Cuarto libro de la saga colores.
Edward debe decidirse entre su libertad o su título de duque, mientras Daila enfrentará un destino impuesto por sus padres. Ambos se odian por un accidente del pasado, pero el destino los unirá de una manera inesperada ¿Podrán aceptar sus diferencias y asumir sus nuevos roles? Descúbrelo en esta apasionante saga.
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CARÁCTERES EN GUERRA
...EDWARD:...
Al día siguiente del primer baile, me dirigí a la mansión de mi encantador primo para comprobar algo. Estuve vigilando desde la calle, hasta que ví a esa familia saliendo de allí, al parecer estaban hospedados con mi primo ¿De dónde se conocían? Ni idea, pero por lo que noté en el baile los condes eran muy cercanos a Erick y no solo eso, también a esa infeliz.
Habían bailado y conversado como parejas. No me sorprendía si terminaban casados, esos dos eran muy parecidos y molestos. Serían la pareja perfecta.
Para mi mala suerte fuí descubierto por esa señorita, me encargué de darle una mirada fulminante que le hiciera saber que no me había olvidado de lo que hizo y me marché por una de las puertas traseras. Esperaba que nadie notara mi huída y que ninguno le informara a Erick que había ido a aquella celebración, lo dudaba, la sociedad era conocida por expander la cotilla y la presencia de un duque no pasaba desapercibida.
Temía que ese infeliz hablara mal a mis espaldas para hacerme la tarea más difícil.
Me convenía dejar de asistir por un tiempo a los siguientes eventos. Así que los reemplace por paseos a la plaza, donde las señoritas solían estar charlando entre amigas y con sus madres.
No hubo ninguna que me convenciera.
Las señoritas eran bastante aburridas para mi gusto, hablaban solo de bailes, vestidos y pretendientes, pero entendía que no iban a comportarse como las mujeres que frecuentaba en el pasado cuyas atenciones eran otras.
Me enfrasqué en una conversación con unas de las madres o traté de evadirla, preguntó demasiado por mis negocios, lo que sugería que estaba desesperada por una alianza favorecedora para su familia y descarté a su hija de inmediato.
Cerca habían dos señoritas sentadas en un banco, susurrando y algo que llamó mi atención.
— ¿Haz visto la mansión de Lord Erick? — Escuché decir mientras se abanicaban el rostro.
— No, no he tenido la oportunidad de pasar por allí. ¿Qué sucede con el lord?
— Con el lord no sucede nada, más bien con sus invitados, la señorita que está hospedada allí no deja de recibir ramos de flores — Comentó la dama, cerrando su abanico con ímpetu, disgustada — Todos los caballeros comentan y hacen fila para tener aunque sea una conversación mínima con la dama.
— ¿Cómo es posible? — Jadeó la otra.
— Así como lo oyes, al parecer la mujer es la sensación de la temporada.
— Ay, no, esa señorita se roba todos los pretendientes buenos.
No podía ser cierto, no aguanté la curiosidad y me marché de la plaza, recibiendo muchas despedidas y saludos tímidos.
Me dirigí a la mansión y era cierto, había muchos mensajeros con ramos en la entrada, algunos caballeros también estaban allí, esperando con ramos de flores.
No entendí nada.
¿Cómo era posible que una señorita tan grosera y antipática tuviera tantos pretendientes?
Agaché mi cabeza, aprovechando que llevaba un sombrero para ocultar mi rostro cuando Erick pasó cerca, también con un ramo.
Los caballeros le saltaron encima, él los calmó y despachó antes de entrar por la reja que el mozo le abrió.
Solo había una respuesta.
La influencia de mi primo podía ser el motivo de tal interés, porque no encontraba otra razón. Sí, era hermosa, pero dudaba mucho que un hombre de clase alta se fijara en ella, no con esos modales.
Decidí averiguar más, me acerqué a la fila de caballeros en la acera.
— Oye, oye, haz la fila, llevamos mucho tiempo esperando — Dijo uno de los mocoso.
— ¿Yo? ¿Hacer fila por unos minutos de conversación? — Me reí irónicamente — No tengo la suficiente paciencia para eso, prefiero esperar al siguiente baile ¿Tienes alguna idea de si la señorita asistirá?
— Ah, la celebración al otro lado del lago — Entendió el joven, se veía realmente ridículo con ese ramo de girasoles y un traje verde — Supongo que sí, son conocidos de Lord Erick y lady Daila no se ha perdido ningún baile.
— Eso significa que está deseosa por casarse.
