Primer libro de la saga Lobo.
⚠️ CONTENIDO (+18)⚠️
Ella es una hermosa peliroja vendedora de flores, que trabaja duramente para la mujer que la recogió después de la trágica muerte de su familia, la cual fue cruelmente asesinada.
Él es el futuro líder de la mafia italiana y para poder posicionarse en ese puesto primero su padre le exige matar a un traidor, y luego le exige también una Dama que gobierne a su lado. Un día cualquiera conoce a una vendedora de flores que lo deja cautivado desde el primer instante, se obsesiona con ella y la rapta para que sea su Dama, su Reina, su esposa...
Lo que ambos no saben es que tanto su pasado como su futuro están relativamente unidos.
¿Nacerá el amor o el odio?
¿Podrán perdonar o condenarse?
¿Podrán olvidar y superar?
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Te haría de todo, menos matarte.
Angélica Moretti.🌺
Han pasado tres días en los cuales llevo tres noches sin dormir bien. Me peleé con Dionisio y, aun así, de mi mente no sale la imagen del apuesto y temido mafioso italiano. Cada una de estas noches he tenido pesadillas con él. Siempre la misma secuencia; su última frase en mis pesadillas es: “Serás mi prisionera.”
Cada que cierro los ojos veo sus ojos grises mirándome fijamente, de manera penetrante, como si quisiera escanearme. Siento que le tengo miedo, pero es un miedo raro… uno que no sé cómo explicar porque me causa sensaciones muy extrañas.
Suena la alarma a las cuatro y media de la mañana. Me levanto, voy al baño, lavo mis dientes y mi cara, hago mis necesidades fisiológicas y, después de atarme el cabello y colocarme un suéter, bajo a la primera planta a hacer mis quehaceres diarios.
Cuando termino y voy hacia la planta de arriba, me encuentro de frente con la señora Berenice.
—Buenos días —la saludo.
—Hoy debes ir a hacer una entrega al hotel *********. Debes estar allá a las ocho en punto, así que organiza el ramo más fino y bello que puedas y lo llevas allá. Cuando estés en el hotel, pregunta por el señor Stiven Di Matteo. Ah, y lleva tu canasta de flores para la venta enseguida —esos son los “buenos días” de la señora Berenice.
Pienso que ese hotel está en el centro de la ciudad, así que, si me apuro, llego a la hora indicada.
Alisto todo y salgo hacia mi destino. No me detengo en ningún lugar; camino durante una hora y, a las siete y cincuenta y seis de la mañana, estoy entrando al opulento hotel, de no sé cuántos pisos, porque se ve inmenso y muy fino. Aquí no debe venir cualquier persona; de seguro solo viene gente adinerada.
Llego a la recepción y digo a quién busco y qué traigo. De inmediato me indican que tome el ascensor y suba al último piso, el 67. ¡Madre santísima! Son muchos pisos, y le tengo pánico al ascensor.
—¿No hay forma de que reciban el pedido aquí? —le pregunto al chico de la recepción.
Él me mira extrañado.
—Es que le tengo pánico a los ascensores. Yo he visto cómo se detienen en las películas, y no quiero quedarme encerrada allí —sí, parezco loca, pero les tengo mucho miedo.
—El señor fue muy específico al decir que debía llevar el pedido a la habitación. Eh… déjeme y le digo a uno de los grandulones —me señala a dos hombres que parecen momias andantes— para que uno de ellos te acompañe arriba.
—Si no hay otra opción… —digo, no muy convencida.
Le aviso al chico que dejaré mi canasta de flores allí, y él acepta. Solo subiré con el arreglo del señor Stiven Di Matteo.
El chico habla con uno de los hombres trajeados, y este se dirige hacia mí. Sin hablarme, me indica que lo siga al ascensor. Presiona un par de botones; el ascensor se abre para nosotros y él me invita a entrar. Entra detrás de mí y vuelve a presionar algún botón.
Cuando siento que el ascensor comienza a ascender, mi corazón se llena de miedo y mi único instinto es tomar al grandulón fuerte del brazo. Me pego a él y siento cómo se tensa, pero no lo suelto. Cierro los ojos fuertemente y los abro solo hasta que siento que ya llegamos.
Cuando salimos del ascensor, miro a cuatro hombres más, vestidos muy parecidos a mi acompañante. Uno de ellos lo mira raro, como si lo estuviera regañando. Me indican la puerta por donde debo entrar; uno de los hombres toca por mí y, no sé por qué, de repente siento más nervios que cuando venía en el ascensor.
La puerta se abre. No veo a nadie, pero aun así entro. Cuando estoy totalmente al interior de la habitación, la puerta se cierra de golpe.
—Buenos días, señorita Moretti —saludan detrás de mí.
Mi cuerpo se tensa al reconocer esa voz. Es la misma con la que he tenido pesadillas las últimas tres noches. ¿Va a matarme? Sí, seguro que sí. Es un mafioso, y de seguro lo ofendí aquel día cuando no recibí el dinero que me dio. ¡Qué idiota soy! Me metí a la boca del lobo. Ya hasta sabe mi apellido, de seguro ya averiguó todo de mí. Hoy es mi último día. ¡Adiós, mundo cruel!
Pasan los segundos y no escucho el disparo. No me atrevo a voltear a verlo; de seguro es lo que espera para dispararme de frente, o tal vez primero me violará, me torturará y después me dejará moribunda hasta que muera desangrada. ¡No, eso no! No quiero morir así.
—¿Qué espera para asesinarme? —le pregunto sin voltear.
En tres grandes zancadas lo tengo frente a mí, mirándome con el ceño fruncido. Bajo la mirada por instinto; no quiero ver sus ojos grises.
—Mírame, Angélica —me pide con voz demandante, pero yo me niego a hacerlo. Entonces él toma mi mentón y levanta mi rostro para que lo mire—. ¿Crees que te cité aquí para matarte?
Su aliento choca en mi cara, y juro que siento algo demasiado raro en mi estómago. Sentir su tacto contra mi piel hace que mi cuerpo se erice y mi corazón bombee demasiado rápido. El detonador es cuando me encuentro con esos ojos grises que me miran fijamente; parecen un escáner.
—Creo que sí —hablo entonces, llena de miedo—. Es usted un mafioso, ¿no? ¿Qué más puedo esperar? —no quita su mano de mi mentón, y deseo que lo haga pronto.
—Yo podría hacerte de todo… menos matarte —su confesión hace que pierda el conocimiento instantáneamente.
De un momento a otro no veo nada, no oigo nada, y mi mundo se desvanece…
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