Mi Querida Gema

El amanecer apenas rozaba los edificios de Londres, cuando Rubí abrió los ojos, como si algo invisible lo hubiese arrancado del sueño.

 Jhon, acostumbrado a luchar cada mañana para despertarlo, se sorprendió al encontrarlo ya vestido, sentado junto a la ventana de la suite del hotel, observando el cielo aún pálido con una extraña serenidad en el rostro.

—¿Ya estás despierto? —pregunta Jhon, rascándose la cabeza.

—Sí. Es hora de irnos, ¿no?

Jhon lo observó con cierto recelo. Había algo distinto en Rubí, algo más firme, más decidido. Quizás era la calma antes de la tormenta. Sin decir más, Jhon se fue a alistar.

Viktor Dimitrov, el guardaespaldas ruso, ya tenía el coche listo. Eran las seis y cuarto cuando salieron rumbo al aeropuerto. En el asiento trasero, Rubí observaba las calles aún tranquilas de la ciudad. Apretó ligeramente el anillo que llevaba en la mano izquierda. Esta nueva vida, esta nueva identidad... ¿sería una prisión o una oportunidad?

—Decidí vivir —susurró para sí mismo, sin que Jhon o Viktor lo escucharan—. Esta vez, voy a vivir.

El vuelo a Nueva York fue largo, pero tranquilo. Rubí durmió buena parte del trayecto. Jhon, sentado a su lado, lo observaba con preocupación. Nunca lo había visto así: tan callado, tan pensativo, tan en paz. Como si finalmente hubiese aceptado quién era ahora, aunque ni él mismo lo entendiera del todo.

En Nueva York, el caos los recibió con bocinazos, taxis apresurados y neones incluso de día. Viktor tomó las maletas con eficiencia suiza. En el vestíbulo del hotel reservado, un automóvil de lujo los esperaba. Era un Cadillac negro, con vidrios polarizados y un chofer silencioso.

Lo que Rubí no sabía era que Leo ya estaba allí. Había llegado una hora antes. Su jet privado aterrizó con precisión y fue recibido por su hermana menor, Mei Hua Sang.

Mei Hua era tan brillante como hermosa. Con el mismo tono de ojos verdes intensos que Leo, pero con un rostro sereno y agudo, de rasgos orientales. Era una estratega financiera con renombre en Wall Street, pero mantenía bajo perfil. Cuando vio a su hermano, y le contó el motivo de su visita, no pudo evitar rodar los ojos.

—¿Otra vez con un chico que quiere huir de ti?

—No lo entiende, Mei. Rubí no es cualquiera. Es... mi destino.

—Tu destino no tiene por qué ser tu prisionero —refunfuñó ella, aunque ya estaba marcando varios números en su teléfono—. No importa. Te ayudaré. Como siempre. Pero luego no vengas llorando si sale mal.Como te odie te lo tragas.

—Gracias —dijo Leo sin ironía.

Esa misma tarde, Mei activó a una de las agentes más leales a la organización de Leo: Lina Chen. Una espía camaleónica, experta en infiltración y maquillaje profesional, con formación en psicología conductual. Tenía experiencia en operaciones delicadas y ahora tendría una misión especial: cuidar de Rubí sin que él lo supiera.

—Tu estarás a cargo de Rubi. Es una persona muy especial para mí hermano—le dijo Mei mientras le entregaba un portafolio lleno de información—. Vas a presentarte como maquillista profesional. Rubí tiene una entrevista para una sesión de fotos con una nueva marca de ropa. Tú te harás cargo de su imagen.

—¿Y luego?

—Te convertirás en su confidente. Su protectora. Gana su confianza. Todo lo que haga, todo lo que diga, todo lo que quiera hacer, quiero que lo sepas antes que él.

Lina asintió sin preguntar más. Ella no necesitaba saber por qué Leo estaba tan obsesionado. Solo que debía cumplir su trabajo a la perfección.

Al día siguiente, Rubí llegó a la empresa que su asistente le había concertado. Estaba nervioso. A pesar de su apariencia serena, el bullicio de Nueva York lo sobrepasaba. Le molestaba la tecnología, las luces, el ritmo acelerado de todo. Pero lo soportaba. Era parte de su elección. Parte de su nueva vida.

En el estudio lo esperaba Lina, vestida con ropa informal, una coleta baja y lentes. Nadie imaginaría que era una agente de alto rango. Le extendió la mano a Rubí con una sonrisa amigable.

—Hola, soy Lina, pero me puedes llamar Li. Voy a encargarme de tu look hoy. Te pondré una peluca plateada y vas a parecer un ángel.

Rubí dudó por un instante, luego estrechó su mano.

—Gracias. No soy muy bueno con estas cosas. No quiero pasar vergüenza.

—Tranquilo. Estás en buenas manos. Es normal. Estos desfiles estresan a cualquiera.

Mientras lo maquillaba, Lina observaba cada uno de sus gestos. Detectó la forma en que evitaba mirar el celular, como si le tuviera miedo. Cómo su espalda se tensaba cada vez que alguien hablaba de redes sociales. Y sobre todo, cómo sus ojos se perdían en el vacío cuando creía que nadie lo miraba y ni se diga de escuchar música por unos aparatos raros incluyendo el teléfono que llevaba en la mano. Aún no entiende cómo puede salir la voz de allí de las personas que lo llaman.

—¿Primera vez en Nueva York? —pregunta ella, buscando generar confianza.

—Sí. Es... abrumador.

—Lo entiendo. Pero te acostumbrarás. Hay belleza en el caos si sabes dónde buscar.

Rubí sonrió por primera vez desde que había llegado al país. Lina supo en ese instante que su trabajo no sería difícil. Solo debía mantenerse cerca. Y Leo tendría toda la información que necesitara.

Mientras tanto, Leo miraba una pantalla en su habitación privada, observando la transmisión de las cámaras de seguridad dentro del edificio donde Rubí estaba. Su voz sonó baja, pero firme.

—Él se ve tan hermoso con esa peluca. Todo lo que se pone le queda fabuloso.

—¿Hasta cuándo vas a seguir así, hermano? —pregunta Mei, que había entrado con dos cafés en la mano.

—Hasta que me lo agradezca. Y lo tenga debajo de mi gimiendo mi nombre.

—¿Y si nunca lo hace?

Leo no respondió. Sus ojos seguían fijos en la pantalla, donde el rostro de Rubí aparecía cada tanto. Él no confiaba en el destino. Lo moldeaba con las manos. Y esta vez, no iba a perder.

Por su parte, Rubí salía de su sesión agotado. Le regalaron la peluca y una maleta de maquillaje. Además del atuendo que modeló. Pero había algo en esa ciudad que empezaba a gustarle. En su interior, una llama tímida empezaba a crecer. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar un propósito allí. La gente era amable, cada quien en lo suyo. Y lujo a dónde quiera que mirara.

Aunque no sabía que su pasado, encarnado en el cuerpo de Rubí, Leo lo perseguía con la obstinación de un amante dispuesto a todo.

Y la verdadera batalla apenas comenzaba.