Mi Querida Gema

Mi Querida Gema

Renacer en Rubí

Para ser feliz solo se necesitan algunas cosas básicas: creer en uno mismo y no importar lo que piensen los demás. Ya luego está el elegir a alguien que esté dispuesto a andar con uno. Y un empujoncito de efectivo que no le cae mal a nadie.

Soy Rubí y soy la querida gema de mi mafioso favorito, Leo. Yo, que renací para quedarme. Aquí les dejo nuestra historia.

Desperté envuelto en agua tibia, rodeado de pétalos de rosa y un leve aroma a lavanda que flotaba en el aire. Por un segundo pensé que estaba en el cielo… pero entonces sentí el ardor en las muñecas, el peso en el pecho y el vacío en el alma. No, esto no era el cielo. Ni siquiera se acercaba.

Me incorporé con esfuerzo. El agua se tornaba rojiza, manchada por la sangre que brotaba lenta pero constante. Mis ojos se alzaron al espejo… y lo que vi me dejó sin aliento.

Ese no era yo.

La imagen reflejada era la de un joven de piel pálida, labios delineados, ojos color miel clara y cabello negro azabache, mojado y pegado al rostro. Un rostro bello… innegablemente bello. Como tallado por los dioses. Pero también vacío.

—¡Señor Rubí! ¡Abra la puerta! ¡Por favor!

Rubí. Así lo llamaban. No entendía nada. Mi nombre era Légolas Huang Shi, hijo de nadie, criado entre fango y hambre, muerto a manos de bandidos en algún rincón polvoriento del siglo XVII. Y ahora... despertaba en un cuerpo desconocido, en una bañera que parecía un altar de lujo.

Mis dedos temblorosos rasgaron una camisa de seda que encontré colgada cerca. Me até las muñecas con pedazos de tela, apretando con torpeza. Luego, arrastré mi cuerpo fuera del agua. El suelo estaba helado, pero la realidad ardía más.

La puerta se abrió de golpe. Un joven elegante entró corriendo.

—¡Rubí! ¡Ábre!

No tenía respuestas. Solo tenía preguntas. ¿Quién había sido el dueño de este cuerpo antes de mí? ¿Por qué lo había odiado tanto como para quitarse la vida?

La bata de seda que me cubría estaba mojada de sangre y agua así que me la quité. Temblaba. No de frío… sino de vacío.

—¡Rubí! ¡Dios mío! —la voz del joven que irrumpió en el baño me perforó los sentidos. Se arrodilló junto a mí con los ojos enrojecidos—. ¿Por qué hiciste esto otra vez? ¿Qué pasó anoche? ¿Con tu ex?

Yo lo miré, perdido.

Rubí. Así me llamaban. Otra vez ese nombre. No entendía nada. Mi alma era de otra época, de otro cuerpo, de otro dolor. ¿Qué estaba haciendo en este mundo brillante y falso?

No dije nada. Él sí.

—No debiste leer los mensajes de Federico… Ese imbécil no vale nada. No te valora Te engaña y te deja por cualquiera pero él es el del problema no tú. ¡Te juro que no volveré a dejarte solo después de una pasarela así!

Federico… ¿era ese el nombre del amante infiel? ¿El motivo del suicidio? Intenté pararme, me tambaleé.

El joven —elegante, impecable— se quitó su saco y lo envolvió sobre mi cuerpo desnudo con una ternura inesperada.

—Tranquilo, te tengo. Te tengo —dijo, en voz baja, casi como si fuera un mantra.

Mis labios se movieron por impulso.

—¿Cómo… cómo me llamas tú?

Se detuvo.

—¿Qué? ¿Rubí?

—No. Tú. ¿Cómo me… llamas tú?

Él frunció el ceño, confundido.

—Rolando Tai Long, ¿qué droga tomaste esta vez? ¿Qué demonios hiciste? —me sostuvo de los brazos—. ¿Qué te metiste? ¿Éxtasis? ¿Pastillas para dormir? ¡Dime!

—No… no lo sé —dije en voz baja—. Yo… no tomé nada.

Eso solo lo alteró más. Entonces Rubí es como un sobrenombre. Apretó los labios y gritó a alguien afuera. Todo se volvió rápido. Brazos que me sostenían, pasos apresurados, la luz del ascensor bajando decenas de pisos, el eco del lujo que me era ajeno: espejos, mármol, cristal.

El penthouse, me dijeron. Estaba en Pekín, en uno de los edificios más altos del distrito financiero. Pero yo no sabía ni qué era un distrito. Las luces de la ciudad desde lo alto parecían estrellas invertidas. Hermosas. Aterradoras.

En la limusina rumbo a la clínica privada, mis ojos no podían seguir el ritmo del mundo. Pantallas por todas partes. Bocinas. Pantallas con mi cara. Mi cara. Pero no era yo.

—¿Dónde… estoy?

El joven —mi representante, lo supe después— me miró con preocupación mientras me tapaba mejor con la manta de emergencia.

—Rubí… soy yo, Jhon Lee. Tu manager. Hemos trabajado juntos los últimos dos años. Tú… has estado mal desde que terminaste con Federico. Él te engañaba con cualquiera que respirara… y tú te guardabas como una joya para el matrimonio. Desde entonces… no has sido tú.

"Desde entonces no has sido tú." Qué irónico. Porque ahora literalmente no lo era.

—Tú… me conoces… —susurré, con la voz ronca.

—Más que nadie —dijo Jhon con tristeza.

Nos deslizamos por las calles mientras la ciudad seguía brillando. Yo, en cambio, me apagaba por dentro. Todo era nuevo, todo era aterrador. Le temía al sonido del celular. Al tacto del asiento de cuero. A las voces automáticas que salían desde adentro del vehiculo.

