La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. No fue una muerte dramática; fue un apagón silencioso en medio de una carretera nevada, una pausa abrupta en su huida sin rumbo. A sus veinte años, acababa de descubrir la traición de su esposo, el hombre que juró amarla en una iglesia llena de lirios, y la única escapatoria que encontró fue meterse en su viejo auto con una maleta y el corazón roto. Había conducido hasta que el mundo se convirtió en una neblina gris, buscando un lugar donde el eco de la mentira no pudiera alcanzarla. Encontrándose con la nada absoluta viendo su cuerpo inerte en medio de la oscuridad.
¿Qué pasará con Elena? ¿Cuál será su destino? Es momento de empezar a leer y descubrir los designios que le tiene preparado la vida.
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Capitulo VI La condesa del siglo XXI
La mañana llegó a la Hacienda con un sol que se filtraba a través de las cortinas de damasco. Elena despertó sintiéndose ligera y decidida. El reloj, sin embargo, marcaba una hora escandalosamente tardía para el estándar de una Condesa: eran las diez. En su vida anterior, era la hora de la segunda reunión de negocios; aquí, parecía ser el preludio del almuerzo.
Al salir de la cama, la primera crisis se presentó en el vestidor.
—¿Lady Elena? —La doncella asignada, una chica joven y nerviosa llamada Mary, sostenía un corsé de tela rígida con varillas de hueso.
—¿Qué es esto? —preguntó Elena, observando la tortura ortopédica.
—Es su corsé, mi Señora. Para ajustar el talle —respondió Mary, con el ceño fruncido ante la pregunta obvia.
Elena sintió un escalofrío de horror. ¿Tener que usar eso después de usar pantalones jeans y ropa deportiva en su otra vida?
—No, de ninguna manera. El doctor dijo que evitara el estrés emocional y, créeme, el estrés que me da esto podría matarme. Dame el vestido más suelto que encuentres, por favor. Algo que me permita respirar.
Mary parpadeó, confundida por la súbita fobia a la moda de la época, pero la orden de la amnésica Condesa era ley.
Elena logró vestirse con una bata de casa elegante pero simple. Bajó al salón de desayunos, donde Alistair ya estaba sentado, leyendo un periódico que parecía estar impreso en pergamino antiguo. La atmósfera era tan formal como la de la cena, a pesar de la luz del día. Ella respiro profundo para dar el saludo al conde de manera formal.
—Buenos días, Conde —saludó Elena, con una sonrisa brillante que él solo devolvió con un asentimiento glacial.
Ella se sentó y observó la mesa. Una variedad de platos se extendía ante ella: carne fría, huevos, y lo que parecían ser varios tipos de guisos pesados.
—¿No hay café? —preguntó Elena con curiosidad, buscando la cafetera.
Alistair bajó el periódico. —¿Café? ¿Esa bebida amarga y plebeya? Tenemos té Ceylán, Lady Elena. El más fino de la cosecha.
Elena suspiró. Adiós, cafeína.
—Comprendo. Es solo que en… mi vida pasada, el café era la gasolina que hacía funcionar el cerebro —dijo, usando una jerga que hizo que Alistair levantara una ceja y que el criado que servía el té casi derramara la bebida. Elena no se dió cuenta de que estaba hablando como si los demás supieran de su otra vida.
Alistair la miró fijamente. —¿"Gasolina"? ¿Acaso recuerda alguna vida anterior a este cuerpo, mi Lady? O es que su golpe en la cabeza le ha dejado alguna clase de delirio químico?
Elena se dio cuenta de su error. Tenía que controlar su vocabulario.
—No, por supuesto que no. Es solo… una expresión que se me ha quedado grabada. Cosas que pasan después de un accidente, supongo.
Para desviar la atención, Elena se centró en la vajilla.
—Esta porcelana es preciosa. ¿Es del siglo XIX?
—Mediados del siglo XVIII —corrigió Alistair, volviendo a su lectura—. ¿Por qué el interés repentino en la loza?
—Estoy intentando integrarme —dijo ella, con una franqueza que la otra Elena nunca habría usado—. Pero es difícil. A veces me siento como si tuviera que "descargar" la aplicación de la vida noble.
Alistair dejó el periódico con un crujido de papel. Su paciencia se agotaba.
—¿"Descargar" qué, Elena? Si va a fingir amnesia, al menos finja que habla un español coherente.
Elena tomó la ofensa con gracia. Era su oportunidad de justificar sus rarezas.
—Lo siento, Conde. Es frustrante. Intento poner en orden los pensamientos en mi cabeza y a veces siento que pierdo la batalla, y algunas palabras clave se me escapan. Por ejemplo… Necesito saber cómo consultar mi e-mail. ¿Tiene un escritorio público donde pueda buscar?
El criado, que había estado cerca, no pudo evitar ahogar una risita. Alistair, sin embargo, estaba furioso.
—¡Basta, Elena! No sé qué juego macabro está jugando para evitar el divorcio. Aquí no hay "escritorios públicos" y a decir verdad no tengo idea de lo que está hablando. Y en esta casa, las comunicaciones son por carta o telégrafo. Su "e-mail" debe ser una invención de su mente contusionada.
—¿Telégrafo? —Elena frunció el ceño. Esto es peor de lo que pensaba.— ¿Y no tenemos un portátil? Aunque sea una Mac.
Alistair se puso de pie, su rostro tenso. Era obvio que creía que Elena estaba a punto de volverse loca.
—Se acabó el desayuno. Vístase, Lady Elena. Hoy iremos a la ciudad. Si lo que busca es "integrarse," verá de primera mano lo que significa ser una Condesa y, quizás, dejará de lado estas payasadas de brujería o juego de palabras extrañas.
Elena lo miró irse, sintiendo una mezcla de pánico y emoción. Estaba fallando miserablemente en la comunicación, pero había logrado algo mucho más importante: había roto la rutina de frialdad de Alistair y lo había forzado a interactuar con ella.
Se dirigió a Mary, quien la miraba con ojos de plato.
—Mary, por favor, avísame si ves un punto de acceso Wi-Fi por ahí. Y ahora, ¿me puedes explicar qué demonios es un telégrafo?
La doncella se quedó mirándola confundida, ella no tenía ni la remota idea de lo que era un punto Wi-fi por lo que creyó que su señora estaba perdiendo la razón.
—Lady Elena, por favor haga uso correcto de las palabras, el conde tiende a perder la paciencia muy rápido y si no quiere molestarlo mejor haga lo que él le pidió.
Mary deseaba que sus señores llevarán una relación cordial, de su unión dependía la paz de la nación, ya que el mismísimo rey había planeado ese matrimonio y con la unión de los dos reinos por medio de un matrimonio real finalizar con el conflicto de su pueblo.
Elena se sentía abrumada, en un principio pensó que sería fácil adaptarse a esta nueva realidad, pero los recuerdos no la dejaban y su vida en aquella realidad tan cruel no le daba paso a su nueva realidad.