Luna Vega es una cantante en la cima de su carrera... y al borde del colapso. Cuando la inspiración la abandona, descubre que necesita algo más que fama para sentirse completa.
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Capítulo 6: La Nota
Luna la observa en silencio, hasta que una pequeña sonrisa aparece en sus labios.
—¿Un autógrafo? —su tono divertido.
El calor sube de inmediato a las mejillas de Selena.
—¡No, no es para mí! —se apura a aclarar, moviendo las manos con torpeza—. Es para... mi mejor amigo, Marcus. Él sí es fan. Muy fan. Demasiado fan. Yo... no.
Luna entrecierra los ojos, inclinándose apenas hacia adelante, estudiándola como si quisiera descifrarla.
—¿De verdad no es para ti?
—De verdad —Selena cruza los brazos, firme, casi desafiante—. Yo solo soy la mensajera, créeme.
Luna suelta una risa corta, sincera, y la mira con un brillo travieso en los ojos.
—Entonces dime, Selena... —pronuncia su nombre despacio, como si lo probara en su boca—. Por lo que me has dicho hace nada... ¿A ti no te gusta mi música?
El corazón de Selena da un vuelco.
Tierra, trágame.
Primero, antes de hablar y confesar la dura verdad, debe asegurarse que conseguirá lo que de verdad le importa:
—¿Vas a darme el autógrafo, diga lo que diga?
Luna arquea una ceja llena de curiosidad por la propuesta de la chica y asiente sin pestañear.
—Prometido. Puedes ser sincera.
Selena respira hondo, pero no logra contenerse. Sus palabras salen despacio, con un respeto que contrasta con la franqueza:
—Es que... no es que tu música sea mala... es solo que... no puedo conectar con ella. Nunca he sido de escuchar melodías, la verdad. Siempre he preferido perderme en mis libros. Y, no me malinterpretes, tus letras tenían algo antes, cuando recién empezabas. Eran más íntimas, más... vulnerables. Ahora siento que todo está envuelto en la polémica: titulares, excesos, escándalos, conciertos donde importa más lo que hagas con una botella que lo que dices en una estrofa —hace una pausa, incómoda—. Supongo que lo respeto, entiendo que es parte del show, pero a mí... no me gusta, no me llega.
La cafetería parece enmudecer a su alrededor.
Luna la escucha sin apenas pestañear, con el rostro quieto, imposible de leer. Cuando Selena cree que se ha pasado de sincera, Luna rompe el silencio con una carcajada breve, casi incrédula.
—Wow... —murmura, todavía riéndose—. Nunca nadie, que no fuera Jennifer, se había atrevido a decir eso en voz alta.
El corazón de Selena late con fuerza, como si hubiera cruzado una línea invisible.
Luna la observa con un brillo distinto en los ojos, algo más profundo. Inclina la cabeza, curiosa, y pregunta despacio, como si quisiera atrapar cada reacción:
—Por curiosidad, Selena... ¿Por qué mi música no te llega?
Selena inspira despacio.
Piensa dos veces si debería continuar con la conversación, pero las palabras salen casi solas, como si cada página de los libros que ha devorado a lo largo de su vida empujara su voz hacia afuera.
—Porque... sé cómo se escribe una historia. Cómo se construye un sentimiento con palabras. Lo he visto en novelas, en poemas, en obras que me han acompañado cuando no tenía nada más. Y ahí está la diferencia: una buena letra no es solo rima ni provocación. Es verdad, es algo que se clava en el pecho y te cambia, aunque sea un poco. Y tus letras... ya no me hablan así —hace una pausa—. Ahora parecen más hechas para encender un titular que para tocar un corazón.
El silencio que sigue es denso, casi reverencial.
Luna no se mueve. No protesta, no sonríe, no frunce el ceño. Simplemente la observa, y en su mente, las palabras de esa desconocida se clavan con una precisión dolorosa. Porque todo lo que Selena ha dicho es cierto. Es una verdad que ella misma ya sabe: sus canciones de antes eran confesiones, cicatrices convertidas en melodía; ahora, son armas, fuego, espectáculo.
Y aunque el mundo sigue mirando, ella sabe que ya no logra llegar como antes.
Pero no lo dice. No podría admitirlo en voz alta.
Solo inclina un poco la cabeza, dejando escapar una risa breve, casi seca.
—Parece que sabes de letras, ¿eh?
Selena se encoge de hombros, incómoda, aunque en el fondo siente que acaba de desnudarse más de lo que quería.
El silencio que se instala después pesa más que cualquier palabra. La cantante no aparta la mirada de ella, fija, como si quisiera leerla por dentro.
Selena siente la garganta seca, carraspea y murmura con torpeza:
—El autógrafo...
Pero no puede formular la frase.
La campanilla de la puerta suena con violencia. Dos hombres de traje irrumpen en la cafetería; el eco de sus pasos resuena fuerte en el local vacío.
—Señorita Vega —uno de ellos habla con voz urgente—, los periodistas podrían volver en cualquier momento. Debe abandonar este lugar ya.
El aire cambia de golpe, como si el local hubiera dejado de ser un refugio y se transformara en escenario.
Luna no duda. Se levanta despacio, con un aplomo extraño, como si cambiar de piel fuese parte de su rutina diaria. Su cuaderno queda entre sus manos y, en ese instante, Selena la observa desde un segundo plano, consciente de que la burbuja que compartían acaba de romperse.
Y aun así, antes de irse, Luna hace algo inesperado. Abre su libreta, garabatea unas palabras rápidas, arranca la página con un gesto seguro y se la tiende a Selena.