Jhon me miró de reojo.

—¿Me vas a decir qué tomaste?

Lo miré, con la mirada miel temblando.

—No… lo sé. No tomé nada. Solo… desperté.

Él suspiró con cansancio, y se frotó el rostro.

—Dios… estás peor que otras veces.

Y yo, desde el fondo de un cuerpo que no era mío, me preguntaba cómo demonios iba a sobrevivir en un mundo que no entendía, con un pasado que no me pertenecía… y con un corazón que aún lloraba por una vida rota en otro siglo.

Todo fue un torbellino. Limosina. Hospital. Luces blancas. Susurros. Lágrimas ajenas. Gente que me conocía, pero yo no podía recordar.

El olor a desinfectante me raspaba la nariz. Me colocaron en una camilla sin hacer preguntas y me cubrieron con sábanas blancas como el cielo que nunca vi en mi otra vida. El hospital era todo blanco, luces frías, voces mecánicas. Una enfermera me hablaba como si me conociera. Me tomaron la presión, me miraron las muñecas vendadas y murmuraron cosas que no entendí.

—Anemia… posible sobredosis… pulso bajo —decía uno.

—Podría haber muerto si lo encontraban cinco minutos después —respondía otra.

Yo los oía como si estuvieran bajo el agua. Lo único real era el ardor en mis muñecas y la maraña de pensamientos que me apretaban el pecho.

¿Este cuerpo me pertenece? ¿O solo soy un intruso atrapado en su jaula de piel?

Después de lo que pareció una eternidad, me dejaron solo en una habitación con paredes blancas y cortinas color marfil. Observación, dijeron. Un tubo me pasaba suero por el brazo. Jhon salió un momento a arreglar la factura, prometiendo regresar en seguida.

Estaba solo. Por primera vez, completamente solo desde que “desperté”.

Cerré los ojos, intentando respirar sin que el pecho doliera. Cuando los abrí, él ya estaba ahí.

Apoyado en el marco de la puerta, con una expresión que no supe descifrar, un joven alto, de cabello rubio y ojos verdes como jade oscuro me observaba con una mezcla de curiosidad y descaro. Medía al menos un metro noventa. Vestía sencillo, pero su aura no tenía nada de común. Había en él una energía peligrosa, como una serpiente dormida.

—¿Tú eres Rubí la gran estrella del modelaje? —pregunta con voz grave, como si no esperara respuesta.

Tragué saliva. No supe qué decir. Lo observé como se observa a un animal salvaje desde la jaula: fascinado, alerta, temeroso.

—No pareces tan insoportable ahora—añade, caminando lentamente hacia mí—. Aunque ese vendaje te delata.

No respondí. Solo lo miré, intentando descifrar si era real o una ilusión causada por las drogas que me pusieron en el suero.

—¿Qué te pasó? —pregunta finalmente, serio, deteniéndose a mi lado.

Volteé la mirada al ventanal.

—Me corté.

Él soltó una risita, ronca y burlona.

—Vaya… qué respuesta tan elegante. “Me corté”. —Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza—. Rara forma de cortarse… en ambas muñecas. ¿Querías morir?

El silencio se hizo espeso. No lo esperaba. Nadie lo había preguntado así, tan directo. Tragué saliva, apreté las sábanas.

—No fui yo quien decidió eso. Fue… fue otro.

—¿Otro? —frunció el ceño, confundido—. Interesante. Casi poético.

Luego se sentó en el borde de la cama sin pedir permiso. Su mirada se clavó en la mía, tan intensa que quise mirar a otro lado.

—¿Sabes? —dijo, mirándome como si me conociera de antes—. A mí me pegaron un balazo hace dos noches. Aquí cerca —se levantó la camiseta y me mostró una venda en el costado—. Dolió como el infierno. Pero justo cuando pensé que me iba a morir… pensé en vivir.

Me congelé.

—Y tú… —continua— decides cortarte porque tu ex te engañó. Lo ví en las noticias. Es irónico, ¿no?

No pude evitar soltar una risa amarga. No por burla. Por lo absurdo de todo.

—¿Quién… quién eres tú?

Él sonrió de lado, como si hubiera estado esperando esa pregunta.

—Leo. Leo Yueshen Sang. —Se inclinó un poco hacia mí—. No soy doctor, ni enfermero. Ni amigo tuyo, todavía. Nos conocimos en Londres pero me ignoraste feo por estar de ganchete de ese imbécil. Me gusta lo que veo ahora sin maquillaje y abatido. Y quiero saber si me dejas… acompañarte.

Lo miré. Largo. En silencio.

Y por primera vez, sentí que el corazón que habitaba ese cuerpo latía por algo que no era miedo.

Y entonces… lo vi bien.

Era alto. Al menos un metro noventa. Llevaba una camisa negra medio desabotonada, revelando parte de su torso vendado. El cabello rubio, brillante incluso bajo la luz tenue del hospital. Ojos verdes, intensos, felinos, que se clavaron en mí como si me hubieran estado esperando toda la vida.

Su presencia era abrumadora. Magnética. Peligrosa.

No supe por qué, pero mi respiración se detuvo por un instante. Ese hombre no era un desconocido cualquiera. Algo en su mirada me hizo sentir desnudo, como si pudiera leer mi alma.

—¿Qué...que quieres? —susurro, más para mí que para él.

Y aunque no dijo una palabra, su leve sonrisa me dio la respuesta:

Él sabía quién era yo. Incluso antes de que yo lo supiera.

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Comments

Blanka Arce

Blanka Arce

interesante interesante

2025-04-30

0

Afrodita Hada♥️

Afrodita Hada♥️

🫰♥️♥️♥️♥️♥️♥️♥️

2025-04-14

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