— Si no lo estuviera no asistiría a tantos.
Me alejé, sin alargar la conversación, no me convenía que mi primo me viera afuera de su casa.
Asistiría a ese baile.
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Para mi buena suerte la señorita solo asistió en compañía de su madre, lo que me daba la oportunidad de acercarme para averiguar que era lo que pretendía y que era lo que atraía a tantos caballeros.
Mantuve un ojo en ella desde que bajó del bote para entrar en el jardín.
La noche le daba iluminación a su cabello y sus facciones atractivas.
Todos los hombres a su alrededor desviaban las miradas hacia ella y se acercaban para conversar.
La Señorita Daila sonreía, mostrando una educación que ni sabía que tenía.
Leí todos sus gestos y movimientos, sin comprender nada, puesto que esa mujer parecía otra persona frente a las personas de la celebración, si yo no hubiera tenido un encontronazo con la mujer pensaría que era una dulzura de ser.
Me ambienté rápidamente y saqué a bailar a una dama hacia la pista.
Tenía la piel canela y el cabello rizado.
Su nombre se me había olvidado un segundo después de que lo pronunciara, puesto que mi atención se mantenía en la Señorita Daila.
Bailé, conversando sobre temas sosos y cuando culminó me incliné en una reverencia.
Capté la atención de mi enemiga, allí, cerca de la mesa.
La luz de los faroles que colgaban por encima de su cabeza parecían enfocar más al alma de la celebración.
Si yo era el caballero más cotizado, ella era el diamante.
Fingió beber, desviando sus ojos de los míos. Sin mostrar en lo absoluto alguna pizca de nervios e impresión.
Necesitaba que se sintiera débil y nerviosa ante mi presencia, no soportaba su falta de interés hacia mí.
Así que me acerqué, aprovechando su soledad.
Volvió a ser la grosera que me amenazó cuando estaba delirando y eso me dió la respuesta que necesitaba. La señorita estaba fingiendo ser cortes y recatada para conseguir un esposo. Si estuviera comprometida con mi primo no estaría allí, ni aceptaría los bailes de los demás hombres.
Era una maldita actriz y de las buenas, pero en mi presencia no podía contener el odio que sentía hacia mí.
— No, no soy un rey, pero si soy un duque.
— ¿Duque? ¿Usted? — Me evaluó desdeñosa, con ese peinado recogido su bonito cuello quedaba al descubierto.
— ¿Noble? ¿Usted? — Le pagué con la misma moneda, esos ojos grises se dilataron, sus labios pintados y húmedos por el vino se abrieron, con indignación.
Usaría mis armas para verla temblar ante mi presencia.
— Escuche, su excelencia — Recalcó con ironía — Vuelva a su baile y déjeme en paz.
Incliné mi cabeza a un lado, sin despegar mis ojos de su rostro irritado.
— Solo hay dos propósito que justifique la presencia de una persona en una celebración — Dije e inhaló aire — Bailar y encontrar pareja, una cosa lleva a la otra así que termina siendo un propósito — Me crucé de brazos — Matrimonio. ¿Está buscando esposo?
— Eso no me concierne y si piensa que lo puedo considerar a usted, está muy equivocado.
Me reí — Yo tampoco la consideraría a usted como mi futura duquesa, sería la menos indicada, la mujer que busco no es nada como usted.
— Considero increíble que piense en una sola dama, eso es tan imposible como que llueva monedas.
— Usted no me conoce, Señorita Daila.
— No me hace falta conocerlo, usted no es un caballero, es un mujeriego que ha pasado por todas las camas de las mujeres de éste reino — Terminó su vino, su postura altanera no cesó cuando me acerqué un paso.
— Lástima por usted, jamás tendrá la dicha de pasar por la mía.
Elevó su barbilla y soltó una carcajada que me hizo apretar la mandíbula.
— Para mí ese argumento es un alivio, puesto que sentiría asco de que usted me tocara aunque fuese un pelo. Eso debe estar muy usado — Bajó su mirada hacia mis pantalones, sin vergüenza, sin pudor.
La furia estalló en mí como un relámpago. ¿Cómo se atrevía la infeliz a decir eso de mí? ¿Cómo se atrevía a humillarme? ¡Qué despreciable! ¡Qué vulgar! ¡Qué impertinente!
— No hay nada más desagradable que una mujer con su lenguaje.
Elevó una perfecta ceja.
— Si no fuera una noble, si estuviera en un bar y tuviera como profesión la prostitución, mi lenguaje no le parecería desagradable, pero como soy una señorita, debo seguir el patrón, en fin, es tan hipócrita como estos caballeros.
