Tras años lejos de casa, Camila regresa solo para descubrir que su hermana gemela ha muerto en circunstancias misteriosas.
Sus padres, desesperados por no perder el dinero de la poderosa familia Montenegro, le suplican que ocupe el lugar de su hermana y se case con su prometido.
Camila acepta para descubrir que fue lo que le ocurrió a su hermana… sin imaginar que habrá una cláusula extra. Sebastián Montenegro, es el hombre con quien debe casarse, A quien solo le importa el poder.
Pronto, los secretos de las familias y las mentiras que rodean la supuesta muerte de su gemela la arrastrarán a un juego peligroso donde fingir podría costarle el corazón… o la vida.
NovelToon tiene autorización de Frida Escobar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Lo que se está quieto se deja quieto.
Salgo del restaurante y busco al chófer, pero no lo encuentro.
—Vamos, te llevo —me dice Sebastián.
—Gracias, pero no.
—Deja tu terquedad, vamos al mismo lugar.
Me dice y volteo a ver a Dalila y a sus padres que salen del restaurante.
—Sebas, ¿me llevas a...?
No termino de hablar, ya que camino al carro de Sebastián y subo. Sebastián no tarda en subir, igual, y me pongo el cinturón de seguridad.
Dalila llega corriendo y toca el vidrio de la ventana. Sebastián la baja en automático.
—¿Puedes acercarme a casa?
—Vete con nuestros padres, estamos de extremo a extremo.
Le dice Sebastián y ella asiente.
—¿Mañana irás a despedirte de nosotros?
Sebastián asiente y sube el vidrio. Ella se aleja y él arranca el carro, alejándonos.
—¿Qué ocurrió? Hace unos días tratabas de quedar bien con Dalila; ahora parece que la odias.
Me dice Sebastián, acomodando su traje.
—Decidí ya no ser una arrastrada con nadie.
Remarco lo último.
—Ya conseguiste lo que querías tú y tus padres; ya no vale la pena seguir fingiendo.
—Sí, como digas.
Le digo y abro mi bolso. Noto cuando mi celular se ilumina con una llamada: es mi padre. ¿Y ahora qué quiere?
El carro se detiene y llegamos a la casa. Bajo rápido y, cuando entro, la empleada camina hacia mí.
—Su padre vino a verla, pero como no la encontró se fue.
—¿Entró?
—Sí, no me creyó y subió a su habitación...
Me dice y subo a mi habitación sin terminar de escucharla.
Entro y busco en la maleta; reviso hasta abajo en una parte oculta, notando que el diario no está. Lo guardé muy bien para que nadie lo encontrara, pero si él vino por eso me... exactamente quiere decir que sabía de su existencia.
Sebastián entra deteniéndose en el marco de la puerta.
—¿Y ahora qué ocurre?
Me pregunta, cruzado de brazos.
—Nada que sea de tu incumbencia.
Le digo y noto la molestia en su rostro.
—Lo que sea, soluciónalo antes de las 7 a. m.
Me dice, yéndo al baño. Bajo para ver a la empleada, que se está sacando las manos.
—Al señor solo le dije que su padre vino a buscarla.
—Gracias.
—No es nada. ¿Quiere que le prepare algo?
—No, muchas gracias.
—Bien, me voy.
Me dice, pasando a mi lado, y me mira por última vez.
—Está muy distinta a la última vez que la vi.
—¿Ya nos conocíamos?
Le pregunto y ella me mira sorprendida al principio, pero después sonríe.
—Tengo años siendo la empleada del señor Sebastián.
—Ah, sí, ya te recuerdo. Disculpa, es que hay tanta cosa...
Miento para no levantar sospechas.
—No se preocupe, iré a dormir.
Me dice y la veo salir. Vuelvo a subir las escaleras y cuando entro a la habitación las luces están apagadas.
Entro al baño, me aseo y suspiro antes de meterme en la cama.
Despierto porque Noemí, la empleada, me despierta.
—Señorita Carina, el señor Sebastián ya se fue. Dijo que esté lista: a las 7 a. m. viene el chófer por usted.
Veo la hora: son las 6 a. m.
Me levanto rápido, voy al baño, me aseo y cambio de ropa.
Tocan el timbre y empiezo a hacer la maleta; antes de irme iré a ver a mis padres.
Noemí regresa acercándose lento.
—Su padre está abajo —me susurra—.
Dejo la maleta a medias.
—Yo empaco, vaya a ver qué quiere.
Me dice y bajo encontrando a mi padre de pie en la sala; se gira para verme.
—Devuélveme lo que te llevaste.
Le digo y él se sienta en el sofá.
—O hablas con el anciano y nos da lo prometido, o hablo yo con él y le digo que no eres Carina, y entonces le dirás adiós a tu venganza.
Aprieto los puños, molesta.
—Era tu hija también, a la que maltrataron e hicieron la vida imposible.
Le digo y él asiente, cambiando su semblante por uno más relajado.
—Sabemos muy claro que a ninguno nos conviene que se sepa la verdad.
—¿Qué verdad?
Pregunta Sebastián entrando y mi padre se pone serio.
—Que a quien quiero es a Leo y quería escaparme con él el día de la boda, pero ahora tengo un esposo que no soporto y sé que él tampoco me soporta.
Le digo, dejando a los dos sorprendidos en la sala, mientras subo a mi habitación por la maleta.
Bajo y los dos siguen en la sala.
—Padre, iré a verlos cuando regrese del viaje.
Le digo y mi padre solo asiente, saliendo de la casa. Sebastián me mira molesto.
—Vamos, quita esa cara, quien ganó fuiste tú: me casé contigo.
Le digo burlándome y paso a su lado, pero me sujeta más, molesto.
—Escúchame bien...
Me dice y no lo dejo terminar de hablar.
—¿Qué? ¿Crees que solo lo dije para darle en su ego?
Me suelta y con mi maleta en mano camino al auto donde el chófer ya tiene abierta la puerta.
Eso fue para que se baje de la nube en la que está y aterrice de una vez por todas: que no todo gira alrededor de él. Lo que se queda quieto se deja quieto.