lo que decía.
—¿Qué quieres decir?
—Claus nunca tendrá a nadie más que no seas tú. Nunca mirará a otra persona de la misma manera. Aunque tuvo opciones, te eligió a ti.
—¿Opciones? —mi voz salió más débil de lo que esperaba.
—Sí, Dios le mandó una lista inmensa para escoger, pero hubo algo en ti que lo hizo decidirse.
Eso me dejó sin palabras. No había considerado que Nikolas pudiera haber tenido tantas opciones y, aún así, me eligiera. Pero la pregunta que seguía retumbando en mi cabeza era: ¿por qué yo?
De regreso a la mansión, me esperaba uno de los elfos con una mochila pequeña entre las manos.
—Señora Claus, aquí tiene esto. Es un subespacio mágico, puede meter todo lo que quiera dentro. Funciona como lo que usaba el Señor Claus para llevar los regalos.
Tomé la mochila con un asentimiento agradecido y comencé a empacar. Nunca he sido de llevar muchas cosas, así que no me tomó mucho tiempo. Cuando terminé, caminé hacia la entrada de la villa, donde los elfos se habían reunido para despedirme. A pesar del poco tiempo que había pasado ahí, sentía que ese lugar ya era un hogar.
Antes de subir al trineo, me acerqué a Nikolas. Había algo que necesitaba saber, algo que me quemaba por dentro.
—Rodolfo me dijo que hubo más chicas antes de mí. ¿Es cierto?
Nikolas giró la cabeza hacia Rodolfo, quien rápidamente desvió la mirada. La tensión en el ambiente era palpable, pero yo no podía dar marcha atrás ahora.
—¿Fui la primera? ¿Por qué me elegiste a mí? —insistí, mi voz apenas un susurro, pero cargada de incertidumbre.
Nikolas bajó la mirada, y durante un largo momento, no dijo nada.
—No lo sé... —murmuró finalmente, con un tono que parecía tan confundido como yo me sentía—. No sé por qué te elegí. Simplemente... había algo en ti.
Sus palabras eran honestas, pero no me ofrecían la claridad que buscaba. Podía ver en sus ojos que estaba tan perdido como yo.
—¿Entonces no te gusto? ¿No soy lo suficientemente buena? —pregunté, acercándome un poco más, como si eso pudiera forzar una respuesta más concreta.
Nikolas se tensó, retrocediendo ligeramente, no por rechazo, sino como si estuviera lidiando con un torbellino interno que no podía explicar.
—No entiendo lo que siento —admitió finalmente, su voz quebrándose apenas.
Me quedé mirándolo, tratando de procesar lo que acababa de decir. Había una sinceridad en sus palabras que dolía, pero no porque fueran crueles, sino porque eran reales.
—Está bien —dije con una pequeña sonrisa que no llegó a mis ojos—. Estoy acostumbrada a no ser suficiente.
Me giré sin esperar una respuesta y caminé hacia el trineo. Cada paso se sentía más pesado que el anterior, como si mi corazón estuviera cargado de algo que no podía soportar.
—Aila... —escuché su voz detrás de mí, casi como un ruego, pero no giré. No podía.
—Él te llama —dijo Rodolfo mientras me ayudaba a subir al trineo.
—No me importa. Que haga lo que quiera —respondí, aunque mi voz tembló al final.
—No digas eso, porque no es lo que sientes —me regañó Rodolfo, su tono severo, pero comprensivo, mientras ordenaba al trineo que partiera.
Cerré los ojos mientras el viento helado golpeaba mi rostro. Rodolfo tenía razón, pero admitirlo no haría que el dolor desapareciera.
No tardamos mucho en llegar gracias a la magia. Fue un trayecto breve, pero lleno de anticipación. Al principio, todo parecía igual: nieve cubriendo cada rincón, el aire helado rozando mi piel. Pero entonces, al cruzar la entrada, el paisaje cambió por completo. La nieve desapareció como por arte de magia, revelando un bosque cálido y vibrante, lleno de vida. Los rayos del sol se filtraban entre las copas de los árboles, pintando el suelo con manchas doradas. Era como si hubiera entrado en un mundo diferente, uno que respiraba calidez y paz.
Me detuve un momento para asimilar lo que veía, girándome hacia Rodolfo, quien ya comenzaba a quitarse los abrigos pesados que lo cubrían. Sin la ropa de invierno, su apariencia era aún más impresionante: su torso humano, fuerte y definido, contrastaba con las patas de reno que lo sostenían, y sus grandes cuernos parecían brillar con la luz del bosque.
—Bienvenida a Villa R —dijo con una sonrisa que irradiaba orgullo y hospitalidad.
Antes de que pudiera responder, un grupo de habitantes comenzó a acercarse. Mitad renos, cada uno con rasgos únicos, me rodearon con entusiasmo, haciendo preguntas y dándome la bienvenida. Sus voces eran cálidas, llenas de curiosidad y amabilidad. A pesar de estar rodeada por extraños, no me sentí incómoda; al contrario, había una calidez indescriptible que parecía envolverme como una manta suave.
Rodolfo esperó pacientemente a que el bullicio inicial se calmara antes de hablar nuevamente.
—Te dejaré quedarte en mi árbol —anunció, señalando un imponente árbol gigante a unos metros de distancia.
Asentí, recordando lo que había aprendido sobre las viviendas de los mitad renos. Sus hogares eran árboles enormes, imbuidos de magia que les permitía expandirse y adaptarse según las necesidades de sus habitantes. Sin embargo, debido al crecimiento de la población y al nacimiento de nuevas crías, vivir en los árboles se estaba volviendo un desafío. Por eso, estaban buscando una solución más práctica, inspirada en las estructuras de los elfos, pero querían mantener una conexión más profunda con la naturaleza.
Mientras caminábamos hacia el árbol, mi mente comenzó a llenarse de ideas. Podía visualizar cómo los planos iniciales que me habían mostrado podrían mejorarse, añadiendo detalles que respetaran la esencia natural del lugar pero que también facilitaran la vida de los mitad renos. Aunque no tenían los poderes mágicos intensos de los elfos, su capacidad para comunicarse con los árboles y las aves era una ventaja que podíamos aprovechar en el diseño.
Al llegar al árbol de Rodolfo, dejé mis cosas y nos dirigimos a una cena que habían organizado en mi honor. La mesa estaba llena de comida deliciosa, y las conversaciones fluían con una energía alegre y acogedora. Pero yo apenas presté atención. Mi mente estaba ocupada con los bocetos que comenzaba a hacer en un cuaderno que había traído conmigo.
Sentada en un rincón, con la madera cálida del árbol bajo mis pies y las voces de los mitad renos como fondo, boceteaba ideas, perdiéndome en los detalles de cada trazo. Quería que todo estuviera claro antes de empezar, porque aunque sabía que el trabajo sería arduo, también estaba segura de que con su ayuda sería posible.
De vez en cuando, levantaba la vista para observarlos. Cada sonrisa, cada palabra, cada gesto, me recordaban por qué estaba aquí. Había algo en su conexión con la naturaleza, en su modo de vivir, que me inspiraba profundamente. Me propuse no solo ayudarlos a construir algo funcional, sino también a crear algo que reflejara la magia y la calidez de este lugar único.
¡Eres muy buena!