— A diferencia de todos los sosos de ésta baile — Bajé la voz, observándola desde mi altura — Usted no puede fingir ante mí su verdadero ser. Soy el único que conoce lo que se esconde bajo esa apariencia de señorita cordial y respetuosa.
— Usted también está engañando a todas esas señoritas ingenuas. A diferencia de ellas, yo no me jacto de títulos y apariencias, veo más allá — Retrocedió, poniendo distancia nuevamente, sosteniendo mi mirada.
— ¿Qué pasaría si les cuento a todos estos babosos lo que usted me hizo?
Me llevé una mano a la barbilla, elevando una ceja.
Frunció el ceño.
— Usted hace eso y yo me encargaré de aplastar toda su reputación, créame Lord Edward, no le gustará lo que salga de mi boca — Me observó con suficiencia — Soy muy diferente, no me importaría armar un escándalo aquí mismo y salir manchada.
— Impresionante — Silbé, pasando mis ojos por su vestido — Usted es toda una leona con las garras afuera — Cuando llegué a su rostro siguió con la expresión indiferente a mis encantos, traté de no lucir impresionado por su falta de respuesta, le sonreí de esa forma que hacía sonrojar a todas las mujeres.
No hubo nada, solo enojo.
¿Qué me estaba pasando? ¿A caso estaba perdiendo mis dotes de seducción?
— Mejor regreso con mi madre o voy a cumplir lo que he dicho — Dijo, dándome una expresión de desprecio antes de hacer ademán de alejarse.
Me atravesé en su camino.
— No se me olvida, usted tiene una deuda conmigo que tarde o temprano voy a cobrar.
Mi miembro se endureció cuando se quedó quieta, sin apice de timidez o inseguridad. Disfrutaría demasiado domando a esa bestia.
No dijo nada, me esquivó y se alejó con ímpetu.
La seguí con la mirada.
No podíamos ni respirar el mismo aire, ser esposos sería una auténtica guerra ¿En serio la estaba considerando? Sacudí mi cabeza y chasqueé la lengua.
Ese pensamiento solo podían venir de mi masculinidad despierta.
Un caballero la abordó y sentí una extraña sensación de desagrado.
Observé como se dirigían a la pista de baile, empezaron bailar.
La mayoría de las miradas que los caballeros profesaban a la señorita eran de lujuria y no de un inocente interés.
Sabía que los bailes no iban a terminar y que toda la noche estarían pululando a su alrededor.
Me encargaría de cobrarme sus groserías alejando a esos hombres.
Observé a la madre de la señorita, quien estaba sentada en una de las sillas.
Una sonrisa perversa elevó mis comisuras.
Cuando acabó el baile me aproximé hacia la madre al mismo tiempo que la Señorita Daila, apenas se sentó me detuve frente a ellas.
— Mi lady — Dije, inclinando mi cuerpo en una reverencia y la madre dirigió su atención hacia mí, su hija se tensó y sus fosas nasales se dilataron — Permítame presentarme, soy Edward Villanueva — Usé el apellido de mi madre para no ser descubierto — Duque de Slindar.
Los ojos de la doña se dilataron e incluso se levantó, tirando del brazo de su hija para obligarla a hacer lo mismo.
Ella apretó su boca en una línea, tan disgustada que no podía ocultarlo.
Hizo una reverencia.
— Su excelencia, vaya que es un honor que venga a presentarse — Dijo la condesa — Nosotras somos...
— No hace falta que se presenten, he estado en bailes anteriores y ya las conozco.
— Madre voy a...
— No, Daila, no seas grosera — La mantuvo sujeta del brazo — Disculpe a mi hija, ella estaría encantada de hablar con usted, mi señor.
— Me gustaría bailar con la señorita, si ella lo concede por supuesto — Dije, sonriéndole, estaba tan enojada que tenía las mejillas rojas.
— ¿Cómo podría rechazar la propuesta de un duque? Por supuesto que sí acepta — La soltó, casi empujándola hacia mí.
Ella le dedicó una mirada.
— Madre, ya he tenido suficientes bailes por hoy...
— Solo bailaste dos veces, hay espacio para un tercer baile, adelante, no desprecies al duque.
— Descuide, mi lady, no tengo dos pies izquierdos — Ofrecí mi mano.
No podía rechazarme, no si quería seguir siendo el diamante.
Tomó mi mano, ocultando su expresión de descontento y nos aproximamos a la pista.