—Para ti —dice, apenas un susurro.
No explica más. No espera respuesta. El silencio se adueña del local una vez que la puerta se cierra tras Luna y los hombres de traje.
Selena sigue con la hoja en la mano, sin atreverse a abrirla, como si el papel ardiera entre sus dedos. Dan, su jefe, se aproxima lentamente desde la barra, se apoya en la mesa más cercana y la observa con una mezcla de asombro y ternura.
—Esa chica es increíble, ¿no? —dice con una media sonrisa incrédula—. Después de todo lo que ha pasado...
Las palabras le caen encima como una ola. Selena siente un nudo apretarle el pecho, y entonces lo recuerda: hoy es el aniversario de la muerte de su padre. Hoy, precisamente hoy, le ha dicho a Luna todo aquello sobre su música, sobre lo que no logra tocarla, sobre las letras que ya no le llegan. Lo ha dicho sin pensarlo, sin filtros, como si el día la hubiera arrastrado inevitablemente hacia esa confesión.
Suspira, intentando convencerse de que al menos no parecía molesta. Al contrario... casi como si, en un extraño reflejo, Luna lo hubiera aceptado también.
Por fin se atreve a desplegar la hoja.
La mira con detenimiento: la mayor parte del espacio está lleno de trazos borrados, palabras ilegibles que alguien decidió tachar hasta hacerlas desaparecer. Y al final, en un rincón casi escondido, apenas dos palabras sobreviven, escritas con el mismo lápiz:
Lo sé.
Selena traga saliva. Se queda inmóvil, con la hoja temblando entre sus dedos, mientras una certeza amarga y luminosa al mismo tiempo se abre paso en su pecho: Luna ya lo sabía. Y quizá, en el fondo, por eso había escuchado en silencio cada palabra.
La hoja todavía tiembla entre sus dedos, pero ahora su atención se desplaza hacia su jefe, que la mira con una mezcla de curiosidad y picardía.
—¿Crees que si pongo una placa diciendo que Luna Vega ha estado aquí dos veces, vamos a tener más clientes? —pregunta, con esa sonrisa que intenta ser traviesa, pero que esconde un fondo de admiración sincera.
Selena deja escapar una risa contenida. Por un momento, todo el peso de la mañana, la tensión, el secreto, se diluye con ese comentario casi absurdo.
—No lo creo... —responde, el papel todavía en sus manos.
Selena vuelve a mirar la nota; esas dos palabras escritas contienen más verdad y emoción de lo que cualquier titular que hable de la cantante podría capturar.
El jefe se inclina ligeramente, apoyando las manos sobre la barra, y dice con suavidad:
—Te noto cansada, chica... Deberías irte a casa. Ya son casi las cuatro de la tarde.
Selena asiente, y mientras guarda la nota, saca el móvil del bolsillo. La pantalla ilumina su rostro: efectivamente, la tarde está avanzada.
Entre los mensajes, muchos provienen del grupo que comparte con los mellizos.
Uno tras otro, los 47 mensajes de Marcus la golpean: "¿Ya conseguiste el autógrafo de la fabulosa Luna?".
Pobre Marcus... lo que él no sabe es que la realidad no va a cumplir sus expectativas.
El autógrafo que espera con tanta ansia, la cercanía con la artista que idolatra, pronto se enfrentará a la dura verdad que Selena ha visto con sus propios ojos: Luna Vega, la cantante más importante del país, la leyenda viva, parece tan sola, tan agotada y tan descorazonada como cualquiera que arrastra su vida entre sombras.
Deja escapar un suspiro más profundo, consciente de que, por mucho que Marcus imagine glamour y brillo, la verdad de Luna es otra, más humana, más quebrada... y tristemente más real.
Selena se cambia rápidamente, recoge sus cosas y abandona la cafetería.
Afuera, el murmullo de la ciudad la envuelve de nuevo; la calle vuelve a moverse, los coches, las voces, el aire cargado de rutina. Por un instante, parece que la última hora dentro del local ha sido solo un instante suspendido, un pequeño universo paralelo que ya se ha desvanecido.
Camina hasta la acera y espera el autobús que la llevará a su apartamento, un espacio pequeño y modesto que ha podido permitirse gracias a su trabajo en la cafetería y la beca que sostiene sus estudios. Ella sabe que los mellizos están ahí, que podrían ofrecerle comodidades que ella nunca necesitará, pero siempre ha mantenido su independencia.
Recuerda brevemente las familias de acogida en las que estuvo: todas llenas de cariño y esfuerzos sinceros, pero siempre, cuando llegaban sus propios hijos, Selena se sentía un estorbo, un "extra" que nadie podía priorizar. Cada mudanza le enseñó a no aferrarse, a valerse por sí misma.
A los dieciséis años llegó a su última casa de acogida, una que le dio estabilidad y afecto hasta cierto punto, pero cuyo recuerdo aún le revuelve el estómago. Prometió olvidar eso, no pensar en él, no permitir que el pasado le robara el presente.
El rugido del motor la saca de sus pensamientos.
El autobús llega, frenando suavemente frente a la acera. Selena sube, paga con movimientos automáticos y se apoya contra la ventana mientras observa cómo la ciudad sigue su curso, indiferente a sus pequeños dramas.
Cuando las puertas se cierran y el vehículo arranca, siente que la jornada termina, que la cafetería y su breve encuentro con Luna quedan atrás, encapsulados en un momento que nunca volverá.
Afuera, la ciudad continúa, y con ella, sus responsabilidades, sus pasos y la silenciosa promesa de mantener su vida bajo control, tal y como ha hecho hasta ahora.
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