Atrevete Amar Al Mafioso

El día siguiente fue un cúmulo de tensiones para Julia. El sobre con el mensaje inquietante la dejó pensativa, pero más aún la reunión con su padre y su madrastra. Eliana no dejaba de sonreír, saboreando cada palabra que Julia pronunciaba, mientras Patricia la observaba desde un rincón, como una sombra acechante. El dolor de perder a su madre nunca desaparecía, pero en ese instante, Julia sentía que cada conversación en esa casa la acercaba más a la locura.

Al llegar al trabajo, la atmósfera pesada del lugar no ayudaba a calmar sus pensamientos. Martín seguía con su constante acoso, pero esa mañana algo diferente flotaba en el aire. Cuando Julia pasaba por la entrada, vio una figura que no pertenecía al lugar. Un hombre con un aire misterioso estaba de pie junto a la recepción, observando los alrededores como si estuviera buscando algo o a alguien. La curiosidad se apoderó de Julia, pero no pensó mucho más en ello, hasta que lo vio nuevamente al salir de la oficina.

Este hombre no tenía nada de común con los demás. Su presencia, fría y calculadora, hacía que Julia se sintiera incómoda, aunque algo en su mirada también le resultaba intrigante. ¿Quién era él? Y, lo más importante, ¿qué quería de ella?

Por la tarde, después de un largo día en la oficina, Julia se dirigió a su departamento, agotada pero inquieta. La imagen del extraño hombre rondaba su mente, junto con la sombra de los recientes acontecimientos familiares. Había algo en su padre y en Patricia que la hacía sentir atrapada, como si fuera parte de un juego que nunca había elegido jugar.

Al llegar a su apartamento, dejó las llaves sobre la mesa y se dirigió a la ventana, observando la ciudad iluminada en la distancia. Estaba sola, y la tranquilidad de la noche le ofreció un respiro que, aunque fugaz, le permitió relajarse. Sin embargo, cuando pensó que todo había vuelto a la calma, un sonido suave pero claro resonó en la puerta de su departamento.

La mirilla de la puerta reveló la silueta de un hombre, pero no el que había visto antes en la oficina. Esta vez, el hombre estaba vestido con ropa oscura, y un cigarro encendido brillaba entre sus dedos. Julia se tensó. Podía sentir la intensidad del aire, como si algo peligroso estuviera por ocurrir.

Decidió ignorarlo, pero la sensación persistió. ¿Era uno de los hombres de Adrián? El misterio se multiplicaba, y no había forma de saber si esta nueva aparición era una señal de que su vida estaba a punto de cambiar de manera irreversible.

El hombre, al igual que el anterior, dejó algo en su puerta. Un sobre. Cuando Julia lo recogió, vio que en la parte superior había una firma familiar: A.

“¿Qué significa esto?”, pensó, mientras sus dedos recorrían la letra con desconfianza. La intriga creció a medida que abría el sobre y leía el mensaje:

"El tiempo es un juego. Pero juega con cuidado, Julia. Los que están en las sombras nunca se van."

Esa misma noche, en una sede remota, Adrián observaba el monitoreo de las cámaras de seguridad que cubrían los alrededores del departamento de Julia. Había seguido cada uno de sus movimientos, desde que había llegado a su edificio hasta su entrada al departamento. La chica era impredecible, desconcertante, pero eso solo lo hacía más curioso.

El hombre que había dejado el sobre junto a la puerta de Julia era uno de sus hombres, un informante al que había confiado ciertas tareas. Aunque no era necesario que alguien se acercara tanto a ella, Adrián disfrutaba viendo cómo Julia se movía en su mundo con una mezcla de desdén y curiosidad.

Ella no le temía, y eso, para él, era algo nuevo. Las mujeres a su alrededor siempre caían a sus pies, rogando por su atención, por un mínimo de afecto. Julia, en cambio, lo enfrentaba con su indiferencia, sin miedo, sin ganas de rendirse ante su poder. Esa singularidad la hacía más interesante, más atractiva, y algo en él se encendió al pensar en eso.

No era solo su belleza lo que lo atraía, sino esa chispa de desafío en sus ojos. Lo que más le inquietaba era la sensación de que, a medida que él se acercaba más, ella se alejaba aún más, protegiéndose tras un muro invisible. Pero Adrián no era un hombre al que le gustara perder, y mucho menos cuando se trataba de algo o alguien que había despertado su interés.

Al día siguiente, Julia despertó con el cuerpo tenso, como si algo ominoso estuviera acechando en las sombras. La sensación persistía, como un peso sobre su pecho, mientras se preparaba para otro día en el trabajo.

Al llegar, Martín la esperaba, como siempre, con una mirada que denotaba más que interés profesional. Julia evitó mirarlo a los ojos mientras se sentaba frente a él.

—¿Tienes el informe? —preguntó, sin darle tiempo para responder.

—Lo tengo —respondió Julia, deslizándolo hacia él con rapidez.

Martín tomó el informe, pero sus dedos rozaron los de Julia cuando lo hizo, y aunque intentó disimularlo, no pudo evitar que una sonrisa arrogante se formara en su rostro.

—Es una pena que sigas tan distante. Estoy seguro de que podríamos llevarnos muy bien si te dejaras un poco más… ¿libre?

La frase la hizo sentir incómoda, pero no reaccionó. La verdad era que su molestia hacia él no solo venía del acoso constante, sino de la sensación de estar atrapada en una telaraña de expectativas que ella nunca había pedido.

Mientras salía de la oficina para tomar un respiro, vio al hombre de la noche anterior. Estaba de pie, en el mismo lugar, observándola. Aunque no dijo nada, su presencia era imposible de ignorar.

Y lo peor de todo fue que, en lugar de sentirse intimidada, Julia experimentó una pequeña chispa de emoción. Algo le decía que este hombre no solo estaba allí por casualidad.

Adrián, al verlo de lejos, no pudo evitar sonreír con una mezcla de satisfacción y emoción. Julia lo había notado, y no solo eso: lo había enfrentado. Su indiferencia lo desarmaba, pero también lo mantenía alerta. La sabía suya, pero esa resistencia, esa inquebrantable distancia, la hacía aún más deseable.

Adrián estaba decidido a tenerla, pero sabía que no sería sencillo. El juego acababa de comenzar, y Julia, por alguna razón, no temía enfrentarlo. Eso lo emocionaba más de lo que podría haber imaginado.