Todo el mundo reconoce que existen diez mandamientos. Sin embargo, para Connor Fitzgerald, héroe de la CIA, el undécimo mandamiento es el que cuenta:
" No te dejaras atrapar"
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CAPITULO 7
-- Y cuando el señor Lloyd me telefoneó para informarme que usted requería más detalles -- comentó Dexter --, di instrucciones a Nick Gutenburg, mi director adjunto, de que se pusiera en contacto con nuestros agentes en Bogotá y les ordenara emprender una investigación exhaustiva de lo que ocurrió el sábado por la tarde. Gutenburg terminó su informe ayer -- dio un golpe ligero con el dedo al expediente que se hallaba en su regazo.
Lawrence dejó de caminar y se detuvo frente a un retrato de Abraham Lincoln que colgaba sobre la chimenea. Miró a la directora. Ella continuó viendo el frente, imperturbable.
Helen Dexter vestía un elegante traje oscuro, de corte impecable, con una blusa sencilla color crema. Rara vez usaba joyas, ni siquiera en las ceremonias gubernamentales. Su designación hecha por el presidente Ford como directora adjunta a la edad de treinta y dos años tenía el propósito de ser una medida provisional para aplacar el cabildeo feminista unas cuantas semanas antes de las elecciones de 1976, irónicamente Ford resultó ser el que ocupó el puesto de manera transitoria.
Helen Dexter empezó su carrera en la CIA, a la que todo el mundo llamaba la " Agencia ", en la oficina de la junta directiva de operaciones. Cuando ascendió al cargo de directora adjunta, tenía muchos más enemigos que amigos, pero a medida que los años pasaron, los primeros empezaron a desaparecer, o fueron despedidos o aceptaron una jubilación prematura. Cuando fue nombrada directora, acababa de cumplir cuarenta años. El Washington Post la describió en un reportaje como una explosión que había abierto un enorme boquete en un techo de cristal, Pero eso no impidió que los corredores de apuestas especularan acerca de cuántos días sobreviviría en esa posición. Muy pronto cambiaron los días por semanas, y luego, por meses. En ese momento aceptaban apuestas sobre si lograría permanecer más tiempo al frente de la CIA del que J. Edgar Hoover había durado al mando del FBI.
Andy Lloyd le habían advertido el presidente Lawrence en diversas ocasiones que si alguna vez trataba de despedir a Helen Dexter, sería mejor que tuviera en la mano pruebas del tipo de las que convencerían al público de que la madre Teresa había tenido una cuenta bancaria secreta en Suiza alimentada con regularidad por el crimen organizado.
Lawrence había aceptado el criterio de su jefe de asesores. Sin embargo, esta vez pensaba que, si podía probar que le CIA había participado en el asesinato de Ricardo Guzmán sin siquiera molestarse en informar al presidente, obligaría a Dexter a limpiar su escritorio en pocos días.
Volvió a su silla y oprimió el botón que se encontraba debajo de su escritorio para que Andy oyera la conversación o, bien la grabara. Lawrence se dio cuenta de que Dexter sabía exactamente lo que él estaba tramando, y sospechó que en el legendario bolso de mano que jamás apartaba de su lado ya estaría grabada cada sílaba que habían cruzado. No obstante, necesitaba una constancia de su versión de los acontecimientos.
-- Ya que, al parecer, está también informada -- el presidente observó mientras se sentaba--, tal vez quiera decirme con mayores detalles qué ocurrió realmente en Bogotá.
Helen Dexter pasó por alto el tono sarcástico y abrió el expediente que tenía en el regazo. Estaba marcado PARA INFORMACIÓN EXCLUSIVA DEL PRESIDENTE.
-- Se ha confirmado a través de varias fuentes que el asesinato fue obra de un pistolero solitario -- leyó.
-- Mencione una de esas fuentes -- atajó el presidente.
-- Nuestro agregado cultural en Bogotá -- dijo la directora.
Lawrence enarcó una ceja. La mitad de los agregados culturales de las embajadas de Estados Unidos en todo el mundo habían sido colocados ahí por la CIA, con el único propósito de tenerlos bajo las órdenes directas de Helen Dexter en Langley, sin consultar siquiera con el embajador en el país y mucho menos con el departamento de Estado. La mayor parte de ellos creían que la suite del cascanueces era un plato que se encontraba en el menú de un restaurante exclusivo.
El presidente suspiró.
-- Y, según él, ¿ quién pudo haber contratado al asesino ?
Dexter sacó una fotografía del expediente y la empujó a través del escritorio de la oficina oval. El presidente vio el retrato de un hombre bien vestido, de apariencia próspera y edad madura.
-- Se trata de Carlos Vélez -- puntualizó Dexter --. Dirigía el segundo cartel más grande de drogas en Colombia. Guzmán controlaba el más importante.
-- Y, ¿ ya se levantaron cargos contra Vélez ?
-- Por desgracia, fue asesinado pocas horas después de que la policía obtuvo una orden judicial para arrestarlo.
-- Qué conveniente. ¿ Acaso este asesino solitario tiene nombre ? ¿ O también murió unos cuantos minutos después de que lo de que los tribunales emitieran la orden de...?
-- No, señor, el sigue con vida -- la directora repuso con firmeza --. Se llama Dirk Van Rensberg. Es sudafricano. Parece que la tierra se lo tragó después del asesinato.
-- ¿Sabemos algo acerca de los movimientos de van Rensberg posteriores al asesinato ?
-- Se informa que abordó un vuelo a Lima con el nombre de Alistair Douglas y luego continuó hacia Buenos Aires, usando el mismo pasaporte. Le perdimos la pista después de eso.
-- Y dudo mucho que vuelvan a encontrarlo.
-- ¡ Oh ! yo no sería tan pesimista, señor presidente.
-- Bueno -- advirtió Lawrence --, permítame asegurarle que, en este caso, no pienso aflojar la presión. Cuando volvamos a reunirnos, es posible que yo tenga un informe propio que someteré a la consideración de usted.
-- Estaré impaciente por leerlo --afirmó Helen Dexter, al tiempo que se ponía de pie. Colocó el expediente en el escritorio del mandatario, tomó su bolso de mano y salió de la oficina sin pronunciar palabra.
Un momento después, Andy Lloyd entró en la habitación.
-- No le creo ni una sola palabra -- comentó el presidente con su jefe de asesores --. Creo que lo más que podemos esperar es haberle infundido el temor a Dios y que no vuelva a pensar en llevar a cabo otra operación como esa mientras yo me encuentre en la Casa blanca.
-- Yo no apostaría mucho dinero a eso, señor presidente.